Cuervo da un par de amplias y perezosas barridas a lo largo del perímetro del gentío, muy lentamente, mirando en todas direcciones. Su actitud es irritantemente calmosa y relajada.
Luego se dirige hacia la oscuridad, alejándose de la multitud. Mira otro poco a su alrededor, comprobando el perímetro del barrio de chabolas. Y por último hace girar la Harley en una trayectoria que lo lleva hacia el tipo importante de los Tullís. El del alfiler de corbata de zafiros y el destacamento privado de seguridad.
Hiro se abre camino entre la multitud, yendo en esa dirección pero tratando de disimularlo. Esto promete ser interesante.
Según se aproxima Cuervo, los guardaespaldas cierran filas en torno al jefazo Tulli, formando un impreciso anillo defensivo alrededor de él. Cuando se acerca más, todos ellos retroceden uno o dos pasos, como si el hombre estuviese rodeado por un campo de fuerza invisible. Por fin se detiene, dignándose a poner los pies en el suelo. Antes de bajarse de la Harley pulsa unos cuantos interruptores del manillar. Luego, anticipando lo que se avecina, se yergue con los pies separados y los brazos en alto.
Se le acerca un Tulli por cada lado. No parecen felices por esta faena, y no dejan de lanzar miradas de reojo a la motocicleta. El jefe Tulli los azuza, empujándolos hacia Cuervo con las manos. Ambos llevan un detector de metales portátil. Pasean los detectores alrededor de su cuerpo y no encuentran nada, ni la más pequeña partícula de metal, ni siquiera monedas en el bolsillo. El tipo es cien por cien orgánico. Así que al menos el aviso de Lagos acerca del cuchillo de Cuervo ha resultado ser una tontería.
Los dos Tullís vuelven rápidamente con el resto del grupo. Cuervo los sigue, pero el jefe Tulli retrocede un paso y levanta ambas manos haciendo un gesto de que se detenga. Cuervo se para donde está mientras la sonrisa burlona retorna a su rostro.
El jefe Tulli se gira y hace un gesto en dirección a su BMW negro. La puerta trasera de éste se abre y aparece un hombre, un negro más joven y más menudo de gafas redondas que lleva vaqueros y grandes zapatillas blancas de deporte y el típico equipo de estudiante.
El estudiante camina lentamente hacia Cuervo, mientras saca algo del bolsillo. Es un dispositivo portátil, pero demasiado grande para ser una calculadora. Tiene un teclado en la parte superior, y una especie de ventanilla en un extremo, que el estudiante apunta hacia Cuervo. Sobre el teclado hay una pantalla de LED y bajo ella una luz roja intermitente. El estudiante lleva unos auriculares que están conectados en una ranura del extremo inferior del aparato.
Para empezar el estudiante apunta la ventanilla al suelo, luego al cielo, después a Cuervo, sin quitarle ojo a la luz roja parpadeante y a los EED. Tiene todo el aspecto de un rito religioso, como si aceptase datos digitales del espíritu del cielo, luego del espíritu de la tierra y finalmente del ángel motero negro.
Entonces empieza a caminar lentamente hacia Cuervo, paso a paso. La luz roja parpadea de forma intermitente, sin seguir ningún patrón ni ritmo particular.
El estudiante llega hasta un metro de Cuervo y lo rodea varias veces, siempre con el dispositivo apuntado hacia él. Cuando termina se aparta vivamente, gira y lo apunta hacia la motocicleta. Al hacerlo, la luz roja parpadea con mucha más rapidez.
El estudiante se reúne con el jefe Tullí, se quita los auriculares y mantiene una breve conversación con él. El Tulli escucha al estudiante pero no aparta los ojos de Cuervo, hace algunos gestos de asentimiento y finalmente le da una palmadita en el hombro al estudiante y lo envía de vuelta al BMW.
Era un contador Geiger.
Cuervo se acerca al gran Tullí. Se dan la mano, un viejo euroapretón estándar, nada de extrañas variaciones. No es una reunión realmente amistosa. El Tulli tiene los ojos demasiado abiertos, Hiro puede distinguir los pliegues de su frente, y su postura y su rostro gritan claramente: Que alguien me quite de encima a este marciano.
