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La Unidad de Guardia Semi-Autónoma número A-367 de las Industrias de Seguridad Ng vive en un placentero Metaverso en blanco y negro donde las costillas crecen en los árboles, colgadas de ramas bajas a la altura de la cabeza, y frisbis empapados en sangre cruzan el aire frío y vivificante sin ninguna razón, simplemente esperando a que los caces.

Tiene un patio sólo para él, rodeado por una valla. Sabe que no puede saltar la valla. Nunca lo ha intentado, porque sabe que no puede. Tampoco sale al patio, a menos que sea preciso. Fuera hace calor.

Tiene un trabajo importante: proteger el patio. A veces entra y sale gente del patio. La mayoría de las veces son buena gente, y él no los molesta. No sabe por qué son buena gente; simplemente lo sabe. A veces son mala gente, y él tiene que hacerles cosas malas para que se marchen. Eso es lo correcto y adecuado.

Fuera, en el mundo más allá de este patio, hay otros patios con otros perritos como él. No son perros malos. Son sus amigos.

El perrito más próximo está muy lejos, más lejos de lo que alcanza la vista. Pero a veces lo oye ladrar, cuando una persona mala se acerca a su patio. A veces oye otros perritos del vecindario, toda una jauría extendiéndose en la distancia, en todas direcciones. Pertenece a una linda jauría de amables perritos.

El y los otros perritos ladran siempre que un desconocido entra en su patio, o incluso cuando se acerca a él. El desconocido no lo oye, pero los otros perritos de la jauría sí. Si viven cerca, se ponen nerviosos. Se despiertan y se preparan para hacerle cosas malas a ese extraño si por casualidad intentase colarse en sus patios.

Cuando un perrito del barrio le ladra a un forastero, junto con el ladrido llegan a su mente imágenes y sonidos y olores. De buenas a primeras sabe cuál es el aspecto del desconocido. Cómo huele. Cómo suena. Por tanto, si ese extraño se acercase a su patio, lo reconocería. Ayudaría a extender el ladrido a los otros perritos buenos para que toda la jauría pueda estar preparada para enfrentarse con él.

Esta noche, la Unidad de Guardia Semi-Autónoma número A-367 está ladrando. No está transmitiendo a la jauría el ladrido de otro perrito. Ladra porque está muy nervioso por lo que ocurre en su patio.

Primero llegaron dos seres humanos. Esto lo alteró porque entraron muy deprisa. Sus corazones latían muy deprisa y sudaban y olían a miedo. Los miró para ver si llevaban cosas malas.

El pequeño lleva cosas un poco atrevidas, pero no realmente malas. El grande lleva algunas cosas bastante malas. Pero, de algún modo, sabe que con el grande no hay problema. Pertenece a este patio. No es un extraño; vive aquí. Y el pequeño es su invitado.

Pese a todo, siente que está sucediendo algo excitante. Comienza a ladrar. La gente del patio no oye sus ladridos; pero los otros lindos perritos de la jauría, muy lejos, sí lo oyen y al hacerlo, ven a esas dos personas buenas y asustadas, los huelen y los oyen.

Luego entra más gente en su patio. También están nerviosos: puede oír cómo les late el corazón. La boca se le llena de saliva al oler la sangre caliente y salada que bombea a través de sus arterias. Esas personas están nerviosas y enfadadas y un poquito asustadas. No viven aquí; son extraños. Los extraños no le gustan demasiado.

Los mira y ve que llevan tres revólveres, un 38 y dos magnum 357; que el 38 está cargado con munición de punta hueca, uno de los 357 lleva balas de teflón y está amartillado; y que la escopeta recortada está cargada con postas y ya tiene un cartucho en la recámara, además de otros cuatro en el cargador.

Las cosas que llevan los extraños son malas. Cosas temibles. Se pone nervioso. Se enfada. También se asusta un poco, pero le gusta estar asustado; para él es lo mismo que estar excitado. En realidad, sólo tiene dos emociones: dormido, y sobrecargado de adrenalina.

