22

El Ray era un yate estilizado con una tripulación poco numerosa. El Dauntless lo perseguía mientras el capitán Candless mataba el rato hablando de trivialidades por radio y haciendo comentarios simpáticos sobre el estado del tiempo durante la estación de los huracanes.

Conforme se acortaba la distancia, la confianza del capitán aumentaba. La dotación del yate era escasa, y lo que veía no le inspiraba el menor miedo. El barco tardó mucho tiempo en adivinar las intenciones del Dauntless y emprender la huida despavorido.

Cuando el Ray por fin desplegó las velas y comenzó a acelerar en alas del viento, el capitán se carcajeó, entusiasmado.

—¡Ah! El señor Marn no es tan estúpido como sospechábamos —dijo—. Ahora podremos disfrutar de una persecución en condiciones.

A gritos, ordenó a sus hombres que se prepararan para ganar velocidad. Se desplegaron más velas y el Dauntless salió disparado tras su presa. El Dauntless era superior en tamaño y rapidez, y el capitán recibió con carcajadas los esfuerzos del Ray por escapar.

—Como un tigre persiguiendo a un gatito —se mofó.

Aun así, el otro capitán, el señor Marn, era listo. Viraba, les obligó a pasar de largo en una ocasión, y los hombres apostados en su cubierta dispararon las pistolas cuando las dos embarcaciones se cruzaron. Pero solo fue cuestión de tiempo que el Dauntless se pusiera al costado y se aferrara al Ray con los garfios.

—¡Rendíos si no queréis que os hunda y os abandone a vuestra suerte! —rugió Candless, y el barco rival renunció a seguir luchando.

Antes de quedar inmovilizados por completo, los hombres de Candless ya habían cruzado de un salto la separación entre ambas embarcaciones, con avidez, pistolas en ristre. Se desplegaron por la cubierta e irrumpieron en tropel en la bodega. Tras unos cuantos minutos de incertidumbre, el resto de la tripulación del Ray salió a la cubierta con las manos encima de la cabeza. Guardias medio hombres, los cocineros y el personal de servicio, y por último el capitán Marn. Todos clavaron sus miradas iracundas en el Dauntless.

—¿Dónde está la señorita Nita? —preguntó Candless, a voces.

Marn sonrió.

—¡Si no eres capaz de encontrarla, no la mereces, malnacido amotinado!

—¿Amotinado? —masculló Candless—. No soy yo el que se embolsó los billetes rojos de Pyce. —Se volvió hacia su primer oficial—. Reynolds, tome el mando de la nave.

Bajó los escalones seguido de Nailer. El salto de un barco al otro era un desafío para los nervios, pero Nailer estaba decidido a no mostrar ningún miedo. Saltó y aterrizó de cualquier manera en la inestable cubierta, pero al menos estaba a bordo.

El capitán Candless paseó la mirada por la cubierta.

—A ver si encuentras a la señorita Nita, muchacho. Tiene que andar por alguna parte.

Nailer se adentró en las entrañas del buque y registró un camarote tras otro, pero no había ni rastro de Lucky Girl por ningún lado. Nada. No estaba en ninguna de las cabinas, asombrosamente espaciosas. No estaba en ninguna parte. Había más gente inspeccionando la nave, Knot, Vine y Cat, y todos ellos se mostraban cada vez más preocupados conforme se iban agotando los camarotes sin explorar.

—¿Habrá algún escondite secreto? —sugirió Nailer.

—¿No estaría armando un escándalo? —se preguntó Cat.

—No si está drogada o maniatada.

Cat hizo una mueca de asco. Reanudaron la búsqueda. Al cabo, regresaron a la cubierta.

—Nada —informó Cat—. No hemos encontrado ni rastro.

El capitán maldijo y se encaró con Marn.

—¿Dónde está? —Clavó un dedo en el pecho de Marn—. Si la liberas, no te arrojaré por la borda. Lo cual sería más de lo que te mereces. Has quebrantado todos los juramentos del clan, y deberíamos ahorcarte.

—Según lo entiendo yo, solo hay una persona que haya quebrantado los juramentos del clan, y ese eres tú, pirata hijo de perra.

El capitán Candless frunció el ceño y se dio la vuelta para gritar a su tripulación:

—¡Desmanteladlo! Haced pedazos esta condenada nave. ¡Que no quede pieza sobre pieza! Quiero que encontréis a la señorita Nita, y después quiero que enviéis este barco al fondo del mar. —Fulminó con la mirada a su rival—. Tuviste ocasión de hacer lo correcto. Tuviste oportunidades de sobra.

El capitán Marn sonrió de repente.

