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María volvió a casa con otra primicia. «Jorge y María se han
besado». No fue un beso largo. Solo fue un tímido beso en los labios, casi un desliz. Justo eso. Era como si un beso de despedida familiar se hubiera deslizado cuatro centímetros, los suficientes como para acabar labio contra labio. Pero no había posibilidad de error. Sus dedos meñiques, sus labios, podían fingir, pero Jorge y María eran bien conscientes de dónde estaba cada parte de su cuerpo cuando se despidieron en el portal.

Durante aquella mañana, María ayudó a sus hermanos a poner la decoración navideña mientras cantaba villancicos a pleno pulmón.

Alegría, alegría, alegríaaaaa se desgañitaba eufórica.

No deberías estar tan contenta con ese suspenso en Matemáticas dijo Teo.

Alegría, alegría y placeeeeer seguía cantando.

Sus hermanos la miraban con resignación.

No sé qué es peor comentó Javier. Si cuando está así o cuando está contra el mundo.

Deja, deja dijo su padre suspirando. Que le dure.

Era un bonito deseo navideño. «Que le dure».