Desde aquel momento, la historia de Jorge y María que nació a pleno sol, casi deslumbrada, como contó María en la primera entrada de su blog, solo podía ser secreta.
María había intuido que tendría que ser así desde aquel primer beso largo, cuando pidió al escolta que no dijera nada. Hasta entonces, guardar secretos la había hecho sentir importante. Pero ahora aquel secreto solo los hacía sentirse desgraciados. El secreto era un nuevo silencio que no admitía reacción. Nada de lo que les sucediera podía ser públicamente interpretado a la luz del secreto. (Claro, porque ¿qué luz puede dar un secreto? ¿Acaso no es la oscuridad su hábitat natural?). Pero todo, absolutamente todo, era motivado por él: la alegría, la tristeza, la rabia, la canción que elegían cantar en la ducha, el color de los guantes que se ponían, el libro que elegían leer… Nada de lo que Jorge o María sintieran o hicieran provenía de ningún otro sitio. Su vida pendía de aquel amor que se profesaban en secreto.
El secreto fue una necesidad, nunca una opción. María y Jorge querían gritar, darse la mano, no esconderse, pero el mundo entero se había convertido en un gigantesca agencia de información, y no había lugar donde escapar. Cualquiera, desde cualquier sitio, en cualquier momento, podría ver, fotografiar, compartir… No era solo Óscar, no eran solo los reporteros, no eran solo Natalia o Pedro Contreras o Ingrid… Era Cualquiera.
Los cocodrilos acechaban por todas partes. «La vida privada es, a efectos prácticos, cosa del pasado». La intimidad había muerto.
El único refugio que les quedaba era cruzarse miradas… hasta que María encontró la llave.