—La muerte siempre tiene un precio.
Era la madre de Pima, sentada junto a él, ambos con la mirada perdida en el mar. Nailer le había contado lo ocurrido a bordo del Pole Star, y se sorprendió al descubrirse llorando; después sencillamente había parado. Ahora era como si no sintiera nada en absoluto, tan solo un extraño vacío bajo las costillas que se negaba a desaparecer.
—Era un problema —dijo la mujer—. No es algo que diga de muchas personas, pero Richard López dejó mucho dolor a su paso.
—Ya —convino Nailer.
Aun así, no le parecía justo. Su padre había sido un chiflado destructivo y, en honor a la verdad, directamente malvado. Pero ahora que estaba muerto, Nailer no podía por menos de recordar otras ocasiones también, ocasiones en las que el hombre no estaba colocado, cuando se había reído con sus chistes, cuando habían asado un cerdo en la playa, buenos momentos. Momentos seguros, con su padre sonriendo y contando historias acerca de personas a las que les había sonreído la suerte. Lucky Strikes, hasta el último de ellos.
—Tampoco era tan malo —murmuró.
—No. —Sadna meneó la cabeza—. Pero no era bueno. Al final, no. Hacía mucho tiempo que había dejado de serlo.
—Sí, ya lo sé. Habría acabado conmigo si yo no lo hubiera matado antes.
—Pero eso no te consuela, ¿verdad?
—No.
La mujer sonrió con tristeza.
—Eso está bien. Me alegro.
Nailer la miró, desconcertado.
—Richard nunca sentía nada cuando lastimaba a la gente. Sencillamente le importaba un comino. Está bien que tú sientas algo. Confía en mí. Aunque te duela, está bien.
—No lo sé. —Nailer dejó que su mirada vagase por el mar—. Tal vez te equivoques. Me… —Titubeó—. Me alegré cuando lo maté. Me alegré de veras. Recuerdo haber visto todas aquellas palancas y saber exactamente lo que tenía que hacer. Y lo hice. —Miró a Sadna—. En cuanto oí que las máquinas se ponían en movimiento, supe que había ganado. Me sentí como si acabara de realizar un Lucky Strike. Era la sensación más agradable del mundo. Mejor incluso que cuando escapé del depósito de petróleo. Mejor que encontrar los restos del naufragio de Lucky Girl. Yo estaba vivo y él no, y me sentí fuerte. Realmente fuerte.
—¿Y ahora?
—No lo sé… —Nailer se encogió de hombros—. Primero, Ojos Azules. Ahora él. —Miró a Sadna—. Tool dijo que yo era igual que mi padre cuando rajé a Ojos Azules…
—No lo eres…
—Puede que sí, ¿vale? No siento nada. Nada en absoluto. Me alegré cuando lo hice. Y ahora no siento absolutamente nada. Estoy vacío. Solo eso, vacío.
—Y eso te asusta.
—Acabas de decir que mi padre no sentía nada cuando lastimaba a los demás.
Sadna estiró un brazo, cogió la barbilla de Nailer y la sostuvo con firmeza para que no pudiera rehuir su mirada.
—Escucha, Nailer. No eres como tu padre. Si lo fueras, estarías abajo, en la playa, emborrachándote con tus amigos, buscando una chica que te hiciera compañía esta noche, complacido contigo mismo. No estarías aquí, preocupándote de por qué no te sientes peor.
—Ya. Supongo que no.
—Estoy segura. Si no quieres creerte a ti mismo, créeme a mí. Superar algo así lleva tiempo. No te sentirás mejor hoy. Ni mañana. Tal vez dentro de un año, sin embargo, sea distinto. Tal vez dentro de un año lo hayas olvidado casi por completo. Pero seguirá estando ahí. Tienes las manos manchadas de sangre. —Encogió los hombros—. Eso siempre tiene un precio. Jamás desaparece por completo. —Inclinó la cabeza hacia los árboles, donde Lucky Strike había empezado a erigir un altar en honor a las Parcas—. Ve a hacer una ofrenda a las Parcas. Da gracias por haber tenido suerte, por haber actuado rápido y con inteligencia. Y después ve a hacer algo bien en el mundo.
—¿Ya está? ¿Eso es todo? —Nailer se rio—. ¿Que vaya a hacer algo bien?
—¿Preferirías que alguien te diera una paliza? ¿Que Lucky Strike se cobrara ojo por ojo, quizá?
—No lo sé. —Nailer se encogió de hombros—. Al final… —Vaciló; dejó escapar un suspiro entrecortado—. Al final, creo que era distinto. Como si hubiera vuelto a ser la persona que era al principio. Creo que podía verme… —Nailer dejó la frase inacabada—. No era tan malo. —Sacudió la cabeza. No dejaba de dar vueltas sobre lo mismo. Detestaba repetirlo, no sabía qué le molestaba tanto.
«¿Por qué no puedo alegrarme de que esté muerto?», pensó.
