Conseguir un trabajo no era difícil. Conseguir un trabajo que se pagara tan bien como el desguace de barcos era tarea imposible. Únicamente Tool tenía fácil acceso al mercado laboral, vigilando bienes valiosos mientras efectuaban el transbordo antes de partir hacia el Mississippi y las estaciones de clasificación. Sin un sistema de clanes, contactos sindicales ni familia, a Nailer y a Nita les quedaban las tareas más indeseables: llevar mensajes de un lado a otro, transportar objetos de pequeño tamaño y mendigar. Un hombre oculto en un callejón se ofreció a comprar su sangre, pero tenía las manos y las agujas sucias, y sus ojos denotaban que quería cosechar algo más que sus venas. Huyeron de él, y respiraron aliviados cuando vieron que no los perseguía.
Transcurrió una semana, después dos. Se instalaron en una rutina marcada por la pobreza mientras veían cómo un barco tras otro arribaba y partía de nuevo, dejando sitio para que una nueva decepción llegara deslizándose sobre sus alas de lona blanca.
Nailer esperaba que la remilgada repugnancia que sentía Nita por los barrios de chabolas de Orleans se recrudeciera, pero la muchacha no tardó en adaptarse, y prestaba una feroz atención a todas las enseñanzas de Tool y Nailer. Trabajaba con ahínco, contribuía con su parte, y no se quejaba de qué comían ni de dónde dormían. Seguía siendo una ricachona y, como tal, tenía sus excentricidades, pero también hacía gala de una determinación por arrimar el hombro que Nailer se sentía obligado a respetar.
Una mañana, temprano, cuando Nailer y Nita estaban hundidos en sangre hasta los codos mientras destripaban anguilas negras para un puesto de comida ambulante, Nailer le confesó lo que había estado pensando.
—Eres decente, Lucky Girl.
Nita fileteó otra anguila y tiró los despojos al cubo que mediaba entre ellos.
—¿Sí? —Le escuchaba solo a medias mientras seguía limpiando.
—Sí. Trabajas bien. —Nailer agarró una anguila fresca de otro cubo y se la pasó—. Si estuviéramos todavía en los astilleros del desguace, respaldaría tu ingreso en una cuadrilla ligera.
Nita cogió la anguila y se detuvo, sorprendida. El animal se enroscó en su muñeca, debatiéndose.
Nailer continuó atropelladamente:
—O sea, que sigues siendo una ricachona, pero, ya sabes, si necesitaras trabajar, te apoyaría.
Nita sonrió entonces, una sonrisa tan radiante como el océano azul. Nailer sintió una opresión en el pecho. Maldición, estaba loco. Empezaba a gustarle esa chica. Se volvió y agarró otra anguila para él; la abrió de un solo tajo.
—En cualquier caso, solo quería decir que haces un buen trabajo. —No volvió a levantar la cabeza. Sintió que se sonrojaba.
—Gracias, Nailer —dijo Nita. Su voz era sedosa.
—Vale. No es nada. Acabemos con estas anguilas y vayamos a los muelles. No quiero perderme las primeras ofertas de trabajo.
Nita había dado a Nailer y a Tool un puñado de nombres para memorizar, escribiéndoselos en el barro a Nailer para que pudiera aprenderse el dibujo de las letras. Describió la bandera que ondeaba su empresa, para que pudieran estar atentos a los barcos y entre los tres estar seguros de divisar cualquier posible candidato.
Resultó que ninguna de sus instrucciones era necesaria.
Nailer estaba llevando un mensaje al bar Ladee de parte del primer oficial del Gossamer, un trimarán estilizado con alas cortavientos rígidas y un impresionante cañón de Buckell en la cubierta de proa, cuando todo se fue al garete.
