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María y Jorge apenas tuvieron tiempo de lamentar que Berto no contara su historia. Esta vez los dos, convencidos, acordaron proponer a Edgar que escribiera la novela.

Pero yo…

Tú no te preocupes, Edgar. Te pasaremos las cartas y los dibujos para que los incluyas; te contaremos todo dijo María, entusiasmada con la idea.

Jorge no añadió: «Casi todo». Solo dijo:

Oye, Edgar, entre que tú eres sudamericano y todo esto de ser hermanos pero no, no harás un culebrón, ¿verdad?

Edgar rio sin ganas.

Tranquilo, Jorge. Primero, yo soy centroamericano. Y segundo, lo que hace que los culebrones sean culebrones es su retórica.

¿Cómo? dijo María.

Edgar siguió explicando.

Sí, la retórica, la forma de contarlo. De momento, ni tú te llamas Jorge Alejandro, ni tú María Victoria Estrella.

Hizo una pausa y añadió, un puntito ofendido:

Además, no a todos los sudamericanos les gustan los culebrones.

Ya, pero a ti sí.

Ni modo.