¡El desconocido malo de la escopeta está alzando su arma!

Es una cosa absolutamente terrible. Un montón de extraños malos y nerviosos están invadiendo su patio con cosas malvadas; quieren hacer daño a los visitantes buenos. A duras penas tiene tiempo de ladrarles un aviso a los otros perritos buenos antes de lanzarse fuera de la perrera, impulsado por un candente chorro de pura emoción animal.

T.A. capta un parpadeo breve con su visión periférica y oye un sonido metálico. Mira en esa dirección y ve que la luz procede de la puerta de una especie de perrera empotrada en el lateral de la franquicia de Hong Kong. Hace apenas unos instantes, algo ha abierto violentamente la puerta de la perrera y ha salido del interior en dirección al césped con la velocidad y la determinación de una bala de obús.

Mientras la mente de T.A. graba todo esto, oye gritar a los tayikos. No son gritos de ira, ni tampoco de miedo. Aún no han tenido tiempo de asustarse. Es el grito de alguien a quien le acaban de volcar sobre la cabeza un cubo de agua helada.

El griterío no ha cesado aún, y ella todavía está girando la cabeza para mirar a los tayikos, cuando la puerta emite otro chorro de luz. Sus ojos se vuelven una fracción de segundo en esa dirección; cree haber visto algo, una larga sombra redonda recortada contra la luz durante un confuso instante mientras la puerta se abría hacia dentro. Pero cuando enfoca la vista, no ve nada excepto el balanceo de la puerta, como antes. Son las únicas impresiones que han quedado en su mente, con la excepción de un detalle más: un reguero de chispas que bailaban sobre el césped, de la perrera a los tayikos y luego de vuelta, durante el segundo que ha durado todo el suceso, como si un cohete hubiese recorrido el aparcamiento.

La gente dice que las Criaturas Ratas corren sobre cuatro patas. Quizá sus garras reboticas produzcan esas chispas al agarrarse al suelo para conseguir tracción.

Los tayikos siguen en movimiento. Algunos han salido despedidos hacia el césped y todavía están rebotando y rodando. Otros aún no han terminado de caer. Están desarmados. Aún hacen el gesto de sujetar el arma con las dos manos, aún gritan, aunque ahora sus voces están teñidas de un cierto miedo. A uno de ellos le han desgarrado los pantalones desde la cintura hasta el tobillo, y hay una tira de tejido en el suelo, como si le hubiese vaciado el bolsillo de algo que tenía demasiada prisa para soltar antes de irse. Quizá ese tipo escondía un cuchillo.

No hay nada de sangre. La Criatura Rata es muy precisa. No obstante, se agarran las manos y aúllan. Quizá sea cierto lo que dicen, que cuando las Criaturas Ratas quieren que sueltes algo te lanzan una descarga eléctrica.

—Mira —se oye decir a sí misma—, tienen armas de fuego.

—No, no las tienen —dice Hiro, volviéndose y sonriéndole. Sus dientes son rectos y muy blancos; tiene una sonrisa inquietante, una sonrisa de carnívoro—. Las armas de fuego son ilegales en Hong Kong, ¿recuerdas?

—Tenían armas hace tan sólo un segundo’ —insiste T.A., abriendo mucho los ojos y sacudiendo la cabeza.

—Ahora las tiene la Criatura Rata —dice Hiro.

Los tayikos deciden que es mejor largarse. Echan a correr, se suben a sus taxis y se marchan con un chirriar de neumáticos.