El mensaje estaba dentro de un sobre sellado, lacrado y protegido además con un lector dactilar, y Nailer tenía un vale para cobrar a la entrega si el capitán accedía a echar un vistazo a su contenido. Mientras corría por la pasarela hasta las aguas más profundas estaba pensando ya en el fastidio de tener que realizar el trayecto de vuelta a Orleans con una mano por encima del agua. Si la carta terminaba empapándose, era posible que el capitán no le diera propina…
Richard López surgió de la nada, como un espectro.
Nailer se quedó paralizado. La pálida cabeza descubierta de su padre flotaba sobre la multitud de trabajadores, una visión malévola con sus dragones rojos tatuados recorriéndole los brazos y enroscándose en su cuello. Sus ojos azules miraban fijamente todo cuanto pasaba ante él, escudriñando los muelles. La mente de Nailer le gritó que corriera, pero la inesperada aparición de su padre lo llenó de terror y no pudo moverse.
Lo acompañaban dos medio hombres. Sus gigantescos cuerpos se abrían paso a empujones entre el gentío, sobresaliendo por encima de todos. Sus achatados rostros de perro miraban fijamente a la gente con desdén, sus hocicos se arrugaban en busca de un rastro, su piel oscura jaspeada y sus ojos amarillos lo observaban todo con avidez. Después de tantas semanas en compañía de Tool, Nailer había olvidado cuán aterrador podía ser un medio hombre, pero en ese momento, al ver aquellas enormes bestias que deambulaban entre la multitud, su miedo regresó.
«¡Muévete muévete muévete muévete MUÉVETE!».
Nailer se agachó para esconderse entre el gentío, y saltó hacia el borde de la pasarela. Se lanzó por el costado, olvidada la carta para el capitán que aguardaba en el bar Ladee. Se hundió en las olas y nadó bajo el muelle flotante. Disponía del espacio justo para respirar si estiraba el cuello hacia atrás y metía la nariz en el pequeño resquicio entre el agua y el fondo de las tablas.
Sobre su cabeza, las tablas crujían y martilleaban bajo los pasos. El agua y la mugre besaban las mejillas y el mentón de Nailer mientras espiaba entre las rendijas. La gente avanzaba deprisa. Nailer guardó silencio, atento a si veía de nuevo a su padre.
¿Qué hacía allí ese hombre? ¿Cómo había sabido dónde encontrarlo?
El trío se materializó ante los ojos de Nailer. Todos ellos iban bien vestidos. Incluso el atuendo de su padre era nuevo, libre de manchas y rotos. No era ropa de playa en absoluto. Ricachones. Los medio hombres llevaban pistolas enfundadas en sobaqueras y látigos enrollados en sus cinturones. Se detuvieron encima de Nailer y pasearon la mirada por la multitud de culis que acarreaban mercancías de un lado para otro.
Unas olas aceitosas bañaron a Nailer. La estela de un bote que pasaba. Las olas lo elevaron y lo empujaron contra las planchas, bajo los zapatos de su padre. Se arañó la cara, contuvo el aliento cuando se hundió y cuando la ola lo hizo subir volvió a rebotar contra las tablas; intentó no hacer ningún ruido. Las astillas le laceraban los labios y el agua se le metía por la nariz. Nailer combatió el impulso de escupir y toser. Si se delataba, estaba muerto. Metió la cabeza debajo del agua y se sonó la nariz antes de regresar a la superficie, obligándose a guardar silencio. Inspiró con cuidado, una bocanada temblorosa.
Los tres cazadores estaban aún encima de él, inspeccionando la actividad de la zona de mercancías. Nailer se preguntó si habrían adivinado que iría a Orleans o si de alguna manera habrían torturado a Pima o a Sadna hasta arrancarles una respuesta. Se obligó a apartar esas dudas de su cabeza. No podía hacer nada al respecto. Primero necesitaba resolver sus propios problemas.
