24

Nailer golpeó el suelo. Un fogonazo de dolor estalló en su tobillo. El clamor de los engranajes se interrumpió de repente. Nailer levantó la cabeza. Su padre colgaba sobre su cabeza, con medio cuerpo atrapado en el sistema de engranajes de las hidroalas. El hombre intentaba llegar al interior del mecanismo, que se había tragado un brazo y una pierna. Tenía los dientes manchados de sangre.

—Maldición —dijo. Parecía perplejo, más que nada. Intentó liberarse de nuevo.

Nailer sintió que se le ponía la piel de gallina. El hombre debería estar muerto, por el modo en que había sido engullido por los engranajes, pero seguía luchando por su vida. Impulsado por las anfetaminas y colgado de tobogán de cristal, su padre seguía sin comprender la magnitud de sus heridas. Por un momento espantoso, Nailer sucumbió al temor de que su padre sencillamente fuera inmortal. De que lograría liberarse y reanudaría la persecución.

Desde las alturas, Richard lo observaba sin pestañear.

—Ven aquí, muchacho.

Nailer sacudió la cabeza y retrocedió. La mano libre de su padre volvió a acercarse a los engranajes.

—¿Qué demonios has hecho? —Miró fijamente las ruedas dentadas, primero, y después la sangre que goteaba procedente del interior de los mecanismos. En la penumbra de los fotoemisores parecía casi negra—. Todavía no he dicho mi última palabra. —Richard López contempló a Nailer sin pestañear—. No he dicho mi última palabra, ni de lejos.

Pero ya empezaba a fallarle la voz. Nailer observó atentamente al hombre que lo había aterrorizado durante gran parte de su vida. De golpe y porrazo, Richard López era distinto, no el hombre amenazador y arrogante de antaño, sino algo más. Miserable. Vulnerable.

—Venga, Lucky Boy —graznó su padre—. Tenemos la misma sangre. Échame una mano. —Intentó tocar a Nailer. Intentó sonreír. Se pasó la lengua por los labios ensangrentados—. Por favor —dijo. Y a continuación, en voz más baja—: Lo siento.

El cuerpo de Nailer se estremeció de repugnancia. Echó un último vistazo a su padre antes de girar sobre los talones y acercarse renqueando a la figura maniatada de Lucky Girl.

Se tropezó con ella en la puerta, y a punto estuvo de que se le escapara un grito antes de reconocerla. La muchacha empuñaba su cuchillo de combate.

—Gracias por el cuchillo —dijo—. ¿Dónde está…? —Se le cortó la respiración.

Prácticamente a rastras, Nailer la sacó de la sala.

—Vamos. —Tiró de ella a lo largo del pasillo, medio esperando que su padre volviera a llamarlo, pero no los siguió ningún sonido.

—¿Adónde vamos? —jadeó la muchacha.

—Tenemos que salir de aquí.

Nailer la guio hasta una escalerilla que comunicaba con la cubierta superior. Sin previo aviso, el barco sufrió una sacudida y se dio la vuelta. El palo mayor se había partido por fin. Ahora estaban completamente boca abajo. Intentar llegar a la cubierta exterior significaba zambullirse en el mar.

—Hemos volcado —musitó—. No podemos bajar. —Se asomó al hueco. Se encontraba ya medio inundado de agua. El piso inmediatamente inferior estaría sumergido por completo.

—¿Podemos salir nadando?

—A oscuras, no. No sin saber adónde nos dirigimos. —El agua empezaba a subir—. Nos hundimos —sentenció, atenazado por la desesperación.

Nita contempló fijamente el agua.

—Entonces habrá que subir, ¿no? —Lo zarandeó—. ¿No? ¡Tenemos que subir! —Le tiró del brazo—. ¡Vamos! Debemos encontrar la manera de llegar al fondo del buque.

—¿Qué es lo que buscas? —quiso saber Nailer.

—El barco se hunde, ¿verdad? El agua tiene que entrar por algún sitio. Puede que haya una brecha en el casco.

Nailer asintió con la cabeza; ahora entendía lo que quería decir la muchacha. La detuvo y tiró de ella en otra dirección.

—Por aquí. Tenemos que llegar a las bodegas. ¡Están por aquí!

—¿Cómo sabes qué camino hay que seguir?

—Soy desguazador —se rio Nailer—. Cuando uno pasa tanto tiempo como yo desmontando barcos, se familiariza con ellos.

