Llega una hora antes de tiempo. Su objetivo era llegar media hora antes, pero en cuanto pone la vista en Compton comienza a conducir como un loco: había oído historias, claro, pero ¡Dios mío! Las franquicias feas y baratas suelen adoptar logotipos con un exceso de horrible amarillo brillante, así que Alameda Street destaca claramente frente a él, como un chorro de orina radiactiva eyectada hacia el sur desde el mismo centro de Los Angeles. Jason se mete en el centro, haciendo caso omiso de las divisorias de los carriles y de los semáforos en rojo, y pisa el acelerador a fondo.
Muchas franquicias son de las que usan logos amarillos y están en el lado equivocado de la carretera, Uptown, Narcolombia, Cayman Plus, Metazania y El Talego. Pero los fransulados de Nova Sicilia destacan en este lodazal como islas rocosas: cabezas de puente en los esfuerzos de la Mafia por oponerse a la abrumadora fuerza de Narcolombia.
Las peores parcelas, que ni siquiera El Talego querría, suelen ser las elegidas por aquellos directores de franquicia ahorrativos que acaban de desembolsar un millón de yenes por una licencia de Narcolombia y que necesitan un terreno, cualquier terreno, que puedan rodear con una valla y extraterritorial izar. Esos fransulados locales envían gran parte de su recaudación a Medellín, como tarifa de franquicia, y conservan apenas lo suficiente para pagar los costes de operación.
Algunos intentan hacer trampas, embolsarse unos cuantos billetes cuando creen que las cámaras de seguridad no miran, y huir calle abajo al fransulado más cercano de Cayman Plus o Los Alpes, que en estas zonas abundan como las moscas sobre un cadáver. Pero pronto comprenden que en Narcolombia casi todo es un crimen capital y que no hay sistema judicial propiamente dicho, sino únicamente escuadrones de la justicia volantes que tienen derecho a abrirse camino en tu fransulado a cualquier hora del día o de la noche y enviarle tus registros por fax al ordenador de Medellín, famoso por su meticulosidad. No hay nada que joda más que el que te planten frente a un pelotón de fusilamiento contra la pared de atrás de un negocio que has construido con tus propias manos.
Tío Enzo piensa que, dado el énfasis que pone la Mafia en la lealtad y en los valores familiares más tradicionales, pueden contratar a muchos de esos empresarios antes de que se conviertan en ciudadanos narcolombianos.
Y eso explica las vallas publicitarias que Jason encuentra con creciente frecuencia según se adentra en Compton. El rostro de Tío Enzo parece sonreír beatíficamente desde todas las esquinas. La mayoría de imágenes lo muestran con el brazo sobre los hombros de un saludable chaval negro, y sobre ellos los eslogans:
LA MAFIA:
¡TIENES UN AMIGO EN LA FAMILIA!
O bien
TRANQUILO:
HAS ENTRADO EN UN BARRIO CON VIGILANCIA MAFIOSA
O
TÍO ENZO PERDONA Y OLVIDA.
Este último suele acompañar a una imagen del Tío Enzo con el brazo sobre los hombros de un adolescente, soltándole un severo sermón de tío a sobrino. Es una alusión al hecho de que los colombianos y los jamaicanos matan prácticamente a cualquiera.
¡QUIETO AHÍ, JOSÉ! Es Tío Enzo con una mano en alto para detener a un hispano que blande una Uzi; tras él hay una falange panétnica formada por niños y abuelitas, resueltamente armados con bates de béisbol y sartenes.
Oh, claro que los narcolombianos siguen controlando las hojas de coca, pero ahora que Industrias Farmacéuticas Japonesas casi ha terminado su gran planta de síntesis de cocaína en Mexicali, eso dejará de tener importancia. La Mafia está apostando a que cualquier jovencito listo que vaya a comenzar un negocio estos días se fijará en las vallas y se lo pensará dos veces. ¿Por qué vas a ahogarte en tus propias entrañas en el patio trasero de un Buy’n’Fly cuando puedes vestir una elegante chaqueta color ladrillo y entrar a formar parte de una alegre familia? ¿Y más ahora que tienen capos negros, hispanos y asiáticos que respetarán tu identidad cultural? Jason confía en que, a la larga, la gente sabrá elegir.
En un sitio así, su Oldsmobile negro es una puta diana. Es lo peor que haya visto Compton en toda su vida. Leprosos asando perros en espetones sobre cubos de queroseno en llamas. Vagabundos que empujan carretillas cargadas con empapados coágulos de billetes de millón y de mil millones de dólares que han sacado de las alcantarillas. Cosas atropelladas, enormes, tan grandes que sólo pueden ser personas, aplastadas hasta formar abultados manchones que se extienden un bloque de longitud. Barricadas en llamas que cruzan las principales avenidas. Nada de franquicias a la vista. El Oldsmobile emite unos estallidos sordos, y Jason no logra entender qué es hasta que comprende que la gente le está disparando. ¡Menos mal que dejó que su tío lo convenciera para ponerse blindaje completo! Cuando se da cuenta de eso, se pone a cien. ¡Cómo mola, colega! ¡Va por ahí con su Olds y esos hijoputas le disparan, y no pasa nada!
