Cuando María se quedó sin móvil y sin internet ―el mundo entero vigilando sus pasos―, creyó volverse loca. Necesitaba hablar con Jorge y necesitaba hacerlo a solas.
Y entonces se le ocurrió una fórmula con una variable y una constante. La variable era un pendrive con forma de llave que contendría distintos mensajes. La constante, la fiel Clara.
María escribía desde su ordenador sin conexión. Como Tristán hacía con Iseo, María tallaba en aquella llave las palabras que no podía gritar, y luego se las hacía llegar a Jorge. Por eso, contaba con la ayuda de Clara. Le daba el pendrive y Clara iba corriendo a dejarlo detrás de la maceta que había en el rellano del piso de Jorge. Después, Clara mandaba un SMS a Jorge avisándole de que ya lo tenía.
Jorge salía un momento de casa, lo recogía y escribía en su particular idioma: dibujaba. Luego escaneaba el dibujo, lo pegaba en un documento junto a una pequeña nota y lo guardaba en la llave. Cuando acababa de hacerlo, volvía a dejar el pendrive detrás de la maceta y enviaba un SMS a Clara. En cuanto podía, Clara-mensajera subía, lo recogía e inventaba cualquier excusa para volver a casa de María y poder dárselo.
El primer documento que María grabó en aquel pendrive se llamaba «Adivina adivinanza». Cuando Jorge intentó abrirlo, se le pidió una contraseña. Preguntó a Clara por la contraseña, pero ella se encogió de hombros.
A mí ni me mires. Yo solo soy la mensajera. No tengo ni idea.
Aunque la contraseña no estaba inventada para protegerse de Clara, ella jamás intentó averiguar cuál era.
Jorge solo tardó dos intentos en adivinarla. Era Snowman. El primer intento de Jorge había sido María. En los últimos tiempos no podía evitar escribir esa palabra una y otra vez. María, María, María… Y eso fue precisamente lo que escribió en su primera respuesta: «María, María, María…». Escribió María más de cien veces. Sin cortar y pegar. Meñique izquierdo mayúscula, índice derecho M, anular izquierdo A, índice izquierdo R, anular derecho tilde, índice derecho I, anular izquierdo A. María, María, María, María…
Lo siguiente que recibió Jorge empezaba así:
«Chico listo. Sabía que darías con la contraseña, con nuestra contraseña».
Y lo siguiente que envió Jorge fue un dibujo de María escapando de una torre.
A su torre, a su celda de castigo, solo podía acceder Clara, pero eso era más que suficiente. Porque ella tenía la llave… y la confianza de los padres de María. Ellos entendían que, ahora más que nunca, María se refugiara en sus amigas y, como siempre habían sentido simpatía por Clara, no les extrañaba su presencia. Sin embargo, cualquiera que hubiera seguido los movimientos de Clara habría detectado que algo raro estaba sucediendo. Pero los ojos del mundo estaban pendientes del hijo de Rebeca Lindon y de la hija de Candela Brines. Nadie miraba a Clara. Solo Edgar reparó en aquel extraño trajín.