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La madre de T.A. trabaja en Fedlandia. Ha aparcado su pequeño vehículo en la plaza numerada por la cual los Feds la obligan a pagar alrededor del diez por ciento de su salario (si no le gusta, siempre puede tomar un taxi o ir a pie) y luego ha ascendido varios niveles cegadoramente iluminados de una hélice de hormigón armado en la que casi todas las plazas, las buenas, las que están cerca de la superficie, están reservadas para otros, pero vacías. Siempre camina por el centro de la rampa, entre las filas de coches aparcados, para que los chicos del MOGRE no piensen que está acechando, ganduleando, escondiéndose, fingiéndose enferma o fumando.

Al llegar a la entrada subterránea del edificio se ha sacado los objetos metálicos de los bolsillos y se ha quitado las pocas alhajas que usa, lo ha soltado todo en un sucio cuenco de plástico y ha pasado por el detector. Ha enseñado la insignia. Ha firmado y ha apuntado la hora exacta. Se ha sometido a un cacheo de una chica del MOGRE. Molesto, pero mejor que un registro de todos los orificios corporales. Tienen derecho a hacerlo, si quieren. Una vez se lo hicieron todos los días durante un mes, después de que en una reunión insinuase que su supervisora podía estar equivocada respecto a un importante proyecto de programación. Fue un castigo cruel, lo sabía, pero siempre ha deseado hacer algo por su país, y cuando trabajas para los Feds, simplemente aceptas que habrá politiqueo y que a los de abajo les toca cargar con lo más pesado. Después asciendes por la jerarquía de la Administración Pública y no tienes que soportar tanta mierda. Lejos de ella la idea de reñir con su supervisora. Su supervisora, Marietta, no tiene un nivel estelar en la AP, pero tiene acceso. Tiene contactos. Marietta conoce gente que conoce gente. Marietta ha asistido a cócteles a los que también asistió gente que, bueno, se te saldrían los ojos de las órbitas.

Ha pasado el cacheo con honores. Ha vuelto a meterse los objetos metálicos en los bolsillos. Ha subido media docena de pisos por la escalera. Los ascensores funcionan, pero gente muy bien situada en Fedlandia ha hecho saber, no de modo oficial, aunque tienen formas de que estas cosas se sepan, que es un deber ahorrar energía. Y los Feds se toman el deber muy en serio. Deber, lealtad, responsabilidad. El colágeno que nos aglutina para formar los Estados Unidos de América. Así que las escaleras están repletas de lana sudada y cuero desgastado. Si subieses por el ascensor nadie diría nada, pero se notaría. Se notaría, se registraría y se tendría en cuenta. La gente te observaría, te recorrería con la mirada como diciendo, ¿qué pasa, te has torcido el tobillo? Subir por las escaleras no causa problemas.

Los Feds no fuman. Los Feds generalmente no comen en exceso. El seguro médico es muy detallista y contempla grandes incentivos. Si engordas o te cansas demasiado, nadie dirá nada, pues sería descortés, pero sentirás una clara presión, un sentimiento de no encajar; cuando te muevas entre el mar de escritorios, los ojos se alzarán para seguirte, estimando la masa de tus michelines, se cruzarán miradas de una mesa a otra como si, por consenso, tus compañeros se preguntaran, ¿cuánto estará encareciendo las primas de nuestro seguro?

Así que la madre de T.A. ha taconeado escaleras arriba con sus zapatos negros y ha entrado en su despacho, en realidad una amplia sala con estaciones de trabajo dispuestas en forma de cuadrícula. Antes había tabiques, pero a los chicos del MOGRE no les gustaba, ¿qué pasaría en caso de evacuación? Todos esos tabiques entorpecerían la libre circulación del pánico. Así que nada de tabiques, sólo estaciones de trabajo y sillas. Ni siquiera escritorios. Los escritorios alientan el uso de papel, lo cual es arcaico y refleja una concepción inadecuada del espíritu de equipo. ¿Qué hay tan especial en tu trabajo que tengas que escribir en un papel que sólo ves tú? ¿Que lo tengas que encerrar en un cajón del escritorio? Cuando trabajas para los Feds, todo lo que hagas es propiedad de los Estados Unidos de América. Haces todo tu trabajo en el ordenador. El ordenador guarda una copia de todo, para que si te pones enfermo o te pasa algo, todo esté allí, donde tus colaboradores y supervisores puedan tener acceso. Si quieres escribir notas o garabatear números de teléfono, eres perfectamente libre de hacerlo en tu casa, en tu tiempo libre.

