Raquel hablaba y hablaba desde la pequeña pantalla. Con aquellos tacones y aquel maquillaje parecía aún mayor. Y nerviosa.
La noticia de la presunta estafa y el estreno de su nueva serie habían devuelto a Rebeca Lindon al centro de la crónica social, y Raquel era, o eso no se cansaban de repetir en el programa, «una de las pocas personas que han podido conocerla de cerca». Raquel contaba detalles sin importancia de la vida de Rebeca Lindon. Respondía a todas las preguntas. Cómo era su casa, aunque ya todos la habían visto en las revistas. Cómo la había tratado. Cómo había celebrado su cumpleaños hacía unas semanas. Qué le había regalado ella.
Raquel, después de haber salido tanto tiempo con Jorge, el hijo de Rebeca Lindon dijo el presentador con gran pompa, ¿por qué has decidido contar ahora todo esto?
«Todo esto» era nada, pero Raquel no se paró a puntualizarlo. Arrastrada por el tono solemne del presentador, adoptó modales de tragedia y dijo:
Por venganza. Jorge me puso los cuernos con una chica: María Pinilla, la hija de Candela Brines, la nueva ministra de Economía.
Desde su casa, la nueva ministra de Economía contemplaba atónita la pantalla del televisor. Junto a ella, María volvía a culpar a aquel sillón que se había revelado absolutamente incapaz de tragarla en el momento adecuado.
Las imágenes estaban preparadas. La cara de Raquel, o lo poco que se veía de ella tras el maquillaje, dio paso a una instantánea donde aparecían Jorge, María, Raquel, Candela y dos reporteros. Al fondo se veía a Edgar. Superpuesto, un rótulo: «El hijo de Rebeca Lindon me fue infiel con la hija de Candela Brines».
María ahogó un grito. Candela cerró los ojos.
Entró una llamada. Rebeca Lindon.
¡Son menores de edad!
La foto desapareció de la pantalla. Pero ya no pudo desaparecer de las retinas del público.
Aquella noche, quince periodistas y varios curiosos teclearon en Google «María Pinilla». También lo hizo Yaiza Ramos. Y encontró, como casi todos los demás, a María Pinilla en Facebook. A ella… y a decenas de chicas y mujeres que se llamaban como ella.
Solo dos personas tuvieron la paciencia de rastrear una a una todas las Marías Pinillas registradas en Facebook. Yaiza Ramos no fue una de ellas. Para Yaiza, como para la mayoría, nada que no se encontrara en menos de medio minuto llegaba a existir.
De las dos personas que rastrearon todas las fotos, solo una, un periodista, supo reconocer en aquella María Pinilla tumbada boca abajo sobre la hierba ante un ordenador a la misma chica que aparecía en la foto junto al hijo de Rebeca Lindon.
Cuando quiso acceder a la información de su perfil, apareció este mensaje:
«Los usuarios que no son amigos de María solo ven parte de la información de su perfil. Si conoces a María personalmente, añádela como amiga».
Y entonces el periodista sonrió de medio lado y susurró:
Chica lista.
Nadie descubrió su blog. Yaiza sí, pero no lo supo.