Los medio hombres observaban a los trabajadores de los muelles con una placidez desapasionada tan parecida a la de Tool que podrían haber sido hermanos. Los medio hombres espiaban a la gente y Nailer los espiaba a ellos, con las manos apoyadas en las tablas para resistir a olas que amenazaban con empujarlo contra la madera. Había estado esperando a que dijeran algo, pero si lo hicieron, el ruido de las tablas y el chapoteo de las aguas lo silenció. Rezó para que Lucky Girl tuviera la sensatez de permanecer alerta. Y Tool también. Solo el azar había querido que Nailer reconociera a su padre y se ocultase. Se estremeció al comprender cuán cerca de él había estado.
Richard y los medio hombres reanudaron la marcha sin dejar de observar a la gente. Sin duda estaban buscando a Lucky Girl. Nailer les siguió la pista, deslizándose en silencio bajo la pasarela. El trío caminaba deprisa, y Nailer estuvo a punto de perderlos dos veces entre la estampida de trabajadores y marineros de los muelles flotantes. Nadaba tan rápido que casi se descubrió cuando su padre bajó del muelle y montó en un esquife. La cara de su padre de repente estaba al nivel del embarcadero. Nailer se hundió en el agua y se alejó pataleando en silencio, sin salir a la superficie hasta que estuvo a salvo entre las sombras.
Cuando emergió, su padre estaba diciendo:
—… a ver si alguna de las otras cuadrillas ha tenido más suerte, y después avisad a los del barco.
Los medio hombres asintieron con la cabeza, en silencio. Largaron la vela del esquife que se alejó del muelle. Nailer los vio partir, preguntándose si se libraría alguna vez de su padre. Daba igual cuán lejos huyera, cuánto se esforzase por ocultarse, el hombre siempre estaba allí. Nailer empezó a nadar hacia la pasarela, acercándose a las boyas. No sabía dónde estaba Tool, pero Lucky Girl supuestamente estaba limpiando cazuelas en un puesto de pescado al filo del agua. Si su padre la veía, todo habría acabado. Tool… Tool tendría que cuidar de sí mismo.
Cuando encontró a Nita, estaba emocionada. Sacó la mano del agua turbia con la que estaba fregando platos y señaló un barco en el puerto. Uno nuevo que acababa de llegar.
—¡Ese! El Dauntless. Es uno de los clíperes que estaba buscando.
Nailer miró de reojo a la nave, con un escalofrío.
—Me parece que no. Mi padre está aquí. Tiene matones con él. Medio hombres. Creo que está aliado con el ricachón de tu tío, Pyce. —Tiró de ella para alejarla del puesto de comida—. Tenemos que ser discretos. Desaparecer una temporada.
Escudriñó la multitud en busca de su padre. El hombre no estaba por ninguna parte, pero eso no significaba que no estuviera allí, ni que no tuviera a nadie más buscándolos. El tipo era astuto. Tenía la mala costumbre de presentarse cuando uno menos lo esperaba.
—¡No! —Nita le apartó la mano—. Debo subir a ese barco. —Señaló con el dedo—. Es mi billete de salida. Lo único que tenemos que hacer es subir a bordo.
—No sé si ese es el barco que buscas. Mi padre estaba hablando de un barco hace unos instantes. Es demasiada casualidad que tu barco y mi padre aparezcan al mismo tiempo. —Le tiró del brazo—. Tenemos que escondernos. Mi padre daba a entender que tenía más gente con él. Nos encontrarán si no nos ponemos a cubierto.
—¿Vas a dejar que el Dauntless zarpe como si nada? —preguntó con incredulidad la muchacha.
Nailer la miró fijamente.
—¿Me estás escuchando? Mi padre está aquí con medio hombres. Todos ellos vestidos como ricachones. Y estaba hablando de un barco. —Señaló con la cabeza—. Probablemente ese.
—El Dauntless no. La capitana es Sung Kim Kai. Es una de las mejores capitanas que tiene mi padre. Absolutamente leal.
—Puede que ya no. No sabes qué ha pasado desde que huiste. A lo mejor hay alguien más al mando.
