Durante un instante, el mundo se congela y pierde intensidad. La suave animación del Sol Negro comienza a moverse a saltos. Es evidente que el ordenador de Hiro acaba de recibir un buen golpe, sus circuitos están ocupados procesando una inmensa base de datos: el contenido de la hipertarjeta, y no tiene tiempo de redibujar la imagen del Sol Negro en su completa y sobrecogedora fidelidad.
—¡Joder! —exclama, cuando el Sol Negro vuelve a funcionar a plena animación—. ¿Qué coño hay en esa tarjeta? ¡Debes de tener la mitad de la Biblioteca!
—Y un bibliotecario, además —dice Juanita—, para que te ayude a explorarla. Y montones de grabaciones de vídeo de L. Bob Rife; la mayoría de la información es eso.
—Bueno, intentaré echarle un vistazo —dice él, dubitativo.
—Hazlo. A diferencia de Da5id, tú eres lo bastante listo para beneficiarte de ello. Y mientras tanto, mantente alejado de Cuervo. Y del Snow Crash. ¿De acuerdo?
—¿Quién es Cuervo? —pregunta él, pero Juanita ya va de camino a la salida. Los hermosos avatares se vuelven a mirarla cuando pasa junto a ellos; las estrellas del cine le lanzan miradas de muérete y los hackers fruncen los labios y la contemplan con reverencia.
Hiro prosigue su órbita, que lo lleva de nuevo al Cuadrante Hacker. Da5id está distribuyendo hipertarjetas sobre la mesa: información financiera del Sol Negro, clips de vídeo y audio, fragmentos de software, números de teléfono garabateados a toda prisa.
—Cada vez que cruzas la puerta hay una pequeña alteración en el sistema operativo que me provoca una sacudida en las tripas —dice Da5id—. Siempre tengo la premonición de que el Sol Negro se va a colgar.
—Debe de ser Pizarrón —explica Hiro—. Tiene una rutina que tarda unos instantes en parchear las interrupciones en memoria baja.
—Ah, seguro que es eso. Por favor, deshazte de él —pide Da5id.
—¿De qué? ¿De Pizarrón?
—Sí. En su época era totalmente innovador, pero ahora es como intentar poner en marcha un reactor de fusión con un hacha.
—Gracias.
—Te daré los accesos que necesites para que puedas actualizarlo a algo un poco menos peligroso —dice Da5id—. No estoy negando tus habilidades, sino diciendo que tienes que mantenerte al día.
—Es muy jodido —se queja Hiro—. Ya no hay sitio para los hackers independientes. Se necesita el respaldo de una corporación.
—Lo sé. Y también sé que no soportas trabajar para una gran corporación. Por eso te digo que te daré lo que necesites. Para mí sigues siendo parte del Sol Negro, Hiro, aunque nos hayamos distanciado.
Típico de Da5id. Otra vez habla con el corazón, pasando por alto su cabeza. Si Da5id no fuese un hacker, Hiro abandonaría toda esperanza de conseguir que tuviese los sesos para hacer nada.
—Cambiando de tema… —dice Hiro—. ¿He alucinado, o Juanita y tú os volvéis a dirigir la palabra?
Da5id le lanza una sonrisa indulgente. Desde la Conversación, unos años atrás, él siempre ha sido muy amable con Hiro. Fue un intercambio de pareceres entre un par de viejos camaradas de armas. Comenzó como una charla amistosa, comiendo ostras y bebiendo cerveza; hasta pasados tres cuartos de la Conversación Hiro no comprendió que lo estaban despidiendo con efecto inmediato. Desde la Conversación, Da5id le ha ido pasando a Hiro útiles briznas de información y chismorreo de vez en cuando.
—¿A la caza de algo interesante? —pregunta Da5id con intención. Como muchos gurús informáticos, Da5id es profundamente ingenuo, pero en momentos así cree ser la reencarnación de Maquiavelo.
—He de decirte algo, tío —suelta Hiro—. Muchas de las cosas que me pasas no llego a ponerlas en la Biblioteca.
—¿Por qué no? Joder, te doy mis mejores cotilleos. Creí que estabas ganando dinero con ello.
—No lo soporto: trocear mis conversaciones privadas y prostituirlas —explica Hiro—. ¿Por qué te crees que estoy arruinado?
Hay otra cosa que no menciona, y es que él siempre se ha considerado el igual de Da5id, y no soporta la idea de alimentarse de sus migajas y sobras, como un perro acurrucado bajo la mesa.
—Me alegra ver que Juanita ha venido, aunque sea en blanco y negro —dice Da5id—. Que ella no quiera usar el Sol Negro es como si Alexander Graham Bell se negase a llamar por teléfono.
—¿A qué ha venido esta noche?
—Está preocupada por algo —dice Da5id—. Quería saber si yo había visto a cierta gente en la Calle.
—¿Alguien en concreto?
—Le preocupa un tipo muy grande de pelo negro y largo —explica Da5id—, que vende algo llamado, no te lo pierdas, Snow Crash.
—¿Ha probado en la Biblioteca?
—Sí, imagino que sí.
—¿Has visto a ese tío?
—Sí, y tanto. No es difícil de encontrar —aclara Da5id—. Está ahí mismo, en la entrada. Me ha dado esto.
Da5id rebusca sobre la mesa, coge una hipertarjeta y se la muestra a Hiro.
SNOW CRASH
Parta esta tarjeta en dos para liberar una muestra gratuita
—Da5id —se sorprende Hiro—, no puedo creer que hayas aceptado una hipertarjeta de un desconocido en blanco y negro.
—Ya no es como antes, amigo mío —ríe Da5id—. Tengo tantos antivirus en mi sistema que es imposible que se cuele nada. Con tanto hacker por aquí me pasan tal cantidad de mierda contaminada que es como trabajar en un pabellón de enfermos contagiosos. Por eso no me asusta lo que pueda haber en esa hipertarjeta.
—Bueno, en ese caso confesaré que siento curiosidad —acepta Hiro.
—Sí, yo también —ríe Da5id.
—Seguro que resulta decepcionante.
—Probablemente sea un animanuncio —concuerda Da5id—. ¿Crees que debería abrirlo?
—Sí, adelante. No todos los días puede uno probar una droga nueva —anima Hiro.
—Bueno, en realidad sí puedes probar una nueva todos los días, si quieres —dice Da5id—, pero no todos los días encuentras una que no pueda hacerte daño. —Coge la hipertarjeta y la parte por la mitad. Durante un instante, no pasa nada—. Estoy esperando —se impacienta Da5id.
Un avatar se materializa en la mesa frente a Da5id, fantasmal y transparente al principio, tornándose gradualmente sólido y tridimensional. Es un efecto realmente sobado; Hiro y Da5id no pueden evitar reírse.
El avatar es una Brandy totalmente desnuda. Ni siquiera parece una Brandy estándar, sino una de esas copias baratas taiwanesas. Está claro que no es más que un demonio. En las manos sostiene un par de tubos del tamaño de rollos de toallas de papel.
Da5id se reclina en la silla, disfrutando. La escena tiene un divertido aire de chabacanería.
La Brandy se inclina hacia adelante, haciéndole gestos a Da5id de que se acerque. Da5id se inclina sobre el rostro de ella, con una amplia sonrisa. Ella acerca sus burdos labios de color rubí al oído de él y le murmura algo que Hiro no logra oír.
Cuando ella se retira, el rostro de Da5id ha cambiado. Tiene una expresión aturdida y vacía. Quizá Da5id tenga ese aspecto realmente; o quizá el Snow Crash ha afectado a su avatar de forma que éste ya no imita las auténticas expresiones faciales de Da5id. El caso es que mira al frente con la vista fija.
