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No parece educado quedarse por ahí y hacer hincapié de forma chabacana en que el ordenador de Da5id se ha colgado. Muchos hackers jóvenes están haciendo precisamente eso, como demostrándoles a los demás lo entendidos que son. Hiro se encoge de hombros y se vuelve en dirección al Cuadrante de las Estrellas de Rock. Sigue interesado en el peinado de Sushi K.

Pero su camino se ve bloqueado por un japonés: el neotradicionalista. El tipo de las espadas. Está encarado hacia Hiro, aproximadamente a una distancia igual a dos espadas, y no parece que vaya a moverse de ahí.

Hiro actúa con cortesía. Hace una reverencia doblando la cintura y se endereza de nuevo.

El ejecutivo actúa de forma mucho menos cortés. Estudia a Hiro cuidadosamente de los pies a la cabeza, y luego devuelve la reverencia. Más o menos.

—Esas cosas… —dice el ejecutivo—. Muy hermosas.

—Gracias, señor. Por favor, hable en japonés si lo prefiere.

—Es lo que usa su avatar, pero usted no va armado así en la Realidad —dice el ejecutivo, en inglés.

—Lamento resultar desagradable, pero el hecho es que sí, llevo tales armas en la Realidad —responde Hiro.

—¿Exactamente como ésas?

—Exactamente.

—Son armas muy antiguas, señor —informa el ejecutivo.

—Sí, así lo creo.

—¿Y cómo ha entrado usted en posesión de unas reliquias familiares japonesas tan valiosas? —pregunta el ejecutivo.

Hiro sabe cuál es el mensaje subyacente: «¿Para qué las usas, chaval? ¿Para cortar sandía?».

—Ahora son reliquias de mi familia —explica Hiro—. Mi padre las ganó.

—¿Las ganó? ¿Apostando?

—En combate singular. Fue una pugna entre mi padre y un oficial japonés. La historia es bastante complicada.

—Por favor, perdóneme si no he interpretado correctamente la historia de su país —replica el hombre de negocios—, pero tenía la impresión de que a la gente de su raza no se le permitió luchar durante la guerra.

—Su impresión es correcta —dice Hiro—. Mi padre conducía un camión.

—Entonces, ¿cómo llegó a entablar combate personal con un oficial japonés?

—El incidente se produjo a las afueras de un campo de prisioneros —dice Hiro—. Mi padre y otro prisionero trataron de escapar. Fueron perseguidos por varios soldados japoneses y el oficial al que pertenecían estas espadas.

—Su historia es difícil de creer —dice el ejecutivo—, porque su padre no habría sobrevivido a una escapada así el tiempo suficiente para legar las espadas a su hijo. Japón es una nación isleña. No hay sitio al cual hubiese podido huir.

—Todo esto sucedió casi al final de la guerra —explica Hiro—, y el campo estaba en las afueras de Nagasaki.

El hombre de negocios se atraganta, enrojece, casi pierde el control. Su mano izquierda se alza para asir la vaina de la espada. Hiro mira a su alrededor; de repente están en el centro de un círculo de gente de unos nueve metros de diámetro.

—¿Considera usted que la forma en que entró en posesión de esas espadas fue honorable? —pregunta el ejecutivo.

—De no ser así, hace mucho que las habría devuelto —contesta Hiro.

—Entonces no pondrá objeciones a perderlas de la misma forma —reta el ejecutivo.

—Ni usted a perder las suyas —dice Hiro.

El ejecutivo cruza la mano derecha por delante del cuerpo, agarra el mango de la espada justo por debajo de la guarda, la extrae, la gira hacia delante de forma que apunte a Hiro, y luego coloca la mano izquierda en el mango, exactamente debajo de la derecha.

Hiro hace lo mismo.

Ambos doblan las rodillas, quedando en cuclillas, con el torso completamente recto; luego vuelven a estirarse y adoptan la postura correcta: pies paralelos, ambos apuntando hacia el frente, el pie derecho más adelantado que el izquierdo.

Resulta que el ejecutivo tiene un montón de zanshin. Traducir ese concepto es como verter «caraculo» al japonés, pero podría traducirse por lo que en la jerga del fútbol americano llaman «intensidad emocional». Carga directamente contra Hiro, aullando a todo lo que le llegan los pulmones. El movimiento consiste en rapidísimos deslizamientos de los pies, de forma que en ningún momento deja de estar equilibrado. En el último momento, blande la espada sobre su cabeza y la descarga sobre Hiro. Este levanta su espada, retándola lateralmente de forma que el mango quede muy alto, por encima y a la izquierda de su rostro, y la hoja se incline hacia abajo y a la derecha, formando un techo sobre él. El golpe del ejecutivo rebota en este techo como la lluvia, y en seguida Hiro se desplaza de lado para soltarlo y hace descender su arma hacia el hombro desprotegido. Pero el ejecutivo se está moviendo muy deprisa y Hiro no ha medido bien el tiempo. La hoja corta el aire por detrás y a un lado del ejecutivo.

