Knot y Vine eran rápidos y eficientes, moviéndose de bar a prostíbulo y de prostíbulo a bar, buscando silenciosamente y recogiendo a sus camaradas. Hablaron poco con Nailer mientras registraban Orleans. El resto de la tripulación eran personas normales, nada de medio hombres. Wu: alto, rubio y con dedos de menos. Trimble: corpulento y musculado, con antebrazos como jamones y el tatuaje de una sirena en un bíceps. Cat, con sus ojos verdes y mirada firme. Reynolds, con una larga trenza negra cayéndole por la espalda, baja y robusta y con una pistola al cinto.
Reynolds fue la primera localizada y asumió el mando. En cada local, lo único que decía era «Nita», y los tripulantes borrachos se despejaban o soltaban a sus rameras y se iban con ella. Todos juntos eran ya simplemente un veloz nudo de músculos y acero desnudo que se abría paso entre el bullicio de marineros y comerciantes de la ciudad sumergida.
Era asombroso ver con qué eficiencia actuaban. Un equipo entero movilizado instantáneamente ante la invocación del nombre de Lucky Girl. Era asombroso ver el valor que aquellas personas conferían a Nita. Hasta hacía poco, Nailer la había considerado sobre todo una simple niña rica que compraba el músculo que necesitaba, pero allí había algo más; una tribu armada y con un propósito. Fidelidad total. Más intensa incluso que la lealtad de las cuadrillas en los astilleros del desguace.
Reynolds les asignó sitios de rastreo.
—¿Alguien ha visto a Kaliki y a Michene?
Todos negaron con la cabeza. La segunda oficial esbozó una sonrisa tensa.
—Bien. Estad atentos a todos los que hayáis visto en otro de los barcos de la empresa. Sabemos que los esbirros de Pyce andan sueltos y también están a la caza. —Se volvió hacia Nailer—. ¿Dónde está?
Nailer señaló en dirección a la mansión sumergida que señoreaba sobre las aguas de Orleans.
—Ahí arriba. En una de esas habitaciones. Donde los árboles crecen atravesando el tejado.
Reynolds asintió para Vine y Knot.
—Id a buscarla. —Hizo una seña a Wu—. Trae el esquife.
—Será mejor que yo vaya también —dijo Nailer—. Vimos más medio hombres antes. De Pyce. Seguían su rastro. Pensará que estáis con Pyce.
Reynolds titubeó.
Cat encogió los hombros.
—El capitán Candless cree en él, ¿no?
—En marcha —dijo Reynolds.
Nailer corrió para dar alcance a Knot y a Vine.
—Está aquí arriba —dijo sin aliento. Se adelantó a ellos, dirigiendo.
Entraron en la casa en ruinas chapoteando, con el agua salpicándoles. La escalera podrida crujió mientras subían a la zona okupada. En la casa reinaba un extraño silencio. No había absolutamente nadie. Ninguno de los otros moradores de los barrios de chabolas, ninguno de los otros recuperadores y trabajadores portuarios. Debería haber estado repleta de culis durmiendo profundamente, todos ellos agotados e inconscientes tras la jornada de trabajo. En vez de eso, había silencio. Su habitación también estaba desierta salvo por la cama oxidada y sus muelles.
Nailer bajó la escalera que conducía a la planta principal inundada, sacudiendo la cabeza, seguido de los medio hombres.
—No lo entiendo. Se…
Una sombra se movió en las aguas, levantando ondas. Knot y Vine gruñeron.
—¿Lucky Girl? —llamó en voz baja Nailer—. ¿Nita?
La sombra se materializó en una figura corpulenta y musculosa, apoyada derrengada contra una pared podrida, sentada con el agua por la cintura, que respiraba a duras penas en la oscuridad. Un ojo amarillo intenso se abrió, reluciendo como una linterna en la oscuridad.
—Ahora está con tu padre —retumbó la sombra.
—¡Tool! —Nailer corrió a su encuentro.
La sangre embadurnaba el hocico del medio hombre, y más sangre negra corría pegajosa por su pecho: cortes de machete. Su mejilla estaba abierta y mostraba marcas de garras, tenía un ojo completamente cerrado, hinchado y amoratado, pero era indudablemente Tool.
—¿Y no luchaste por ella? —El capitán Candless miró fijamente a Tool, incrédulo—. ¿Ni siquiera cuando tu patrón quería su protección?
Todos estaban a bordo del Dauntless, un corro de marineros desmoralizados en pie alrededor de Nailer y Tool, mientras este explicaba lo ocurrido.