Cuervo vuelve a su vehículo radiactivo, suelta unos cuantos cables y extrae un maletín metálico. Se lo entrega al jefe Tulli y vuelven a darse la mano. Fuego se gira de nuevo, camina lenta y tranquilamente de vuelta a su motocicleta, se sube y se aleja con un puf-puf.
A Hiro le encantaría quedarse y mirar un poco más, pero sospecha que Fagos cubre este evento. Además, tiene otras cosas que hacer. Dos limusinas se abren camino entre la gente, en dirección al escenario.
Las limusinas se detienen, y de ellas empiezan a bajarse japoneses. Ataviados de negro, absolutamente no funky, permanecen desmañadamente en medio de la fiesta/tumulto, como un puñado de uñas rotas suspendidas de un molde de gelatina de colores. Finalmente, Hiro reúne fuerzas suficientes para acercarse y mirar por la ventanilla para averiguar si se trata de quien él piensa.
No logra ver nada a través del cristal ahumado. Se dobla, pone la cara al lado de la ventanilla, intentando que resulte muy evidente.
Sigue sin haber respuesta. Llama a la ventanilla.
Silencio. Mira al séquito. Todos lo están mirando, pero cuando él levanta la vista todos miran hacia otro lado, acordándose repentinamente de dar una calada de sus cigarrillos o frotarse las cejas.
Dentro de la limusina sólo hay una fuente de luz lo bastante brillante para verse a través del cristal ahumado, y es el distintivo rectángulo abultado de una pantalla de televisión.
Qué diablos. Esto es América, Hiro es medio americano, y no hay razón alguna para llevar ese asunto de la cortesía hasta extremos enfermizos. Abre la puerta de un tirón y mira dentro.
Sushi K está sentado entre otros dos jóvenes japoneses, programadores de su equipo de ingeniería de imagen. Lleva el peinado desconectado, por lo que parece un afro de color naranja. Viste un traje de escena a medio montar, así que es de suponer que espera actuar esta noche. Al parecer ha aceptado la oferta de Hiro.
Está viendo un programa de televisión muy conocido, llamado Cámara espía. Está producido por la CCI y sindicado por uno de los grandes estudios. Es un reality show. la CCI escoge a un agente que esté involucrado en una operación «mojada» —que realiza auténtico trabajo de espionaje— y lo equipa como una gárgola, de forma que todo lo que ve y oye se transmite al cuartel general en Langley. Luego ese material se usa para hacer un programa semanal de una hora.
Hiro jamás lo ve. Ahora que trabaja para la CCI lo encuentra molesto. Pero ha oído chismes sobre el programa y sabe que esta noche emiten el penúltimo episodio de una serie de cinco. La CCI ha logrado colar a un hombre en la Almadía, donde intenta infiltrarse en una de sus muchas pintorescas y sádicas bandas de piratas: la organización de Bruce Lee.
Hiro entra en la limusina y le echa un vistazo a la tele justo a tiempo de ver al mismísimo Bruce Lee, desde el punto de vista del desafortunado espía gárgola, aproximándose por el húmedo pasillo de algún barco perdido en la Almadía. La hoja de la espada samurai de Bruce Lee chorrea gotas de condensación.
—Los hombres de Bruce Lee han atrapado al espía en un viejo barco factoría coreano en el Núcleo —explica entre dientes uno de los esbirros de Sushi K—. Ahora lo están buscando.
De pronto, un brillante foco ilumina a Bruce Lee, haciendo que su característica sonrisa diamantina brille como el brazo de una galaxia. En medio de la pantalla aparece una cruz que se centra en la frente de Bruce Lee. Por lo visto el espía ha decidido que tiene que salir de este lío y está apuntando alguna potente arma de la CCI al cráneo de Bruce Lee. Pero entonces un manchón difuso aparece por un lado, una misteriosa forma oscura que tapa la vista de Bruce Lee. La mira está ahora centrada en… ¿qué, exactamente?
Para averiguarlo habrá que esperar a la semana próxima.
Hiro se sienta frente a Sushi K y los programadores, junto al televisor, de forma que pueda tener una buena vista del tipo.
—Soy Hiro Protagonist. Supongo que recibió mi mensaje.
