Al salir del fransulado de Nova Sicilia hay un tipo esperándola. El tipo sonríe, no sin ironía, y le hace una leve reverencia, como para llamar su atención. Parece ridículo, pero tras un rato con Tío Enzo, T.A. empieza a pillar la onda, así que no se ríe en su cara ni nada, sólo mira para otro lado y pasa de él.
—T.A., tengo un trabajo para ti —le dice.
—Estoy ocupada —contesta T.A.—. Tengo otras entregas.
—Mientes como una profesional —elogia él—. ¿Ves a esa gárgola de ahí? Ahora mismo está conectado con el ordenador de RadiKS, así que sabemos con toda seguridad que no tienes ningún trabajo pendiente.
—Bien, pero no puedo aceptar encargos de un cliente —insiste T.A.—. El reparto está centralizado. Tendrá que llamar al teléfono 1-800.
—¿Qué te crees, que soy gilipollas o algo así? —dice el tipo. T.A. deja por fin de caminar y se vuelve a mirarlo. Es alto y delgado. Traje negro y pelo negro. Y tiene un ojo de cristal de mirada irritada.
—¿Qué le pasó en el ojo? —pregunta T.A.
—Un picahielos, Bayonne, 1985 —explica él—. ¿Alguna pregunta más?
—Lo siento, tío, sólo era curiosidad.
—Volvamos a los negocios. Puesto que no tengo la cabeza totalmente en el culo, como pareces suponer, estoy informado de que la gestión de encargos de los korreos está centralizada a través de un número 1-800. Ahora bien, a nosotros no nos gustan los números 1-800 ni la gestión centralizada. Es una manía nuestra. Nos gusta el trato personal, a la antigua usanza. En el cumpleaños de mi mamá no descuelgo el teléfono y marco 1-800-HOEA-MAMI. Voy en persona y le doy un beso en la mejilla, ¿entiendes? Y en este caso, te queremos a ti en particular.
—¿Por qué?
—Porque nos encanta tratar con chavalitas difíciles que hacen demasiadas putas preguntas. Por eso nuestra gárgola se ha conectado con el ordenador que usa RadiKS para asignar envíos a los korreos.
El hombre del ojo de cristal se vuelve, girando la cabeza mucho, muchísimo, como un búho, y asiente en dirección a la gárgola. Un instante después suena el teléfono de T.A.
—Descuélgalo de una puta vez —dice él.
—¿Sí? —dice ella contestando el teléfono.
Una voz de ordenador le informa de que tiene una recogida en Griffith Park para entregar en la franquicia de las Puertas Perladas del Reverendo Wayne en Van Nuys.
—¿Y si quieren trasladar algo del punto A al punto B, por qué no lo llevan ustedes? —pregunta T.A.—. Lo meten en uno de esos Town Car negros y lo llevan y ya está.
—Porque en este caso, ese algo no nos pertenece exactamente a nosotros, y respecto a la gente del punto A y la del punto B, bueno, digamos que nuestra relación con ellos no es exactamente buena.
—Quieren que robe algo —deduce T.A.
—No, no, no —protesta el hombre del ojo de cristal, dolido—. Escucha, hija. Somos la puta Mafia. Si queremos robar algo, sabemos cómo hacerlo, ¿entiendes? No necesitamos la ayuda de una niña de quince años para robar. Esto es más bien una operación encubierta.
—Un asunto de espionaje. —Intel.
—Sí, eso. Espionaje —dice el hombre, y su tono de voz indica que le está siguiendo la corriente—. Y la única forma de que funcione esta operación es tener un korreo que coopere un poco con nosotros.
—Así que todo el asunto de Tío Enzo era un engaño —dice T.A.—. Lo único que les interesa es hacerse amigos de un korreo.
—Oh, por favor —se burla el hombre del ojo de cristal, realmente divertido—. Sí, claro: para impresionar a una quinceañera ponemos a trabajar incluso al jetazo. Mira, niña, hay un millón de korreos a los que podríamos sobornar para hacer esto. Pero queremos que lo hagas tú porque tienes una relación personal con nosotros.
—Bueno, ¿y qué es lo que quieren que haga?
