Tierra se materializa, flotando majestuosamente frente a su rostro. Hiro extiende la mano y la coge. La gira hasta que Oregón queda ante sus ojos. Le ordena que quite las nubes, y lo hace, ofreciéndole una visión cristalina de las montañas y el litoral.
Ahí mismo, a unos cientos de kilómetros de la costa de Oregón, hay una especie de forúnculo granulado que crece sobre la superficie del agua. Que supura sería un término más adecuado. Ahora está a unos trescientos kilómetros al sur de Astoria, moviéndose en dirección sur. Eso explica por qué Juanita fue a Astoria hace un par de días: quería acercarse a la Almadía. Por qué, es una buena pregunta.
Hiro levanta la vista, centra la mirada en Tierra, y amplía la imagen para ver bien. Al acercarse más, lo que ve cambia de las imágenes de larga distancia procedentes de los satélites geosincrónicos a las fotos de alta calidad enviadas a los ordenadores de la CCI por toda una flota de pájaros espía de órbita baja. Lo que está viendo es un mosaico de fotos tomadas apenas unas horas antes.
Tiene varios kilómetros de diámetro. Cambia de forma continuamente, pero cuando se tomaron estas fotografías tenía el aspecto de un grueso riñón; es decir, intenta ser una V, apuntada hacia el sur como una bandada de gansos, pero hay tanto ruido en el sistema, es tan amorfo y desorganizado, que un riñón es lo más parecido que puede llegar a conseguir.
En el centro hay un par de buques enormes: el Enterprise y un petrolero, amarrados uno al otro. Esas dos bestias colosales están emparedadas entre otros navíos de gran tamaño, portacontenedores y otros barcos mercantes. El Núcleo.
Los demás son pequeños. Hay algún que otro yate secuestrado y pesqueros de amarre fuera de servicio, pero la Almadía está compuesta sobre todo por barcas. Barcas de recreo, sampanes, juncos, daus, botes, lanchas salvavidas, casas flotantes, estructuras provisionales hechas con barriles de aceite vacíos y planchas de poliestireno. Al menos el cincuenta por ciento de todo ese caos no está compuesto siquiera por embarcaciones, sino por una maraña de sogas, cables, tablas, redes y otros desechos atados entre sí sobre cualquier clase de resto flotante que estuviese a mano.
Y L. Bob Rife está ahí, en medio de todo eso. Hiro no sabe qué es lo que hace exactamente, ni tampoco qué tiene que ver Juanita con todo el asunto. Pero es hora de ir allí y averiguarlo.
Scott Lagerquist permanece a la espera de clientes, de pie junto al lateral de la Tienda de Motocicletas 24/7 de Mark Norman, cuando aparece un tipo con espadas, dando largas zancadas por la acera. Un peatón en Los Ángeles es una visión aún más insólita que un hombre con espadas. Pero es una visión bienvenida. Quien llega conduciendo a una tienda de motocicletas ya tiene, por definición, un automóvil, así que es difícil colocarle algo. Con un peatón debería estar chupado.
—Scott Wilson Lagerquist —grita el tío a quince metros, acercándose—. ¿Qué tal te va?
—¡Estupendo! —responde Scott, un poco descolocado. No recuerda el nombre de este tipo, y eso es un problema. ¿Dónde lo ha visto antes?
—¡Me alegro de verle! —dice Scott, acercándosele y dándole la mano—. No le había visto desde, eh…
—¿Está Meñique? —pregunta el tipo.
—¿Meñique?
—Sí, Mark. Mark Norman. Meñique era su apodo en la universidad. Supongo que no le gustará que lo llamen así, ahora que dirige, qué, media docena de concesionarios, tres McDonalds, y un Holiday Inn, ¿no?
—No sabía que el señor Norman se dedicase también a las cadenas de comida rápida.
—Sí. Tiene tres franquicias cerca de Long Beach. En realidad es su propietario a través de una sociedad limitada. ¿Está aquí?
—No, está de vacaciones.
—Oh, cierto. En Córcega. El Ajaccio Hyatt. Habitación 543. Es verdad, lo había olvidado por completo.
—Bueno, ¿pasaba por aquí para saludar o…?
—No. Venía a comprarme una moto.
—Oh. ¿En qué tipo de moto había pensado?
—Una de esas Yamaha nuevas. ¿Sabes cuáles? Ésas que tienen intelirruedas de última generación.
Scott sonríe estoicamente, tratando de suavizar lo más posible el hecho horrible que está a punto de revelar.
