Desde que María y Jorge hicieron juntos el trabajo de Historia, dejaron de ignorarse. No quedaban para ir a clase, pero si alguna vez se veían por la calle, se esperaban para hacer el camino juntos. Jorge y María… y Clara. Porque María siempre iba con ella.
A Clara le costó un poco asimilar el cambio.
¿Y ahora por qué vamos a ir con él?
Vamos, Luján. No seas rencorosa.
Pero recuerda que hasta hace unos días ni nos hablaba.
Ni nosotras a él. Estaba rabioso, y es tímido.
¿Tímido?
Pues sí. Lo que pasa es que, cuando coge confianza, no lo parece.
Clara puso cara de incredulidad.
Y nosotras tampoco fuimos muy comprensivas que se diga continuó defendiéndolo María. No le hicimos ni caso.
Hija, pareces mi madre.
María sonrió sin decir nada.
Además, no me entero de la mitad de lo que habláis.
Era cierto. No se debía solo a que María y Jorge fueran a una clase diferente de la de Clara; es que, además, estaban empezando a construir un lenguaje propio lleno de complicidades y secretos. Cada palabra, cada ocurrencia, se incorporaba a un repertorio privado que los acercaba cada vez más entre sí y los alejaba del resto del mundo. Jorge, para María, era Snowman. Pasó a serlo desde el día en que presumió ante ella de sus habilidades con la tabla en la nieve. Todo empezó cuando María se exhibió ante Jorge en el murete del fondo de la piscina. María llevaba trepando por él desde que era una niña lo hacía con ligereza de gato.
Pareces Catwoman dijo Jorge impresionado.
¿Y tú? preguntó María, invitándole a subir.
Deja, deja. Yo soy más bien Snowman.
¿Snowman? ¿Un muñeco de nieve?
Jorge frunció el ceño. Él no se refería a eso.
Mira listilla, este invierno te reto en las pistas con la tabla de snow.
Si Jorge era Snowman, María, para Jorge, pasó a ser Mariteorías, por su tendencia a crear teorías en torno a casi cualquier cosa.
¿Sabes? decía Jorge. Creo que el portero tiene una doble vida.
¿Quién? ¿Edgar? preguntaba María. Puede ser, Snowman. ¿Te he contando que tengo una teoría sobre los nombres?
Cuenta, cuenta, Mariteorías la animaba Jorge, sonriente.
Alguien que se llame Edgar no puede llevar una vida simple. Seguro que lleva una doble vida, ¡o una triple! Sin embargo, una María…
Entonces Jorge recordaba cómo María le había dicho que siempre que pedía la hamburguesa doble sin queso y decía:
¡Una María solo puede llevar una doble vida si es sin queso!
Eso replicaba María como un eco.
Y los dos reían. Clara no. Clara asistía algo desconcertada a este intercambio creciente de complicidades que la excluía.
Poco a poco, Jorge y María estaban tejiendo un idioma particular que desarrollaban en el colegio, de camino a casa o en la urbanización. Era como si solo pudieran verse por casualidad, nunca a propósito. No quedaban. Solo se encontraban. Y siguieron así durante los últimos días del otoño.
Tempraneras luces navideñas titilaban ya en la ciudad. Alguna fría mañana, las palabras empezaron a salir acompañadas por nubes de vaho.
Un día, Clara, que llevaba tiempo acompañando a María y a Jorge más callada de lo habitual, dijo cuando ella y María se quedaron solas:
Lo que no entiendo, si tan amiguitos sois, es por qué no te habla de su novia.
María se encogió de hombros.
Entonces Clara emitió su veredicto con la voz ronca:
Pinilla, estás colgada de Jorge. Y Jorge está colgado de ti.