—Siempre habíamos sospechado que no eras leal. No podía ser de otro modo. No después de lo ocurrido con la señorita Sung. Siempre lo supimos. Pero fuiste más cauto que la mayoría. Aguardaste el momento adecuado. Fuiste discreto. Algunos pensaban que te merecías el beneficio de la duda.

Una sonrisa tirante se dibujó en los labios de Candless.

—Tanta generosidad me abruma. —Se tocó el sombrero—. Pensaré en tu bondad mientras veo cómo se hunde tu barco bajo tus pies.

—Tampoco hace falta que exageres con los agradecimientos —se carcajeó Marn—. Ahora que sabemos con qué cartas juegas, te perseguiremos hasta el último confín de la tierra.

—No cuando se reúna la junta. Tú desaparecerás y yo volveré a navegar.

El capitán Marn sonrió y sacudió la cabeza.

—Me sorprendes. Con lo listo que eras, hijo de perra.

Candless entornó los párpados.

—¿Y eso qué significa?

Marn encogió los hombros.

—Nada, que antes eras más perspicaz. Solías tener un sexto sentido. Estaba seguro de que te olerías la trampa y no caerías en ella, pero al final has recorrido todo el camino hasta aquí, tal y como esperaban.

—¿Quiénes lo esperaban? —Candless miró fijamente a Marn. Una sombra de temor atravesó el rostro del capitán del Dauntless, una idea preocupante; y entonces bramó—: ¡Reynolds!

—¿Capitán?

—¿Cómo está el horizonte?

—Despejado, señor.

—Mira otra vez.

Transcurridos unos instantes, Reynolds anunció:

—Veo una vela.

—¡Identifícala!

Otra pausa, y acto seguido la primer oficial se asomó por la borda para exclamar:

—¡Es el Pole Star, señor! ¡Sin lugar a dudas!

El capitán Marn y su tripulación sonrieron mientras la noticia se propagaba entre los hombres de Candless.

—Si te entregas ahora —dijo Marn—, trataremos a tus tripulantes como combatientes en vez de como insubordinados. —Levantó la voz para que todos lo oyeran—. ¡Quedaréis en libertad si os rendís ahora mismo! O podéis morir como perros con vuestro capitán. ¡La decisión está en vuestras manos!

El capitán Candless palideció mientras contemplaba la cubierta repleta de marineros del Dauntless que lo rodeaban. La primera orden que intentó escapar de sus labios se redujo a un gemido truncado. Lo intentó de nuevo, y esta vez le salió su voz, potente y airada:

—¡Regresad al barco! ¡A las velas!

Su tripulación se apresuró a obedecer, pero no al completo. Cat y tres más se quedaron junto a la barandilla, observando. Cat se despidió agitando una mano con expresión compungida antes de permitir que los hombres del Ray lo desarmaran.

Candless aún no había terminado.

—¡Vine! ¡Knot! Destruid su sistema de navegación.

El cañón del Dauntless giró sobre su eje. Marn hizo ademán de protestar, pero Candless lo acalló apuntándole a la cara con su pistola.

—Te enviaría al fondo del mar, pero tu tripulación no merece perecer ahogada tan solo porque tú seas un perro embustero.

El cañón disparó, y el puente de mando estalló en llamas. Vine y Knot se acercaron corriendo a las velas, armados con antorchas, y la seda y los cabos comenzaron a arder de repente. La conflagración ganó altura en un abrir y cerrar de ojos. Entre los tripulantes del Ray se propagaron murmullos de rabia. Las llamas brincaban buscando el cielo. El resto de los hombres de Candless regresaron de un salto a bordo de su embarcación, y el Dauntless se alejó ciñendo la nave incendiada.

—¡A todo trapo!

Nailer dirigió la mirada hacia el buque que se acercaba por el horizonte. Aun sin el telescopio del Dauntless, parecía enorme.

—El Pole Star está diseñado para el combate —dijo Candless—. Nuestra única esperanza es que quieran nuestro barco como trofeo, o nos harán volar por los aires donde nos encontremos y moriremos todos.

Nailer contempló los dos barcos.

—¿Por qué iban a perdonarnos la vida?

—Carecemos de su arsenal. Eso los volverá confiados. —Candless se giró para observar el Ray, cuya tripulación estaba bombeando agua de mar sobre las velas en llamas. Esbozó una sonrisa triste—. Así que ahora los gatitos perseguidos somos nosotros. —Dio media vuelta y empezó a impartir órdenes a voz en grito.

—¿Qué se propone? —quiso saber Nailer.

—Intentaremos llegar a la costa, a ver si logramos que cometan algún error. Juegan con ventaja, pero será una persecución larga. —Contempló el océano—. Tendremos que esperar a ver si podemos sacar algún conejo de la chistera.

—¿A qué se refiere?

Con una sonrisa que a Nailer le parecía forzada, Candless respondió:

—Lo averiguarás cuando llegue el momento.

