Al acercarse a la Calle, Hiro ve salir a dos parejas de jóvenes de Puerto Cero, el puerto local de entrada y parada del Monorraíl; es probable que estén usando los ordenadores de sus padres para una doble cita en el Metaverso.
No está viendo gente de verdad, claro. Todo es parte de la imagen en movimiento dibujada por su ordenador según las especificaciones que le llegan por el cable de fibra óptica. Las personas son piezas de software llamadas avatares. Son los cuerpos audiovisuales que usa la gente para comunicarse en el Metaverso. El avatar de Hiro está también en la calle, y si las parejas que salen del Monorraíl miran en su dirección pueden verlo igual que Hiro los ve a ellos. Podrían conversar, Hiro en el Guarda-Trastos de Los Angeles y los cuatro adolescentes quizá en algún sofá de algún barrio de Chicago, cada uno con su portátil. Pero no es probable que entablen conversación, no más de lo que lo harían en la Realidad. Son buenos chicos, y no querrán hablar con un mestizo solitario con un elegante avatar a la medida y un par de espadas.
Tu avatar puede tener el aspecto que desees, según las limitaciones de tu equipo. Si eres feo, puedes hacer que tu avatar sea atractivo. Aunque acabes de salir de la cama, tu avatar puede lucir ropas hermosas y un maquillaje profesional. En el Metaverso puedes ser un gorila o un dragón o un enorme pene parlante. Si recorres el Metaverso durante cinco minutos verás ejemplos de todas esas cosas.
El avatar de Hiro tiene la misma apariencia que Hiro, con la excepción de que, lleve lo que lleve Hiro en la Realidad, su avatar siempre viste un kimono de cuero negro. A la mayoría de hackers no les van los avatares llamativos, porque saben que hace falta mucha más sofisticación para mostrar un rostro humano realista que un pene parlante. Más o menos como la gente que realmente entiende de moda y puede apreciar los pequeños detalles que diferencian un traje de lana gris barato de un traje de lana gris caro y hecho a medida.
No puedes materializarte en el Metaverso donde quieras, como el capitán Kirk teleportándose desde las alturas. Provocaría confusión y molestaría al resto de la gente; rompería la metáfora. Se considera que materializarse saliendo de ninguna parte (o desvanecerse de vuelta a la Realidad) es un asunto privado, y que es mejor realizarlo en Casa. Hoy día, casi todos los avatares son anatómicamente correctos y se crean desnudos como un niño, así que hay que adecentarse antes de salir a la Calle. Salvo que tu avatar sea intrínsecamente indecente y no te importe.
Los currantes y quienes no disponen de su propia Casa, por ejemplo, la gente que se conecta desde una terminal pública, se materializa en un Puerto. En la Calle hay 256 Puertos Exprés, espaciados regularmente alrededor de su circunferencia a intervalos de 256 kilómetros. Cada uno de esos intervalos está a su vez subdividido 256 veces mediante Puertos Locales distanciados exactamente un kilómetro unos de otros (los estudiantes de Semiótica Hacker más avispados notarán la obsesiva repetición del número 256, que es 28, e incluso ese 8 tiene bastante jugo, ya que es 22 multiplicado por otro 2 por si las moscas). Los Puertos cumplen una función análoga a la de los aeropuertos: es la forma de llegar al Metaverso procedentes de algún otro sitio. Una vez te has materializado en un Puerto, puedes caminar por la Calle o subirte al Monorraíl o lo que quieras.
Las dos parejas que han salido del Monorraíl no se pueden permitir avatares a medida y no saben cómo escribirse uno ellos mismos; han tenido que comprar avatares hechos en serie. Una de las chicas lleva uno bastante mono. Entre la gente de K-Tel sería considerado toda una declaración de gustos en materia de moda. Parece que se ha comprado el Juego de Construcción de avatares y ha montado su propio modelo personalizado a partir de componentes estándar. Probablemente incluso se parezca a su propietaria. Su acompañante tampoco tiene mal aspecto.
La otra chica es una Brandy y su compañero es un Clint. Brandy y Clint son modelos en serie muy populares. Cuando las adolescentes blancas sin demasiados recursos económicos tienen una cita en el Metaverso, invariablemente se van a la sección de juegos de ordenador del Wal-Mart local y compran una Brandy. El usuario puede seleccionar tres tamaños de pecho: improbable, imposible y ridículo. Brandy tiene un limitado repertorio de expresiones faciales: mona con pucheros, mona y voluptuosa, vivaracha e interesada, sonriente y receptiva, mona y colgada. Sus pestañas miden más de un centímetro, y el software es tan barato que están dibujadas como astillas sólidas de ébano. Cuando una Brandy agita las pestañas casi puedes sentir el aire que desplazan.