—Exactamente lo mismo que harías normalmente en esta coyuntura —explica el hombre—. Ir a Griffith Park y llevar a cabo la recogida.
—¿Eso es todo?
—Sí. Y luego haces la entrega. Pero haznos un favor y usa la autopista 1-5, ¿de acuerdo?
—Pero ésa no es la forma más rápida de…
—Hazlo de todas formas.
—Vale.
—Ahora, vamos. Te escoltaremos hasta la salida de este agujero infecto.
A veces, si el viento sopla en la dirección adecuada, y te cuelas en el rebufo que genera un remolque pesado, ni siquiera tienes que arponearlo. El vacío te succiona como una potente aspiradora. Podrías quedarte ahí todo el día. Pero si te equivocas, de repente te encuentras solo y sin impulso en el carril izquierdo de una autopista con un convoy de camiones justo detrás. O, igual de malo, si te rindes ante su potencia, te sorberá bajo los guardabarros y acabarás engrasando sus ejes y nadie lo sabrá nunca. Eso se denomina el Arponeo de la Aspiradora Mágica, y a T.A. le recuerda la forma en que ha ido su vida desde la aciaga noche de la aventura de la pizza de Hiro Protagonist.
Mientras asciende como un proyectil la autopista de San Diego, su arpón no falla un tiro. Consigue agarres sólidos incluso en los más ligeros y baratos turismos chinos de plástico y aluminio. La gente no se mete con ella. Ha establecido su espacio sobre el asfalto.
Va a conseguir tanto trabajo que tendrá que subcontratar parte de él a Atropello. Y a veces, para llevar a cabo asuntos importantes, tendrán que registrarse en algún motel, igual que hacen los auténticos hombres de negocios. Últimamente T.A. ha tratado de enseñar a Atropello a dar masajes, pero él no logra llegar más abajo de los omóplatos antes de excitarse y empezar a portarse como señor Macho. Lo cual es bastante enternecedor; además, hay que contentarse con lo que se tenga.
Ésta no es ni de lejos la ruta más directa a Griffith Park, pero es la que la Mafia quiere que siga: la 405 hasta el Valle, y luego acercarse desde esa dirección, que es desde donde ella vendría normalmente. Son tan paranoicos, tan profesionales.
Rebasa LAX, que queda a su izquierda. A la derecha atisba el Guarda-Trastos donde el bicho raro de su socio probablemente esté enchufado a su ordenador. Se abre paso entre las complejas corrientes de tráfico que rodean el aeropuerto Hughes, ahora una instalación privada del Gran Hong Kong de Mr. Lee. Continúa más allá del aeropuerto de Santa Mónica, que acaba de ser adquirido por la Seguridad Global del Almirante Bob. Ataja por Fedlandia, donde viene a trabajar su madre todos los días.
Fedlandia fue antaño el Hospital de Veteranos y un grupo de edificios federales; ahora se ha condensado en una especie de mazacote con forma de riñón que envuelve la 405. Está rodeada por un parapeto, una alambrada perimétrica de tela metálica, alambre de púas, montones de cascotes y barreras de hormigón dispuestos entre un edificio y el siguiente. Todos los edificios de Fedlandia son enormes y feos. Alrededor se arremolinan seres humanos vestidos de lana color granito húmedo. Se los ve oscuros e insignificantes ante la blanca majestuosidad de los edificios.
Más allá del extremo más alejado de la valla de Fedlandia, hacia la derecha, distingue la UCLA, ahora dirigida conjuntamente por los japoneses y el Gran Hong Kong de Mr. Lee y algunas grandes corporaciones norteamericanas.
La gente dice que a la izquierda, en Pacific Palisades, hay un gran edificio sobre el océano donde la Corporación Central de Inteligencia tiene su cuartel general de la costa oeste. Pronto, quizá incluso mañana mismo, va a buscar ese edificio, y a lo mejor pasará junto a él y saludará con la mano. Tiene grandes cosas que contarle a Hiro. Estupenda intel sobre Tío Enzo. La gente pagaría millones por ella.
Pero en el fondo de su corazón, ya empieza a sentir punzadas de remordimientos. Sabe que no puede traicionar a la Mafia y hablar de ellos. No porque les tenga miedo, sino porque ellos confían en T.A. Fueron amables con ella. Y quién sabe, a lo mejor de ahí sale algo, una carrera mejor que la que tendría en la CCI.