—El muchacho no es mi patrón —gruñó Tool. Enjugó con un paño la sangre que todavía rezumaba del corte encima de su ojo medio cerrado.
El capitán frunció el ceño y avanzó con paso largo hasta la barandilla del Dauntless. El amanecer empezaba a pintar el firmamento de un gris pálido, iluminando los embarcaderos flotantes y las lejanas estructuras envueltas en niebla de Orleans.
—¿Dijeron que se la llevaban a un barco? ¿Estás seguro?
—Sí. —Tool dirigió la mirada hacia Nailer—. Tu padre se llevó una desilusión al ver que no estabas con Lucky Girl. Quería que la nave esperara mientras seguían buscándote. Ese hombre tiene planes reservados para ti, Nailer.
—¿Y te quedaste de brazos cruzados escuchando mientras todo eso pasaba? —inquirió la segunda oficial Reynolds.
Tool parpadeó una vez, despacio.
—Richard López tenía muchos medio hombres, armados. No me lanzo a batallas imposibles de ganar.
Knot y Vine apretaron los labios ante la respuesta de Tool y emitieron guturales gruñidos de desdén. Tool no reaccionó, se limitó a mirar a la pareja.
—La muchacha es vuestra patrona, no la mía. Si os gusta morir por vuestros amos, es asunto vuestro.
Nailer sintió un escalofrío al escuchar las palabras del medio hombre. Contenían un desafío, y aquellos otros medio hombres, Knot y Vine, lo percibieron. Sus gruñidos se intensificaron. Empezaron a avanzar.
El capitán los detuvo con un ademán.
—¡Knot! ¡Vine! Id abajo. Me encargaré yo de esto.
Los gruñidos cesaron en seco. Sus miradas seguían siendo duras, pero dieron media vuelta y bajaron por una de las pasarelas del clíper hasta desaparecer en la bodega. El capitán se volvió hacia Tool.
—¿Mencionaron el nombre de su barco?
Tool sacudió su enorme cabeza.
La segunda oficial Reynolds se pellizcó el labio, pensativa.
—Hay un par de naves que podrían estar aquí abajo. Tenemos el Seven Sisters en el transporte de pasajeros norte-sur. El Ray realiza servicios de chárter. El Mother Ganga transporta restos de hierro a Cancún. —Encogió los hombros—. No hay nadie más programado para pasar por aquí hasta la estación de la cosecha, cuando el cereal baja por el Mississippi.
—El Ray, entonces —dijo el capitán—. Será el Ray. El señor Marn se dio mucha prisa en dar su voto de confianza a Pyce cuando el padre de Nita fue expulsado por la fuerza. Debe de ser el Ray.
Nailer frunció el ceño. La lista de naves le preocupaba.
—¿Hay más barcos en su lista?
—Ninguno con medio hombres como tripulantes.
Nailer se mordió el labio, intentando recordar.
—Había un barco, otro, o de nombre distinto al menos, que persiguió a Lucky Girl hasta la tormenta. Era un barco grande. Construido para el norte… ¿El North Run, tal vez?
Reynolds y el capitán lo miraron, perplejos.
Nailer frunció el ceño, frustrado. No lograba recordar el nombre. ¿North Run? ¿North Pole Run?
—¿El Northern Run? —probó—. ¿El North Pole?
—¿El Pole Star? —sugirió el capitán, repentinamente interesado.
Nailer asintió con inseguridad.
—Es posible.
Reynolds y el capitán intercambiaron una mirada.
—Qué nombre más feo —masculló la segunda oficial.
El capitán miró intensamente a Nailer.
—¿Estás seguro? ¿El Pole Star?
Nailer sacudió la cabeza.
—Solo recuerdo que era un barco para cruzar el polo.
El capitán hizo una mueca.
—Espero que te equivoques.
—¿Cambia en algo las cosas?
—Nada que te concierna. —El capitán miró a Reynolds de reojo—. Aunque se trate del Pole Star, no deberían saber todavía que somos el enemigo. Ninguno de vosotros hizo nada que lo identificara en tierra firme.
—Excepto tú —observó secamente Reynolds.
—Nuestro difunto primer oficial no creo que se queje. —El capitán hizo una pausa, pensando de nuevo—. Podemos con ellos. Con un poco de maña, si aprovechamos su confianza, es posible. Un poco de maña, una pizca de ayuda por parte de las Parcas…
—… y una ofrenda de sangre —masculló alguien.