La Brandy sostiene los tubos delante del rostro inmovilizado de Da5id y los separa. Se trata de un pergamino. Lo desenrolla ante Da5id, como una pantalla plana bidimensional frente a sus ojos. La cara de Da5id adquiere un tinte azulado al reflejar la luz que proyecta el pergamino.
Hiro rodea la mesa para acercarse a mirar. Apenas logra un rápido atisbo del pergamino antes de que la Brandy lo cierre bruscamente. Es un muro de luz, como un televisor flexible y plano, y no muestra nada, sólo estática. Ruido blanco. Nieve.
Y de repente la Brandy desaparece, sin dejar ni rastro. Un aplauso deslavazado y sarcástico brota de unas pocas mesas del Cuadrante Hacker.
Da5id ha vuelto a la normalidad, con una sonrisa en parte despectiva y en parte avergonzada.
—¿Qué era? —pregunta Hiro—. Sólo he visto algo de nieve al final.
—Eso es todo lo que había que ver —explica Da5id—. Un patrón fijo de pixeles en blanco y negro, con bastante resolución. Unos pocos centenares de miles de unos y ceros para que yo los mirase.
—En otras palabras, que alguien acaba de exponer tu nervio óptico a, digamos, cien mil bytes de información —resume Hiro.
—Más bien ruido.
—Bueno, cualquier información parece ruido hasta que descifras su código —replica Hiro.
—¿Y para qué iba alguien a mostrarme información en binario? No soy un ordenador. No puedo leer un bitmap.
—Tranquilo, Da5id, lo digo en broma —dice Hiro.
—¿Sabes qué era? ¿Sabes esos hackers que siempre están intentando enseñarme su trabajo?
—Claro.
—Pues a alguno de ellos se le ha ocurrido este truco para hacerme ver su obra. Y todo ha ido bien hasta que la Brandy ha abierto el pergamino; pero el código tenía errores y se ha colgado en el momento más inoportuno, así que en vez de ver su trabajo, lo único que he visto es nieve.
—Entonces, ¿por qué lo llamó Snow Crash?
—Humor negro. Sabía que se podía colgar.
—¿Qué te susurró la Brandy al oído?
—Algo en un idioma que no reconocí —explica Da5id—. Sonaba como balbuceos.
«Balbuceo. Babel».
—Parecías aturdido.
—No lo estaba —se defiende Da5id con aire resentido—. Es sólo que la experiencia me resultó tan rara que supongo que durante un momento me pilló por sorpresa.
Hiro lo está mirando con absoluta cara de duda. Da5id lo nota y se levanta.
—¿Quieres ver lo que están haciendo tus competidores en Japón?
—¿Qué competidores?
—Antes diseñabas avatares para estrellas del mundo de la música, ¿no es cierto?
—Y aún lo hago.
—Bueno, pues Sushi K está aquí esta noche.
—Ah, sí. El tipo del peinado grande como una galaxia.
—Los rayos se ven desde aquí —dice Da5id, señalando con un gesto el siguiente cuadrante—, pero quiero ver su atuendo al completo.
Parece que el sol se esté alzando en algún punto del Cuadrante de las Estrellas del Rock. Sobre las cabezas del remolino de avatares Hiro distingue un abanico de rayos anaranjados irradiados desde algún lugar en medio de la multitud. No para de moverse, girar, sacudirse de lado a lado, y todo el universo parece moverse con él. En la Calle, las regulaciones de altura y anchura limitan el resplandor del peinado Sol Naciente de Sushi K, pero en el Sol Negro, Da5id permite que la gente se exprese libremente, así que los rayos de color naranja se extienden hasta los límites de la parcela.
—Me pregunto si alguien le habrá dicho ya que los norteamericanos no van a comprarle rap a un japonés —comenta Hiro mientras se desplazan en esa dirección.
—Quizá deberías decírselo tú —sugiere Da5id— y cobrarle por el servicio. Ahora mismo está en L.A., ¿sabes?
—Probablemente en un hotel repleto de aduladores que le venden el cuento de que va a ser un gran éxito. Creo que debería exponerse a un poco de auténtica biomasa.
