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Cuando María llegó el lunes a su casa, directa del colegio, utilizando las zonas comunes de la urbanización «exclusivamente como zonas de paso», se sorprendió de encontrar a Óscar en la puerta.

¿Está mi madre en casa? ¿Tan pronto? preguntó extrañada.

El escolta se limitó a encogerse de hombres.

Javier y Nicolás estaban merendando solos en la cocina.

¿Y mamá? preguntó María.

Javier también se encogió de hombros. Nicolás lo imitó.

María avanzó por el pasillo mientras encogía los hombros una y otra vez tratando de entender el gesto, cuando oyó unas voces. Se acercó con sigilo al cuarto de sus padres y se quedó escuchando.

¿No ves que tendría el efecto contrario? oyó decir a su padre. Cuanto más se lo prohibamos más se empeñará en estar con él.

¡Pero mientras sigan, toda esta bola continuará creciendo! dijo Candela. ¿Tú has visto esto?

María no pudo aguantar más e irrumpió en el cuarto.

¿Qué es lo que hay que ver? dijo con aire chulesco. Desde que Raquel había aparecido en televisión, era difícil encontrar el tono para conversar.

¿Estabas espiando? preguntó Candela.

¿Y tú? respondió retadora María.

Candela inspiró con fuerza y mostró la pantalla de su teléfono a María.

No me hace falta espiarte. Ya lo hace todo el mundo por mí.

En la pantalla aparecía una foto de María, tal y como estaba vestida en ese momento. Los mismos vaqueros, el mismo jersey, las mismas bailarinas, la misma diadema… No salía sola.

Estaba besando a Jorge.

¿Quién la ha colgado? preguntó María desconcertada. ¿Desde cuándo estás en Facebook?

Eso es lo de menos respondió Candela, y retiró el teléfono; no quería que María viera que se había creado un perfil con un nombre falso. Luego alzó la voz: ¿Qué? ¿No quieres leer lo que ponen? ¿Eh? ¿Quieres ver lo que dicen de tu madre?

Eso es lo único que te importa, ¿no? gritó María.

No, hija. Te equivocas. Nosotros…

¡Cállate, papá! ¡No podéis impedirlo! Pienso hacer lo que me dé la gana.

En realidad, María quería decir «no podéis impedir que quiera a Jorge», «pienso seguir saliendo con él», pero ya había asimilado el lenguaje familiar, el de las perífrasis, los eufemismos y la ausencia total de nombres propios.

Candela la miró a los ojos y esbozó una sonrisa irónica.

No hace falta que nos digas lo que piensas hacer. Nos enteraremos de todos modos dijo agitando su teléfono. Y no es solo esto. Sabemos que ayer intentaste conectarte a través de la red de un vecino. ¿Tú sabes lo que me cuesta a mí ahora averiguar lo que haces, dónde estás, qué escribes, con quién andas?

María pensó en Óscar, en el coche de policía que últimamente rondaba alrededor de casa, en que su madre era ministra… Ministra. Las palabras se le agolpaban en la cabeza y la sangre en las mejillas, tiñéndolas de rojo.

Creo que no será necesario que cambies de colegio, ¿verdad? amenazó sin amenazar Candela. Bastará con que recuerdes que nunca estás sola.

Hiere más un susurro que un grito; María lo había aprendido del lenguaje familiar.

Por eso intentó no gritar al decir:

¿Es que acaso no tiene nada mejor de lo que ocuparse la señora ministra?

Precisamente respondió Candela haciendo el mismo esfuerzo por no gritar, el mismo esfuerzo por herir. Tengo millones de cosas más importantes que hacer como para encima andar preocupándome por los rollitos de una cría.

Entonces María dijo. Con todas sus letras:

Te odio.

Una bofetada cruzó la cara de María. Plas.

Y luego, el silencio.

El silencio también hiere. Pero, como arma, tiene una gran ventaja sobre las palabras: no admite reacción.