Corriendo, cruzaron un pasillo que desembocaba en otra escalerilla. Tras subir por ella, se apresuraron a recorrer el techo de otro pasillo, cuyo suelo discurría sobre sus cabezas.

—¡Ahí! —Sonrió al ver la escalerilla que conducía al lugar donde la tripulación se había empleado a fondo para sellar la bodega—. Prepárate —dijo mientras aplicaba el cuchillo de combate a los sellos.

—¿Para qué?

—Para un montón de agua.

Nita se agarró a un accesorio de latón con una mano y al cinturón de Nailer con la otra. Asintió con la cabeza.

—Preparada.

Nailer cortó la membrana aplicada por la tripulación en su infructuoso intento por salvar el barco. Al abrirse la sustancia gomosa, los embistió una atronadora catarata de agua que los estrelló contra la pared. Nailer se agarró a Nita mientras la tromba lo zarandeaba. Instantes después, el torrente se redujo a un reguero. No había tanta agua como se temía Nailer. Supuso que una gran parte de la misma ya se habría distribuido por el resto del barco en otros puntos. A gatas, cruzó la escotilla.

—Por aquí.

—¿Cómo me has encontrado? —preguntó Nita mientras lo seguía—. Cuando me apresaron en Orleans pensé que estaba acabada.

—El capitán Candless… —Nailer se interrumpió, pensando en los disparos realizados en la oscuridad, en la lluvia de sangre que había envuelto al capitán mientras se desplomaba—. Tenía una corazonada sobre tu paradero.

—¿Y te embarcaste sin más?

Nailer sonrió.

—Hay que ser bobo, ¿verdad?

—Y tanto —repuso Nita con una carcajada.

Se abrieron paso por las zonas de carga destrozadas, sorteando las montañas de desechos que mediaban entre ellos y las puertas que estaban ahora del revés y encima de ellos. Cuando por fin llegaron a la bodega y se dejaron caer en su interior, un relámpago iluminó un boquete abierto en el casco sobre sus cabezas. Una brecha de bordes irregulares en la fibra de carbono. Más abajo, otro agujero que daba fe del éxito del plan de Nailer. Una ola rompió contra el casco, provocando que por los agujeros penetrara una cascada de agua que empapó las cajas de mercancía desperdigadas y el revoltijo de herramientas. Nailer entornó los párpados y escudriñó el casco desgarrado. Restalló otro relámpago. Como boquete no valía gran cosa. Era más bien una grieta. Y estaba muy arriba, condenadamente lejos.

Nita le tiró del brazo.

—Las cajas —dijo—. Amontonémoslas.

Agarró una caja y la arrastró hasta colocarla debajo del agujero. Nailer entendió lo que se proponía hacer y se apresuró a echarle una mano. Trabajaron febrilmente. Algunas cajas eran tan pesadas que resultaba imposible moverlas en solitario, y otras ni siquiera entre ambos consiguieron levantarlas. El tobillo de Nailer ardía de dolor mientras se esforzaba por trasladar y agrupar los desechos formando una especie de torre. El agua no dejaba de bañarlos. Nailer jadeaba a causa del dolor y el esfuerzo. Nita se encaramó a lo alto de la montaña de cajas y continuó apilando las que Nailer le pasaba desde abajo.

Otra ola irrumpió en la bodega, con tanta violencia que a punto estuvo de tirar a Nita de su atalaya.

—¡Nos hundimos! —gritó Nailer para imponerse al rugido de la tormenta.

Nita contempló el agujero que se abría sobre su cabeza.

—Creo que estamos lo bastante arriba.

—¡Pues salta!

—¿Y tú?

—Tienes que salir tú antes. Es posible que yo no lo consiga, con este tobillo. Cuando estés al otro lado, tiéndeme una mano.

Nita asintió con la cabeza y se agazapó, haciendo equilibrios en lo alto de la montaña de cajas. Saltó. Una ola cayó sobre ella como un mazazo, pero sus manos tropezaron con el filo y la sostuvieron, y a continuación gateó hasta salir de la bodega. Nailer se encaramó detrás de ella. Todas las cajas estaban descolocadas a causa del movimiento del barco. Su tobillo era una cegadora llamarada de dolor, casi paralizante. Jamás lograría efectuar el salto.

El rostro de Nita apareció enmarcado en la abertura sobre su cabeza. La muchacha estiró un brazo.

—¡Deprisa!