Se inyectan en el flujo de tráfico, recorriendo un estrecho pasillo sinuoso que se ha abierto en la multitud.
—¿Biomasa? —pregunta Da5id.
—Un montón de materia viva. Es un término ecológico. Si tomas una hectárea de selva o un kilómetro cúbico de océano o un bloque de pisos de Compton y le sacas todo lo que no esté vivo, la tierra y el agua, lo que queda es la biomasa.
—No entiendo —dice Da5id, tan cabeza cuadrada como siempre. Su voz suena rara; en su audio se está colando un montón de ruido blanco.
—Es un término de la Industria —explica Hiro—. La Industria alimenta la biomasa humana de Norteamérica, como una ballena que cosecha el krill del océano.
Hiro se cuela entre dos hombres de negocios japoneses. Uno lleva un uniforme azul, pero el otro es un neotradicionalista y viste un kimono oscuro. Y, al igual que Hiro, lleva dos espadas: la larga katana en la cadera izquierda y el wakizashi, un arma de una sola mano, sujeto en diagonal sobre el cinturón. Hiro y él intercambian rápidas miradas al armamento del otro. Luego Hiro mira para otra parte y simula no haberse dado cuenta, pero el neotradicionalista se ha quedado absolutamente quieto, excepto las comisuras de la boca, que se curvan hacia abajo. Hiro ya ha pasado antes por todo esto, y sabe que está a punto de meterse en una pelea.
La gente se aparta; algo grande e inexorable se ha zambullido entre el gentío, apartando avatares a derecha e izquierda. En el Sol Negro sólo hay una cosa que pueda apartar así a la gente a empujones, y es un demonio portero.
Cuando se acercan, Hiro ve que es toda una escuadrilla de ellos: gorilas con esmoquin. Gorilas de verdad. Y parecen dirigirse hacia Hiro.
Trata de apartarse hacia atrás, pero enseguida tropieza con algo. Parece que por fin Pizarrón lo ha metido en un lío; está a punto de salir del bar a las bravas.
—Da5id, tío, diles que se vayan —suplica Hiro—. Dejaré de usarlo.
Toda la gente que lo rodea está mirando más allá de Hiro, sus rostros iluminados por una algarabía de luces de brillantes colores.
Hiro se vuelve para mirar a Da5id; pero Da5id ya no está ahí.
En su lugar hay una temblorosa nube de mal karma digital. Es tan brillante y rápida y sin sentido que sólo mirarla duele. Parpadea de color a blanco y negro y viceversa, y cuando está coloreada, rota salvajemente a través del espectro de colores como proyectada por un foco de discoteca a toda potencia. Y no permanece dentro de su espacio corporal; líneas de pixeles del grosor de un cabello salen disparadas hacia un lado, cruzando el Sol Negro y atravesando la pared. Ya no es tanto un cuerpo organizado como una nube centrífuga de líneas y polígonos cuyo centro no se sostiene, proyectando brillantes fragmentos de metralla corporal por toda la sala, interfiriendo con los avatares de otras personas, parpadeando y desapareciendo.
A los gorilas no les importa. Meten sus largos dedos peludos en medio de la nube en desintegración y de algún modo logran agarrarla y arrastrarla hacia la salida. Cuando pasan junto a él, Hiro capta algo que se parece mucho al rostro de Da5id visto a través de una pila de cristales rotos; pero no es más que una visión fugaz. Enseguida el avatar desaparece, pateado diestramente desde la puerta principal, surcando el cielo sobre la Calle en un largo arco aplanado que lo lleva más allá del horizonte. Hiro mira la mesa de Da5id, vacía, rodeada de hackers estupefactos. Algunos están conmocionados, otros tratan de reprimir sus sonrisas burlonas.
A Da5id Meyer, señor supremo de los hackers, padre fundador del protocolo del Metaverso, creador y propietario del archifamoso Sol Negro, se le acaba de colgar el sistema. Los demonios lo han echado a patadas de su propio bar.