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Cuando María subió a casa, se encerró en su cuarto, puso la flor sobre su mesa de trabajo y abrió el libro de Matemáticas. Tenía que concentrarse en estudiar para los exámenes, pero no había forma. Acabó escribiendo encuesta[11] en el blog.

Al fin y al cabo, esto también es estadística, ¿no? se consoló.

Dos horas después, María había contado no menos de veinte veces el número de pétalos de la flor (tenía doce, como los apóstoles) y había pasado tres páginas de libro.

¡María! la llamó su hermano Javier. Dice papá que nos ayudes a poner la mesa.

¿Y mamá? ¿No esperaremos a mamá? preguntó María a Teo, su padre, cuando llegó a la cocina.

Llegará tarde.

Como siempre estos últimos días se quejó María débilmente. Y siguió poniendo la mesa mientras silbaba una canción.

Nada de lo que pasara esa tarde podía ensombrecer su felicidad. La felicidad que dan una frase inacabada, una sospecha y una flor con pinta de araña.