La noche del tres de enero, cerca de las dos, María dormía plácidamente cuando su móvil empezó a sonar.
Medio dormida, palpó la mesilla hasta encontrarlo y se lo llevó al oído con más prisa porque dejara de sonar que por saber quién llamaba.
Lo primero que escuchó fue una especie de crepitar furioso.
¿Sí? preguntó en voz baja. ¿Hola? ¿Sí?
Por fin se escuchó una débil vocecilla a lo lejos.
¿María? ¿María?
Ella sintió un vuelco en el corazón. Era él.
Sí, soy yo respondió. Y se sintió estúpida al instante. ¿Quién iba a ser, si no?
Luego Jorge dijo algo inaudible. El padre de María se asomó a la habitación en pijama y la miró con cara de interrogación. María le hizo un gesto para que se fuera.
Te oigo fatal susurró María.
… salido con… año… menos… escuchó.
¿Qué? ¿Qué? Te oigo a trozos.
… cobertura… mierda… …veza… tú sa…
María apretaba el teléfono contra la oreja como si quisiera incrustárselo. La oreja le ardía. Quería gritar, pero tenía que hablar en voz baja. Quería dejar de oír esas malditas interferencias. Y las dejó de oír. En su lugar, pasó a escuchar el exasperante pi-pi-pi-pi que anunciaba el fin de la llamada.
Desesperada, rabiosa y feliz, intentó volver a conciliar el sueño. En vano.