La espuma blanca saltaba por encima de la proa del Dauntless y caía sobre Nailer en una ducha de relucientes gotitas heladas. El muchacho, con medio cuerpo inclinado sobre la barandilla, celebraba con gritos de júbilo cada nueva ola que embestía la embarcación antes de elevarse hacia el cielo de nuevo.
Lo que siempre había dado la impresión de un movimiento grácil y elegante en el horizonte se convertía en una aventura trepidante si se experimentaba desde la proa del Dauntless. Las olas volaban hacia él, inmensas paredes de agua que se hacían añicos ante las embestidas del casco de baja densidad. De una punta a otra de las cubiertas, los marineros vociferaban y se afanaban bajo el sol abrasador, orientando las velas, realizando simulacros de combate y despejando la superficie mientras se preparaban para la batalla que esperaban que se produjera.
El Dauntless patrullaba las aguas azules a escasas millas de la costa de Orleans, a la espera de avistar su presa en potencia. Todo el mundo ansiaba que Nita estuviera a bordo del Ray. El Dauntless era un rival temible para un objetivo tan blando, pero la otra nave, el Pole Star, les infundía respeto. Incluso el capitán había expresado su preocupación. Candless era demasiado buen líder para reconocer que tenía miedo, pero sus facciones se tornaban pétreas ante la mención de la goleta intercontinental, y Nailer comprendía entonces que enfrentarse a ella supondría un combate descompensado.
—Es veloz, y peligroso —dijo Reynolds cuando Nailer le preguntó por el barco—. Tiene el casco blindado, además de sistemas de misiles y torpedos capaces de hacernos saltar por los aires. Moriríamos sin tener siquiera tiempo de encomendarnos a Dios.
Explicó que el Pole Star era un buque mercante pero también un navío de guerra, acostumbrado a vérselas con los piratas siberianos e inuit mientras trazaba la glacial Ruta del Polo hasta Nipón. Los piratas eran enemigos acérrimos de las flotas mercantes y estaban más que dispuestos a matar o hundir un cargamento completo en represalia por la inundación de sus tierras ancestrales. Ya no quedaban osos polares, y las comunidades de focas escaseaban y estaban muy dispersas, pero con la apertura del pasaje septentrional había aparecido un nuevo animal seboso en las regiones polares: los comerciantes norteños que tomaban el atajo en dirección a Europa y Rusia, o a Nipón y el vasto Pacífico a través del derretido casquete polar. Con la desaparición del hielo, los siberianos y los inuit se habían convertido en gentes de mar. Perseguían a sus nuevas presas como habían hecho antes con las focas y los osos en el norte congelado, y las abatían con un apetito insaciable.
El Pole Star era un barco que disfrutaba con estos encuentros; que los provocaba, incluso.
Aun así, pese a las advertencias de Nailer, Reynolds estaba segura de que lo más probable era que terminaran midiéndose con el Ray.
—El Pole Star está en la otra punta del globo —dijo.
—Pero Lucky Girl…
—La señorita Nita podría haberse confundido. En medio de una tormenta, perseguida… cualquiera podría equivocarse.
—Lucky Girl no es idiota.
Reynolds lo fulminó con la mirada.
—Yo no la he llamado idiota. Lo que digo es que podría haberse confundido. El programa de navegación del Pole Star lo sitúa frente a las costas de Tokio, y eso suponiendo que los vientos hayan sido favorables. No más cerca.
La actividad en las cubiertas era incesante. Una asombrosa cantidad de procesos estaban automatizados a bordo de la nave. Podían izar y arriar las velas mediante cabrestantes electrónicos accionados por baterías solares. Las mismas velas ni siquiera eran de lona, sino lienzos solares diseñados para suministrar electricidad al sistema y sumarla a la energía ya disponible gracias a las células solares de las cubiertas. Pero aun con todos esos mecanismos electrónicos y automatizados, el capitán Candless obligaba a todo el mundo a practicar cómo sacar el mayor rendimiento a las velas cuando todo lo demás dejaba de funcionar y cómo accionar las bombas de mano en caso de que el barco hiciera agua y no hubiera corriente. Juraba que ni toda la tecnología del mundo salvaría a un marinero si este no sabía usar la cabeza ni conocía su nave.
La tripulación del Dauntless conocía su nave.
