María estaba fisgando el muro de Jorge cuando Clara llamó.
¿Qué tal? preguntó impaciente.
¿Que tal qué? respondió María, aunque sabía perfectamente a qué se refería.
¿Qué va a ser? ¿La previsión meteorológica?
¡Ah! Pues dicen que se aproxima un anticiclón por…
¡Anda ya! ¡Cuenta ahora mismo!
Un, dos, tres, cuatro, cinco… respondió María con sorna.
O me cuentas ahora mismo qué tal el trabajo o…
¿O qué? la interrumpió María disfrutando con la impaciencia de Clara. Se sentía tan poderosa… Es la sensación que embarga a los dueños de los relatos. Hay narradores omniscientes, que lo saben todo, y otros que no lo son. Pero todos, en el momento de contar, son omnipotentes. Porque cuando cuentas, haces que exista algo que antes no había. Decidir, cuándo, cómo y a quién contar una historia es jugar a ser Dios.
Y entonces Clara hizo lo que se hace ante Dios: rogar.
Por favor, por favor, Pinilla. No seas mala. Cuéntame qué tal con Zaera.
Increíble.
Clara la habría asesinado si la hubiera tenido delante.
Suspiró, se rearmó de paciencia y preguntó:
¿Increíble de bien o increíble de mal?
Increíble de increíble. Es que no me lo creo.
Por un lado, María acariciaba la idea de guardarse la historia para ella sola. Era agradable ser tan dueña de lo que se había pasado. ¿Y si no le contaba nada a Clara? Por otro lado, le podían las ganas de compartirlo con su amiga. Aunque ¿cómo haría para contarlo? ¿Le alcanzarían las palabras para explicar la conexión que había sentido con Jorge? Porque, bien mirado, si se ceñía a los hechos, lo que había pasado no era apenas nada, pero si pensaba en lo sentido más que en lo ocurrido…
Clara la sacó de sus pensamientos.
¿Pero qué tal?
Por el tono de voz de María, Clara habría apostado que su amiga sonreía desde el principio de la conversación. Por eso no le sorprendió que confesara finalmente:
Fenomenal. Me acabo de hacer amiga suya en Facebook. Tendrías que ver su perfil. Es más majo…
Claro, boba. ¿Cómo no va a parecer guay en su perfil?
¿Por qué lo dices?
Un perfil es precisamente eso: un lado. Y todo el mundo posa con su lado bueno. No verás a nadie de frente en Facebook.
Es verdad dijo María, picada. Cualquiera diría por tu perfil que eres muy simpática.
Y tú muy delgada.
Por un momento, se hizo un silencio al otro lado del teléfono.
Que no, María, que estás fenomenal. Venga, cuéntamelo todo desde el principio, con pelos y señales reclamó Clara.
Bueno, al principio estábamos un poco cortados. Mi padre estuvo de lo más borde con él. Y yo seguía en mi línea de «sí», «no», «ya»… Pero luego hemos empezado con el trabajo y no hemos ido soltando…
Ya, soltando.
Oye, que tiene novia. Pero reconozco que hemos acabado por los suelos de la risa.
Ya, por los suelos.
Eres imposible.
Y tú estás fatal. Te partes de risa con un trabajo de Historia.
No, en serio. Y nos ha quedado genial. Ha hecho una portada ingeniosísima para el trabajo. Con unos dibujos chulísimos. Y es divertidísimo. ¿Tú sabes lo que me he reído con él?
No, si graciosísimo, debe de ser un rato graciosísimo. Todo el mundísimo se ríe con él.
Al otro lado del teléfono, María hizo una mueca. Estaba pasando lo que se temía. Sin darse cuenta, Clara, con sus comentarios, hacia que todo sonara vulgar. Y ella… A sus propios oídos sonaba ridícula. «Ingeniosísimo», «chulísimo», «divertidísimo»… ¿Por qué con Jorge era así? ¿Por qué tenía que pasar de los monosílabos directamente a los superlativos? Ahora que por fin aquella tarde había logrado hablar de forma «normal» con él, era incapaz de contarle a Clara lo que había pasado.
¿Estás ahí? la reclamó Clara.
Sí, sí dijo María volviendo a la conversación. Sí que se le ve el gracioso del grupo. Pero yo creía que solo le reían las gracias por ser quien es. Como tiene esa panda de fans…
Tienes razón. Esos se reirían hasta de los pedos que se tirara.
No seas guarra. No tiene pinta de tirarse pedos.
Hombre, Pinilla.
Que no.
Pinilla, que todo el mudo se tira pedos. Lo que pasa es que estás enamorada.
Cuelgo.
Prr.
¿Qué ha sido eso?
Clara soltó una carcajada por toda respuesta.
¡Guarra!
María colgó el teléfono con una sensación agridulce. Por un lado, le parecía patético que su intento de relatar lo que había ocurrido aquella tarde hubiera degenerado en una conversación sobre pedos. Por otro, no podía dejar de sonreír.