No muchos coches toman la rampa de salida hacia Fedlandia. Su madre lo hace todas las mañanas, y con ella un montón de Feds. Pero los Feds entran a trabajar temprano y salen muy tarde. Para ellos es un asunto de lealtad. Los Feds están obsesionados con la lealtad: como no ganan mucho dinero ni inspiran mucho respeto, tienen que demostrar que están personalmente comprometidos y que todas esas cosas no les interesan.
Por ejemplo: T.A. está colgada del mismo taxi desde LAX. En el asiento trasero hay un árabe. Su chilaba revolotea al viento desde la ventana abierta; el aire acondicionado no funciona, y un taxista de L.A. no gana lo bastante para comprar Frío (freón) en el mercado negro. Típico: sólo los Feds permitirían que un visitante viaje en un taxi sucio y sin aire acondicionado. Ni que decir tiene que el taxi se desvía hacia la rampa con el cartel ESTADOS UNIDOS. T.A. se suelta y clava el arpón en un camión de reparto con destino al Valle.
Sobre el tejado del inmenso Edificio Federal acecha un grupo de Feds con walkie-talkies y gafas oscuras y anoraks con la palabra FEDS en la espalda, apuntando largas lentes telescópicas hacia los parabrisas de los vehículos que ascienden por Wilshire Boulevard. Si fuese de noche, T.A. probablemente vería un láser leyendo el código de barras de la matrícula del taxi al virar éste hacia la entrada de los Estados Unidos.
La madre de T.A. se lo ha contado todo sobre esos tíos. Son el Mando Operativo General de la Rama Ejecutiva, MOGRE. El FBI, la Policía Federal, el Servicio Secreto y las Fuerzas Especiales siguen pidiendo cierta identidad separada, como antaño hacían el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea, pero todos están sometidos a la autoridad del MOGRE, todos se dedican a lo mismo, y todos son más o menos intercambiables. Fuera de Fedlandia, todo el mundo los llama simplemente «los Feds». El MOGRE exige el derecho de ir en cualquier momento a cualquier lugar dentro de los antiguos límites de los Estados Unidos de América, sin necesidad de orden judicial o ni siquiera una buena excusa. Pero sólo se sienten en casa aquí, en Fedlandia, mirando por el cañón de un teleobjetivo, un micrófono direccional o un rifle de francotirador. Cuanto más largo mejor.
Bajo ellos, el taxi con el cliente árabe reduce a velocidad subluz y se lanza por un culebreante eslalon de barreras de hormigón, con nidos de ametralladoras de calibre 50 estratégicamente situados aquí y allá. Se detiene frente a un dispositivo DGN, a horcajadas sobre un pozo donde los chicos del MOGRE esperan con perros y focos de alta potencia para buscar bombas o agentes ABQI (atómico-biológico-químico-informativo) en los bajos del vehículo. Mientras tanto, el conductor sale y abre el capó y el maletero para que otros Feds puedan inspeccionarlos; uno se apoya en el automóvil e interroga al árabe a través de la ventanilla.
Dicen que en D.C. se han otorgado en concesión todos los museos y monumentos y los han convertido en un parque de atracciones que recauda alrededor del diez por ciento de los ingresos del Gobierno. Los Feds podrían encargarse por sí mismos de la concesión, y ganarían más dinero, pero no se trata de eso. Es algo filosófico, una cuestión de volver a los orígenes. El Gobierno debería gobernar. No se dedica a la industria del entretenimiento, ¿verdad? Que de eso se encarguen los bichos raros de la Industria, esos tipos con licenciaturas en claque. Los Feds no son así. Los Feds son gente seria. Licenciados en ciencias políticas. Presidentes del consejo de estudiantes. Directores del club de debates. La clase de gente con huevos para vestir un traje oscuro de lana y una camisa abotonada hasta el cuello incluso cuando el efecto invernadero ha aumentado la temperatura hasta los cuarenta y tres grados y la humedad es tan alta que detendría un jumbo. La clase de gente que se siente más a gusto en el lado oscuro de un vidrio unidireccional.