Los marineros trepaban por los mástiles para comprobar que no hubiera tensores oxidados ni gazas sueltas. Junto a Nailer, Cat y otro de los tripulantes estaban cargando el enorme cañón de Buckell instalado cerca de la proa, encajando el parapente en el cañón y ajustando el reluciente cabo de monofilamento (finísimo pero fuerte como el acero) enroscado en su molinete junto al cañón.
Si alguien lamentaba la pérdida de los tripulantes que se habían quedado en tierra cuando zarparon, nadie lo expresaba con palabras. El capitán había murmurado que algunos de los marineros que aún estaban a bordo probablemente habrían preferido otro patrón, pero eso carecía de importancia. Estaban rodeados de olas, y si alguien tenía alguna queja, se la guardaba para sus adentros. El grupo de seguidores leales a Candless mantenía a todo el mundo a raya, de modo que el Dauntless cortaba las olas del golfo, patrullando y esperando a su objetivo.
La primera noche, Nailer había dormido en una litera mullida y se despertó con la espalda dolorida a causa de ello; no estaba acostumbrado a los colchones que se hundían bajo su peso, sino a la arena, a las hojas de palma y a las tablas de madera, pero al segundo día se sentía tan mimado que se preguntó cómo lograría conciliar el sueño cuando regresara a la playa.
Era un pensamiento intrigante: ¿«cuando» regresara?
¿Acaso pensaba volver?
Si lo hacía, su padre o la cuadrilla de su padre estarían esperándole, personas que le exigirían una compensación. Pero tampoco ninguno de los tripulantes del Dauntless daba muestras de querer invitarle a quedarse a bordo. Se encontraba perdido en el limbo.
Un remojón lo sacó de su ensimismamiento. El barco embistió la cresta de otra ola, empapándolo y haciéndole perder el equilibrio. Resbaló por la cubierta hasta que su cabo de salvamento lo frenó en seco. Estaba enganchado a la barandilla para no caerse por la borda, pero aun así las inmensas olas verdes y azules que invadían la proa y cubrían la cubierta inclinada eran tremendamente poderosas. Un nuevo muro de agua se desplomó sobre ellos. Nailer se sacudió el agua salada de los ojos.
Reynolds soltó una risotada mientras observaba cómo se levantaba.
—Tendrías que verlo cuando aceleramos en serio.
—Creía que ya lo hacíamos.
—No. —La mujer sacudió la cabeza—. Algún día, si desplegamos la vela alta, lo verás. Eso no es navegar, sino volar. —Su mirada adoptó una expresión distante—. Volar de verdad.
—¿Por qué no ahora?
Reynolds volvió a menear la cabeza.
—Los vientos tienen que ser propicios. No se puede disparar el cañón de Buckell a menos que se entienda cómo funcionan las corrientes altas. Primero hacemos volar cometas para tantear el terreno, para cerciorarnos, y después, si las aguas y las corrientes altas son favorables —señaló el cañón—, disparamos esa hermosura y el barco sale disparado del agua como impulsado por un resorte.
—Y voláis.
—Eso es.
Nailer titubeó, antes de decir:
—Me gustaría verlo.
Reynolds lo observó con expresión pensativa.
—Tal vez lo hagas. Si tenemos que huir, es posible que terminemos planeando sobre las olas.
Nailer vaciló.
—No. Me refiero a después de rescatar a Lucky Girl. Quiero ir con vosotros. A donde vayáis. Me gustaría acompañaros.
—Ten cuidado con lo que deseas. Tendrías que deslomarte trabajando.
—¿Eso es todo? —Nailer hizo una mueca—. El trabajo no me da miedo.
—No veo que hagas otra cosa aparte de holgazanear en cubierta y jugar con las olas.
Nailer la miró a los ojos.
—Haré lo que me pidáis, si me aceptáis. Solo tendréis que pedirlo. No me asusta ninguna tarea.
Reynolds sonrió.
—Supongo que habrá que mandarte a lo alto del palo, a ver qué pasa.
Nailer ni siquiera pestañeó.
—Subiré.
El capitán apareció detrás de la mujer.
—¿A qué viene tanta cháchara?
—Aquí, Nailer, que quiere trabajo —respondió la mujer con una sonrisa.
El capitán se quedó pensativo.
