Querido Jorge:
No sé si quiero o no quiero saber. Por un lado, me siento más fuerte y necesito saber. Quizá sea porque ahora parecen menos. Por otro lado, si recuerdo lo que pasó y todo lo que dijeron, la bola de palabras vuelve a crecer en mi cerebro y luego se instala en mi garganta hasta dejarme otra vez sin respiración.
Al principio pensé que esta estrategia de mis padres era absurda. Puedo estar sin tele, sin internet, sin móvil…, pero ¿de verdad creían que así podrían mantenerme a salvo? ¿Hasta cuándo? Y además, ¿cómo no iba a llegarme la información por otro lado? ¿No me lo contarían todo Clara, o Magda, o Nerea, o incluso Javier o Nicolás?
Sin embargo, debo reconocer que ha sido mucho más eficaz de lo que yo creía. Nadie me dice nada. Siento que vivo en una obra de teatro. Clara sonríe y me habla de tonterías. Hoy me ha contado lo de que Edgar encontró el pendrive en la maceta antes de que tú salieras a buscarlo, y cómo enseguida supuso que sería tuyo y lo guardó para dártelo cuando no estuviera tu madre delante. No sé cómo lo ha hecho, pero ha logrado contármelo sin decir tu nombre ni una sola vez.
En casa es igual. Después de los gritos, parece que hemos vuelto a la normalidad. Mi madre habla de política, mi padre de sus anuncios, mis hermanos de sus tonterías… Lo importante, lo real, lo nuestro, parece no existir. Se ha convertido en un enorme silencio que ocupa todo el espacio. Nadie quiere hablar de ello. Y así, cada personaje va entrando y saliendo al escenario, sonriendo un poco más de lo normal, hablando más alto de lo normal, fingiendo que todo es más normal de lo normal. Y yo les sigo el juego y sonrió.
Pero no me lo trago. Sé que todo es una farsa.
Ya solo me siento real cuando te escribo o cuando miro tus dibujos. Cuando te cuento, cuando me cuentas. Solo estoy aquí. Solo soy yo contigo.