El capitán esbozó una sonrisa torcida.
—¿Hay alguien de confianza a bordo del Ray o del Pole Star?
Los demás negaron con la cabeza.
—Han barajado las tripulaciones —explicó Reynolds—. Me parece que Leo y Fritz podrían haber terminado en el Ray.
—¿Y son de fiar?
La sonrisa de Reynolds dejó al descubierto unos dientes ennegrecidos por el consumo de betel.
—Casi tanto como usted.
—¿Alguien más?
—¿Li Yan?
Cat sacudió la cabeza.
—No. Si está con ellos, habrá cambiado de bando.
Nailer asistía a la conversación sin enterarse de nada. El capitán lo miró de reojo.
—Ah, muchacho, te has metido en un conflicto desagradable, ya lo creo. El clan de mercaderes se enfrenta a una pequeña disputa por el liderazgo.
—Rook —terció Trimble de pronto—. Seguro que Rook sigue siendo leal.
—¿Se encuentra a bordo del Pole Star?
—Así es.
—Parece que ahí se acaba la lista, ¿verdad? —Nadie lo contradijo, y el capitán asintió con la cabeza—. Bueno, de acuerdo. Buscaremos a los esbirros del traidor de Pyce, abordaremos su barco, liberaremos a la señorita Nita y le arrebataremos nuestra empresa al usurpador. —Inclinó la cabeza en dirección a la tripulación—. En marcha. Reynolds, puesto que el pobre Henry ha pasado a mejor vida, te concedo un ascenso.
Reynolds sonrió de oreja a oreja.
—De todas formas, hacía tiempo que delegaba en mí sus funciones.
—No me habría librado de él si no lo supiera.
La tripulación se dispersó y puso manos a la obra, apresurándose a soltar amarras y levar anclas.
Tool se puso de pie con esfuerzo.
—No zarpéis todavía —dijo—. No voy a acompañaros.
Nailer se volvió, sorprendido.
—¿Te vas?
—No me apetece morir en la mar. —Los dientes afilados del medio hombre relucieron un instante, enmarcados por una sonrisa salvaje—. Si fueras sensato, harías lo mismo, Nailer. Aléjate de todo esto.
El capitán lo observó con curiosidad.
—¿Quién es tu patrón? —preguntó—. Si no es el muchacho, ni la señorita Nita… entonces, ¿quién?
Tool le sostuvo la mirada, sin parpadear.
—No tengo patrón.
El capitán no pudo reprimir una carcajada de incredulidad.
—Imposible.
—Cree lo que quieras. —El medio hombre dio media vuelta, tambaleándose, y encaminó sus pasos hacia el muelle.
Nailer corrió tras él.
—¡Espera! ¿Por qué no puedes venir con nosotros?
Tool se detuvo. Pasó la mirada por los rostros de los marineros, con ferocidad, y entonces su ojo sano se concentró en Nailer.
—Le prometí a Sadna que te protegería, pero no puedo hacer nada contra la insensatez. Si decides jugarte la vida en el mar, eso no es de mi incumbencia. Creo que has encontrado una nueva cuadrilla. Mi deuda con Sadna está saldada.
—¿Pero qué hay de Lucky Girl?
Tool miró a Nailer.
—Solo es una persona. Esta gente opina que su valor es incalculable, pero en realidad no es más que otro ser que terminará muriendo tarde o temprano. —Inclinó la cabeza hacia el bullicio del barco—. Acompáñame, o quédate y juégate el cuello con ellos. Tú eliges. Pero harías bien en recordar que son unos fanáticos. Darán la vida por su señorita Nita. Si te unes a ellos, asegúrate de estar dispuesto a seguir su ejemplo.
Nailer titubeó. Con Tool, estaría a salvo. Podrían ir a donde quisieran.
El rostro de Nita invadió sus pensamientos, su expresión engreída cuando le tomaba el pelo por no comer con tenedor, cuchillo y cuchara. Contrastaba con eso la insistencia con la que lo apremió para que consiguiera medicamentos para el hombro cuando él aún no era más que un desguazador para ella. Y luego, por último, el brillo de su mirada cuando estaban escondidos junto a la pasarela. La mano de ella en su mejilla…
—Iré con ellos —sentenció con firmeza.
Tool lo estudió.
