Hiro cuelga y entra en la habitación nueva, seguido por el Bibliotecario.
Tiene unos quince metros de lado. El centro de este espacio lo ocupan tres grandes artefactos, o mejor dicho las reproducciones tridimensionales de esos artefactos. En el centro hay una gruesa losa de arcilla cocida, suspendida en el aire, del tamaño de una mesa de café, y de alrededor de treinta centímetros de grosor. Hiro supone que es una ampliación de un objeto más pequeño. Las amplias superficies de la losa están totalmente cubiertas con una escritura angular que Hiro reconoce como cuneiforme. En los bordes hay depresiones redondeadas paralelas que parecen ser huellas de los dedos que moldearon la losa.
A la derecha de la losa hay una vara de madera con ramas en lo alto, una especie de árbol estilizado. A la izquierda de la losa hay un obelisco de dos metros y medio, también cubierto de escritura cuneiforme, con una figura cincelada en bajorrelieve en la cúspide.
La sala está llena por una constelación tridimensional de hipertarjetas, que cuelgan en el aire, ingrávidas. Parece una fotografía de baja velocidad de una ventisca de nieve. En algunos sitios, las hipertarjetas están colocadas según precisos diseños geométricos, como los átomos de un cristal. En otros están apiladas. Algunas están acumuladas en las esquinas como si Lagos las hubiese tirado ahí cuando acabó con ellas. El avatar de Hiro puede cruzar a través de las hipertarjetas sin trastocar su disposición. Es, a todos los efectos, la contrapartida tridimensional de un escritorio desordenado, con todos los trastos donde Lagos los dejó. La nube de hipertarjetas se extiende hasta las cuatro esquinas del espacio de 15x15 metros, y desde el suelo hasta unos dos metros y medio de altura, que debe de ser la altura hasta la que alcanzaba el avatar de Lagos.
—¿Cuántas hipertarjetas hay?
—Diez mil cuatrocientas sesenta y tres —dice el Bibliotecario.
—No tengo tiempo de mirarlas todas —dice Hiro—. ¿Puedes darme una idea de en qué estaba trabajando Lagos aquí?
—Si quiere puedo leerle los nombres de las hipertarjetas. Lagos los agrupó en cuatro amplias categorías: estudios bíblicos, estudios sumerios, estudios neurolingüísticos e intel sobre L. Bob Rife.
—Sin entrar en tantos detalles… ¿Qué tenía Lagos en mente? ¿Qué intentaba?
—¿Acaso parezco un psicólogo? —protesta el Bibliotecario—. No puedo responder preguntas de ese tipo.
—Lo intentaré de nuevo. ¿Qué conexión tiene todo esto con el tema de los virus, si es que hay alguna?
—Las conexiones son muy complejas. Resumirlas requeriría creatividad y sentido común. Como entidad mecánica que soy, carezco de ambas cosas.
—¿Qué antigüedad tienen estas cosas? —pregunta Hiro, señalando los tres artefactos.
—El sobre de arcilla es sumerio, del tercer milenio antes de Cristo. Fue desenterrado en la ciudad de Eridu, en el sur de Irak. La estela negra, u obelisco, es el código de Hammurabi, datado alrededor de 1750 antes de Cristo. La estructura con aspecto arbóreo es un tótem del culto yahvítico, procedente de Palestina, alrededor del 900 antes de Cristo. Se denomina ashera.
—¿Has dicho que la losa es un sobre?
—Sí. En su interior hay una tablilla de arcilla más pequeña. Es la forma en que los sumerios hacían documentos infalsificables.
—Esas cosas están en museos, supongo.
—La ashera y el Código de Hammurabi están en museos. El sobre de arcilla pertenece a la colección personal de L. Bob Rife.
—Evidentemente, Rife está muy interesado en todo esto.
—El Instituto Bíblico Rife, fundado por él, tiene el departamento de arqueología mejor dotado del mundo. Han estado realizando excavaciones en Eridu, que era el centro del culto de un dios sumerio llamado Enki.