—Sé exactamente a cuáles se refiere. Pero lamento tener que decirle que no tenemos ninguna en existencia.
—¿No la tenéis?
—No. Es un modelo nuevo. Nadie lo tiene.
—¿Estás seguro? Porque habéis pedido una.
—¿De verdad?
—Sí, hace un mes. —De repente el tipo estira el cuello y mira hacia el bulevar por encima del hombro de Scott—. Y hablando del rey de Roma… Ahí está.
Un remolque de Yamaha está entrando por la puerta de carga con un nuevo envío de motocicletas.
—Está en ese camión —dice el tipo—. Si me dejas una tarjeta, te pondré el número de serie en el reverso para que puedas hacer que me la vayan sacando.
—¿Se trata de un pedido especial del señor Norman?
—Sí, dijo que era para ponerla en el escaparate como reclamo. Pero tiene mi nombre escrito, ya me comprendes.
—Sí, señor. Entiendo perfectamente.
Y en efecto, la moto desciende del camión, tal y como la ha descrito el tipo, incluso el color (negro) y el número de serie del vehículo coinciden. Es una hermosura. Con sólo tenerla en el aparcamiento atrae una multitud; hasta los otros vendedores sueltan sus cafés y levantan los pies de la mesa para salir a echarle un vistazo. Parece un torpedo negro. Dirección en las dos ruedas, claro; tan avanzadas que no parecen ruedas, sino versiones gigantes y de altas prestaciones de las intelirruedas que usan los monopatines de alta velocidad, con radios telescópicos independientes con anchas superficies de tracción en los extremos. Colgado del frontal, en el cono del morro de la motocicleta, hay un paquete de sensores que monitoriza el estado de la carretera y decide dónde poner cada radio al avanzar, cuánto extenderlo y cómo rotar las patas para conseguir la máxima tracción. Todo ello controlado por una bios, un sistema operativo integrado, en el ordenador de a bordo cuya pantalla plana está sobre el depósito de combustible.
Dicen que esta monada corre a ciento noventa kilómetros por hora sobre cascotes. La bios se conecta con la red meteorológica de la CCI para saber cuándo va a encontrarse con precipitaciones. El carenado aerodinámico es totalmente flexible, calcula automáticamente la configuración más eficiente para la velocidad y el estado del viento en cada momento y modifica la curvatura a conveniencia, envolviendo al conductor como una gimnasta ninfomaníaca.
Scott se está haciendo a la idea de que este tipo, siendo como es amigo íntimo del señor Norman, va a firmar un albarán y se va a largar con esa cosa. Y no es fácil para un vendedor con sangre en las venas desprenderse de una bestia tan sexy como ésa con la única garantía de un albarán. Duda un instante, preguntándose qué será de él si todo esto resulta ser un error.
El tipo lo mira intensamente, parece sentir su nerviosismo, casi como si pudiese oír los latidos del corazón de Scott, así que en el último instante, sintiéndose generoso —Scott adora a esos tipos que gastan a lo grande—, le da un respiro y decide echar unos cientos de kongpavos sobre el albarán, para que Scott pueda sacarse una magra comisión de este negocio. Una propina, en el fondo.
Luego, la guinda del pastel: el tipo se vuelve loco en la Tienda de Complementos. Totalmente berserker. Se compra el equipo completo. Todo. De lo mejor. Un mono negro completo que envuelve el cuerpo desde los dedos de los pies hasta el cuello en tejido transpirable a prueba de balas, con almohadillas de armagel en todos los sitios adecuados y airbags alrededor del cuello. Ni los más fanáticos de la seguridad se ponen casco cuando llevan una cucada como ésa.
Una vez resuelto el problema de cómo sujetar las espadas al mono, está preparado para irse.
—Desde luego… —murmura Scott, mientras el tipo se sienta en la moto nueva, ajusta las espadas y le hace a la bios cosas increíblemente prohibidas—, vaya pinta de hijoputa peligroso.
—Gracias, supongo. —Gira el acelerador y Scott siente, pero no oye, la potencia del motor. Esta monada es tan eficiente que no desperdicia potencia en hacer ruido—. Saluda a tu nueva sobrina —dice el tipo, y suelta el embrague. Los radios se flexionan y se agrupan, y la moto sale disparada del aparcamiento, como si saltase sobre sus patas mecánicas. Cruza a través del aparcamiento de la vecina franquicia del Templo Neo-Acuariano y sale a la carretera. Un instante más tarde, el tipo de las espadas es un punto en el horizonte. Luego desaparece en dirección norte.