—Mucha gente quiere trabajar a bordo de un clíper. Hay clanes enteros dedicados a ello. Familias que adquieren el derecho a enrolarse como grumetes con la esperanza de terminar ascendiendo. Mi propia familia lleva trabajando en los clíperes desde hace tres generaciones. Hay mucha competencia.
—Puedo hacerlo —insistió Nailer.
—Mmm —fue lo único que dijo el capitán—. Me parece que deberíamos aplazar esta conversación hasta que hayamos encontrado a la señorita Nita.
Nailer no sabía si Candless intentaba enfriarle los ánimos o si sencillamente estaba diciéndole que no de forma educada. El muchacho quería insistir en el tema, pero no se le ocurría cómo hacerlo sin que el capitán se enfadara.
—¿Realmente cree que puede encontrar a Lucky Girl y rescatarla? —optó por preguntar.
—Bueno, tengo un par de ases en la manga —respondió Candless—. Si el capitán del Ray sigue siendo el señor Marn, les habremos salvado por la borda antes de que se den cuenta de lo que pasa. —La sonrisa que le curvaba los labios se desvaneció—. Pero si se trata de la señora Chávez, nos espera una pelea de las buenas. Aparte de que no tiene ni un pelo de tonta, su tripulación es dura de pelar. Las cubiertas acabarán bañadas de sangre.
—Seguro que no se trata del Pole Star —insistió Reynolds.
—¿Usan medio hombres los dos? —preguntó Nailer.
—Unos cuantos —respondió el capitán—. Pero casi la mitad de la tripulación del Pole Star está equipada con aumentos.
—¿Aumentos?
—Tus medio hombres. Los llamamos «aumentados» porque son personas modificadas.
—Como Tool.
—Una criatura extraña, ese Tool. Nunca había oído que las empresas de recuperación emplearan ese tipo de pesos pesados.
—No estaba con Lawson & Carlson. Actuaba por cuenta propia.
El capitán sacudió la cabeza.
—Imposible. Los aumentos no son como nosotros. Tienen un solo amo. Cuando lo pierden, se mueren.
—¿Los matáis?
—Santo cielo, no. —El capitán se rio—. Se mueren de pena. Son muy leales. No pueden sobrevivir sin sus amos. Es algo relacionado con su cadena de genes caninos.
—Tool no tenía amo.
El capitán asintió con la cabeza, pero Nailer se daba cuenta de que no lo creía. Lo dejó correr. Sería contraproducente que Candless pensara que estaba chiflado.
No obstante, eso planteaba varias dudas acerca de Tool. Todo el que estaba familiarizado con los medio hombres y sus características genéticas aseguraba que Tool era una criatura imposible. Que los medio hombres independientes no existían. Sin embargo, Tool había dado la espalda a muchos patrones. Había trabajado al servicio de Lucky Strike y de Richard López, había trabajado para Sadna, había trabajado para protegerlos a él y a Lucky Girl, y al final se había ido sin más cuando le pareció oportuno. Nailer se preguntó qué estaría haciendo Tool en esos momentos.
Las cavilaciones de Nailer se vieron interrumpidas cuando el capitán Candless desenfundó una pistola.
—Casi se me olvida —dijo el capitán mientras le entregaba el arma al muchacho—. Te lo había prometido antes. Algo para cuando encontremos nuestro barco. Necesitarás practicar con ella. Cat se encargará de adiestrar a la tripulación, y tú entrenarás con ellos. Tácticas de abordaje y cosas por el estilo.
Nailer sopesó el objeto liviano, tan distinto de la clase de pistolas que había visto emplear a los otros.
—Pesa muy poco.
El capitán soltó una carcajada.
—Incluso puedes nadar con ella. No te arrastrará al fondo. La munición es penetrante. No se vale del peso para entrar en el cuerpo… bueno, no solo… sino que aprovecha la torsión del cañón. Tienes treinta disparos. —Le ofreció a Nailer un cuchillo de combate—. ¿Sabes cómo hay que rajar a alguien? —Indicó las partes blandas del cuerpo—. No te obsesiones con asestar un golpe mortal y no busques la cabeza. Eso te obligaría a estirar demasiado el cuerpo. Apunta bajo y ataca al vientre, a las rodillas y detrás de las piernas. Si tu rival ha caído…
—Córtale el cuello.
—¡Buen chico! Estás hecho un cabroncete sanguinario, ¿verdad?
