Querido Jorge:
Estoy contigo a cada momento. Me acompañas a todas partes. No hago otra cosa que pensarte. Y sin embargo, estando como estás constantemente en mis pensamientos, te echo tanto de menos… Porque no estás, claro. Me faltas, como un brazo a un manco. Extraño todo de ti: tu risa, tu olor a pomelo, tus gracias, tu mirada, todo tu cuerpo. Tu cuerpo…
Recuerdo cuando te vi buceando por primera vez. Tu cabeza, tus brazos, tu espalda, tu traje de baño rojo, tus piernas. Te veía cruzar la piscina bajo el agua y era como si viera por primera vez un ser humano. Entonces pensé: «¿Es este el cuerpo del que podría enamorarme? ¿Por qué? Si no tiene escamas». Es absurdo, lo sé. Pensamientos de sirena. En ese momento, se me ocurrió cuál sería la segunda entrada del blog, el cuerpo[6]. Y entonces llegaste al final de la piscina, sacaste la cabeza del agua y lo primero que hiciste fue girarte hacia mí.
Sabías que estaba ahí. Tú sí me habías visto al llegar, seguro. Y por eso me buscaste.
Nos miramos. ¿Te acuerdas?
Solo duró un segundo. Puede que menos. Al momento, bajé otra vez la vista al libro. Me puse tan nerviosa que me tumbé con la cara apoyada sobre los brazos, y luego giré la cabeza hacia el otro lado, bajé los brazos para colocarme mejor el bikini, doblé la rodilla y subí una pierna (intentaba que se viera más delgada), volví a subir los brazos, me solté la goma del pelo, volví a girar la cara y te miré de reojo. Tú seguías ahí, mirándome. Cerré los ojos. Sentí que me habías pillado in fraganti. Luego pensé que era absurdo. Sí, te estaba mirando. Pero ¿acaso no me estabas mirando también tú a mí? Con los ojos cerrados, imaginé que te veía a través de los párpados. De pronto me di cuenta de que te estaba dando ventaja. Estaba dejando que tú me examinaras sin pagar el peaje de pasar vergüenza. Y decidí que la próxima vez no sería así. La próxima vez no bajaría la cabeza. Te miraría.
Hoy tampoco tengo ganas de salir de casa. Me quedaré aquí, en la ventana. Mirándote.