19

—Eso no lo han hecho con una espada —dice Hiro. Al contemplar el cadáver de Lagos ya ni siquiera siente asombro. Probablemente las emociones le caerán en tropel más tarde, cuando vaya a casa e intente dormir. Por ahora, la parte racional de su cerebro parece desconectada de su cuerpo, como si hubiese ingerido una dosis masiva de drogas, y permanece tan frío como Chillón.

—Ah, ¿no? ¿Y cómo lo sabe? —pregunta Chillón.

—Las espadas producen cortes rápidos, que atraviesan por completo. Cortas la cabeza, o el brazo. Una persona muerta con una espada no tiene ese aspecto.

—¿En serio? ¿Acaso ha matado usted a mucha gente con una espada, señor Protagonist?

—Sí. En el Metaverso.

Permanecen un rato más mirando el cadáver.

—No ha sido un golpe rápido, sino fuerte —dice Chillón.

—Cuervo parece lo bastante fuerte.

—Sí, lo parece.

—Pero no iba armado. Los Tullís lo cachearon y estaba limpio.

—Bueno, pues habrá pedido un arma prestada —dice Chillón—. Este bicho se movía por todas partes, ¿sabe? No le quitábamos ojo, porque temíamos que hiciese cabrear a Cuervo. No dejaba de ir de un sitio a otro buscando un buen punto de observación.

—Está cargado de equipo de vigilancia —dice Hiro—. Cuanto más alto, mejor.

—El caso es que llegó hasta este terraplén; y parece que el criminal sabía dónde estaba.

—El polvo —explica Hiro—. Mire los láseres.

Abajo, Sushi K hace piruetas espásticas; una botella de cerveza le rebota en la frente. Un haz de láseres barre el terraplén, claramente visibles en el fino polvo levantado por el viento.

—El tipo, el bicho, usaba láseres. En cuanto llegó aquí…

—Traicionaron su posición —completa Chillón.

—Y Cuervo vino a por él.

—No sabemos si fue él —acota Chillón—. Pero he de saber si este personaje —señala el cadáver— puede haber hecho algo para que Cuervo se sintiese amenazado.

—¿Qué es esto, terapia de grupo? ¿A quién le importa si Cuervo se sintió amenazado?

—A mí —dice Chillón de forma tajante.

—Lagos no era más que una gárgola. Una aspiradora de intel. No creo que se dedicase a las operaciones mojadas, y si lo hiciese, habría venido equipado de otra forma.

—Entonces, ¿por qué estaba Cuervo tan intranquilo?

—Supongo que no le gusta que lo vigilen —dice Hiro.

—Sí —replica Chillón—. Haría usted bien en no olvidarlo. Luego se tapa un oído con la mano para oír mejor las voces en el auricular de su radio.

—¿T.A. vio cómo ocurría esto? —pregunta Hiro.

—No —masculla Chillón un momento después—. Pero lo vio abandonar la escena del crimen. Lo está siguiendo.

—¿Y por qué diablos está haciendo eso?

—Supongo que usted se lo ordenó, o algo así.

—No pensé que se marchase tras él.

—Ella no sabe que ha matado a este tipo —le recuerda Chillón—. Acaba de llamar para dar la noticia de un avistamiento: Cuervo va en su Harley hacia Chinatown. —Y echa a correr terraplén arriba, donde hay un par de automóviles de los Garantes esperando, aparcados al borde de la autopista.

Hiro lo sigue. Gracias a la esgrima tiene las piernas en buena forma; alcanza a Chillón cuando éste llega a su coche. En cuanto el conductor abre los cierres eléctricos, Hiro se desliza en el asiento trasero mientras Chillón entra en el delantero. Chillón se vuelve para lanzarle una mirada cansina.

—Me portaré bien —dice Hiro.

—Una cosa…

—Ya sé: Nada de tontear con Cuervo.

—Justo.

Chillón mantiene la mirada de advertencia un instante más y luego se gira para indicar con un gesto al conductor que se ponga en marcha. Arranca con impaciencia tres metros de listado de la impresora del salpicadero y empieza a estudiarlo.