Clint es la contrapartida masculina de Brandy. Es tosco y guapo y su gama de expresiones faciales también es extremadamente breve.
Hiro se pregunta ociosamente por qué se habrán juntado esas dos parejas. Está claro que proceden de clases sociales distintas. O quizá sean hermanos de diferentes edades. Por fin llegan a la parte inferior de la escalera mecánica y se mezclan con la multitud de la Calle, en la que hay Clints y Brandys suficientes para fundar un nuevo grupo étnico.
La Calle está concurrida. Casi todos americanos y asiáticos; en Europa aún es de madrugada. Debido a la abundancia de americanos, la multitud tiene una apariencia chillona y surrealista. Para los asiáticos es mediodía y visten trajes azul oscuro. Para los americanos es tiempo de ocio, así que tienen cualquier apariencia que el ordenador sea capaz de dibujar.
En el instante en que Hiro cruza la línea que separa su barrio de la Calle, formas coloreadas se abalanzan sobre él de todas direcciones, como buitres sobre un atropello reciente. En el barrio de Hiro no se permiten animanuncios, pero en la Calle se permite casi todo.
Un caza de combate que sobrevuela el gentío estalla en llamas, sale despedido de su trayectoria y se desploma en dirección a Hiro a dos veces la velocidad del sonido. Se hunde en el suelo de la Calle a quince metros de él, se desintegra y estalla, floreciendo en una intrincada nube de fuego y restos que se desliza hacia él por el pavimento, creciendo y envolviéndolo hasta que lo único que puede ver son sus llamaradas turbulentas, perfectamente simuladas y dibujadas.
Entonces la imagen se congela, y un hombre se materializa frente a Hiro. Es el clásico hacker barbudo, pálido y delgado, que trata de aparentar más tamaño vistiendo una voluminosa cazadora adornada con el logo de uno de los grandes parques de atracciones del Metaverso. Hiro conoce al tipo; solían coincidir a menudo en las convenciones. Lleva dos meses tratando de contratar a Hiro.
—Hiro, no entiendo por qué rechazas mi oferta. Ganamos mucha pasta, kongpavos y yenes, y somos flexibles a la hora de pagar y con las anfetas. Estamos montando un asunto de espada y brujería, y un hacker con tus habilidades nos vendría bien. Ven y charlamos un rato, ¿vale?
Hiro atraviesa la imagen, y ésta se desvanece. Los parques de atracciones del Metaverso pueden ser fantásticos, y ofrecen una amplia gama de películas interactivas tridimensionales; pero a la hora de la verdad no son más que videojuegos. Hiro no es aún tan pobre como para escribir juegos para esa compañía. Pertenece a los nipones, lo cual no es raro; pero además está dirigida al estilo japonés, y eso significa que todos los programadores tienen que llevar camisetas blancas y presentarse en la oficina a las ocho de la mañana, trabajar en cubículos y asistir a reuniones.
Quince años atrás, cuando Hiro empezó, un hacker podía sentarse y escribir él solo un programa. Ahora eso ya no es posible. El software se produce en fábricas y los hackers son, en mayor o menor medida, trabajadores de una cadena de montaje. O, lo que es aún peor, pueden acabar transformándose en directivos y no escribir ni una línea más de código en toda su vida.
La perspectiva de convertirse en trabajador de una cadena de montaje incentiva a Hiro lo suficiente para ir esta noche a la caza de intel realmente buena. Trata de estimularse, de romper el letargo típico de quien lleva mucho tiempo en el paro. Esto de la intel puede ser un buen chanchullo, una vez te has creado tu nicho en la red. Y con sus contactos, eso no debería ser un problema. Simplemente tiene que tomárselo en serio. «Tómatelo en serio. Tómatelo en serio». Pero es tan difícil tomarse algo en serio.
Le debe a la Mafia el coste de un automóvil. Es una buena razón para tomárselo en serio.
Cruza directamente la Calle, bajo la línea del Monorraíl, en dirección a un gran edificio negro de baja altura. Resulta extraordinariamente sombrío para la Calle, como un descampado en el que se hubieran olvidado edificar. Es una achaparrada pirámide negra con la cima truncada. Sólo tiene una puerta; como todo es imaginario, no hay leyes que dicten el número mínimo de salidas de emergencia. No hay guardias, ni carteles, ni nada que impida a la gente entrar; y aun así, millares de avatares se arremolinan alrededor, espiando el interior, intentando ver algo. Esa gente no puede cruzar la puerta porque no han sido invitados a hacerlo.