—No. No es posible.
—No seas estúpida —dijo Nailer—. Sabes que tengo razón. ¿Mi padre y el Dauntless apareciendo el mismo día? Es lo único que tiene sentido.
—No era el Dauntless el que me perseguía antes —dijo obstinadamente Nita—. Era el Pole Star. Confío en la capitana Sung.
Nailer titubeó.
—Echaremos un vistazo —dijo por fin—. Pero no vamos a salir sin más y dejar que nos pesquen como un par de cangrejos saltando a la cazuela. Es demasiada casualidad que mi padre y tu barco aparezcan a la vez. Probablemente sea una trampa. —Tiró de ella—. Ahora mismo tenemos que perdernos de vista. Nada de esto tendrá importancia si nos pillan discutiendo a plena luz del día. Saldré otra vez esta noche y comprobaré la situación.
—¿Y si el barco zarpa antes? —insistió Nita—. Entonces, ¿qué?
—¡Entonces nada! —se acaloró Nailer—. Vale más que no nos pillen que precipitar las cosas por una corazonada. A lo mejor tú tienes prisa por que te pillen, pero yo no. Sé lo que me hará mi padre como me pille y no pienso correr ese riesgo. Habrá más barcos, pero no tendrás una segunda oportunidad si la pifiamos ahora.
—Tener esperanza no es lo peor que nos puede pasar, Nailer.
—Ya. Que me pille mi padre encabeza mi lista particular. ¿Y la tuya?
Nita lo fulminó con la mirada, pero Nailer estaba convencido de que había entendido su postura. Había perdido la febril emoción que la embargaba al principio.
—Vale —dijo la muchacha—. Salgamos de aquí.
Llevó la palangana de loza resquebrajada al interior del puesto de pescado y regresó instantes después.
—No me pagarán la jornada si no me quedo hasta la hora de cenar.
—Eso da igual. —Nailer apenas si podía contener su miedo y su frustración—. Tenemos que perdernos de vista.
Cruzaron corriendo la pasarela, se metieron en las aguas salobres y vadearon hasta llegar a una de las antiguas mansiones que abundaban en la zona. La planta baja estaba inundada por completo y todo amenazaba con desplomarse de un momento a otro, pero eso no disuadía a los numerosos okupas que habían reclamado los pisos superiores. Tool convenció a la banda que gobernaba el lugar para que les permitieran alojarse en una de las habitaciones del nivel más elevado. La había escogido porque desde una de las ventanas más altas se disfrutaba de una vista inmejorable, tanto de las pasarelas como de los barcos fondeados a lo lejos. Los okupas eran decentes, y con Tool como guardaespaldas, nadie se metía con ellos. Lucky Girl se alegraba tanto de no tener que dormir al raso que apenas se había quejado de las serpientes, las cucarachas y los nidos de paloma con los que debían convivir.
Subieron juntos por la escalera decrépita, saltando por encima de los escalones más estropeados y cubiertos de moho, y sortearon los socavones y boquetes que infestaban los distintos pasillos que conducían a su cuarto. La herrumbrosa cama de muelles sin colchón que yacía en el suelo a un lado de la habitación era su única posesión.
Nita se dirigió a la ventana para contemplar el barco. Su aspecto recordaba al de los chiquillos que solían plantarse frente al puesto de Chen, con la esperanza de que les cayera algún hueso. Hambrientos. Desesperados y hambrientos de algo que no sabían muy bien si les iba a caer.
—Nos acercaremos al barco si sigue estando ahí esta noche —dijo Nailer—, cuando haya menos miradas indiscretas en los alrededores. Podríamos hacer algunas averiguaciones por ahí. Trataremos de enviar un mensaje a esa capitana tan lista, suponiendo que exista en realidad, y después decidiremos qué hacer a continuación. Pero primero tantearemos el terreno, ¿de acuerdo? Antes de meter los pies en un charco hay que comprobar que no haya ninguna pitón enterrada en el fango, y no pienso subir a ese barco ni loco sin contar con una vía de escape por si se tuercen las cosas.