Hiro logra distinguir varias fotos del Tullí importante en la larga tira de papel, fotos del tipo de la barba de chivo con el que Cuervo estuvo haciendo negocios un rato antes. El impreso lo identifica como «T-Bone Murphy».

También hay una imagen de Cuervo, tomada en movimiento, no una fotografía policial. Es de muy mala calidad. La han tomado mediante algún dispositivo óptico de amplificación luminosa que difumina los colores y le da a todo un aspecto granuloso y de muy bajo contraste. Luego han procesado la imagen, haciéndola más nítida, pero también más granulosa. La matrícula no es más que un borrón ovalado, tapado por el fulgor del piloto trasero. La Harley está fuertemente inclinada; la rueda del sidecar no toca el suelo. Pero el conductor no tiene cuello visible; la cabeza, o más bien el manchón oscuro que ocupa ese lugar, se va haciendo más y más ancho hasta que se funde con los hombros. Sin duda alguna, se trata de Cuervo.

—¿Cómo es que tiene aquí fotos de T-Bone Murphy? —se extraña Hiro.

—Lo está persiguiendo —contesta Chillón.

—¿Quién persigue a quién?

—Bueno, su amiga T.A. no es precisamente una reportera experimentada, pero a juzgar por sus informes, se los ha visto en la misma zona, tratando de matarse entre sí —dice Chillón. Habla con el tono lento y distante de alguien que esté recibiendo información continua a través de los auriculares.

—Antes estaban haciendo algún tipo de negocio —explica Hiro.

—En ese caso no me extraña que ahora intenten matarse.

Una vez llegan a cierta parte de la ciudad, seguir a T-Bone y a Cuervo es únicamente cuestión de ir de ambulancia en ambulancia. Cada pocos bloques hay un ramillete de policías y médicos, luces centelleantes y radios que tosen. Lo único que tienen que hacer es ir de uno a otro.

En el primero hay un Tulli muerto en el pavimento. Un rastro de sangre de dos metros de ancho fluye de su cuerpo, cruza la calle en diagonal y desaparece en una alcantarilla. Los tipos de la ambulancia rondan por ahí, fumando y bebiendo café en tazas de papel, esperando a que los Garantes terminen de tomar medidas y fotografías para poderse llevar el cadáver al depósito. No hay ninguna aguja intravenosa, ningún resto de material médico tirado por el suelo, ningún botiquín de primeros auxilios; ni siquiera lo han intentado.

Avanzan unas cuantas esquinas más hasta la siguiente constelación de luces parpadeantes. Aquí, el personal de la ambulancia está poniéndole una escayola a la pierna de un metapoli.

—Le ha pasado la moto por encima —dice Chillón, agitando la cabeza con el tradicional desdén de los Garantes hacia sus patéticos parientes jóvenes, la MetaPol. Por fin, conecta la radio al salpicadero para que todos puedan oír. El rastro del motociclista está ya frío, y por lo que se ve, los polis locales sólo se están encargando de las secuelas. Pero un ciudadano acaba de llamar para quejarse de que un hombre con una motocicleta y otras personas están pisoteando una plantación de lúpulo en su bloque.

—A tres travesías de aquí —le indica Chillón al conductor.

—¿Lúpulo? —se extraña Hiro.

—Conozco el lugar. Es una microfábrica local de cerveza —dice Chillón—. Cultivan su propio lúpulo. Contratan jardineros de la ciudad, campesinos chinos que hacen el trabajo duro por ellos.

Cuando llegan, los primeros representantes de la autoridad en personarse en la escena del crimen, resulta evidente por qué Cuervo ha elegido dejarse perseguir en una plantación de lúpulo: es una magnífica cobertura. Las plantas de lúpulo son pesadas enredaderas cubiertas de flores que crecen sobre un emparrado de postes de bambú. El emparrado tiene dos metros y medio de altura; no hay forma de ver nada. Todos se bajan del coche.

—¿T-Bone? —llama Chillón.

—¡Por aquí! —oyen que grita alguien en inglés desde el centro del sembrado. Pero no es una respuesta a Chillón.