Sobre la puerta hay un hemisferio negro mate de alrededor de un metro de diámetro, incrustado en el frontal del edificio. Es lo más parecido a una decoración que hay en ese sitio. Debajo, en letras talladas en la substancia negra de la pared, se lee el nombre del lugar:
EL SOL NEGRO
De acuerdo, no es una obra maestra arquitectónica. Cuando Da5id, Hiro y los otros hackers escribieron el Sol Negro no tenían dinero para arquitectos ni diseñadores, así que optaron por formas geométricas sencillas. A los avatares que se apiñan en la puerta no parece importarles.
Si se tratase de gente real en una calle real, Hiro no podría llegar hasta la entrada. Está demasiado atestado. Pero el sistema informático que gestiona la Calle tiene cosas mejores que hacer que monitorizar a cada una de los millones de personas que hay ahí para impedir que choquen entre sí. Ni siquiera intenta resolver ese problema increíblemente difícil. En la Calle, los avatares pueden pasar unos a través de otros.
Así que cuando Hiro atraviesa la multitud en dirección a la entrada, está literalmente atravesando la multitud. Cuando se forman congestiones así, el ordenador simplifica las cosas dibujando avatares fantasmagóricos y translúcidos para que puedas ver hacia dónde te diriges. Hiro se ve a sí mismo sólido, pero cualquier otra persona le parece un espectro. Camina a través del gentío como si éste fuese un banco de niebla, viendo el Sol Negro nítido frente a él.
Cruza el límite de la propiedad y llega al portal. Y en ese instante se convierte en sólido y visible para todos los avatares arracimados fuera, que comienzan a gritar al unísono. No es que tengan ni la más remota idea de quién es él; Hiro no es más que un muerto de hambre, un cazadatos de la CCI que vive en un GuardaTrastos junto al aeropuerto. Pero en el mundo no hay más que unos pocos millares de personas que puedan cruzar la línea y entrar en el Sol Negro.
Se gira y contempla a los diez mil chillones groupies. Ahora que está solo en la entrada, no inmerso en el enjambre de avatares, puede ver con perfecta claridad a la gente de la primera fila de la multitud. Todos ellos lucen los avatares más lujosos y descabellados, con la esperanza de que Da5id, propietario y hacker en jefe del Sol Negro, los invite a entrar. Con un parpadeo se funden en un muro histérico. Mujeres pasmosamente hermosas, dibujadas por ordenador y retocadas a setenta y dos imágenes por segundo, como pósters tridimensionales de Playboy: deben de ser aspirantes a actrices esperando ser descubiertas. Extravagantes dibujos abstractos, tornados de luz giratoria: hackers que esperan que Da5id note su talento, los invite a pasar y les dé trabajo. Un abundante rocío de gente en blanco y negro: personas que acceden al Metaverso a través de terminales públicas de bajo coste, dibujadas en espasmódico y granuloso blanco y negro; muchos son fans psicópatas corrientes y molientes, obsesionados con la fantasía de matar a cuchilladas a alguna actriz en particular; en la Realidad no pueden ni acercarse, así que se conectan al Metaverso para acechar a su presa. Hay también aspirantes a estrellas del rock, trazados con láser como si acabasen de bajar del escenario, y avatares de hombres de negocios japoneses, exquisitamente dibujados por sus carísimos equipos, pero profundamente reservados y con trajes aburridos.
Hay uno en blanco y negro que destaca porque es más alto que el resto. El protocolo de la Calle dicta que tu avatar no puede ser más alto que tú, para impedir que la gente vaya por ahí midiendo kilómetros de altura. Además, si el tipo está usando una terminal pública, y así debe de ser, a juzgar por la calidad de la imagen, no hace un gran trabajo con su avatar. Lo muestra como es, pero no tan bien. Hablar con un blanco y negro en la Calle es como hablar con una persona que haya metido la cara en una foto-copiadora y vaya pulsando repetidamente el botón mientras tú te quedas junto a la bandeja de salida sacando las hojas y mirándolas una a una.
Eleva el cabello largo, dividido por el centro como una cortina que muestra un tatuaje en su frente. Con esa puñetera resolución no hay forma de ver claramente el tatuaje, pero parece estar formado por palabras. Luce un fino bigote a lo Fu Manchú.
Hiro se da cuenta de que el tipo ha reparado en él y también lo mira, de arriba abajo, prestando particular atención a sus espadas.
Una sonrisa se extiende por la cara del tipo en blanco y negro. Una sonrisa satisfecha, de reconocimiento. La sonrisa de un hombre que sabe algo que Hiro ignora. El tipo en blanco y negro ha permanecido con los brazos cruzados sobre el pecho, como si se aburriera o esperase algo, y ahora los deja caer, sacudiendo los hombros como un atleta en fase de precalentamiento. Se acerca tanto como puede y se inclina hacia delante; es tan alto que lo único que se ve tras él es el vacío cielo negro, roto por los brillantes rastros de vapor de los animanuncios que lo surcan.