T.A. da marcha atrás con el taxi, conduciendo sobre las llantas, pasa sobre el DGN, llega a la calle y aparca junto a la acera. Vuelve a entrar en la franquicia de Hong Kong, dejando tras de sí una nebulosa de frescor aromático como la cola de un cometa. Curiosamente, está pensando en cómo sería pasar un rato en el asiento trasero del coche con Hiro Protagonist. Muy agradable, probablemente. Pero tendría que quitarse la dentata, y éste no es el lugar adecuado. Además, cualquiera lo bastante honesto como para venir a ayudarla a escapar del Clint posiblemente sentirá escrúpulos ante la idea de tirarse a una quinceañera.

—Eso ha sido muy amable por tu parte —dice él, señalando con un gesto al taxi aparcado—. ¿Le vas a pagar también los neumáticos?

—No. ¿Y tú?

—En estos momentos tengo problemas de liquidez. Ella se detiene en medio del césped de Hong Kong. Se miran mutuamente de arriba abajo con detenimiento.

—Llamé a mi novio, pero me dejó tirada —explica T.A.

—¿También es patinador?

—Eso es.

—Has cometido el mismo error que cometí yo una vez —dice él.

—¿Y cuál es?

—Mezclar el trabajo con el placer. Salir con una colaboradora. Las cosas se complican mucho.

—Sí, entiendo. —Ella no está segura de qué es un colaborador—. Estaba pensando que podríamos ser socios.

T.A. se temía que se burlara, pero en vez de eso él sonríe y asiente ligeramente.

—A mí se me había ocurrido lo mismo —dice—. Pero tengo que pensar cómo podría funcionar la cosa.

Le sorprende de que a él se le haya ocurrido. Luego controla su acceso de estupidez y piensa: Es palabrería. Probablemente está mintiendo, y todo esto terminará con un intento por su parte de llevarme al huerto.

—Tengo que irme —dice T.A—. He de ir a casa.

Ahora veremos cuan rápidamente pierde interés en todo eso de ser socios. Le da la espalda.

De repente, las luces reboticas de Hong Kong los perforan una vez más.

T.A. siente un agudo impacto en las costillas, como si alguien la hubiese golpeado. Pero no ha sido Hiro. Él es un bicho raro e imprevisible que lleva espadas, pero T.A. se huele los tipos violentos con las mujeres a kilómetros.

—¡Ay! —exclama, apartándose del punto de impacto. Mira al suelo y ve un objeto pequeño y pesado que rebota a sus pies. En la calle, un taxi viejo hace chirriar sus neumáticos y se larga como alma que lleva el diablo. Por la ventanilla trasera asoma un tayiko, agitando el puño en dirección a ellos. Debe de haberles tirado una piedra.

Sólo que no es una piedra. La cosa pesada que hay en el suelo, la que ha rebotado en las costillas de T.A., es una granada de mano. Durante un instante la mira fijamente, reconociéndola, como un icono de los dibujos animados que de repente se haya hecho real.

Algo, demasiado rápido para doler, barre sus pies y la derriba. Cuando empieza a acostumbrarse a la idea, se oye un estallido dolorosamente ensordecedor al otro lado del aparcamiento.

Y por fin todo se detiene el tiempo suficiente para poder ser visto y comprendido.

La Criatura Rata se ha detenido, cosa que éstas jamás hacen. Parte de su misterio es que, debido a su velocidad, nunca llegas a verlas. Nadie sabe qué aspecto tienen.

Ahora, nadie excepto T.A. y Hiro.

Es más grande de lo que T.A. se había imaginado. El cuerpo es del tamaño de un rotweiler, segmentado en láminas de blindaje superpuestas como las de un rinoceronte. Las patas son largas, curvadas hacia arriba para desarrollar más potencia, como las de un guepardo. Debe ser la cola lo que hace que las llamen Criaturas Ratas, porque es increíblemente larga y flexible; es la única parte que tiene que recuerda a una rata. Pero parece la cola de una rata cuya carne haya sido disuelta con ácidos, porque consiste tan sólo en segmentos, centenares de ellos limpiamente conectados unos con otros, como vértebras.