Se adentran cuidadosamente en la plantación. Un olor resinoso, no muy distinto del de la marihuana, lo envuelve todo: el olor penetrante de la cerveza cara. Chillón le indica a Hiro mediante gestos que se quede atrás.

En otra ocasión, Hiro lo haría. Es medio japonés, y bajo ciertas circunstancias, totalmente respetuoso de la autoridad.

Ésta no es una de esas circunstancias. Si Cuervo se le acerca lo más mínimo, Hiro piensa hablarle con su katana. Y llegado el caso prefiere no tener a Chillón cerca, porque podría perder un miembro por accidente.

—¡Eh, T-Bone! —aúlla Chillón—. ¡Somos los Garantes y estamos cabreados! Lárgate de aquí, tío. ¡Vámonos a casa!

Como única respuesta, T-Bone, o al menos eso supone Hiro, suelta una corta ráfaga con una ametralladora. El fogonazo de los disparos ilumina el lúpulo como una luz estroboscópica. Hiro se tira al suelo, clavando un hombro y enterrándose unos instantes en tierra blanda y hojas.

—¡Joder! —dice T-Bone. Es un joder defraudado, un joder con una fuerte connotación de profunda frustración y no poco miedo.

Hiro adopta una prudente posición en cuclillas. Chillón y el otro Garante ya no están a la vista.

Hiro se abre camino por el emparrado hasta un pasillo despejado más próximo a la acción.

El otro Garante, el conductor, está en el mismo pasillo, a unos diez metros, vuelto de espaldas a Hiro. Echa un vistazo girando la cabeza hacia Hiro, luego mira en dirección contraria y ve a alguien; Hiro no logra ver quién, porque el Garante le tapa la visión.

—Qué coño —dice el Garante.

Luego da un saltito, como sorprendido, y algo se mueve en la espalda de su chaqueta.

—¿De quién se trata? —pregunta Hiro. El Garante no responde. Está intentando darse la vuelta, pero algo lo impide. Algo mueve las enredaderas a su alrededor.

El Garante se estremece, inclinándose lateralmente sobre uno y otro pie.

—Tengo que soltarme —dice en voz alta sin dirigirse a nadie. Se pone a correr alejándose de Hiro. La otra persona que había en el pasillo ya se ha ido. El Garante corre con un extraño trote rígido y los brazos colgando. La cazadora verde brillante no cuelga de forma natural.

Hiro corre tras él. El Garante se dirige al extremo del pasillo, desde donde son visibles las luces de la calle.

El Garante sale de la plantación un instante antes que Hiro, y cuando éste llega a la acera, está en medio de la calle, cuya principal iluminación es el intermitente destello azul de una pantalla de vídeo aérea gigante. Se está dando la vuelta con unos pequeños y extraños pisotones, manteniendo el equilibrio a duras penas. Dice «ahh, ahh» con una voz baja y calmada que gorgotea como si le hiciese mucha falta aclararse la garganta.

Al volverse el Garante, Hiro advierte que lo han empalado con una lanza de bambú de dos metros y medio. Media le sobresale por delante y media por detrás. La mitad de atrás está manchada de sangre y negras heces; la delantera está limpia y es de color amarillo verdoso. El Garante sólo puede ver la mitad delantera, y sus manos la recorren arriba y abajo como intentando verificar lo que ven sus ojos. Entonces la mitad posterior golpea un coche aparcado, rociando la pulida puerta del maletero con un estrecho haz de mierda. La alarma salta; el Garante oye el sonido y se gira a ver qué es.

Lo último que Hiro ve de él es su figura corriendo hacia Chinatown por el centro de la calle iluminada de palpitante neón, sollozando una terrible canción aleatoria que se contrapone al gimoteo de la alarma. Hiro siente en ese momento que algo ha desgarrado el mundo y que él se balancea en el borde de la grieta, con la mirada clavada en un sitio donde no quiere estar. Perdido en la biomasa.

Hiro desenvaina la katana.

—¡Chillón! —aúlla—. ¡Está tirando lanzas! ¡Y es bastante bueno! ¡Le ha dado al conductor!

—¡Lo tengo! —grita a su vez Chillón.