Y luego está la cuestión de la intercambiabilidad. La idea es que los trabajadores Feds, como los militares, son piezas intercambiables. ¿Qué pasa si tu estación de trabajo se estropea? ¿Te vas a quedar ahí sentado, cruzado de brazos, hasta que esté arreglada? No, señor, vas a irte a una estación de trabajo de repuesto y seguir trabajando. Y no tienes esa flexibilidad si hay media tonelada de efectos personales embutida en tu mesa de trabajo o esparcida por el escritorio.

Por eso en las oficinas Fed no hay papel. Todas las estaciones de trabajo son iguales. Llegas por la mañana, eliges una al azar, te sientas y te pones a trabajar. Podrías intentar usar siempre la misma estación, intentar sentarte en ella todos los días, pero se notaría. Normalmente eliges la estación de trabajo libre que esté más cerca de la puerta. De esa forma, los que han llegado antes se sientan más cerca de la puerta y quienes han llegado tarde están muy al fondo, y durante todo el día basta una mirada para saber quién cuenta en esta oficina y quién, tal y como se murmura en los lavabos, tiene problemas.

No es que quién llega antes sea un gran secreto. Cuando te conectas a la estación de trabajo por la mañana, el ordenador central no lo pasa por alto. El ordenador central lo nota todo. Está al tanto de cada tecla que hayas pulsado en el ordenador durante todo el día, en qué momento la pulsaste con una precisión de microsegundos, si era la tecla correcta o una equivocada, cuántos errores has cometido y cuándo los has cometido. Sólo se requiere que estés en tu ordenador de ocho a cinco, con una pausa de media hora para la comida y dos pausas de diez minutos para tomar café, pero si cumplieses ese horario a rajatabla llamarías la atención, y por eso la madre de T.A. está deslizándose hasta la primera estación de trabajo libre y conectándose con el ordenador a las siete y cuarto. Ya hay media docena de personas, en estaciones de trabajo más próximas a la entrada, pero no está mal. Es previsible que su carrera sea razonablemente estable si consigue mantener un rendimiento así.

Los Feds siguen trabajando en Planilandia. Nada de equipos tridimensionales, nada de visores ni sonido estéreo. Todos los ordenadores tienen sencillas pantallas planas bidimensionales. En el escritorio aparecen ventanas que contienen pequeños documentos de texto. Siempre en consonancia con el programa de austeridad, que «pronto cosechará grandes beneficios».

Se conecta y comprueba el correo. Nada de correo personal, sino un par de anuncios de Marietta distribuidos a todo el mundo.

NUEVA REGLAMENTACIÓN SOBRE FONDOS COMUNES

Se me ha pedido que distribuya la nueva reglamentación respecto a la recaudación de fondos comunes en la oficina. El memorando adjunto es un nuevo subcapítulo del Manual de Procedimientos del MOGRE, que reemplaza el subcapítulo titulado INSTALACIÓN FÍSICA / CALIFORNIA / LOS ÁNGELES / EDIFICIOS / ÁREAS DE OFICINA / REGLAMENTACIÓN SOBRE DISTRIBUCIÓN FÍSICA / COMENTARIOS DE LOS EMPLEADOS /ACTIVIDADES DE GRUPO.

El anterior subcapítulo era una prohibición absoluta del uso de espacio o tiempo de oficina para actividades de recogida de «fondos comunes» de cualquier tipo, tanto permanentes (p.ej., fondos para el café) como esporádicos (p.ej., fiestas de cumpleaños).

Esta prohibición sigue estando vigente, pero ahora se ha adoptado una excepción única y extraordinaria para cualquier oficina que desee desarrollar una estrategia conjunta de gestión del papel higiénico.

Como introducción quiero hacer unos comentarios generales sobre el tema. El problema de la distribución de papel higiénico entre los trabajadores presenta retos inherentes para cualquier sistema de gestión de oficinas dada la naturaleza imprevisible de su empleo: no todas las transacciones de utilización de la instalación necesitan del uso de papel higiénico, y cuando se usa, la cantidad utilizada (número de cuadrados) puede variar ampliamente entre una persona y otra, e incluso para una misma persona, de una transacción a la siguiente. Esto ni siquiera tiene en cuenta el uso ocasional de papel higiénico para propósitos extraordinarios/creativos como maquillaje/desmaquillaje, gestión del derramamiento de bebidas, etc. Por esa razón, en vez de empaquetar el papel higiénico en pequeños paquetes de una transacción (como se hace con las toallitas húmedas, por ejemplo), lo que sería un derroche en algunos casos y resultaría insuficiente en otros, la solución tradicional ha consistido en empaquetar el producto en unidades de distribución a granel cuyo tamaño excede el número máximo de cuadrados que un individuo podría concebiblemente usar en una transacción unitaria (excepto casos de forcé majeure/ Esto reduce el número de transacciones en las cuales la unidad de distribución se agota (se acaba el rollo) durante la transacción, una situación que puede producir estrés al empleado afectado. Sin embargo, presenta al administrador varios retos, en tanto que la unidad de distribución es voluminosa y debe ser usada repetidamente por varios individuos diferentes si no se quiere desperdiciar.