—¡Fabu! —grita Sushi K, usando la abreviación japonesa de ese polivalente adjetivo holliwoodiense, «fabuloso»—. Hiro-san, tengo una profunda deuda con usted por esta oportunidad única de representar mi modesto trabajo ante tal audiencia. —Lo dice todo en japonés excepto «oportunidad única».
—Pido humildemente disculpas por organizarlo todo de forma tan precipitada y fortuita —dice Hiro.
—Me duele profundamente que sienta la necesidad de disculparse cuando me ha dado la oportunidad por la que cualquier rapero japonés lo daría todo: representar mi humilde trabajo frente a auténticos pandilleros de los guetos de L.A.
—Me abochorna profundamente tener que explicar que estos fans no son exactamente pandilleros de los guetos, como quizá mi descuido le haya hecho creer. Son surfistas. Patinadores a los que les gusta tanto el rap como el heavy metal.
—Ah, está bien —dice Sushi K, pero su tono de voz indica que no está nada bien.
—También hay representantes de los Tul lis —añade Hiro pensando a toda velocidad, incluso para sus estándares de velocidad—, y si su actuación es bien acogida, como estoy seguro de que lo será, la noticia se extenderá entre su comunidad.
Sushi K. baja la ventanilla, y en un instante el nivel de decibelios se quintuplica. Contempla el público, cinco mil personas de cuota de mercado en potencia, jóvenes con e\ funky en la mente. Jamás han oído ninguna música que no fuese perfecta, bien el perfecto sonido digital de estudio de sus reproductores de CD o bien la perfecta actuaron fuzz-grunge de los mejores, los grupos que vienen a Los Angeles, a hacerse un nombre, tras haber sobrevivido en el combate de gladiadores que constituye el ecosistema de los clubs. El rostro de Sushi K se ilumina con una mezcla de alegría y terror. Tiene que salir ahí y plantar cara, frente a la hirviente biomasa.
Hiro sale y le prepara el terreno. Resulta fácil. Luego lo deja; ya ha hecho su trabajo. No tiene sentido perder el tiempo con este insignificante asunto de Sushi K mientras Cuervo está ahí fuera, representando una fuente de ingresos mucho mayor, así que vuelve a desplazarse hacia la periferia.
—Eh, usted, el de las espadas —le grita alguien.
Al volverse ve acercarse a uno de los Garantes enfundados en chaquetas verdes. Es el tipo bajito y fornido del micrófono, el que está a cargo de la seguridad.
—Chillón —dice, tendiendo la mano.
—Hiro —contesta éste estrechándosela y entregándole luego su tarjeta de visita. No hay razón para ser modesto con estos tíos—. ¿Qué puedo hacer por usted. Chillón?
—¿Es usted quien está a cargo de esto? —pregunta Chillón tras leer la tarjeta. Muestra una cortesía exagerada, estilo militar. Es un tipo calmo, maduro, un modelo a imitar, como el entrenador de fútbol americano de un instituto.
—Si es que se puede decir que alguien lo está.
—Señor Protagonist, hace unos minutos hemos recibido una llamada de una amiga suya llamada T.A.
—¿Hay algún problema? ¿Se encuentra bien?
—Oh, sí, señor, ella está bien. Pero ¿se acuerda del bicho con quien hablaba usted antes?
Hiro jamás ha oído usar así la palabra «bicho», pero comprende que Chillón se refiere a la gárgola, Lagos.
—Sí —dice.
—Bueno, pues T.A. nos ha avisado de que se ha producido una circunstancia que involucra a ese caballero. Hemos pensado que querría echar una mirada.
—¿Qué sucede?
—Esto… Es preferible que me acompañe, ¿sabe? Hay cosas que son más fáciles de mostrar que de explicar con palabras.
En el momento en que Chillón se gira, arranca el primer rap de Sushi K. Su voz suena tensa y crispada.
Me llamo Sushi Ky vengo ante la gente para rapear de manera diferente
Números uno de cualquier ciudad echaos a temblar: aquí llega Sushi K
Recito las palabras, todas con esmero y no como las dice un bobo topiquero
Como una galaxia reluce mi peinado pues mi tecnología da un mejor acabado
Hiro sigue a Chillón lejos del gentío, hasta el área débilmente iluminada junto a las chabolas. Sobre ellos, en el terraplén del viaducto, distingue unas formas enfundadas en verde fosforescente: Garantes que orbitan un atractor extraño.