Hiro vuelve a adentrarse en el pasillo más cercano. Oye un sonido hacia la derecha y usa la katana para abrirse camino hasta ese pasillo. En estos momentos no es un lugar agradable para estar, pero es mucho más seguro que quedarse plantado en la calle bajo la iluminación plutónica de la pantalla de vídeo.

Al fondo del pasillo hay un hombre. Hiro lo reconoce por el extraño perfil de su cabeza, que se amplía hasta llegar a los hombros. En la mano sostiene una pértiga de bambú recién cortada del emparrado.

Cuervo golpea un extremo con la otra mano y un trozo cae al suelo. Lleva algo brillante en la mano, aparentemente la hoja de un cuchillo. Ha cortado el extremo de la pértiga en ángulo agudo para hacer una lanza.

La arroja con fluidez. El movimiento es tranquilo y hermoso. La lanza desaparece de la vista porque viene directamente hacia Hiro.

Hiro no tiene tiempo de adoptar la posición correcta, pero no importa porque ya la había adoptado. Siempre que empuña la katana la adopta automáticamente, porque teme que de lo contrario pueda perder el equilibrio y amputarse una extremidad por accidente. Los pies paralelos y dirigidos al frente, el pie derecho más adelantado que el izquierdo, la katana sujeta a la altura de la ingle como si fuera una extensión del falo. Hiro alza la punta y golpea la lanza con la parte ancha de la espada, desviándola justo lo necesario; gira lentamente y la punta falla a Hiro por poco, enganchándose en una enredadera a su derecha. El extremo posterior se balancea y se queda colgado de la parte izquierda, rompiendo varias enredaderas mientras se detiene. Es muy pesada, y se movía muy deprisa.

Cuervo ha desaparecido.

Nota mental: tanto si en los planes de Cuervo para esta noche entraba llevarse por delante un grupo de Tullís y Garantes sin ayuda de nadie como si no, no se molestó en traerse un arma de fuego.

A varias filas de distancia suena una ráfaga de disparos. Hiro ha estado bastante tiempo ahí parado, pensando en lo que acaba de suceder. Se abre paso hasta la siguiente hilera de enredaderas y se dirige hacia los fogonazos.

—No dispares hacia aquí, T-Bone, yo estoy de tu lado —dice mientras avanza.

—¡Tío, ese malnacido me ha tirado una lanza al pecho! —se queja T-Bone. Cuando llevas blindaje, que te alcance una lanza no es gran cosa.

—Quizá deberías dejarlo correr —dice Hiro. Llegar hasta T-Bone lo está obligando a atravesar muchas filas de enredaderas, pero si sigue hablando, Hiro puede encontrarlo.

—Soy un Tulli. No dejamos correr nada —dice T-Bone—. ¿Eres tú?

—No —dice Hiro—. Aún no he llegado.

Una ráfaga de disparos muy breve, que cesa en seguida, y de repente ya nadie habla. Hiro logra pasar al siguiente pasillo y casi pisa la mano de T-Bone, amputada a la altura de la muñeca. El índice rodea la guarda del gatillo de un MAC-11.

El resto de T-Bone está a dos pasillos de distancia. Hiro se detiene y mira entre las enredaderas.

Cuervo es uno de los hombres más grandes que Hiro haya visto fuera de los acontecimientos deportivos profesionales. T-Bone retrocede alejándose de él. Cuervo, desplazándose con largas zancadas confiadas, alcanza a T-Bone y mueve una mano hacia su cuerpo; a Hiro no le hace falta ver el cuchillo para comprender que está ahí.

Parece que T-Bone saldrá de ésta con tan sólo una mano cosida y algo de rehabilitación, porque no se puede matar a una persona de una puñalada si lleva blindaje.

T-Bone grita.

Se sacude arriba y abajo sobre la mano de Cuervo. El cuchillo ha atravesado el tejido antibalas y ahora Cuervo intenta destripar a T-Bone como hizo con Lagos. Pero su cuchillo, sea lo que sea, no logra cortar el tejido. Es lo suficientemente afilado para atravesarlo, e incluso eso debería ser imposible, pero no lo bastante para desgarrarlo.