Nailer afianzó los pies y flexionó las piernas. «Ignora el dolor —se dijo—. Limítate a saltar». Respiró hondo y se impulsó hacia arriba. Su tobillo explotó. Sus dedos se engarfiaron en el borde aserrado del casco. Resbaló. Nita lo sujetó de la muñeca.

—¡Aguanta! —Una ola rompió y los cubrió por completo. Nailer se aferró al filo del casco, tosiendo y escupiendo agua. Otra ola los embistió desde arriba.

La mano de Nita comenzaba a aflojarse.

—¡No puedo tirar de ti! —exclamó.

«¡Arriba! —se ordenó Nailer—. Si te quedas colgando aquí, terminarás cayéndote y te desnucarás. No has llegado tan lejos tan solo para perecer ahogado en la oscuridad».

Pero estaba tan cansado…

—¡Pórtate como un cuadrillero, Nailer! —gritó Lucky Girl—. ¿O tendré que arrastrar tu culo hasta aquí como si fueras un puñetero ricachón?

Conteniendo la risa, Nailer arañó el canto de la embarcación y, muy despacio, se aupó a través del boquete. Nita lo agarró por debajo del brazo y tiró de su camiseta, levantándolo un poco más. Nailer palpó el casco resbaladizo en busca de asidero. Los bañó otra ola, pero esta vez estaba preparado, y cuando pasó, salió a gatas dejando que Nita lo guiara. Por fin sacó las piernas de la bodega y se adhirió al casco, jadeando.

La lluvia caía implacable sobre ellos. Nita estaba tendida a su lado, con el pelo negro colgando como gruesas serpientes mojadas alrededor de su rostro. Los relámpagos restallaban con violencia, cegadores tras la oscuridad del interior de la nave. El diluvio los envolvía en auténticas cortinas de agua. A cien metros de distancia, el Dauntless permanecía anclado en medio de la tormenta, bamboleándose.

—Ese es nuestro objetivo —dijo Nailer.

—¿Cómo? ¿Y el taxi acuático?

Nailer no pudo contener una sonrisa.

—Los ricachones siempre queréis que os lo den todo hecho.

—Ya. —La expresión de la muchacha se tornó solemne mientras contemplaba el Dauntless sin pestañear—. Hundirse o nadar, ¿no?

—Básicamente.

Nita entrecerró los ojos frente a la lluvia.

—He recorrido distancias mayores a nado —declaró—. Lo conseguiremos.

Se quitó los zapatos a toda prisa y esperó a que los cubriera la siguiente ola antes de zambullirse con ella, dejando que su fuerza la impulsara hacia delante. Flotaba como un pez en el agua. Nailer elevó una plegaria a las Parcas, pensando en la desaparecida capitana del Pole Star, y siguió el ejemplo de Nita.

El mar lo engulló en una vorágine atronadora. Cada vez que agitaba las piernas, su tobillo explotaba de dolor. Braceó desesperadamente en busca de lo que esperaba que fuese la superficie. Las olas intentaban enterrarlo bajo su peso. Agitó los brazos, pugnando por encontrar algo de aire. Desgarró el manto de espuma y salió a la superficie, boqueando. Lo sepultó otra ola. Rodó sobre sí mismo. Pugnó de nuevo por liberarse de las voraces profundidades y salió a flote tosiendo y escupiendo. Se llenó los pulmones de aire. Pataleó y jadeó de dolor.

—¡Déjate llevar! —gritó Nita—. ¡La corriente te mantendrá a flote! —Estaba a su lado, cabalgando las olas. Se hundió cuando una se rizó sobre ella, pero regresó a la superficie nadando vigorosamente—. ¡No te resistas! —insistió mientras se colocaba junto a él, prestándole apoyo. Ayudándole a nadar.

A Nailer le sorprendió ver una sonrisa en sus labios. Avanzaban de forma errática, rodeados de olas, pero vio que estas mantenían una cadencia. Dejaron atrás los Dientes, salieron del vórtice y, de pronto, la corriente estaba de su lado, empujándolos hacia delante, llevándolos exactamente a donde querían.

El Dauntless se irguió sobre ellos.

Los salvavidas que cayeron por la borda salpicaron en medio de los remolinos de espuma. Nailer se preguntó brevemente quién controlaba la nave, antes de darse cuenta de que en realidad carecía de importancia. Lucky Girl y él nadaron hacia los salvavidas, estirando los brazos hacia su salvación.