Ambos hombres giran para quedar encarados de nuevo, retroceden y vuelven a adoptar la postura correcta.

Por supuesto, «intensidad emocional» no transmite ni la mitad de la idea. Es el tipo de traducción burda y decepcionante que hace que los cuerpos desmembrados de los guerreros samurais se revuelvan en sus tumbas. La palabra zanshin está plagada de otros muchos matices que sólo se pueden apreciar si se es japonés.

Hiro opina, con franqueza, que se trata de gilipolleces pseudomísticas, como cuando el viejo entrenador de fútbol americano del instituto exhortaba a sus hombres a jugar al 110 por cien.

El ejecutivo lanza otro ataque, esta vez muy directo: un ágil avance deslizando los pies y luego un tajo brusco hacia las costillas de Hiro. Este lo para.

Ahora Hiro sabe algo sobre este ejecutivo: que, como la mayoría de espadachines japoneses, lo único que conoce es el kendo.

La relación entre el Rendo y la auténtica lucha de espadas samurai es la misma que hay entre la esgrima y el estilo salvaje de un pirata: es un intento de tomar un conflicto altamente desorganizado, caótico, violento y brutal y convertirlo en un juego bonito. Al igual que en la esgrima, sólo se permite atacar ciertas partes del cuerpo: las que están protegidas por la armadura. Y como en la esgrima, no puedes patear las rodillas de tu adversario o partirle una silla en la cabeza. Y además el juicio es totalmente subjetivo. En kendo puedes conseguir asestarle un sólido golpe a tu adversario y que no te cuente porque los jueces sienten que no tenías suficiente zanshin.

Hiro no tiene nada de zanshin. Lo único que quiere es que la pelea se acabe. La siguiente vez que el ejecutivo lanza un chillido capaz de reventar los tímpanos y se desliza hacia Hiro, dando tajos con la espada, Hiro bloquea el ataque, se gira y le corta ambas piernas a la altura de las rodillas.

El ejecutivo se derrumba.

Para conseguir que tu avatar se mueva por el Metaverso como una persona real hace falta mucha práctica. Cuando además tu avatar acaba de perder las dos piernas, toda la habilidad que tengas no sirve de nada.

—¡Vaya, compadre! —dice Hiro—. ¡Fíjate! —Da un latigazo lateral con la espada, cortando ambos antebrazos del ejecutivo y haciendo que la espada caiga con estrépito al suelo—. ¡Ve preparando la barbacoa, cariño! —continúa, girando la espada y cortando en dos el cuerpo del ejecutivo por encima del ombligo. Luego se inclina para mirar directamente a la cara del caído—. ¿Nadie le ha dicho —pregunta, abandonando el acento fingido— que soy un hacker?

Por fin le corta la cabeza de un tajo. Esta cae al suelo, rueda un poco y finalmente descansa mirando directamente al techo.

—Caja fuerte —murmura Hiro tras alejarse unos pasos.

Una caja fuerte bastante grande, de aproximadamente un metro de lado, se materializa debajo del techo, cae y aterriza directamente sobre la cabeza del ejecutivo. El impacto hace que ambas cosas, caja y cabeza, atraviesen el suelo del Sol Negro, haciendo un agujero cuadrado y dejando a la vista el sistema de túneles subyacente. El resto del cuerpo desmembrado está aún esparcido por el suelo.

En esos momentos, en algún lugar, un bonito hotel de Londres, una oficina de Tokio o incluso el salón de primera clase del HEAT, el Hipersónico Los Ángeles-Tokio, un ejecutivo japonés está sentado frente al ordenador, sonrojado y sudoroso, contemplando la Lista de Mejores Espadachines del Sol Negro. Le han cortado el contacto con el Sol Negro, lo han echado del Metaverso y lo único que ve es una pantalla bidimensional, que muestra los diez mejores espadachines de todos los tiempos, así como sus fotografías. Debajo hay una lista de números y nombres que comienza en el puesto 11. Puede moverse por esa lista y encontrar su propia clasificación. La pantalla le informa servicialmente de que en la actualidad él ocupa el puesto número 863 entre las 890 personas que alguna vez hayan participado en un duelo con espadas en el Sol Negro.

El Número Uno, el nombre y la fotografía al principio de la lista, pertenecen a Hiroaki Protagonist.