Cada vez que María recordaba lo que había sucedido, se tapaba los oídos. Era absurdo. Las voces estaban dentro de su cabeza y no iban a cesar por mucho que se llevara las manos a las orejas. Y no dejaba de recordar. Los gritos de Raquel, su forma de llorar, la manera en que la había mirado, con aquella furia, las miradas ansiosas de todos los reporteros, la mirada compasiva de Edgar, los trozos de envoltorio desgarrados y pisoteados, los lápices de colores por toda la acera, la mirada perpleja y perfectamente maquillada de su madre al llegar al portal y encontrarse la escena, los cuchicheos de aquellos reporteros que estaban junto Raquel («¿Esa no es Candela Brines?». «Ni idea». «Es diputada. Es que yo antes estaba en la sección de Nacional»), la frialdad de su madre al mirar a Jorge y decir «Hija, sube a casa», un par de flashes…
Allí, en casa, María volvía a escuchar la voz de Raquel gritando a Jorge. «Así que no tenemos cosas en común, ¿no? ¡Era eso! ¡Ese era el motivo! ¡Era ella lo que no teníamos en común! ¡Cerdo!». Las palabras venían una y otra vez a su mente acompañadas de una larga uña roja como su bufanda, la del dedo que la señaló. En ningún sitio estaría a salvo de esa uña roja.
Desde su ventana, María vio cómo Jorge intentaba calmar a Raquel. La había hecho pasar dentro de la urbanización, lejos de las escrutadoras miradas de los reporteros. Ella se había ido con su madre.
¿Qué era todo aquel circo? le preguntó de camino a casa.
No sé, mamá contestó María. Algo de Rebeca Lindon.
Su madre calló. «Rebeca Lindon» había resultado ser un conjuro mágico que la volvía muda repentinamente.
Pero ahora, desde la ventana, podía distinguir la cazadora azul del hijo de Rebeca Lindon al fondo del jardín. El rosal tapaba a Raquel, pero pronto vio sus brazos rodeando la cazadora azul de Jorge. De pronto, ella se marchó corriendo. Él se quedó medio oculto tras el rosal. No fue tras ella. Salió de aquel recodo y miró hacia la ventana de María. Ella levantó la mano a modo de saludo. Empezó a llover. Aguanieve.
Desde el pasillo, Javier llamó a María:
¡Que dice mamá que vengas!
Cuando llegó al salón y vio a sus padres sentados en el sofá, con la tele apagada, y a Javier y Nicolás a sus pies, supo que algo pasaba.
Tenemos una cosa importante que anunciaros dijo Candela. Además, os tengo que presentar a una persona.