Nailer encogió los hombros mientras se acordaba de la sangre de Ojos Azules, caliente en sus manos.
—Mi padre es bastante bueno con el cuchillo —dijo. Se obligó a expulsar el recuerdo de su cabeza—. ¿Cuándo cree usted que entablaremos combate?
—Patrullaremos esta zona. Deberíamos divisar todo lo que se mueva en un radio de quince millas. Contamos con telescopios para echarles un buen vistazo antes de decidir si queremos perseguirlos o acercarnos en son de paz. —Encogió los hombros—. No sabemos qué se proponen. Tal vez vayan a quedarse una temporada en el sur, agazapados, mientras esperan órdenes del consejo de empresa en el norte, aunque lo dudo. Pondrán rumbo al norte e intentarán establecer contacto con Pyce.
El capitán se volvió y encaminó sus pasos a la cubierta de mando. Mientras se alejaba, inclinó la cabeza hacia la pistola de Nailer.
—Practica con ella, muchacho. Asegúrate de ser capaz de acertar a tu blanco.
Nailer se armó de valor para ir tras el hombre y llamarlo:
—¡Capitán!
Cuando Candless se dio la vuelta, Nailer dijo:
—Ya que me confía usted una pistola, tal vez podría confiarme también algo que hacer. —Abarcó el ajetreo de la nave con un ademán—. Debe de haber algo para lo que pueda usar mis servicios.
Reynolds sacudió la cabeza.
—Eres como una garrapata encima de un perro. No dejas de intentar encontrar asidero.
—Solo quiero ayudar.
El capitán lo observó con expresión pensativa antes de asentir en dirección a Reynolds.
—Me parece bien. Desengánchalo y encárgale que haga algo de provecho.
Reynolds dirigió una mirada de admiración a Nailer.
—Bien hecho, muchacho. —A continuación, sonrió—. Creo que tengo el trabajo perfecto para ti.
Lo condujo a la bodega del clíper, donde se encontraban expuestos los sistemas hidráulicos de la nave. La cámara estaba en penumbra. Los paneles de control que se habían quitado de la cubierta se amontonaban en bidones. Bajo el suelo podían verse unos engranajes inmensos, con sus amenazadores dientes entrelazados, relucientes gracias a los aceites con los que los habían engrasado. Junto a las consolas de mando brillaban unos pequeños indicadores led. El aire hedía a lubricante y metal. Un vago mareo asaltó a Nailer. Aquello le recordaba su estancia en la cuadrilla ligera.
Una figura enorme salió gateando del interior del sistema de engranajes y se irguió cuan alta era. Sus bestiales ojos amarillos se clavaron en ambos. Knot.
—Nailer dice que quiere hacer algo útil —dijo Reynolds.
Knot lo examinó mientras su hocico canino aspiraba el aire en actitud interrogante.
—Bueno —resopló—. Es lo bastante pequeño. Tengo algo para él.
Cuando Reynolds se hubo marchado, el medio hombre entregó a Nailer un bote de lubricante y un spray con aplicador que Nailer se colgó a la espalda, luego Knot le encargó que engrasara los sistemas de engranajes que extendían las hidroalas. Las gigantescas ruedas, algunas de ellas de más de un metro de diámetro, estaban tendidas en el suelo.
—Asegúrate de desengrasarlas una por una antes de echarles aceite otra vez. Sé meticuloso. No queremos que los sistemas se oxiden. Pero tampoco te entretengas. El capitán sabe que estamos revisando el sistema y las órdenes de cancelación ya están programadas. —Knot señaló una hilera de palancas e indicadores led junto a los engranajes—. Técnicamente, nadie puede extender las hidroalas mientras las tengamos bloqueadas, pero… —se encogió de hombros— no sería la primera vez que se produce un accidente. He visto a marineros perder un brazo porque a alguien se le olvidó comprobar dos veces los cierres de seguridad, así que aunque creas que nadie va a desplegar las alas, no te duermas.
Nailer estudió los impresionantes sistemas de engranajes. Los dientes, que emitían un débil resplandor, parecían dispuestos a triturarlo en cuanto se despistara.
—De modo que es peligroso, ¿no?
—Las hidroalas se extienden muy rápido. No te daría tiempo a reaccionar ni a apartarte. Empiezan a girar y lo absorben todo, incluso a cierta distancia. Generan toneladas de presión. No quedaría nada de ti, salvo un montón de carne picada.
