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Le pica la lengua y se da cuenta de que, en la Realidad, ha olvidado tragar la cerveza.

Es irónico que Juanita se haya presentado en este lugar con un avatar en blanco y negro de baja tecnología. Fue ella quien encontró un modo de hacer que los avatares muestren algo que recuerda a auténticas emociones. Es un hecho que Hiro no puede olvidar, porque ella hizo la mayor parte de ese trabajo mientras estaban juntos, y siempre que un avatar muestra sorpresa o cólera o pasión en el Metaverso, él ve un eco de sí mismo o de Juanita, el Adán y la Eva del Metaverso. Así resulta difícil olvidarse.

Poco después de que Juanita y Da5id se divorciasen, el Sol Negro despegó realmente. Y una vez terminaron de contar dinero, negociar derechos subsidiarios y empaparse de la adulación de otros miembros de la comunidad hacker, comprendieron finalmente que la clave del éxito del lugar no eran sus algoritmos de evasión de colisiones ni los demonios porteros ni nada de eso. Eran las caras de Juanita.

Pregúntale si no a los hombres de negocios del Cuadrante Japonés. Vienen aquí para hablar sin rodeos con ejecutivos de todo el mundo, y lo consideran tan válido como un encuentro cara a cara. Apenas hacen caso de lo que se está diciendo; después de todo, gran parte se pierde en la traducción. Prestan atención a las expresiones faciales y lenguaje corporal de la gente con quien hablan. Y así es como saben lo que pasa por la cabeza de alguien: condensando en hechos el vapor de los matices.

Juanita se negó a analizar ese proceso, insistió en que era inefable, algo imposible de explicar con palabras. Siendo una católica radical de las que rezan el rosario, no le resultaba difícil aceptar algo así, pero a los gurús no les gustó; dijeron que eso era misticismo irracional. De modo que ella se fue y comenzó a trabajar para una empresa japonesa. Los nipones no tienen ningún problema con el misticismo irracional siempre que les dé dinero.

Pero Juanita ya no viene nunca al Sol Negro. En parte, porque está enfadada con Da5id y los demás hackers que nunca llegaron a apreciar realmente su trabajo; pero además porque ha decidido que todo es falso, que, por bueno que sea, el Metaverso distorsiona la forma en que la gente se comunica, y ella no quiere tales distorsiones en sus relaciones.

Da5id ve a Hiro y le indica con la mirada que no es buen momento. Normalmente, un gesto tan sutil se perdería entre el ruido del sistema, pero Da5id tiene un ordenador personal muy bueno, y Juanita lo ayudó con el diseño de su avatar, así que el mensaje llega alto y claro como un disparo al techo.

Hiro se da la vuelta y deambula alrededor del gran bar circular en una órbita lenta. Gran parte de los sesenta y cuatro taburetes del bar están ocupados por gente menor de la industria cinematográfica, en pares o tríos, dedicándose a lo que mejor saben hacer: chismorreo e intriga.

—Así que me reuní con el director para hablar del guión. Menuda casa en la playa…

—¿Increíble?

—No me tires de la lengua.

—He oído hablar de ella. Debi estuvo allí en una fiesta cuando Frank y Mitzi eran los propietarios.

—En cualquier caso, hay una escena al principio, en la que el protagonista se despierta en un contenedor de basura. La idea es mostrar, ya sabes, cuan desesperado está…

—Esa energía salvaje…

—Exacto.

—Fabuloso.

—A mí me gusta. Bueno, pues él pretende sustituirla por una escena en la que el tipo está en el desierto con un bazoka, haciendo volar coches viejos en un depósito abandonado.

—¿Bromeas?

—Así que estábamos los dos en el puñetero patio, sobre la playa, y él estaba todo el rato ¡bum!¡bum!, imitando el puto bazoka. La idea lo fascina. Está obsesionado con poner un bazoka en una película. Creo que logré sacarle la idea de la cabeza.

—Bonita escena, pero tienes razón. Un bazoka no tiene el mismo impacto que un contenedor de basura.

