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Al principio de esta historia, no había niebla. Al principio había un chico, una chica, una piscina y un camión de mudanza. Y una verja cubierta de pasionaria. Sí, María se equivocó. Lo que crece en la verja de Juan no es una madreselva sino una pasionaria. Pero las dos plantas tienen algo en común. Las dos madreselva y pasionaria tienen también una historia. Quién sabe cuál de las dos es más trágica. La de la madreselva, la de Tristán e Iseo, acaba en muerte, y la de la pasionaria[2] es la historia de otra pasión. Su flor tiene unos extraños filamentos puntiagudos, cinco estambres, tres estilos y doce pétalos. ¿Y dónde está la pasión? Durante cien años, nadie supo verla. Y la planta se llamó maracuyá, y su flor era solo una flor. Hasta que el papa Pablo V quiso ver el parecido entre esos filamentos y la corona de espinas que le pusieron a Jesucristo. Además, había cinco estambres, cinco, igual que el número de heridas en el cuerpo de Jesús; tres estilos, tres, como los tres clavos en la cruz donde murió, y doce pétalos, doce, como los doce apóstoles. Desde que aquel popa fabuló esta historia, desde que convirtió los estambres en heridas, los estilos en clavos, los pétalos en apóstoles, aquella flor se llamo pasionaria. Desde entonces, un clavel es un clavel, porque no tiene historia, pero una pasionaria es la muerte y resurrección de Jesucristo. Así una mirada sobre las cosas puede cambiar su historia, e incluso su nombre. Así un pétalo se convierte en un apóstol.

Claro que de todo esto, de Jesucristo, los apóstoles y la corona de espinas, Jorge no tenía mucha idea. María sí. Pero esa sería solo una de los diferencias entre María y Jorge.