—¡Madre de Dios! —exclama Hiro. T.A. comprende que él tampoco había visto una antes.

Ahora, la cola está enrollada y amontonada encima del cuerpo de la Criatura Rata como una soga caída de un árbol. Algunas partes intentan moverse, y otras parecen muertas e inertes. Las piernas se mueven espasmódicamente, sin coordinación. Transmite la sensación de un fracaso estrepitoso, como la imagen de un avión que haya perdido la cola al maniobrar para aterrizar. Incluso para alguien que no sea ingeniero es evidente que todo está retorcido y fuera de sitio.

La cola se retuerce y latiguea como una serpiente, se desenrolla, se eleva sobre el cuerpo de la Criatura Rata, se aparta de las patas. Pero aun así las patas tienen problemas; no puede ponerse de pie.

—T.A.—dice Hiro—. No lo hagas.

Pero lo hace. Paso a paso, se aproxima a la Criatura Rata.

—Por si no lo has notado, es peligroso —dice Hiro, siguiéndola a unos pasos de distancia—. Dicen que tienen componentes biológicos.

—¿Componentes biológicos?

—Partes de animal. Por tanto, puede ser imprevisible.

A ella le gustan los animales. Sigue caminando.

Ahora puede verlo mejor. No es todo armadura y músculo. En realidad, gran parte parece frágil. De su cuerpo se proyectan unas cosas regordetas y cortas con aspecto de alas: una grande en cada hombro y una fila de ellas más pequeñas a lo largo de la columna, como en un estegosaurio. Sus Knight Visión le dicen que esas cosas están tan calientes que se podrían preparar pizzas en ellas. Mientras se aproxima, parecen desdoblarse y crecer.

Están floreciendo como las flores en los documentales educativos, extendiéndose y desplegándose para revelar una fina y complicada estructura interna que había permanecido replegada en su interior. Cada ala rechoncha se divide en pequeñas copias en miniatura de sí misma, y cada una de éstas en copias aún más pequeñas, hasta el infinito. Las más pequeñas son sólo diminutos trocitos de aluminio, tan minúsculos que, desde cierta distancia, los contornos se ven difusos.

Sigue calentándose. Las pequeñas alas están ahora casi al rojo vivo. T.A. se sube sus gafas a la frente y se protege los ojos con las manos para bloquear las luces de alrededor, y, en efecto, ve cómo comienzan a emitir un apagado brillo pardusco, como un horno eléctrico recién encendido. El césped que hay bajo la Criatura Rata comienza a humear.

—Cuidado. Se rumorea que contienen isótopos realmente peligrosos —dice Hiro a sus espaldas. Se ha acercado un poco más, pero sigue estando bastante atrás.

—¿Qué es un isótopo?

—Una substancia radiactiva que produce calor. Es su fuente de energía.

—¿Y cómo se apaga?

—No se puede. Sigue emitiendo calor hasta que se funde. T.A. está ahora apenas a unos pasos de la Criatura Rata, y nota el calor en sus mejillas. Las alas se han desplegado al máximo. Las raíces son de brillante color amarillo anaranjado, y su color recorre toda la gama del rojo y el pardo hasta llegar a los delicados bordes, que aún están oscuros. El humo acre de la hierba al quemarse no permite distinguir bien los detalles.

Los bordes de esas alas se parecen a algo que he visto antes, piensa T.A. Son como las placas de metal que hay en la parte exterior de un aparato de aire acondicionado, ésas en las que puedes escribir tu nombre aplastándolas con el dedo. O como el radiador de un coche.

El ventilador arroja aire sobre el radiador para que se enfríe el motor.

—Son radiadores —dice T.A.—. La Criatura Rata tiene radiadores para enfriarse. —Incluso en estas circunstancias no deja de reunir intel.

Pero no se está enfriando, sino calentándose aún más.