Hiro se detiene el tiempo suficiente para escuchar esa conversación; luego sigue caminando. Murmura de nuevo «Pizarrón», llama al mapa mágico, determina su propia posición y a continuación busca el nombre de ese guionista que hablaba. Más tarde podrá consultar las publicaciones del sector para averiguar en qué guión está trabajando el tipo, y a partir de ahí el nombre de ese misterioso director con una fijación por los bazokas. Como la conversación le ha llegado a través de su ordenador, tiene una grabación de audio de todo el asunto. Posteriormente podrá procesarla para distinguir las voces y luego cargarla en la Biblioteca, indexada bajo el nombre del director. Un centenar de guionistas principiantes descargarán esta conversación, la escucharán una y otra vez hasta sabérsela de memoria, pagando a Hiro por el privilegio, y en pocas semanas, guiones llenos de bazokas comenzarán a inundar el despacho del director. ¡Bum!

El Cuadrante de las Estrellas del Rock es casi demasiado brillante para mirarlo. Los avatares de los rockeros llevan peinados que en persona no podrían lucir ni en sueños. Hiro echa un vistazo rápido para ver si hay algún amigo, pero casi todo son parásitos y viejas glorias. La gente que Hiro conoce son en su mayoría principiantes o aspirantes.

Mirar el Cuadrante de las Estrellas del Cine es mucho más fácil. A los actores les encanta venir aquí porque en el Sol Negro tienen siempre el mismo buen aspecto que en sus películas. Y a diferencia de un bar o un club de la Realidad, pueden dejarse caer por aquí sin tener que abandonar físicamente sus mansiones, suites de hotel, albergues de esquí, cabinas privadas de avión, o lo que sea. Pueden pavonearse y visitar a sus amigos sin exponerse a secuestradores, paparazzi, guionistas en ciernes, asesinos, ex esposas, cazadores de autógrafos, buscapleitos, psicópatas, propuestas de matrimonio o columnistas de cotilleos.

Se aleja de los taburetes del bar y reanuda su lento recorrido, mientras espía el Cuadrante Japonés. Como suele ser habitual, hay muchos tipos trajeados. Algunos hablan con los gringos de la Industria. Y una gran sección del cuadrante, en la esquina, está oculta tras una partición temporal.

De nuevo llama a Pizarrón. Hiro calcula qué mesas están detrás de la partición y comienza a leer nombres. El único que reconoce de inmediato es norteamericano: L. Bob Rife, el magnate monopolista de la televisión. Un pez gordo de la Industria, aunque raramente se deja ver. Al parecer tiene una reunión con toda una marabunta de jetazos japoneses. Hiro memoriza sus nombres en el ordenador para poder buscarlos después en la base de datos de la CCI y averiguar quiénes son. Parece una reunión grande e importante.

—¡Agente secreto Hiro! ¿Qué tal te va? Hiro se gira. Juanita está detrás de él; pese al avatar en blanco y negro, tiene buen aspecto.

—¿Qué tal estás? —le pregunta.

—Bien. ¿Y tú?

—Genial. Espero que no te importe hablar conmigo a través de este fax barato de la vida real.

—Juanita, preferiría mirar un fax tuyo que a la mayoría de mujeres en carne y hueso.

—Gracias, taimado adulador. ¡Hacía tanto tiempo que no hablábamos! —observa, como si hubiese algo de particular en ello. Algo se está cociendo.

—Espero que tú no tontees con el Snow Crash —dice ella—. Da5id no quiere ni escucharme.

—¿Y qué pasa? ¿Te parezco un ejemplo de autocontrol? Soy justo de la clase de tipos que tontearía con eso.

—Te conozco bien, y eres impulsivo, pero muy astuto. Tienes reflejos de espadachín.

—¿Y eso qué tiene que ver con el consumo de drogas?

—Que ves llegar las cosas y las esquivas. Es un instinto, no algo aprendido. Tan pronto te diste la vuelta y me viste, adoptaste una expresión que decía: ¿qué está pasando? ¿En qué está metida Juanita?

—No sabía que usases el Metaverso para relacionarte con la gente.

