A más de dos mil kilómetros de María, Yaiza sonrió. Acababa de leer la nueva entrada de Pinillismos. Y la pregunta que hacía allí María era la misma que se hacía ella: ¿tenía derecho a sentir celos?
«¿Alguna vez has deseado estrangular al chico que te gusta? ¿Y si lo vieras con otra? Y en ese caso, ¿a quién sentirías más deseos de estrangular: a la persona que te gusta o quien está con esa persona?», leyó Yaiza en el blog de María. Y un poco más abajo: «Voy a abrir un bote de helado. Otra duda: ¿por qué los celos dan hambre? ¿O es solo a mí?».
Y las respuestas de Yaiza a las preguntas de María eran:
1. ¿Alguna vez has deseado estrangular al chico que te gusta? No, hasta que lo vi con Sol.
2. ¿Y si lo vieras con otra? ¡Justo!
3. ¿A quién sentirías más deseos de estrangular: a la persona que te gusta o quien está con esa persona? A él. Al fin y acabo, estrangular ¿no es abrazar muy fuerte, muy fuerte?
4. ¿Por qué los celos dan hambre? ¿O es solo a mí? ¡No sé por qué! Pero a mí también me pasa.
Y entonces fue a Yaiza a quién se le ocurrió una nueva pregunta. Una pregunta que no tenía que ver con los celos, ni con Sol, ni con los deseos de abrazar a alguien hasta la asfixia, ni con la ansiedad y el hambre… Y la pregunta era: ¿Cómo puede ser que una desconocida, en algún lugar, esté escribiendo mi historia con las mismas palabras con que yo lo haría?
Y se fue a comer un helado.