T.A. patina entre los coches para ganarse la vida. Ése es su nicho económico: triunfar sobre el tráfico. Y sabe que un coche no se calienta cuando está acelerando por una autopista. Se calienta cuando está parado en un atasco. Porque cuando está quieto no sopla el aire suficiente sobre el radiador.

Eso es lo que le pasa a la Criatura Rata. Tiene que seguir moviéndose, forzar al aire a pasar por su radiador, o de lo contrario se sobrecalentará y se fundirá.

—Curioso —dice—. Me pregunto si estallará o qué.

El cuerpo converge en una nariz afilada. En la parte frontal se dobla bruscamente hacia abajo, formando una cúpula de cristal negro, inclinada como la cabina de un avión de caza. Si la Criatura Rata tiene ojos, debe de ser por ahí por donde mira.

Debajo, donde debería estar la mandíbula, quedan los restos de algo mecánico que ha sido destruido casi por completo por la detonación de la granada.

El parabrisas de cristal negro (o la máscara, o como lo llames) tiene un agujero, lo bastante grande como para que quepa el puño de T.A. El interior está oscuro y no se ve mucho, en particular con el resplandor naranja brillante procedente de los radiadores. Pero ve que del interior sale una cosa de color rojo oscuro, y no es aceite de motor. La Criatura Rata está herida y sangra.

—Esa cosa es de verdad —dice—. Tiene sangre en las venas. Esto es intel, piensa. Intel. Puedo sacar dinero de esto, con ayuda de mi compañero, mi colega: Hiro.

Y luego piensa: La pobre cosa se está quemando viva.

—No lo hagas, T.A. No la toques —dice Hiro.

Se aproxima hasta la cosa, bajándose las gafas para proteger el rostro del calor. Las patas de la Criatura Rata detienen su movimiento espasmódico, como si la estuviesen esperando.

T.A. se agacha y la coge por las patas delanteras. Reaccionan, tensando los músculos contra el tirón de sus manos. Es exactamente como coger un perro de las patas delanteras y hacerlo bailar. Esta cosa está viva. Reacciona ante ella. Comprende.

Mira a Hiro, para asegurarse de que lo está siguiendo todo. Lo hace.

—¡Idiota! —le grita—. Me pongo en evidencia diciendo que quiero ser tu socia, ¿y me sueltas que tienes que pensártelo? ¿Qué te pasa? ¿No soy lo bastante buena para trabajar contigo?

Se inclina hacia delante y comienza a tirar de la Criatura Rata hacia atrás a través del césped. Es increíblemente ligera. No es extraño que pueda correr tan rápido. Podría incluso levantarla, si no fuese porque se quemaría viva.

Al arrastrarla hacia la perrera deja en el césped un rastro ennegrecido y humeante. Puede ver cómo surge vapor de su mono: sudor viejo y otras cosas que hierven en el tejido. T.A. es lo bastante menuda como para entrar por la puerta de la perrera; otra cosa que ella puede hacer y Hiro no. Generalmente están cerradas (alguna vez ha intentado forzarlas), pero ésta está abierta.

En el interior, el suelo de la franquicia es brillante, blanco, pulido mediante robots. A poca distancia de la puerta hay algo que se asemeja a una lavadora negra. Es el cubil de la Criatura Rata, donde se esconde a oscuras, en privado, esperando algo que hacer. Está conectada con la franquicia mediante un grueso cable que surge de la pared. Ahora la puerta del cubil cuelga abierta, otra cosa que ella tampoco había visto jamás. Y de su interior sale vapor.

No, no es vapor, sino condensación. Como cuando abres la nevera en un día húmedo.

Empuja a la Criatura Rata dentro de su cubil. De las paredes brota una rociada de líquido frío que se convierte en vapor incluso antes de tocar el cuerpo de la Criatura Rata, y el vapor sale despedido con tanta fuerza que la tira de culo.