—Se arreglará. —Sadna le dio un apretón en el hombro—. Confía en mí.
—Ya. Gracias. —Nailer respiró hondo mientras contemplaba las aguas azules al fondo. Permanecieron en silencio durante un momento.
Pima apareció y se acuclilló junto a ellos.
—¿Estáis listos?
Sadna asintió.
—Tengo que hablar con unas cuantas personas. —Dio una palmadita en la espalda al muchacho—. No lo pierdas de vista, ¿de acuerdo? —Se levantó y bajó a la playa.
Pima se sentó al lado de Nailer. Sin decir nada, tan solo esperando. Paciente.
Contemplaron juntos la actividad de la bahía. El Dauntless ya casi había terminado de cargar suministros. Zarparían al norte, rumbo a la gente de Lucky Girl. Habían establecido contacto con su clan, y la noticia de la supervivencia de Nita y la traición de Pyce ya estaba provocando cambios de poder. Las personas leales a Nita y a su padre luchaban por recuperar el control de la empresa. Nita decía que los bloques electorales estaban fluctuando. Significara lo que significase eso. Parecía complacida, por lo que Nailer suponía que era algo positivo.
—El mundo exterior es condenadamente raro —observó Nailer.
—Sí —convino Pima—. ¿Estás preparado para salir a ver cómo es?
Nailer titubeó antes de asentir con la cabeza.
—Supongo que sí.
Se levantaron y encaminaron sus pasos hacia la playa. Los esquifes estaban transportando reservas de agua potable al Dauntless bajo la supervisión de Lucky Strike. El hombre se había dado prisa en llegar a un acuerdo con los vencedores de la batalla marítima, y ahora, una vez más, Lucky Strike daba la impresión de tener la suerte de cara. Nita decía que incluso había firmado un contrato que le otorgaba los derechos de recuperación del Pole Star, si lograba encontrar la manera de rescatarlo del fondo del mar.
El Dauntless resplandecía a la luz del sol. Nailer vio al capitán Candless de pie en la cubierta. Tenía gran parte del pecho y el cuello cubiertos de vendajes blancos. Reynolds aseguraba que el hecho de que fuera demasiado estúpido como para saber cuándo estaba muerto era el único motivo por el que seguía con vida. La voz del capitán resonaba sobre las olas mientras impartía órdenes a gritos y supervisaba las reparaciones y los preparativos definitivos.
La brisa arreció, impregnada del olor de las actividades de desguace. Playa abajo, los restos del viejo mundo yacían negros en la arena como cadáveres mutilados, rezumando aún petróleo y productos químicos, cubiertos aún de enjambres de trabajadores. Pero él no era uno de ellos. Ni Pima. Ni tampoco Sadna. Aunque no fuera capaz de salvarlos a todos, al menos podía salvar a su familia.
Pima siguió la dirección de su mirada.
—¿Crees que Lucky Girl hablaba en serio? ¿Acerca de presionar a Lawson & Carlson? ¿De obligarles a hacer algo con este sitio?
—¿Quién sabe? Si asume el control de la empresa, Patel Global será un comprador de los grandes. —Inclinó la cabeza en dirección al Dauntless, en cuya cubierta acababa de aparecer Nita. Su falda blanca se arremolinaba a su alrededor, resplandeciente al sol tropical—. Alguien con tanto dinero debería ser capaz de hacer algo, ¿verdad?
—Es una ricachona de tres pares de narices, eso seguro.
—Pues sí.
Nita relucía cubierta de oro y plata, regalos de buena voluntad que Lucky Strike había encontrado como por arte de magia a fin de ganarse el favor del Dauntless. Nita se agachó, le dijo algo al capitán Candless y se volvió hacia la orilla. Su melena negra ondeó como un estandarte enmarañado al son de la brisa del océano.
Nailer agitó una mano, sonriendo. Nita le devolvió el saludo.
Pima lo miró de reojo.
—No me fastidies.
Nailer se encogió de hombros e intentó no sonrojarse. Pima soltó una carcajada.
—¿Una ricachona como ella?
—Tienes que reconocer que es bonita.
—Bonita y forrada de dinero.
—También se le da bien destripar anguilas.
Pima se rio y le propinó un codazo en las costillas.
—¿Qué te hace pensar que un grumete de medio pelo como tú tiene la menor oportunidad con una chica como esa?
—Ni idea. —Nailer miró a Pima de refilón y esbozó una sonrisa—. A lo mejor es que confío en la suerte.
—¿Ah, sí? —Pima lo agarró por los hombros—. ¿Eso crees?
Intentó tirarlo a la arena a empujones, pero Nailer se libró de ella y huyó corriendo por la playa, riendo. Pima empezó a perseguirlo.
En la bahía, el Dauntless continuaba las labores de carga, rodeado de olas y rayos de sol. Detrás de la embarcación, el mar azul se extendía hasta el horizonte, repleto de promesas.