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Dije antes que las historias acaban como pueden.

No es así. Las historias acaban como su autor quiera que acaben. O al menos acaban donde su autor quiere, que casi viene a ser lo mismo.

Elige dónde pones el punto final y estarás eligiendo la historia. Cambia el final y cambiarás la historia. Mata a un personaje y se convertirá en un héroe. Déjalo vivir y tendrás un villano, un mártir… o un aburrido. El final lo cambia todo. Cambia hasta el principio.

No seas caradura, no pases las páginas, no busques la última. Es más difícil no buscarla ahora que lo he dicho, ¿verdad?

En vez de eso, piensa en Caperucita.

Una versión: el lobo se come a Caperucita. Punto final. Gana el lobo. Pierden los niños insensatos. Moraleja:

La niña bonita, la que no lo sea,

que a todas alcanza esta moraleja,

mucho miedo, mucho, al lobo le tenga,

que a veces es joven de buena presencia,

de palabras dulces, de grandes promesas,

tan pronto olvidadas como fueron hechas.

Otra versión: el lobo se come a Caperucita, llega un cazador, saca a Caperucita de la barriga del lobo, se la llena de piedras y el lobo, que se despierta sediento, se ahoga en el río al ir a beber. Fin de la historia. Pierde el lobo. Gana Caperucita. Moraleja: es bueno tener amigos, sobre todo si son cazadores o leñadores.

O escritores.

Como yo.

Pero ¿quién soy yo y cómo quiero que acabe esta historia? No pienso revelarlo hasta que te pongas de mi parte.

Para eso, para que te pongas de mi parte, está escrita. Te lo dije: no es una novela, es una campaña.

Hasta entonces, me toca seguir recopilando las cartas de María, los dibujos de Jorge, y hablando en tercera persona. Tengo que seguir contando la historia de Jorge y María, y dejar que aparezcan los demás. Todos los de más.