Desde la implementación de la Fase XVII del Programa de Austeridad, se ha autorizado que los empleados traigan su propio papel higiénico de casa. Este enfoque es algo incómodo y redundante, dado que es habitual que cada empleado traiga su propio rollo.

Algunas oficinas han intentado responder a este reto instituyendo fondos comunes de papel higiénico.

Sin generalizar en exceso, puede afirmarse que una característica inherente e inmanente de cualquier fondo común de papel higiénico llevado a cabo a nivel de oficina, en un entorno (i.e., edificio) en el que los aseos públicos están distribuidos por pisos (i.e., en el que varias oficinas comparten una misma instalación) es que en los confines de cada oficina debe proveerse un espacio para el almacenamiento temporal de las unidades de distribución de papel higiénico (i.e., rollos). Esto se deriva del hecho de que si las UDPH (rollos) se almacenan, mientras están inactivas, fuera del alcance de la oficina controlante (i.e., la oficina que ha adquirido colectivamente la UDPH), es decir, si las UDPH se almacenan, por ejemplo, en un vestíbulo o en el interior de la instalación en la cual se utilizan, estarán sujetas a «mengua» al ser consumidas por personas no autorizadas, bien como parte de un intento deliberado de hurto, bien a causa de un sincero malentendido, es decir, la creencia de que las UDPH son proporcionadas gratuitamente por la agencia operativa (en este caso el Gobierno de los Estados Unidos), o bien como resultado de una necesidad, como en el caso de un derramamiento de líquidos que amenaza equipo electrónico delicado y cuya gestión, pues, no admite demora. Este hecho ha llevado a ciertas oficinas (que permanecerán en el anonimato; ya sabéis quiénes sois, muchachos) a establecer depósitos improvisados de UDPH que actúan también como puntos de recogida de contribuciones al fondo común. Normalmente, estos depósitos adoptan la forma de una mesa, cerca de la puerta más próxima a la instalación, en la cual se apilan las UDPH o se disponen en otra configuración, con un cuenco u otro receptáculo en el cual los participantes pueden realizar sus contribuciones, y usualmente con un cartel u otro dispositivo de atracción de la atención (como un animal de peluche o una caricatura) que solicita donaciones. Un rápido atisbo a la reglamentación vigentes mostrará que la colocación de estos receptáculos/expositores incumple el manual de procedimientos. No obstante, en interés de la higiene, moral y fomento del espíritu de grupo de los empleados, mis superiores han aceptado realizar una excepción extraordinaria de las regulaciones con este propósito.

Como con cualquier otra parte del manual de procedimientos, nueva o antigua, es responsabilidad de los trabajadores familiarizarse completamente con este material. El tiempo estimado de lectura de este documento es de 15,62 minutos (y no crean que no lo comprobaremos). Rogamos tomen nota de los puntos más importantes resaltados en este documento, a saber:

Los depósitos/puntos de recogida de UDPH están ahora permitidos, en periodo de pruebas; esta nueva política se revisará dentro de seis meses.

Deben gestionarse de forma voluntaria y según un esquema de fondo común, de la forma descrita en el subcapítulo concerniente a los fondos comunes de empleados. (Nota: esto significa que deben mantenerse registros y llevar cuentas de todas las transacciones financieras.)

Las UDPH deben ser traídas por los empleados (no gestionadas a través del correo) y están sujetas a la reglamentación habitual de registro y retención.

Se prohíbe el uso de UDPH perfumadas, ya que pueden inducir reacciones alérgicas, dificultades respiratorias, etc., en algunas personas.

Las aportaciones de dinero en efectivo, como todas las transacciones monetarias dentro del Gobierno de los Estados Unidos, deben realizarse en moneda oficial de los Estados Unidos. ¡Nada de yenes o kongpavos!

Naturalmente, esto puede provocar un problema de volumen si la gente intenta usar el receptáculo de donaciones como vertedero en el cual deshacerse de fajos de viejos billetes de mil millones y de billón. El personal de Edificios y Terrenos está preocupado por los problemas de eliminación de residuos y el riesgo de incendios que pueden sobrevenir si empiezan a acumularse grandes montones de billetes de mil millones y de billón. Por tanto, una característica clave de la nueva reglamentación es que el receptáculo de donaciones deberá vaciarse todos los días, o con mayor frecuencia si se detecta que empieza a desarrollarse una situación de acumulación excesiva.

En referencia a este mismo asunto, el departamento de E y T quiere que haga mención del hecho de que muchas personas con un exceso de moneda de los Estados Unidos han intentado matar dos pájaros de un tiro usando billetes como papel higiénico. Aunque creativo, este enfoque tiene dos inconvenientes:

Atasca las cañerías.

