Cuando iba por la segunda tortita, María le dijo a su padre:
He visto fotos del padre de Jorge. Tiene la boca como él.
Teo asintió con la boca llena.
¿Y yo, papá? preguntó María aprovechando la menor ocasión para llamarlo así. ¿De quién la he heredado?
Teo tragó y miró a su hija, compasivo. Nunca había dado importancia a aquel detalle, pero ahora se daba cuenta de que para María había sido otro doloroso motivo de sospecha.
Mi abuela Mercedes. Tenía la boca como tú. ¿No te acuerdas? Seguro que la has visto en fotos antiguas.
María meneó la cabeza, con la boca llena. Su padre la miró.
Ahora haz lo que quieras con la prueba le dijo. Ese documento es tuyo. Tú decides qué hacer con él.
María barajó las distintas opciones. ¿Le bastaba con saberlo ella? ¿Ella y Jorge? ¿Quería que todos los demás lo supieran? ¿Lo necesitaba?
Es todo tan… tan…
¿Cutre? sugirió Teo.
María asintió.
Yo no quiero entrar en ese circo dijo imaginando que hacía llegar la prueba a la prensa y a la televisión, y escuchando el nombre de sus padres repetido una y otra vez.
Entonces díselo solo a quien tengas que decírselo.
Pero no puedo soportar las miradas de todo el mundo, papá. La gente siempre está dispuesta a creer lo peor. Todos pensarían que somos… a María aún le costaba decirlo. Nos mirarían como si estuviéramos haciendo algo horrible. Tendríamos que escondernos. Yo no quiero tener que andar dando explicaciones ni demostrando nada. Pero tampoco quiero mantenerlo en secreto, como si fuera algo vergonzoso. No, así no podría salir con él.
Aunque no había sido capaz de decir su nombre, María se sorprendió enunciando en voz alta la posibilidad de salir con un chico ante su padre. No era ese el estilo familiar, hablar de las cosas. Pero tampoco lo era merendar tortitas entre semana. Y a María no le parecían mal aquellas excepciones. ¿O serían más bien cambios?
Su padre interrumpió aquellos pensamientos.
¿Sabes qué haría yo en tu lugar?
Dime, papá. Tú eres el experto en publicidad.
Teo sonrió. De pronto, se llevó una mano a la frente.
¡Tenía otra cosa que enseñarte!
Sacó su iPad y lo encendió. María lo miraba expectante. Cuando lo tuvo listo, lo giró hacia María. Un vídeo mostraba a un hombre leyendo un libro en voz alta:
«Iseo», leía el hombre, «tú y yo somos como la madreselva que se enrosca en el avellano. Juntos pueden vivir largos años, más si alguien pretende separarlos, muere el avellano enseguida y la madreselva también. Igual es nuestro destino: ni vos sin mi, ni yo sin vos».
Luego, el hombre cerraba el libro y, mirando a cámara, decía:
«Así es nuestro destino, el del Teatro Belén y la Escuela de Artes: ni teatro sin escuela, ni escuela sin teatro. Di no al traslado de la Escuela.»
Cuando el vídeo terminó, María alzó la vista hacia su padre:
¿Y esto? dijo con la sonrisa de satisfacción de una musa.
Es una campaña que me habían pedido unos amigos. Quieren obligarlos a trasladar su escuela del teatro de donde está a otro edificio en las afueras. Fuiste tú quien me dio la idea, con aquel trabajo. Te debo una.
Sí. Y me la vas a pagar ahora mismo. Aún no me has dicho qué harías si fueras yo dijo María retomando la conversación anterior.
Yo escribiría una novela.