—Lo hago si el asunto es urgente —explica ella—. Y contigo siempre querré hacerlo.

—¿Conmigo? ¿Por qué?

—Ya sabes. Por nosotros. ¿Te acuerdas? Gracias a la relación que tuvimos mientras yo diseñaba esto, tú y yo somos las dos únicas personas que pueden llegar a mantener una conversación sincera en el Metaverso.

—Eres la misma chalada mística de siempre —dice él, sonriendo para quitarle hierro al comentario.

—No puedes ni imaginarte lo chalada y mística que soy ahora, Hiro.

—¿Cuan mística y chalada?

Ella lo observa con cautela, exactamente como hizo cuando él entró en su despacho años atrás.

Hiro empieza a preguntarse por qué ella siempre está tan alerta en su presencia. En la universidad solía pensar que Juanita temía su intelecto, pero hace años que ha comprendido que ésa es lo último que la preocuparía. En Sistemas Sol Negro, dedujo que era típica precaución femenina: Juanita temía que él intentase llevársela al huerto. Pero eso está ahora fuera de toda cuestión.

En esta tardía fecha de su carrera romántica, Hiro es lo bastante sagaz para proponer una nueva teoría: tiene cuidado porque él le gusta. Le gusta a pesar de sí misma. Es exactamente el tipo de elección romántica tentadora, pero a la larga profundamente equivocada, que una chica lista como Juanita tiene que aprender a evitar.

Sí, definitivamente se trata de eso. Alguna ventaja debía de tener hacerse viejo.

—Tengo un socio al que me gustaría que conocieses —dice ella para responder a su pregunta—. Un caballero y erudito llamado Lagos. Hablar con él resulta fascinante.

—¿Es tu novio?

Juanita no responde de inmediato, sino que lo medita un poco.

—Al contrario de lo que pueda parecer por mi conducta en el Sol Negro —dice por fin—, no me tiro a todos los tíos con los que trabajo. Y si lo hiciese. Lagos quedaría totalmente descartado.

—¿No es tu tipo?

—Ni de lejos.

—¿Y cuál es tu tipo?

—Los rubios ricos, viejos y sin imaginación, con trabajos estables. Casi se lo traga; luego lo pilla.

—Bueno, podría teñirme el cabello. Y acabaré por envejecer. Ella ríe, como liberando la tensión.

—Créeme, Hiro, ahora mismo soy la última persona con quien querrías mantener una relación.

—¿Tiene algo que ver con tu iglesia? —pregunta él. Juanita ha estado gastando el dinero que le sobra en crear su propia rama escindida de la iglesia católica. Se considera una misionera entre los ateos inteligentes del mundo.

—No seas condescendiente —replica ella—. Ésa es exactamente la actitud contra la que lucho. La religión no es para los bobalicones.

—Lo siento. ¿Sabes? Esto no es justo. Tú puedes leerme las expresiones de la cara, y yo te miro a través de un puñetero remolino.

—Desde luego, tiene algo que ver con la religión —explica ella—. Pero es tan complejo y tus conocimientos del tema tan escasos, que no sé por dónde empezar.

—Oye, que en el instituto yo iba a misa todas las semanas. Hasta cantaba en el coro.

—Lo sé, y ése es precisamente el problema. El noventa y nueve por ciento de lo que se hace en la mayoría de iglesias cristianas no tiene nada que ver con la religión. La gente inteligente acaba por darse cuenta tarde o temprano, y de ahí deducen que el cien por cien son gilipolleces; por eso la gente asocia el ser inteligente con ser ateo.

—¿Así que lo que aprendí en la iglesia no tiene nada que ver con eso a lo que te refieres?

Juanita lo observa durante un rato, pensativa. Luego se saca del bolsillo una hipertarjeta.

—Toma.

Cuando Hiro la coge, la hipertarjeta deja de ser una parpadeante ficción bidimensional para convertirse en una tarjeta realista y de buen gusto, en color crema. Impresas en ella en letras negras brillantes hay dos palabras:

BABEL

(Infocalipsis)