—Cuidado donde pisa —dice Chillón cuando comienzan a subir el terraplén—. En algunos sitios resbala.
Me gusta rapear sobre un romance bello bájate las bragas y vamos ya con ello
Escucha el recital cantado con pasión que ofrece Sushi K, la nueva sensación
Su jerga nipoinglesa es toda una pasada y su lengua afilada, igual que una espada
Viene desde Asia por todo el Pacífico del Nuevo Paraíso, si somos específicos
Se trata de la típica pendiente de tierra y piedras sueltas que parece que vaya a desaparecer con las primeras lluvias. Aquí y allá crecen salvias, cactos y amarantos, todos ellos ralos y medio muertos debido a la contaminación.
Es difícil ver algo con claridad, porque allá abajo Sushi K está dando saltos en el escenario y los cegadores rayos naranja de su peinado cruzan el terraplén a velocidad casi supersónica, lanzando su luz sobre la hierba y las piedras y dándole a todo un extraño aspecto descolorido, como una imagen congelada de alto contraste. Los ejecutivos que van a trabajar oyen su canción: es una bomba nuclear Gojiro el gigante y su aliento de fuego será para siempre mi héroe de juegos Su rapeo mutante arrasa la ciudad empieza ya a invertir en valores Sushi K En la bolsa de Tokio nadie lo amenaza ningún otro ropero siquiera deja traza Apuesta sin dudar por la mejor inversión compra acciones ya de Sushi K Corporación Chillón sube directamente, paralelo a una huella reciente de motocicleta que ha dejado una profunda marca en la tierra amarilla y suelta. Consiste en una marca amplia y profunda y una más estrecha que sigue un rumbo paralelo, un poco más a la derecha. A medida que ascienden, la huella se hace más profunda. Más profunda y más oscura.
Cada vez parece menos una huella de motocicleta sobre el polvo suelto y más un canal de desagüe de algún siniestro flujo negro.
Desembarca en América, y antes de nada, se forman grandes filas de gente amedrentada
«¡Quédate en Japón! ¿Para qué vas a venir? ¡Aquí no queda nadie capaz de competir!»
Roperos de la Unión que lloran como niñas pidiendo precaución y medidas proteccionistas
El rap de Sushi K los tiene acojonados temen que les quite todo su mercado
Con un respaldo económico potente en América ni sueñan con hacerle frente
La maquinaria Sushi K monta sus conciertos con rápida eficiencia y con sin par acierto
Es un mecanismo rápido y preciso que aplasta roperos sin hacer un inciso
Uno de los Garantes que hay en lo alto lleva una linterna. Mientras se mueve barre el terreno en un ángulo plano, iluminando el suelo como un foco. Durante un instante la luz ilumina la rodada de la motocicleta y Hiro descubre que se ha convertido en un río de sangre roja, brillante y oxigenada.
Aprendió inglés de forma intensiva lo une al japonés: una mezcla explosiva Con esa genial megacombinación pronto tendrá fans en cualquier nación Los chicos de Hong Kong también hablan inglés suspiran por roperos como éste que aquí ves
Todos los anglófonos que quedan escondidos tarde o temprano aguzan el oído Sueñan con tener un ropero consagrado porque ya están hartos de tanto fracasado Lagos yace en el suelo, tumbado sobre la huella de neumáticos. Lo han abierto en canal como un salmón, con un único corte de bordes suaves que comienza en el ano y sube por el vientre, divide el esternón y termina en la mandíbula. No es una cuchillada superficial; en algunos puntos llega hasta la columna. Las tiras de nilón negro que sujetaban las piezas del ordenador y que cruzan esa línea central han sido limpiamente cortadas, y la mitad del equipo está tirado en el polvo.
Dominaré la radio de noche y de día y no quedará nadie con mejor demografía Mi departamento de ventas y estadística predice en el futuro velocidad balística Las acciones Sushi K suben sin parar y ningún otro ropero podrá reaccionar