Cuervo lo saca, se apoya sobre una rodilla y desliza la mano del cuchillo en una larga elipse entre los muslos de T-Bone. Luego salta sobre el cuerpo caído y se marcha corriendo.

Hiro comprende que T-Bone es hombre muerto, así que sigue a Cuervo. Su intención no es cazarlo, sino tener una idea clara de dónde está.

Tiene que cruzar varias hileras. Pronto ha perdido a Cuervo. Considera durante unos instantes la posibilidad de correr en dirección contraria tan deprisa como pueda.

Luego oye el profundo, asfixiante retumbar de un motor de motocicleta. Hiro corre hacia la salida más próxima, intentando echarle una ojeada.

Lo consigue, aunque es muy breve, no mucho mejor que la imagen del coche de policía. Mientras se larga. Cuervo se vuelve para mirar a Hiro. Está pasando bajo una farola, así que por primera vez Hiro logra ver su cara con claridad. Es asiático. Tiene un bigote delgado que le llega por debajo de la barbilla.

Mientras Cuervo se aleja, otro Tullí sale corriendo a la calle un instante después que Hiro. Se frena un momento para hacerse cargo de la situación y luego carga contra la motocicleta como un linebacker, lanzando un grito de guerra.

Chillón aparece más o menos al mismo tiempo que el Tullí y se lanza calle abajo en persecución de ambos.

Cuervo no parece ser consciente del Tullí que lo persigue corriendo, pero en retrospectiva resulta evidente que debe de haber estado siguiendo su aproximación por el retrovisor. Cuando el Tullí está a su alcance, la mano de Cuervo suelta el acelerador durante un momento, y chasquea hacia atrás como si estuviese tirando basura. El puño golpea al Tullí en la cara como un jamón helado disparado por un cañón. Su cabeza restalla al retroceder, sus pies se levantan del suelo, da una voltereta hacia atrás casi completa y se estrella contra la calzada, golpeando primero con la nuca y dando un fuerte golpe con ambos brazos rectos en la carretera. Se parece mucho a una caída controlada, aunque si es así, ha debido de ser más por reflejo que por otra cosa.

Chillón frena, se gira y se arrodilla junto al Tullí caído, haciendo caso omiso de Cuervo.

Hiro contempla cómo el inmenso lancero y contrabandista de drogas radiactivo cabalga su moto rumbo a Chinatown, lo cual, a efectos de perseguirlo, es lo mismo que si fuese a la China.

Se aproxima al Tullí, que yace en medio de la calle con los brazos en cruz. La parte superior de su rostro es difícil de distinguir. Tiene los ojos medio abiertos y una expresión bastante relajada.

—Es un puto indio o algo así —dice quedamente. Interesante idea, pero Hiro sigue pensando que es asiático.

—¿Qué coño creías que hacías, gilipollas? —dice Chillón. Suena tan cabreado que Hiro se aparta de él.

—Ese mamón nos la ha jugado. El maletín se ha quemado —masculla el Tulli, con la mandíbula aplastada.

—¿Y por qué no lo disteis por perdido y ya está? ¿Teníais que perseguir a Cuervo? ¿Estáis locos?

—Nos la ha jugado. Nadie hace eso y sale con vida.

—Pues Cuervo acaba de hacerlo —replica Chillón. Está empezando a calmarse un poco. Se gira en redondo y mira a Hiro.

—T-Bone y el conductor probablemente estén muertos —dice Hiro—. Y sería mejor no mover a este tipo; podría tener el cuello roto.

—Tiene suerte de que no se lo rompa yo —contesta Chillón. La ambulancia llega a tiempo de ponerle al Tulli un collarín hinchable antes de que se envalentone e intente levantarse. En pocos minutos se lo han llevado de allí.

Hiro vuelve a la plantación en busca de T-Bone. Está muerto, recostado de rodillas contra un emparrado. La puñalada a través de su traje antibalas posiblemente habría sido fatal, pero Cuervo no se contentó con eso. Desgarró la cara interior de los muslos de T-Bone, abriéndolos hasta el hueso. Al hacerlo provocó grandes desgarrones longitudinales en ambas arterias femorales, de forma que T-Bone se desangró por completo. Es igual que si cortases el fondo de una taza de plástico.