—¿Cuál es la relación entre todas esas cosas?
—¿Perdón? —dice el Bibliotecario alzando las cejas.
—Bueno, intentemos un proceso de eliminación. ¿Sabes por qué Lagos estaba interesado en los escritos sumerios, en vez de, por ejemplo, los griegos o los egipcios?
—Egipto era una civilización de piedra. Construyeron todo su arte y arquitectura con piedra, por eso perdura. Pero no se puede escribir en la piedra, así que inventaron el papiro y escribieron en él. Pero el papiro es perecedero. Por eso, aunque su arte y arquitectura han sobrevivido, sus registros escritos, sus datos, han desaparecido en su mayor parte.
—¿Y las inscripciones jeroglíficas?
—Lagos las llamaba pegatinas. Discursos políticos corruptos. Tenían una lamentable tendencia a escribir inscripciones exaltando sus propias victorias militares incluso antes de que las batallas hubiesen tenido lugar.
—¿Y Sumer no es así?
—Sumer fue una civilización de arcilla. Construyeron sus edificios con ella y escribieron en ella. Sus estatuas eran de yeso, que se disuelve en el agua. Por eso sus edificios y sus estatuas sucumbieron a los elementos hace ya mucho tiempo. Pero las tablillas de arcilla se cocían o se guardaban en tinas. Por eso los datos de los sumerios han sobrevivido. Egipto dejó un legado de arte y arquitectura; el legado de Sumer son sus megabytes.
—¿Cuántos megabytes?
—Tantos como los arqueólogos se molesten en desenterrar. Los sumerios escribían sobre cualquier cosa. Cuando construían un edificio, escribían inscripciones cuneiformes en todos los ladrillos. Al derrumbarse los edificios, los ladrillos sobrevivieron, desparramados por el desierto. En el Corán, los ángeles enviados a destruir Sodoma y Gomorra dicen:
«Somos enviados a una nación pérfida, para que podamos derramar sobre ellos una lluvia de tablillas de arcilla marcadas por tu Señor para la destrucción de los pecadores». Lagos encontró muy interesante eso, esa promiscua diseminación de la información, escrita en un medio que perdura para siempre. Habló de polen desperdigado al viento… Supongo que eso era una analogía.
—Sí, lo era. Dime… ¿La inscripción de ese sobre de arcilla ha sido traducida?
—Sí. Es un aviso. Dice: «Este sobre contiene el nam-shub de Enki».
—Ya sé lo que es un nam-shub. Pero ¿qué es el nam-shub de Enki? El Bibliotecario fija la vista en la distancia, se aclara la garganta dramáticamente y recita:
En otro tiempo, no había serpiente, no había escorpión, no había hiena, no había león, no había perro salvaje, ni lobo, no había miedo, ni terror, el hombre no tenía rival. En aquellos días, la tierra Shubur-Hamazi, Sumer la de la lengua armoniosa, la gran tierra del me del principado, Un, la tierra que tiene todo lo que es adecuado, la tierra Martu, adormecida en la seguridad, el universo entero, las gentes bien cuidadas, a Enlil en una lengua dieron habla. Entonces el señor desafiante, el príncipe desafiante, el rey desafiante, Enki, el señor de la abundancia, cuyas órdenes son dignas de confianza, el señor de la sabiduría, que escudriña la tierra, el caudillo de los dioses, el señor de Eridu, dotado de sabiduría, cambió el habla en sus bocas, puso conflicto en él, en el habla del hombre, que había sido uno.
—Es la traducción de Kramer —aclara a continuación.
—Es una fábula —dice Hiro—. Creía que un nam-shub era un encantamiento.
—El nam-shub de Enki es a la vez una fábula y un encantamiento —dice el Bibliotecario—. Una ficción que se autosatisface. Lagos creía que, en su forma original que esta traducción apenas sugiere, realmente hacía lo que dice.
—Quieres decir que cambiaba el habla en las bocas de los hombres.
—Sí —dice el Bibliotecario.
