María rebañó el chocolate y la nata con el último trozo de tortita.
¿Una novela? preguntó mientras daba vueltas al tenedor por todo el plato.
Sí, tenéis que contar vuestra historia.
Pero ya lo han hecho los demás. Nosotros no queríamos que lo hicieran, pero no dejaban de hablar de ello
Por eso mismo. No podéis dejar que sean otros quienes cuenten la historia por vosotros. O que crean que lo han hecho. Porque en realidad solo se han fijado en lo oscuro, han especulado sobre vuestra historia para hacerla más morbosa, han contado mentiras… Ahora es vuestro turno. Tenéis que contar vuestra historia, pero la verdadera. En fin, todas las historias, como historias, son verdaderas. Cuando digo «la verdadera historia» me refiero a vuestra historia. Será vuestra campaña. ¿Qué queréis decir al mundo?
Que nos queremos mucho musitó tímidamente María.
Bien, pero eso ya lo han dicho. Y han añadido algo más. Han dicho: «Jorge y María se quieren, y podrían ser hermanos». Piensa que…
María no dejó que su padre siguiera explicando. Entendía, y enseguida se lanzo a proponer:
«Jorge y María se quieren, y tú tendrás cosas mejores que hacer que mirarlos».
¡Bien! Ese sería el resumen de vuestra historia exclamó su padre con admiración. Eso está muy bien. Ahora solo faltaría algo que hiciera que la gente se pusiera definitivamente de vuestra parte, algo que facilitara que se pusieran en vuestro lugar, que entendieran por lo que habéis pasado. Algo…
María miraba a su padre con cara de interrogación. Esta vez no acababa de entenderlo.
Mira, es muy sencillo. Y a la vez es complicado. Mejor te lo explico… con otra historia. La leí hace un tiempo. La contaba otro publicista.
»Había una vez un ciego que siempre pedía en el mismo sitio del parque. Siempre con el mismo cartel, un cartel que decía: «Soy ciego». Todos los días, camino del trabajo, pasaba por allí un publicista y todos los días le dejaba una moneda. Hasta que un día le dijo:
»Hoy voy a dejarte una moneda. Hoy voy a escribirte una frase en el cartel.
»Cuando aquella tarde, de vuelta del trabajo, pasó por donde el ciego y le preguntó cómo le había ido, el ciego le contestó sorprendido y feliz:
»¡Es increíble! ¡Me han dejado más dinero que nunca! ¿Qué has escrito?
»Entonces el publicista le leyó lo que ahora ponía en el cartel: «Soy ciego y hoy comienza la primavera»
María se quedó esperando a que su padre continuara la historia. Pero su padre se limitó a sonreír satisfecho.
Pero, papá, ¿ese día comenzaba la primavera de verdad? le preguntó María.
¡Qué importa eso! Era una historia.
María frunció el ceño.
Piénsalo, María.
Y entonces, de pronto, como si fuera ella la que dejaba de ser ciega, lo comprendió y susurró:
¿Y qué tal: «Jorge y María se quieren, y tú tendrás cosas mejores que hacer que mirarlos. Por ejemplo, querer a alguien»?
Su padre la miró orgulloso y asombrado.
María, voy a tener que hacerte socia de la agencia. ¡Vas a ser un genio de la publicidad!
María sonrió satisfecha.
Será que lo llevo en los genes dijo, poniendo la mano encima del sobre con la prueba.
La sonrisa de Teo no podía hacerse más grande. María también habría sonreído así sino fuera por un pequeño detalle. Sí, le parecía una idea fabulosa escribir una novela contando su historia. Sí, sería fantástico que esa historia sirviera para que la gente los dejara quererse en paz, e incluso para invitar a quienes la leyeran a vivir una historia de amor igual de bonita, pero ¿cómo iba a hacerlo? Una cosa era escribir una entrada para el blog y otra cosa, bien distinta, era escribir una novela.