—Eh, Hiro —dice el tipo en blanco y negro—, ¿quieres probar un poco de Snow Crash?
Mucha gente haraganea frente al Sol Negro y dice cosas raras; normalmente no se les hace caso. Pero el tipo logra atraer la atención de Hiro.
Primera cosa extraña: sabe el nombre de Hiro. Pero hay formas de obtener esa información; probablemente no signifique nada.
Segunda: suena como la oferta de un traficante de drogas, lo que sería muy normal en un bar de la Realidad; pero esto es el Metaverso. No se pueden vender drogas en el Metaverso porque no hay forma de colocarse mirando algo.
Tercera: el nombre de la droga. Hiro jamás ha oído hablar de una droga llamada Snow Crash. En sí, eso no tiene nada de particular; todos los años se inventan miles de drogas nuevas, y todas ellas se venden con media docena de nombres distintos.
Pero «snow crash» es jerga informática. Significa un cuelgue del sistema, un error, pero a un nivel tan fundamental que jode la parte del ordenador que controla el haz de electrones del monitor, haciendo que se pasee erráticamente por la pantalla y transforme la perfecta retícula de pixeles en una ventisca remolineante. A Hiro le ha pasado infinidad de veces. Pero como nombre para una droga resulta francamente peculiar.
Lo que en realidad atrae la atención de Hiro es su aplomo. Es una presencia flemática, profundamente tranquila. Es como hablar con un asteroide, cosa que estaría muy bien si estuviese haciendo algo que tuviese el más mínimo sentido. Hiro trata de leer alguna pista en el rostro del tipo, pero cuanto más se aproxima, más parece que esa porquería de avatar en blanco y negro se rompa en bastos pixeles parpadeantes. Es como apretar la cara contra el vidrio de un televisor averiado; hace que te duelan los dientes.
—Perdone —dice Hiro—. ¿Qué ha dicho?
—¿Quieres probar un poco de Snow Crash?
Habla con un acento seco que Hiro no acaba de situar. Su audio es tan malo como su vídeo. Hiro oye de fondo los coches que pasan junto al tipo. Debe de estar conectado en una terminal pública al lado de una autovía.
—No lo pillo —dice Hiro—. ¿Qué es Snow Crash?
—Una droga, gilipollas —dice el tipo—. ¿Qué va a ser si no?
—No entiendo; esto es nuevo para mí —explica Hiro—. ¿De verdad crees que te voy a dar dinero aquí? Y luego, ¿qué? ¿Espero a que me envíes la droga por correo?
—He hablado de probar, no de comprar —aclara el tipo—. No tienes que darme dinero, es una muestra gratuita. Y tampoco tienes que esperar el correo; puedes probarla ahora mismo.
Mete la mano en el bolsillo y saca una hipertarjeta.
Se parece a una tarjeta de visita convencional. Las hipertarjetas son una especie de avatares. Se usan en el Metaverso para representar un conjunto de información. Puede tratarse de texto, audio, vídeo, una imagen estática o cualquier otra información que pueda representarse de forma digital.
Piensa en un cromo de béisbol, con una foto, un poco de texto y unos cuantos datos numéricos. Una hipertarjeta de béisbol contendría un vídeo con los mejores momentos del jugador, en perfecta alta definición; una biografía detallada narrada por el propio jugador, en sonido digital estéreo; y una completa base de datos estadística, así como software especializado para que uno pueda buscar las cifras que le interesen.
Una hipertarjeta puede almacenar una cantidad de información prácticamente infinita. Por lo que a Hiro respecta, esta hipertarjeta podría contener todos los libros de la Biblioteca del Congreso, o todos los episodios de Hawai 5-0 jamás filmados, o las obras completas de Jimi Hendrix, o el censo de 1950.
O, más probablemente, una amplia gama de virus informáticos. Si Hiro extiende la mano y toma la hipertarjeta, los datos que ésta representa se transferirán del sistema de ese tipo al ordenador de Hiro. Naturalmente, Hiro no la tocaría bajo ninguna circunstancia, como tampoco se aceptaría jamás una jeringa de un desconocido en Times Square para pincharse el cuello con ella.
Sea como sea, no tiene sentido.
—Es una hipertarjeta. Creía que habías dicho que Snow Crash era una droga —dice Hiro, cada vez más desconcertado.
—Lo es —dice el tipo—. Pruébala.
—¿Afecta al cerebro, o al ordenador? —pregunta Hiro.
—A ambas cosas. O a ninguna. ¿Qué diferencia hay? Por fin Hiro comprende que acaba de desperdiciar sesenta segundos de su vida en una conversación sin sentido con un esquizofrénico paranoide. Se da la vuelta y entra en el Sol Negro.