La intervención de aquella chica en aquel programa coincidió con la irrupción de nuevas normas en casa de María.
Es así como hay que contarlo, «aquella chica», «aquel programa» y «coincidió», no «desencadenó», porque así es como lo contaría Candela Brines. Y porque emplear unas palabras u otras no es solo una cuestión de estilo. Cómo contamos la historia cambia la historia. Y, dicho así, estas normas no tenían nada que ver con aquello, aquel asunto que siempre se apartaba con palabras vagas y demostrativos lejanos, siempre «aquel», nunca «este». No, las nuevas normas se debían al descenso en el rendimiento escolar de María. Sí, mejor expresarlo así. Desde luego, para nada podrían relacionarse con la irrupción en la vida de María de aquel chico que residía desde hacía solo unos meses en la misma urbanización.
De cuyo nombre no quiero acordarme.
Lo importante era no nombrar. Porque nombrar es hacer real. Y la política Candela Brines era toda una experta en eludir la realidad a fuerza de alusiones. Eludir, aludir… diluir. Esa era su gran esperanza: «todo aquello» (solo así podía nombrarse) se diluiría, y pronto no quedaría ni rastro.
Mientras tano, para María quedaba:
1.Prohibido el uso y tenencia de móviles o aparatos similares.
2.Prohibido el uso de internet. El único uso autorizado de internet será con finalidades escolares y será supervisado por uno de los progenitores. El único ordenador con conexión de la casa será el del salón. Queda bloqueada la conexión a internet desde el ordenador del dormitorio.
3.Prohibido ver la televisión.
4.Prohibido permanecer en las zonas comunes de la urbanización antes y después de las clases. Dichas zonas serán utilizadas exclusivamente como zonas de paso.
5.Las entradas y salidas de casa serán negociadas y supervisadas por los progenitores.
No estaba prohibido no estaba contemplado llorar encerrada en el cuarto.