Representa destrucción de moneda de los Estados Unidos, lo cual constituye un delito federal.

NO LO HAGAS.

En vez de eso, únete al fondo común de papel higiénico de tu oficina. Es fácil, es higiénico, y es legal. ¡Feliz fondo común!

MARIETTA

La madre de T.A. accede al nuevo memorándum, comprueba la hora y comienza a leerlo. El tiempo estimado de lectura es de 15,62 minutos. Más tarde, cuando Marietta lleve a cabo su redada estadística de cierre, sentada en su oficina privada a las 21:00, verá el nombre de todos los empleados y junto a éstos el tiempo que han invertido en leer el memorándum, y su evaluación, a partir del tiempo invertido, será del estilo siguiente:

Menos de 10 min.

Reunión con el empleado y posible sesión de orientación psicológica.

10 - 14 min.

Mantener a este empleado bajo observación; puede estar desarrollando actitudes descuidadas.

14 - 15.61 min.

El empleado es un trabajador eficiente; a veces puede perderse detalles importantes.

15,62 min. exactos

Listillo. Necesita una sesión de orientación psicológica.

15,63 - 16 min.

Lameculos. No confiar en él.

16 - 18 min.

El empleado es un trabajador metódico; a veces puede atascarse en los detalles.

Más de 18 min.

Comprobar la grabación de seguridad para ver qué hizo el empleado (p.ej., posible pausa no autorizada para ir al lavabo).

La madre de T.A. decide emplear entre catorce y quince minutos en leer el memorándum. Para los empleados jóvenes es mejor tardar algo más, para demostrar que son cuidadosos, no engreídos. Para los empleados mayores es mejor ir algo más deprisa, para mostrar buen potencial para la dirección. Ella tiene casi cuarenta años. Recorre el memorando, pulsando el botón de Avanzar Página a intervalos razonablemente regulares, retrocediendo una página de vez en cuando para simular que relee una sección anterior. El ordenador notará todo eso. Aprueba las relecturas. Es un detalle, pero tras una década o así esas cosas acaban por notarse en el resumen de hábitos de trabajo.

Una vez se ha quitado eso de en medio, se sumerge en el trabajo. Es programadora de aplicaciones para los Feds. En los viejos tiempos, se habría ganado la vida escribiendo programas de ordenador enteros. Hoy en día escribe fragmentos de programas. Esos programas los diseñan Marietta y sus superiores en reuniones de una semana de duración en el último piso. Una vez tienen el diseño completo, parten los problemas en segmentos más y más pequeños, y se los asignan a directores de grupo, quienes los dividen aún más y les dan un pequeño fragmento a cada programador. Para evitar que el trabajo de los codificadores individuales entre en conflicto, debe llevarse a cabo según un conjunto de normas y reglamentaciones aún mayor y más cambiante que el manual de procedimientos del Gobierno.

Así que lo primero que hace la madre de T.A. tras haber leído el nuevo subcapítulo sobre fondos comunes de papel higiénico, es conectarse con un subsistema del sistema informático principal que gestiona el proyecto de programación en el que está trabajando. No sabe qué proyecto es (eso es información confidencial) ni cómo se llama. Es simplemente su proyecto. Lo comparte con unos cuantos cientos de programadores más, aunque no sabe exactamente quiénes son. Y cada día, cuando se registra en él, hay una pila de memorandos esperándola, con nuevas reglamentaciones y cambios a las normas que todos tienen que seguir cuando escriben código para un nuevo proyecto. Las normativas hacen que el asunto del papel higiénico parezca tan sencillo como los Diez Mandamientos.

Al final se pasa hasta las once de la mañana leyendo, releyendo y comprendiendo los nuevos cambios al Proyecto. Hay muchos, porque es lunes por la mañana y Marietta y sus superiores estuvieron todo el fin de semana encerrados en el último, disputando ruidosamente a causa del Proyecto y cambiándolo todo.

Luego comienza a revisar todo el código que ha escrito anteriormente para el Proyecto y hace una lista de todo lo que tendrá que reescribir para que sea compatible con la nueva especificación. Básicamente tendrá que reescribirlo todo desde el principio, por tercera vez en otros tantos meses.

Pero así es el trabajo.

Sobre las once y media levanta la cabeza, sobresaltada, y descubre que alrededor de su estación de trabajo hay media docena de personas. Está Marietta. Y un ordenanza. Y varios Feds. Y León el del polígrafo.

—Me hicieron la prueba el jueves —dice.

—Es hora de hacer otra —dice Marietta—. Vamos, adelante con ello.

—Las manos donde yo pueda verlas —dice el ordenanza.