Minnie había salido con Daisy. María había salido con Clara.
Cuando el gato no está, los ratones bailan.
Minnie-Maria bailaba más libre que nunca. Era la máscara. Se había revelado más eficaz que las copas. Otra forma también pasajera de dejar de ser la hija de Candela Brines, María se entregó a la posibilidad de ser la novia de Mickey Mouse. Ser solo eso, una ratona que pestañea, al menos mientras durara aquel baile. Sonreír, sonreír, cantar, bailar y ser para todos la novia de Mickey Mouse.
Daisy-Clara, menos patosa que nunca, bailaba con ella. La música sonaba atronadora, pero la repetida vibración del móvil no le paso desapercibida. Sin dejar de mover los hombros y la cabeza, sin dejar de levantar y mover el brazo izquierdo, Clara sacó el móvil y miró la pantalla.
Se levantó la careta y se la colocó en lo alto de la cabeza para leer mejor.
Quince mensajes. Distintos remitentes para un mensaje que venía a decir lo mismo:
«Lo acaban de decir en TV. Jorge Zaera y Maria Pinilla son hermoso».
Y solo un mensaje diferente. De Jorge.
«Dile a María que no es verdad».
Clara ya no es Daisy.
Bajo el brazo y se quedó en mitad de la pista de baile, rodeada de gente que no dejaba de moverse, una boya agitada por las olas. Sin darle tiempo para impedirlo, Minnie-María le arrebató la móvil de las manos, ansiosa por ver que era aquello que había congelado el gesto de Clara volviendo tan incongruente la sonrisa de Daisy.
Leyó los mensajes uno tras otro. Desde detrás de la careta, luchaba por comprender. La forma en que lo contaba uno de los mensajes le dio la pista definitiva:
«Dicen que Berto Zaera es el padre de María Pinilla».
Bola de palabras. Imposible respirar.
María recordó la primera vez que oyó pronunciar ese nombre, el nombre del padre de Jorge. Fue en su casa. En boca de su madre. Y todo encajó de golpe: la reacción de sus padres ante la mudanza de Rebeca Lindon, su conocimiento de la existencia de Berto y de Jorge, la forma de evitarse, la cara de su padre al ver entrar a Jorge en casa, el nerviosismo de su madre, los silencios de su padre, la prohibición de salir juntos… incluso aquella boca, «boca de mono». Pensó en la boca de Jorge, pensó en sus besos… Y por primera vez sintió asco.
Minnie-María seguía en mitad de la pista, aferrada al móvil de Clara. Sentía unas terribles ganas de vomitar, le faltaba el aire, pero, pese a las arcadas, pese al ahogo, se sentía incapaz de desprenderse de la careta. Se ahogaba, se ahogaba, y esta vez repetir el nombre de Jorge no diluiría aquella asfixiante bola de palabras sino que la haría más grande.
Clara miraba la sonrisa de Minnie, intentando escrutar la mirada de María tras la careta. Las pestañas de Minnie y aquella sonrisa que nunca había parecido tan estúpida eran pistas falsas.
Clara extendió la mano para levantarle la careta, pero María se lo impidió con un gesto brusco. Quería fundirse con aquella mascara, trasmutar su piel por aquel plástico y seguir para siempre la novia de Mickey Mouse, solo la novia de Mickey Mouse.
Vámonos, María dijo Clara cogiéndola del hombro.
María miró a Clara a través de la careta.
Yo no me llamo Pinilla murmuró. Con tanto ruido, Clara no la oyó.
Abriéndose paso a empujones, Clara arrastró a María fuera de la pista. Tras la careta, Minnie-María creía sentir la mirada de todo el mudo, creía ser el motivo de todas las risas. Y a su alrededor todo el mundo reía, delante o detrás de una máscara. Mientras avanzaban penosamente hacia la salida, vio a alguien mirar su móvil, levantar la mirada y señalar hacia Clara. Sentía que si se quitaba la careta, seria devorada por una multitud de cocodrilos. No dejarían de ella ni los huesos. Solo quedaría una estúpida careta de Minnie Mouse tirada en el suelo, pisoteada.
Volvió a casa remolcada por Clara. Su amiga la acompaño hasta la puerta. Pero Minnie entró sola.