—Bueno. Muerdes igual que un mastín y no hay nada capaz de abrirte las fauces. Al final resulta que eres igual que tu padre. —Nailer intentó protestar, pero Tool lo acalló con un gesto—. No niegues algo que es evidente. Tampoco López ha permitido nunca que nada se interponga en su camino. —Sus dientes relucieron fugazmente—. Cerciórate de que este bocado no es demasiado grande, Nailer. Una vez vi a una jauría de sabuesos acorralar a un dragón de Komodo, antes de perecer en masa por no saber retirarse a tiempo. Tu padre no es un simple varano. Si te atrapa, te descuartizará. Y este barco mercante no es ningún acorazado, da igual lo que piense su intrépido capitán.
Nailer se disponía a rechistar, a lanzar alguna bravata, pero vio algo en los ojos de Tool que se lo impidió.
—Entendido. Tendré cuidado.
Tool asintió bruscamente y se dispuso a marcharse, pero se detuvo. Se puso en cuclillas e inclinó la enorme cabeza hacia Nailer. Observó al muchacho con el ojo sano; cuando habló de nuevo, su aliento estaba impregnado del hedor del combate y la sangre.
—Escúchame, chico. Los científicos me crearon a partir de los genes de perros, tigres, hombres y hienas, pero la gente siempre me toma por su chucho. —La mirada de Tool se posó en el capitán, y sus dientes afilados brillaron en una breve sonrisa—. Cuando empiece la batalla, no rechaces tu naturaleza asesina. Te pareces tanto a Richard López como yo a un perro obediente. La sangre no dicta nuestro destino, piensen lo que piensen los demás. —Tool se incorporó y se dio la vuelta—. Buena suerte, muchacho. Y buena caza.
El capitán se quedó observando al medio hombre que se alejaba renqueando por la pasarela.
—Qué criatura más extraña.
Nailer no dijo nada. Las anclas estaban saliendo del agua. La pasarela se replegó y se introdujo en un compartimiento sellado en el costado del clíper. Tool ya se había perdido casi de vista al fondo del embarcadero. Nailer se sintió muy solo de repente. Lo asaltó el impulso de llamar al medio hombre, de salir corriendo detrás de él. Al mirar a su alrededor vio el ajetreo de los marineros, todos ellos enfrascados en tareas que escapaban a su comprensión, todos ellos pertenecientes a la misma cuadrilla, familiarizados unos con otros y con sus respectivos cometidos. Se sintió completamente fuera de lugar.
Unas velas blancas se desplegaron y ondearon movidas por la brisa. La botavara barrió la cubierta y los marineros se agacharon para que pasara por encima de sus cabezas. El barco sufrió un leve estremecimiento ante la presión de las velas, henchidas de aire, y comenzó a moverse, impulsado por los vientos que arreciaban al amanecer.
El capitán llamó por señas a Nailer.
—Acompáñame abajo, muchacho. Quiero echarte un vistazo.
Nailer quería quedarse en cubierta y observar la actividad, ver si lograba divisar aún a Tool en los muelles, pero dejó que el capitán lo condujera por la estrecha escalerilla que descendía a los atestados confines del interior de la nave.
El capitán abrió la puerta de su camarote. Una pequeña litera ocupaba casi todo el espacio. Una ventana se asomaba a la popa del barco. A la luz, cada vez más intensa, la estela de la nave se rizaba blanca tras ellos, una V que se ensanchaba en las aguas todavía grises de la mañana. El capitán inclinó la cabeza en dirección a Nailer para indicarle que bajara el asiento de un banco abatible. Cuando él hubo hecho lo propio, las dimensiones de la cabina se redujeron al mínimo.
—El espacio es un lujo —dijo—. Nuestra prioridad es el transporte de mercancías. No hay sitio para comodidades.
Nailer asintió con la cabeza, aunque no entendía a qué se refería el capitán. El barco era una joya. Todo estaba limpio y ordenado. No parecía que nadie tuviera que compartir camarote con más de tres personas. Todas las hamacas colgaban en orden. No había nada fuera de lugar. Aunque no era igual que la embarcación de la que había salido Lucky Girl, le faltaba condenadamente poco.
—Dime, Nailer, ¿de dónde has salido? ¿Cuál es tu origen?
—La playa de Bright Sands.
—No me suena.
—Está costa arriba —explicó Nailer—. A unos ciento cincuenta kilómetros, más o menos.
—Pero si allí no hay nada… —El capitán frunció el entrecejo—. ¿Eres un desguazador? —Cuando Nailer asintió con la cabeza, el capitán hizo una mueca—. Tendría que habérmelo imaginado tras ver esas costillas marcadas y los tatuajes de trabajo. —Inspeccionó la piel señalada del muchacho—. Una actividad deplorable.