Aires bloques de distancia, todas las calles están cortadas por camionetas militares de la Mafia. Hay hombres al acecho sobre edificios calcinados, armados con carabinas de dos metros y ataviados con abrigos negros con la palabra MAFIA escrita en la espalda con letras fluorescentes de trece centímetros.
Sí, tío, esto es real, es la puta realidad.
Al acercarse al puesto de control nota que el Oldsmobile lleva ahora una mina portátil. Si él es el tipo equivocado, convertirá el auto en un dónut de acero. Pero no; él es el tipo adecuado. Tiene una tarea prioritaria, un montón de documentos en el asiento junto a él, envueltos y bien presentados.
Baja la ventanilla y un vigilante de alto nivel de la Mafia le dispara con un escáner retinal; nada de tarjetas de identificación ni tonterías de ésas. En un microsegundo saben quién es. Se reclina contra el reposacabezas, moviendo el retrovisor para poder mirarse en él y comprobar el peinado. No está mal.
—Colega —dice el guardia—, no estás en la lista.
—Sí que estoy —replica Jason—. Es una entrega prioritaria. Tengo los papeles aquí mismo.
Le pasa al guardia una copia impresa de la orden de ruta de ParceINet, quien la estudia, gruñe y se mete en la camioneta, que está festoneada de antenas.
Hay una espera muy, muy larga.
Un hombre se aproxima a pie, cruzando el solar entre la franquicia de la Mafia y el perímetro. El aparcamiento vacío es un desierto de ladrillos calcinados y cables eléctricos retorcidos, pero este caballero se abre paso como Cristo sobre el mar de Galilea. Lleva un traje completamente negro, igual que su cabello. Ningún guardia lo acompaña. Así de buena es la seguridad del perímetro.
Jason se fija en que todos los guardias del puesto de control están ahora un poco más erguidos, enderezando las corbatas, ajustando los puños de las camisas. Jason quiere salir de su Oldsmobile picoteado de balazos para mostrar el adecuado respeto a ese tipo, sea quien sea, pero no puede abrir la puerta porque hay un enorme guardia ahí parado, usando el techo como espejo.
Y en un momento el tipo ya está aquí.
—¿Es él? —le pregunta a un guardia.
El guardia mira a Jason un instante con cara de incrédulo, luego vuelve la vista hacia el tipo importante del traje negro y asiente.
El hombre del traje negro asiente a su vez, ajusta un poco las mangas de la camisa, mira de reojo a su alrededor durante unos instantes, mira a los francotiradores de los tejados, mira a todas partes menos a Jason.
Luego se adelanta un paso. Uno de sus ojos es de cristal y no mira en la misma dirección que el otro. Jason piensa que está mirando hacia otro lado, pero está mirando a Jason con el ojo auténtico. O quizá no. Jason es incapaz de distinguir cuál de los dos ojos es auténtico. Se estremece y se pone rígido como un cachorrillo en un congelador.
—Jason Breckinridge —dice el hombre.
—Bomba de Hierro —le recuerda Jason.
—Cállate. Durante el resto de esta conversación, no digas nada. Cuando te explique en qué has metido la pata, no digas que lo sientes porque ya sé que lo sientes. Y cuando te marches de aquí con vida, no me des las gracias por estar vivo. Ni siquiera te despidas de mí.
Jason asiente.
—Estoy tan cabreado que ni siquiera quiero que asientas. Quédate inmóvil y cállate. De acuerdo, ahí voy. Esta mañana te asignamos una tarea prioritaria. Era francamente fácil. Lo único que tenías que hacer era leer el puto pedido. Pero no lo leíste. Decidiste entregar el puto envío tú mismo, cosa que el pedido te decía explícitamente que no hicieses.
Los ojos de Jason apuntan brevemente hacia el fardo de documentos que hay en el asiento.
—Ah, esa mierda —comprende el hombre—. No nos importan tus putos documentos. No nos interesas tú ni tu puta franquicia en mitad de ninguna parte. Lo único que nos interesaba era la korreo. El pedido decía que la entrega debía realizarla una korreo que trabaja en tu zona y se llama T.A. Resulta que al Tío Enzo le agrada T.A. y quiere conocerla. Ahora, como tú la has cagado. Tío Enzo no va a ver cumplido su deseo. Qué desenlace tan terrible. Qué vergüenza. Qué metedura de pata más increíble, que es exactamente lo que ha sido. Es tarde para salvar tu franquicia, Jason Bomba de Hierro, pero quizá no sea demasiado tarde para impedir que las ratas de la alcantarilla se merienden tus pezones esta noche.