Raquel era mayor que Jorge. Tenía casi dieciocho años y había repetido curso.
Lo de Raquel había sido distinto. De hecho, lo primero que Raquel supo de Jorge fue quién era su madre.
¡Hemos visto a Rebeca Lindon! le dijeron sus amigas en cuanto bajó a la playa. Era Semana Santa.
¿En serio? ¿Dónde?
Raquel y sus amigas pusieron las toallas cerca de donde estaban Rebeca, Jorge y la pequeña Ingrid y se esforzaron en escuchar su conversación. Pronto se aburrieron de hacerlo. La conversación de Rebeca Lindon con sus hijos no era muy distinta a la de cualquier madre. «Hija, no me tires arena». «¿Tenéis hambre?». «¿Damos un paseo?». «Hijo, ponte crema».
¿Ese chico es hijo de Rebeca Lindan? preguntó Sara, una amiga de Raquel. No sabía que tuviera un hijo.
¿Y quién es su padre? dijo otra amiga. No puede ser Pichi…
Me parece que te está mirando, Raquel.
Esa misma noche, Jorge fue con unos amigos a la discoteca y volvió a ver a Raquel. Era difícil no hacerlo con su altura.
Así empezó todo. Esa noche descubrieron que vivían en la misma ciudad, que medían los mismos ciento ochenta y un centímetros, que a los dos les gustaba Muse y que eran socios del mismo club de fútbol. Por lo demás, a Jorge aún le quedaban varios años para ser mayor de edad, y a Raquel, solo unos meses; Jorge practicaba snow, y Raquel, skate; Jorge iba a un colegio, y Raquel, a un instituto; Jorge era despistado, y Raquel, observadora; Jorge, tímido, y Raquel, lanzada. Y como Raquel era lanzada, no hizo falta saber mucho más para empezar a besarse.