—Pero da dinero.
—¿Cuántos años tienes? ¿Catorce? ¿Quince? Estás tan demacrado que resulta imposible saberlo.
Nailer se encogió de hombros.
—Pima tenía dieciséis años, creo. Y era mayor que yo… —Encogió los hombros de nuevo.
—¿No lo sabes?
Nailer se encogió de hombros otra vez.
—En realidad no tiene importancia. O eres lo bastante pequeño para trabajar en la cuadrilla ligera, o lo bastante grande para incorporarte a la cuadrilla pesada, y en cualquier caso, si demuestras ser demasiado estúpido, holgazán o indigno de confianza, no trabajarás ni en una ni en otra, porque nadie querrá poner la mano en el fuego por ti. No. No sé cuántos años tengo. Pero conseguí ingresar en la cuadrilla ligera, y cumplía con el cupo a diario. En mi tierra, eso es lo que cuenta. No la puñetera edad.
—No seas susceptible. Siento curiosidad por ti, eso es todo. —El capitán parecía dispuesto a añadir algo más al respecto, pero en vez de eso cambió de tema y se interesó por Richard López—. ¿El medio hombre dijo que tu padre te perseguía?
—Eso es. —Nailer describió la playa y a su padre, el modo en que funcionaban las cosas en los cementerios de barcos. Describió lo que hacía Richard con quienes se oponían a él.
—¿Por qué no le seguiste la corriente? —preguntó el capitán—. Habría sido más fácil para ti. Y más lucrativo, eso sin duda. Pyce no tiene reparos en comprar la lealtad. Ahora serías rico y estarías a salvo si hubieras vendido a la señorita Nita.
Nailer encogió los hombros.
Las facciones del capitán se endurecieron.
—Exijo una respuesta —dijo—. Vas a enfrentarte a tu propia sangre. Es posible que te asalten las dudas, o que decidas firmar una tregua con tu padre.
Nailer soltó una carcajada.
—Mi padre no te da tiempo a que te asalten las dudas. Antes te raja. Habla mucho de que la familia debe permanecer unida, pero lo que quiere decir en realidad es que debo darle todo mi dinero para que él se lo gaste en tobogán de cristal y asegurarme de que sale indemne de sus ataques, para que pueda seguir pegándome cuando se le antoje. —Nailer hizo una mueca—. Para mí, Lucky Girl es más familia que él.
Supo que aquello era verdad en cuanto las palabras salieron de sus labios. A pesar del poco tiempo que hacía que se conocían, Nailer confiaba en Nita. Las personas de las que podía decir lo mismo se contaban con los dedos de una mano, y Pima y Sadna eran las que encabezaban la lista. Por asombroso que fuera, Lucky Girl estaba entre ellas. Era familia. Una abrumadora oleada de añoranza amenazó con devorarlo.
—Así que ahora quieres vengarte —dijo el capitán.
—No. Es solo… —Nailer meneó la cabeza—. No se trata de mi padre, sino de Lucky Girl. Es decente, ¿de acuerdo? Vale por cien de algunos de los integrantes de mi antigua cuadrilla. Por mil de la de mi padre. —Se le truncó la voz. Nailer respiró hondo en un intento por dominarse y miró directamente al capitán—. No dejaría ni un perro muerto en manos de mi padre, así que a Lucky Girl menos. Tengo que recuperarla.
El capitán estudió a Nailer, pensativo. Se hizo el silencio.
—Pobre desgraciado —murmuró, al cabo.
—¿Yo? —Nailer estaba desconcertado—. ¿Por qué?
Una sonrisa tirante se dibujó en los labios del capitán.
—¿Te das cuenta de que la señorita Nita pertenece a uno de los clanes de comerciantes más poderosos del norte?
—¿Y qué?
—Bah. No tiene importancia. —El capitán suspiró—. Estoy seguro de que a la señorita Nita le complacería saber que inspira tanta lealtad en un desguazador.
Azorado, Nailer sintió que se le encendían las mejillas. El capitán lograba que pareciera una sabandija muerta de hambre, pegada a los talones de Lucky Girl con la esperanza de que le cayera alguna migaja. Se esforzó por decir algo que cambiara la impresión que tenía el capitán de él. Conseguir que ese tipo lo tomara en serio. El capitán veía un desguazador, tatuado con marcas de trabajo y cubierto de cicatrices acumuladas durante los años de penoso servicio. Un mocoso al que se le marcaban todas las costillas. Eso era todo. Un trozo de basura arrastrado por la marea.
