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Días después, en clase de Literatura, la profesora les contó la historia del avellano y la madreselva. Cuando acabó de hacerlo, Unai le pasó un papel doblado a María.

Ella lo abrió. Era un dibujo con un título: «Teje que teje». Lo había hecho Jorge. En el dibujo salía ella con corona de reina. Estaba de pie, mirando hacia el cielo, con los brazos hacia abajo y los puños cerrados. Parecía encontrarse en medio de un bosque, rodeada de hierba y maleza. Por eso María no la vio al principio. Pero sí: escondida entre las ramas, camuflada, había una araña. Teje que teje… Cuando María la localizó, se sintió feliz de haberla encontrado. Entonces miró el dibujo aún con más atención y pudo descubrir otras cuatro arañas escondidas en los lugares más insospechados: el estampado de su vestido de reina, una falsa nube, su pupila…

¿Cuántas había? ¿Cuántas había? le preguntó María nada más salir de clase, con el dibujo en la mano. ¡He encontrado cinco!

Chica lista dijo sonriendo Jorge. Pero había seis.

No puede ser. Lo he mirado y remirado cien veces. ¿Dónde está la sexta?

¿Cómo voy a saberlo si no sé dónde has encontrado las otras cinco?

En el vestido, en una… empezó a enumerar María.

Jorge la detuvo.

Espera. Deja que adivine cuál no has encontrado.

Entonces cerró los ojos, hizo una inspiración de lo más teatral, abrió los ojos, la miró fijamente y dijo:

No has encontrado la que está dentro de tu puño.

María miró el dibujo.

Pero si aquí no hay nada.

Claro explicó Jorge. Está dentro de tu puño.

¡Eso no vale! ¡No se veía!

Jorge sonrió y se limitó a decir:

«Lo esencial es invisible a los ojos».

Era una cita de El principito, su libro preferido.

María volvió a plegar el dibujo, se lo metió en el bolsillo de la cazadora y salió de clase con una sonrisa de oreja a oreja.