Apretó el paso en dirección al puente de mando, y Nailer, sin ninguna tarea específica, lo siguió. El capitán y Reynolds desplegaron varios mapas y se asomaron a las profundidades del océano.

—Tenemos menos calado que el Pole Star —musitó Candless—. Debemos encontrar un escondite inaccesible para ellos.

—Podríamos intentar remontar el Mississippi —sugirió Reynolds.

—Pedirán refuerzos por radio, con toda seguridad. No quiero verme obligado a combatir en ese río.

Nailer inspeccionó atentamente los mapas, esforzándose por desentrañarlos. El capitán señaló un conjunto de líneas.

—Estas son nuestras profundidades. Todo lo que supere los once pies nos sirve. Por debajo de eso… —Encogió los hombros—. Encallaríamos. —Indicó un punto en una de las cartas de navegación, en el centro de las líneas de aguas azules del golfo—. Estamos… por aquí. —Su dedo se dirigió a una orilla lejana—. Esta es tu antigua playa. —Volvió a concentrarse en su debate con Reynolds.

Nailer contempló fijamente el mapa, las letras que componían el nombre de la playa de Bright Sands, y se sorprendió cuando consiguió distinguir las palabras. Deslizó el dedo por las profundidades y los indicadores, leyendo los números. La isla donde Pima y él habían encontrado el barco naufragado de Nita era un punto de tierra, conectado aún a la costa principal.

—¿Son antiguos estos mapas? —preguntó.

—¿Por qué?

—Las profundidades son incorrectas. Esto debería ser una isla, al menos con la pleamar.

Reynolds y el capitán cruzaron las miradas, sonriendo.

—De hecho, tienes razón. Todas las cifras reales son más profundas que cuando se trazaron los mapas, pero las proporciones son idénticas, aun con los crecientes niveles del mar. Así que todo será más profundo de lo que ves en el mapa.

Mientras asimilaba la información, Nailer reparó en que la isla estaba conectada antes de que el mar creciera y la aislara; comparó sus recuerdos de la playa de Bright Sands con aquella anticuada versión en papel. Frunció el ceño.

—El mapa sigue estando mal. —Nailer señaló las aguas que bañaban la isla, donde se erigían los Dientes—. Toda esta zona está mal. No hay más de seis pies de margen, ni siquiera con la marea alta.

—¿No? —Candless estudió el mapa, y a continuación miró a Nailer, reflexivo—. ¿Cómo lo sabes?

—Los barcos se quedan encallados ahí cada dos por tres. —Nailer trazó la zona de los Dientes con un dedo—. Hay un montón de edificios ahí abajo. Los llamamos los Dientes, porque trituran todo lo que se adentre en sus fauces. —Señaló un punto—. Hay que dar un rodeo por aquí si no quiere hundirse.

—¿Es posible? —preguntó Reynolds, dubitativa—. ¿Alguien pasó por alto una ciudad entera?

—Tal vez. —Candless adoptó una expresión pensativa—. La gente estaba abandonando todo tipo de edificios cuando se crearon estos mapas. Las inundaciones y el hambre pasaban factura a todo el mundo. Si la ciudad quedó abandonada, podría haberse borrado de las primeras transparencias. A esas personas les daba igual. No sospechaban que un siglo después estaríamos navegando sobre su antigua ciudad.

—Pasaron por alto muchas cosas —dijo Nailer—. Ahí abajo hay una ciudad entera. Sobresalen toda clase de edificios y hierros. La profundidad no se parece en nada a lo que marca ahí.

—¿Cuánta profundidad hay?

—¿Con la marea alta? —Nailer se encogió de hombros—. ¿Cuatro pies, a lo mejor seis? —Repitió el gesto—. Las estructuras más altas despuntan cuando el agua está baja. Sobresalen.

Reynolds seguía mostrándose escéptica:

—Se trata de una zona de tráfico marítimo poco importante —dijo Candless—. Sería fácil cometer un error. —Inclinó la cabeza hacia Nailer—. Ninguno de los suyos se quejaría. Y aunque lo hiciera, ¿quién iba a escucharlo? La mitad de esa costa se ha dado por perdida, se considera un páramo inundado. Allí solo hay malaria y convictos.

—Chávez tiene los mismos mapas —observó Reynolds.

—Correcto. —Candless sonrió de repente, con ferocidad—. Los proporciona la empresa.

—Habría que calcular bien el momento. —Reynolds se había quedado pensativa—. Navegar por ahí será complicado.

—Entre una navegación complicada y una batalla perdida de antemano, no hay elección.

Candless indicó a Nailer que se acercara.

—Dime, muchacho, ¿dónde se encuentra exactamente esa ciudad? ¿Y dónde están los salientes más afilados?