Nailer lo miró fijamente.
—Lucky Girl solía mirarme igual que usted. Y ahora ya no lo hace. Por eso voy a acompañarlo. Es el único motivo. ¿Entendido?
El capitán tuvo el decoro de adoptar una expresión compungida. Apartó la mirada y se apresuró a cambiar de tema.
—«Lucky Girl», Chica con Suerte, de nuevo ese mote. ¿Por qué?
—Le sonríen las Parcas. Sobrevivió a una devastadora de ciudades mientras todos los demás tripulantes de su barco sucumbían. Es imposible tener más suerte.
—Y tu gente valora la suerte —reflexionó el capitán.
—Mi gente. Sí, a los desguazadores les gusta creer en el azar. En las cubiertas no hay mucho más a lo que aferrarse.
—¿Y el talento? ¿El esfuerzo?
—Están bien —se rio Nailer—, pero no lo llevarán muy lejos a uno. Fíjese en usted. Ha conseguido un barco de lujo y vive como un ricachón.
—Lo que tengo me ha costado mucho trabajo.
—Aun así, nació para ricachón —insistió Nailer—. La madre de Pima es mil veces más aplicada que usted y la vida jamás le regalará nada tan bonito como este barco. —Encogió los hombros—. Si eso no es nacer con la suerte de cara, ya me dirá.
El capitán hizo ademán de replicar, pero se mordió la lengua y asintió con la cabeza, pensativo.
—Supongo que incluso lo que para nosotros son reveses de la fortuna, a ti deben de parecerte tremendos golpes de suerte.
—A menos que lo maten a uno —repuso Nailer—. Pero básicamente, sí, así es.
—Ya, en fin, la muerte no entra en mis planes a corto plazo.
—Ni en los de nadie.
El capitán sonrió.
—Menudo oráculo me he echado. —Se puso de pie—. Algún día tendré que pedirte que me leas las tabas. Mientras tanto, puedo predecir al menos que estoy dispuesto a admitirte a bordo. —Miró a Nailer de arriba abajo—. Tendremos que darte un baño, algo de ropa y una comida decente. —Empujó a Nailer hasta la puerta y el angosto pasillo que se extendía tras ella—. Y después habrá que enseñarte cómo se usa una pistola.
—¿Sí? —Nailer intentó disimular su interés.
—Tu medio hombre, Tool, tenía razón en una cosa. Si queremos rescatar a la señorita Nita, habrá que luchar. La gente de Pyce no la soltará fácilmente.
—¿Cree que pueden derrotarlos?
—Desde luego. Pyce nos pilló desprevenidos una vez, pero no volveremos a cometer el error de subestimarlo. —Le dio una palmada en el hombro—. Con un poco de suerte, la señorita Nita volverá a estar con nosotros, sana y salva, en un abrir y cerrar de ojos.
La nave empezaba a adentrarse en aguas profundas; las olas se arremolinaban bajo su casco conforme se alejaba de la seguridad que ofrecía la bahía. Nailer se tambaleó en el pasillo, sin saber cómo colocar los pies para mantenerse erguido. El capitán reparó en sus dificultades.
—Pronto te acostumbrarás a la vida a bordo, no te preocupes. Cuando se desplieguen las hidroalas, será casi como si estuvieras en tierra firme.
Nailer no las tenía todas consigo. La cubierta se elevó sobre sus pies y lo lanzó contra uno de los mamparos. El capitán lo observó con una sonrisa y reanudó la marcha por el corredor, inmune a los vaivenes.
Nailer lo siguió dando tumbos.
—¿Capitán?
El hombre se volvió.
—Es posible que ese tipo, Pyce, sea peligroso, pero tampoco subestime a mi padre. Aunque se parezca a mí, un saco de huesos cubierto de cicatrices, puede ser letal si se lo propone. Le aplastará como a una cucaracha si no tiene cuidado.
El capitán asintió con la cabeza.
—Yo no me preocuparía demasiado. Si la gente de Pyce no ha conseguido matarme todavía, tu padre tampoco lo hará. —Dio media vuelta y condujo a Nailer a la cubierta superior.
El viento abofeteó al muchacho cuando salieron al amanecer. La luz del sol se había intensificado, convertida en una oleada dorada que se extendía sobre el océano. El Dauntless cortaba las olas rutilantes como un cuchillo, rumbo a aguas más profundas.
La cacería había comenzado.