Al día siguiente, Jorge y María esperaron a que no hubiera nadie para acercarse a Edgar con mucho misterio y un regalo en la mano.
Era una libreta. De color amarillo pomelo, amarillo limón.
Para que escribas nuestra historia dijo Jorge. La verdadera historia.
Nuestra verdadera historia precisó María.
Lo primero que apuntó Edgar en aquella libreta fue: «Jorge y María se quiere, y tú tendrás cosas mejores que hacer que mirarlos. Por ejemplo, querer a alguien». Era eso, en definitiva, lo que había que contar.
Durante días, Jorge, pero sobretodo María, fueron hablando con Edgar. A veces se juntaban para hacerlo. Otras veces lo hacían por separado. Edgar iba uniendo sus cartas, sus dibujos y sus conversaciones como un puzle.
Ah, y no digas que tengo granos.
Pero si solo tienes dos dijo Edgar. ¿Algún deseo más tiene la señorita?
Que Clara parezca más simpática de lo que es para ver si le encontramos novio.
Bien. ¿Algo más?
No hables mucho de Raquel.
Edgar tardó en pasarles un primer borrador.
Edgar… dijo María tras leerlo. Es como si lo hubiera escrito yo…
Edgar sonrió.
Solo una cosa. ¿No hay demasiado diálogo?
¿Tú crees? dijo Edgar dubitativo. Bueno, yo creo que eso ayuda a contar las historias, ¿no? Necesitamos al otro para explicarnos. Es la alteridad.
¿La qué?
La alteridad repitió Edgar. Los otros. A veces, al intentar explicarnos es cuando logramos comprendernos. Necesitamos a los otros, hablar con otros, o con nosotros mismos, pero dialogar al fin y al cabo.
María recordó todo el tiempo que había estado sola, sin poder hablar con Jorge, sin saber hablar con Clara, sin siquiera poder contarse a sí misma, incapaz de escribir, incapaz de contarse, balbuceando palabras sin sentido…
Mola la alteridad dijo a Edgar, reflexiva.
Mola repitió Edgar.
Por cierto, hablando de alteridad dijo Edgar, he pensado incluir como personaje a Yaiza.