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¿Y entonces? dijo Clara ansiosa cuando María le contó lo que había pasado.

Y María se dio cuenta de que no tenía respuesta para esa pregunta.

No hemos quedado en nada… dijo repentinamente seria. Nosotros nos iremos ahora con mis abuelos, y para cuando volvamos, Jorge estará en la nieve con su padre.

A ver si, con tanta nieve, se va a enfriar lo vuestro.

Muy graciosa, Luján. Muy graciosa.

Nunca hubo unas Navidades tan largas para María. Tan pronto estaba eufórica como odiaba al mundo en general, y a su familia en particular, por mantenerla alejada de Jorge. Los momentos de euforia coincidían con los minutos posteriores a recibir un mensaje de él. No es que fueran declaraciones de amor; muchas veces eran solo pequeñas bromas privadas. Jorge enviaba una foto de la montaña con el mensaje: «¿Dónde está el Yeti?». «¡Detrás de la montaña!», respondía María. «Chica lista», respondía Jorge. María no necesitaba más para sonreír.

Los días pasaban entre mensajes, recuerdos, ensoñaciones, turrón y fiestas. ¿No dicen que la Navidad es tiempo de ilusión?

Por un nuevo año especialmente importante brindó el padre de María en Nochevieja. Y por todas las ilusiones que caben en una cartera dijo dedicando una mirada especial a su madre.

Ella le respondió con una sonrisa cómplice y dijo, fingiéndose resignada:

Cásate con un publicista para esto.

Al chocar las copas, María tuvo claro qué deseo pedir. Parte de su deseo se cumplió de inmediato: un mensaje de Jorge felicitándole el año nuevo.

A partir de entonces, empezó a contar los días que quedaban para que acabaran las vacaciones sin saber que también su madre lo hacía, aunque por otros motivos.

Seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno…