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El primer día de clase, María se sentó en la última fila, entre Sandra y Álex.

Apenas llevaban diez minutos con Pedro Contreras, el que iba a ser su tutor ese curso, cuando entró el director:

Atención, voy a presentarles a un nuevo alumno empezó diciendo. Quiero que lo traten como a uno más, con respeto y cordialidad. Se llama Jorge Zaera. Puedes sentarte, Jorge dijo indicándole un sitio libre en la primer fila, alineado con el de María.

Mientras el director hablaba, Jorge apenas levantó la vista de la punta de sus zapatillas. Cuando lo hizo, echó un vistazo general a la clase. Instintivamente, María se arrebujó y quedó oculta tras el corpachón de Unai que se sentaba delante. El director se fue y se quedaron con el tutor. María apenas prestó atención a lo que les dijo durante el resto de la clase.

Desde su escondite, observaba cada movimiento de Jorge. En un momento dado, vio cómo pedía un bolígrafo a su compañera de al lado.

«Increíble», pensó María. «Realmente es un despiste con patas. Primer día de clase y no trae un bolígrafo».

Estaba deseando salir disparada a la clase de al lado y contárselo, antes que a nadie, a Clara. Por eso, en cuanto acabó la clase, no esperó a Magda y se fue directa hacia la puerta intentando que Jorge no la viera. Era absurdo. Tarde o temprano, se verían. Y fue temprano.