—Esto es una historia de Babel, ¿no? —pregunta Hiro—. Todo el mundo hablaba el mismo idioma, y entonces Enki cambió su habla para que no pudiesen entenderse unos a otros. El asunto de la Torre de Babel en la Biblia debe de basarse en esto.
—En esta sala hay cierto número de tarjetas que investigan esa conexión —ofrece el Bibliotecario.
—Antes has mencionado que, en cierto momento, todo el mundo hablaba sumerio. Luego, ya nadie lo hacía. Simplemente desapareció, como los dinosaurios. Y no hay ningún genocidio que lo explique. Todo ello es coherente con la historia de la Torre de Babel, y con el nam-shub de Enki. ¿Creía Lagos que Babel había sucedido realmente?
—Estaba seguro de ello. Le preocupaba mucho el enorme número de lenguajes humanos. Pensaba que había demasiados.
—¿Cuántos?
—Decenas de millares. Es posible encontrar gente del mismo grupo étnico en muchos lugares del mundo que viven a pocos kilómetros de distancia, en valles similares y bajo condiciones similares, pero que hablan idiomas que no tienen absolutamente nada en común. Y eso no es un fenómeno infrecuente; es omnipresente. Muchos lingüistas han intentado comprender el problema de Babel, la cuestión de por qué el lenguaje humano tiende a fragmentarse, en vez de convergir hacia una lengua común.
—¿Y alguien ha encontrado una respuesta?
—Es un tema muy difícil y abstruso —dice el Bibliotecario—. Lagos tenía una teoría.
—¿Sí? ¿Cuál?
—Creía que Babel era un suceso histórico real. Que se produjo en un momento y lugar concretos, coincidiendo con la desaparición de la lengua sumeria. Que antes de Babel/Infocalipsis, los lenguajes tendían a converger. Y que a partir de ese momento, han tenido siempre una tendencia innata a divergir y a convertirse en mutuamente ininteligibles. Que esa tendencia, como él lo expresaba, está enrollada como una serpiente alrededor del tronco cerebral humano.
—Lo único que podría explicar algo así…
Hiro se detiene, sin querer formularlo en voz alta.
—¿Sí? —pregunta el Bibliotecario.
—Si hubiese algún fenómeno que se moviese entre la población, alterando las mentes de forma que ya no pudiesen procesar la lengua sumeria. Algo parecido a la forma en la que un virus salta de un ordenador a otro, dañando todos los ordenadores de la misma forma. Enrollándose en el tronco cerebral.
—Lagos dedicó mucho tiempo y esfuerzo a esa idea —dice el Bibliotecario—. Pensaba que el nam-shub de Enki era un virus neurolingüístico.
—¿Y que Enki era un personaje real?
—Posiblemente.
—¿Y que Enki inventó el virus y lo diseminó en Sumer, mediante tablillas como ésta?
—Sí. Se ha descubierto una que contiene una carta a Enki, en la cual el autor se queja de ello.
—¿Una carta a un dios?
—Sí. Es de Sin-samuh, el Escriba. Empieza alabando a Enki y haciendo énfasis en su devoción hacia él. Luego se queja:
Como un joven… [línea incompleta] tengo paralizada la muñeca.
Como un carro en el camino cuando la yunta se ha separado, estoy inmóvil en el camino.
Yazco en una cama llamada «¡01 y 0 No!»Dejo escapar un sollozo.
Mi grácil figura está tendida cuello a tierra, mis pies están paralizados.
Mi… ha sido arrastrado por el suelo. Mi apariencia ha cambiado.
De noche no puedo dormir, mi fuerza ha sido derribada. mi vida mengua.
El brillante día es oscuro para mí. He tropezado cayendo en mi propia tumba.
Yo, un escribano que sabe muchas cosas, me veo convertido en ignorante. Mi mano ha dejado de escribir. No hay palabras en mi boca.
—Luego, tras más descripciones de sus infortunios, el escriba termina diciendo:
Mi dios, eres tú quien yo temo.
Te he escrito una carta. Ten piedad de mí.
El corazón de mi dios: haz que me sea devuelto.