La larga cola cuelga de la puerta del cubil, cruza el suelo y sale fuera. T.A. recoge una parte; a través de los guantes nota el pinchazo de los afilados bordes mecanizados de las vértebras.

De repente la cola se tensa, cobra vida, vibra durante un momento. T.A. aparta las manos de un tirón. La cola se mete en el nido como el latigazo de una goma. Ni siquiera la ha visto moverse. Luego el cubil se cierra de un portazo. Un robot de limpieza, una aspiradora con cerebro, sale por otra puerta con un zumbido para limpiar las largas estrías sanguinolentas del suelo.

Sobre ella, en la pared del vestíbulo, frente a la entrada principal, cuelga un retrato enmarcado rodeado por una guirnalda de dorados capullos de jazmín. Es una foto de Mr. Lee, sonriendo ampliamente, y bajo ella se lee la declaración habitual:

¡BIENVENIDO!

Es un placer dar la bienvenida a toda la gente con clase que visita Hong Kong. Tanto si viene por negocios o para un merecido descanso, siéntase como en casa en nuestro humilde entorno. Si hay algún aspecto que no le parezca profundamente armonioso, le ruego que me lo haga notar y me esforzaré para ganarme su satisfacción.

En Gran Hong Kong nos enorgullecemos del prodigioso crecimiento de nuestra minúscula nación. Quienes veían nuestra isla como un bocado a disposición de la China Roja se han quedado terriblemente sorprendidos al ver tantos de los supuestos grandes poderes de la vieja guardia sucumbir desalentados ante nuestros rápidos avances y gran dinamismo, la mezcla liberal de logros personales de alta tecnología y mejora de todas las personas. El potencial de que todos los grupos étnicos y antropológicos se unan bajo la bandera de los Tres Principios que siguen:

¡Información, información, información!

¡Economía de mercado totalmente justa!

¡Estricta ecología! no ha tenido igual en la historia de la contienda económica. ¿Quién rechazaría apoyar este atractivo estandarte? ¡Si aún no tiene la ciudadanía de

Hong Kong, pida un pasaporte ya! Durante este mes, no se cobrará la tarifa usual de inscripción de 100 dólares HK. Rellene un impreso (abajo) enseguida. Si faltan impresos, llame de inmediato al 1-800-HONG KONG y solicite la ayuda de nuestros experimentados operadores.

El Gran Hong Kong de Mr. Lee es una entidad cuasinacional soberana, privada y totalmente extraterritorial no reconocida por otras nacionalidades y sin ningún vínculo con la antigua Colonia Real de Hong Kong, que forma parte de la República Popular China. La República Popular China no admite ni acepta responsabilidad alguna en nombre de Mr. Lee, el gobierno de Gran Hong Kong, ni ningún ciudadano del mismo, ni por ninguna violación de la ley local, daños personales o a la propiedad que se produzcan en territorios, edificios, municipios, instituciones o bienes inmuebles que pertenezcan, estén ocupados o sean reclamados por el Gran Hong Kong de Mr. Lee.

¡Unase a nosotros al momento!

Su socio emprendedor,

MR. LEE

De vuelta en su fría casita, la Unidad de Guardia Semi-Autónoma número A-367 aúlla.

En el patio hacía mucho calor y se sentía mal. Siempre que sale al patio tiene calor a menos que se mueva. Cuando lo hirieron y tuvo que tumbarse durante mucho rato sintió más calor del que jamás había sentido.

Ahora ya no siente calor. Pero aún está herido. Lanza su aullido de sentirse mal. Le está diciendo a los perritos del vecindario que necesita ayuda. Ellos se sienten tristes y contrariados y repiten su aullido y lo pasan a los demás perritos.

Pronto oye llegar el vehículo del veterinario. El amable veterinario vendrá y hará que se sienta mejor.

Empieza a ladrar de nuevo. Le está contando a los demás perritos cómo llegaron los desconocidos malos y le hicieron daño. Y el calor que hacía en el patio cuando tuvo que estar tumbado. Y cómo la amable niña lo ayudó y lo llevó de vuelta a su fresca casita.