—Estupendo.
—Querías trabajo. —Knot lo miró con firmeza—. Esto es lo que hay.
Nailer captó el mensaje. Gateando, se introdujo en el compartimiento de servicio, zigzagueando entre los engranajes. Knot lo observó durante unos instantes.
—También deberías lubricar las juntas de las válvulas de frenado del sistema de alimentación del monofilamento —dijo.
Nailer estiró el cuello para echar un vistazo alrededor.
—¿Y esas cuáles son?
El medio hombre lo miró furioso.
—Las que tienen una etiqueta con ese nombre. —Abarcó con un ademán los distintivos grasientos y raídos que se adherían a los diferentes componentes del sistema.
Nailer contempló fijamente las palabras ininteligibles. Su mirada saltó de las etiquetas al medio hombre, y de nuevo a las etiquetas.
—Vale. Entendido.
Knot compuso una mueca de desdén.
—¿No sabes leer?
—Sé dibujar mi marca. Y los números. Cosas así.
Knot resopló, exasperado.
—Tu empresa de desguace tiene que rendir cuentas por muchas cosas. —Sacudió la cabeza—. Habrá que enseñarte, entonces.
—¿A qué viene tanta historia? —preguntó Nailer—. Tú dime qué hay que engrasar, y lo recordaré. Si era capaz de llevar la cuenta del cupo, podré encargarme de esto.
Knot hizo una mueca de fastidio.
—No me servirás de nada si no sabes leer. —Agitó una mano en dirección a una serie de palancas—. ¿Cómo vas a distinguir las que liberan los engranajes de las alas de las que te permitirían comprobar los lubricantes? ¿Cómo vas a saber cuáles accionan el sistema de alimentación y cuáles reactivan las alas? —Knot le dio un manotazo a una palanca y oprimió un botón en el interior del compartimiento de servicio. Se agachó y tiró de Nailer para sacarlo del amasijo de ruedas dentadas—. ¡Aparta!
Se encendió una luz roja y Knot accionó otra palanca. Los engranajes cobraron vida con un chirrido, un vertiginoso amasijo de ruedas. Un soplo de aire impregnado de lubricante los envolvió conforme los dientes encajaban uno detrás de otro y aceleraban al máximo. El compartimiento de servicio al completo se había transformado en un vórtice de engranajes rodantes que parecían empeñados en aspirar a Nailer. Si hubiera estado allí abajo, ahora no sería más que una fina película de gotitas de sangre. Se le puso la piel de gallina al comprender por fin la tarea que le había encomendado Reynolds.
—¿Cómo vas a saber lo que tienes que hacer? —gritó Knot para imponer su voz al aullido de los engranajes—. ¿Cómo vas a saber cómo pararlo?
Aporreó otro botón y frenó el sistema. Los borrosos engranajes deceleraron y se detuvieron sin sobresaltos; el silencio volvió a reinar en la sala.
—Necesito a alguien que no vaya a cometer un error y arrancarse un brazo él solo pulsando el botón que no debe —retumbó el medio hombre—. Informaré a Reynolds de tu deficiencia.
—¡Espera! —Nailer titubeó—. ¿No puedes enseñarme? Si no te chivas a Reynolds, aprenderé todo lo que quieras. No me expulses de vuestra cuadrilla sin darme una oportunidad de integrarme.
Los caninos ojos amarillos del medio hombre escrutaron a Nailer.
—¿Quieres que le oculte un secreto a mi patrona?
—No. —A Nailer se le truncó la voz al comprender que el terreno que mediaba entre Knot y él se había transformado en arenas movedizas—. Lo único que digo es que puedo aprender todo lo que me eches. Solo tienes que darme una oportunidad. Por favor.
Knot ladeó la cabeza y sonrió.
—Bueno, veremos si tus actos están a la altura de tus palabras.
—Entonces, ¿no le dirás nada?
Las carcajadas de Knot retumbaron apagadas.
—No, nada de eso. No hay secretos a bordo de este barco. Pero puede que la primer oficial Reynolds te conceda un período de gracia… siempre y cuando conserves la motivación.
—Así lo haré. Te lo aseguro.
Los dientes de Knot relucieron en la penumbra, brillantes y afilados.
—Siempre es un placer conocer a un joven con ganas de aprender.