Durante la semana siguiente, antes de que empezaran las clases, María se cruzó cinco veces más con Jorge. Cuatro de ellas coincidieron en la piscina, y las cuatro María estaba con Clara.
En aquellas ocasiones, los cuerpos de Jorge y María se cruzaban en la piscina. Sincronizaban sus largos de forma aparentemente casual. Cuando Jorge salía de un extremo, María salía del otro. En el centro de la piscina, a veces, solo a veces, se miraban de reojo. Jorge solía llegar un poco antes, y aprovechaba la ventaja para ver cómo María daba la última brazada.
En realidad, a Jorge le aburría nadar. En realidad, María hizo en cuatro días más largos que en todo el verano. En su muro de Facebook escribió: «¿Se pueden tener agujetas de nadar?». Unai le respondió: «Eso son AGUAJETAS:))))».
Eran un par de impostores braceando. Y Clara los miraba divertida desde el borde de la piscina.
Una vez María hizo un largo de espaldas mientras, de frente, Jorge avanzaba a crol. Cuando estaban casi en mitad de la piscina, el brazo de María chocó con el de Jorge.
Perdón musitó Jorge.
María sonrió. Le quemaba el brazo.
La otra vez que más llegaron a aproximarse fue una ocasión en la que los dos se tiraron de cabeza y recorrieron la piscina buceando. Ahí, bajo el agua, se miraron con el descaro inocente de los peces y la ensoñación de las sirenas. Cuando sus cabezas salieron a la superficie, los dos estaban sin aliento.
En todo ese tiempo, lo único que se cruzaban eran sus miradas y sus cuerpos de falsos nadadores. Ni una palabra.
Ni siquiera Clara se atrevió a romper el hielo. El recuerdo de Rebeca Lindon le congelaba el «¿Llevas hora?» en la garganta cada vez que iba a acercarse a él a preguntar. Tampoco habían podido averiguar su nombre, ni buscando en internet. En el buzón no figuraba. Todo en torno al hijo mayor de Rebeca Lindon estaba envuelto en el misterio. Solo podían deducir que se apellidaba Zaera.
Edgar preguntó una tarde Clara al portero, ¿tú no sabrás cómo se llama el hijo de Rebeca Lindon?
No mintió Edgar, tan discreto como siempre.
Vale, gracias.
El día anterior al comienzo del curso, María volvió a ver a Jorge. Esta vez ella iba sola. Esta vez él no. Estaba con Raquel. Fue cuando María los vio besarse entre los chopos.
Entró en casa dando un portazo.
Ya está María contra el mundo dijo su hermano Javier al verla pasar con cara de rabia.
María sé encerró en su cuarto y cogió el móvil para contárselo a Clara, pero lo dejó. No tenía ganas de hablar. Solo tenía ganas de dar patadas y de escribir. Y eso es lo que hizo. Dio una patada a una zapatilla, se sentó ante el ordenador y escribió[8].