T.A. advierte un Town Car negro que lleva un rato aparcado, justo enfrente de la franquicia de Hong Kong. No le hace falta mirar la matrícula para saber que es de la Mafia. Sólo la Mafia conduce coches así. Lleva los cristales tintados, pero sabe que hay alguien dentro que no le quita ojo. ¿Cómo lo hacen? Se ven Town Car de esos en todas partes, pero nunca los ves moverse, nunca los ves llegar a ningún sitio. Ni siquiera está segura de que tengan motor.

—De acuerdo, lo siento —se disculpa Hiro—. Yo sigo con mis asuntos, pero somos socios para cualquier intel que puedas hallar. Al cincuenta por ciento.

—Trato hecho —dice T.A., subiéndose a su patín.

—Llámame cuando quieras. Tienes mi tarjeta.

—Eh, eso me recuerda algo. En tu tarjeta dice que te dedicas a todos los aspectos del software.

—Sí. Música, películas y programas.

—¿Te suenan Vitaly Chernobyl y los Desastres Nucleares?

—No. ¿Es un grupo?

—Sí, los mejores. Deberías investigarlos, hijito. Van a convertirse en algo serio.

T.A. se desliza hasta la carretera y arponea un Audi con matrícula de Jardines Lozanos. Él la llevará a casa. Mamá estará en la cama, preocupada, fingiendo dormir.

A medio bloque de Jardines Lozanos suelta el Audi y rueda hasta el McDonalds. Entra en el lavabo de señoras. Hay un falso techo. Se sube al tercer retrete y empuja una de las losas del techo, apartándola a un lado. Una manga de algodón con un delicado dibujo de flores se descuelga por la abertura. Tira de ella y saca toda la ropa, la blusa, la falda plisada, la lencería de Vicky’s, los zapatos de piel, el collar y los pendientes, incluso un puñetero bolso. Se quita el mono de RadiKS, lo enrolla y lo mete en el techo, y luego cierra la losa suelta. A continuación se pone la ropa.

Vuelve a tener el aspecto que tenía esta mañana cuando desayunó con mamá.

Carga con el patín calle abajo hasta Jardines Lozanos, donde es legal llevarlos pero no ponerlos en el suelo. Enseña el pasaporte al puesto fronterizo, camina quinientos metros entre aceras nuevas y relucientes, y entra en la casa que tiene la luz del porche encendida.

Mamá está en el estudio, frente al ordenador, como siempre. Mamá trabaja para los Feds. Los Feds no ganan mucho, pero tienen que trabajar duro para demostrar su fidelidad.

T.A. entra y contempla a su madre, que está recostada en la silla, con las manos tras la cabeza casi como si estuviese ensayando posturitas, y los pies descalzos en alto, enfundados en medias. Usa esas baratas medias federales que son como estropajos, y cuando camina los muslos se rozan bajo la falda con un ruido áspero. En la mesa hay una bolsa de plástico con cierre hermético llena de algo que horas antes fue hielo, y ahora agua. T.A. se fija en el brazo derecho de mamá. Esta se ha subido la manga y ha dejado al aire el hematoma nuevo, por encima del codo, donde se pone la muñequera para medir la presión sanguínea. La prueba semanal de polígrafo de los Feds.

—¿Eres tú? —grita mamá, que no se ha dado cuenta de que T.A. está en el mismo cuarto.

—Sí, mamá —contesta a gritos T.A. tras retirarse a la cocina para no sorprenderla—. ¿Qué tal te ha ido el día?

—Estoy cansada —dice mamá. Siempre dice lo mismo. T.A. coge una cerveza de la nevera y comienza a llenar la bañera con agua caliente. El ruido que hace le resulta relajante, como el del generador de ruido blanco de la mesilla de noche de mamá.