Nita asintió en silencio, a regañadientes. Ante sus ojos, el anochecer comenzaba a cernirse sobre las pasarelas. Los trabajadores desfilaban de regreso a sus cubiles, y los puestos ambulantes abrían para la hora de cenar. Se oía música procedente de los bares, zydeco y high-tide blues. Había mosquitos por todas partes.
Nailer se alegró de que lo ampararan las sombras mientras estudiaba la multitud. Lo incomodaba el presentimiento de que su padre aún acechaba ahí fuera, buscándolo; de que el viejo conocía su paradero exacto y solo aguardaba el momento oportuno para darle el golpe de gracia. Acalló sus temores con dificultad.
—Tool se retrasa —dijo Nita.
—Sí.
—¿Crees que tu padre se habrá tropezado con él?
Nailer meneó la cabeza, frustrado, mientras aguzaba la vista para escudriñar el gentío.
—No lo sé. Me voy a dar una vuelta.
—Te acompaño.
—No —contestó Nailer, vehemente—. Quédate aquí.
—Y un cuerno. Puedo pasar tan inadvertida como tú. —La muchacha se alborotó los largos cabellos hasta disimular sus facciones tras un velo de guedejas enmarañadas. Ni la vida en las marismas ni el agua de Orleans se habían compadecido de sus sedosos mechones—. Incluso más, probablemente.
Nailer hubo de reconocer que no le faltaba razón. La Nita que tenía delante apenas se parecía a la ricachona que Pima y él habían encontrado en aquel barco naufragado. Seguía siendo guapa, tal vez una de las chicas más hermosas que hubiera visto en su vida, pero sin duda había cambiado. Ya no desentonaba con su entorno.
—Vale, está bien. Como prefieras.
Furtivos, salieron del edificio y encaminaron sus pasos hacia el agua, acercándose sin prisa a la multitud. Eligieron un sitio discreto en el terreno pantanoso que bordeaba la pasarela principal y se agazaparon con la mirada puesta en el tráfico nocturno, atentos al menor indicio de Tool o del padre de Nailer y los medio hombres con los que este se había presentado por sorpresa.
Nailer se estremeció al pensar que Richard campaba a sus anchas por los alrededores con aquellas criaturas a su servicio. Tool no necesitaba que alguien como su padre le diera órdenes para resultar sobrecogedor. Maldijo para sus adentros; se sentía acorralado. No le gustaba ninguna de las opciones que se presentaban ante él: ni poner a prueba la lealtad de la capitana Sung a bordo del Dauntless, ni quedarse allí de brazos cruzados, prácticamente al descubierto, mientras se devanaba los sesos elucubrando sobre la ominosa ausencia de Tool.
Nita estaba observándolo.
—¿Te arrepientes alguna vez de no haberme quitado el oro de los dedos cuando tuviste ocasión?
Nailer titubeó, y negó con la cabeza.
—No. —Sonrió—. Últimamente no, al menos.
—¿Ni siquiera ahora? ¿Con tu padre buscándote?
Nailer volvió a negar con un gesto.
—No vale la pena darle más vueltas. A lo hecho, pecho. —Se apresuró a intentar explicarse al ver la expresión compungida de Nita—. Me he expresado mal. No estoy diciendo que seas un error con el que deba apechugar. O sea, también eres más cosas. —El dolor volvió a plasmarse en las facciones de la muchacha. Maldición, no hacía más que pifiarla, y para colmo de males ni siquiera estaba seguro de qué era lo que tanto le costaba expresar—. Me caes bien. Jamás te entregaría a mi padre, como tampoco sería capaz de traicionar a Pima. Pertenecemos a la misma cuadrilla, ¿no? —Le enseñó la palma de la mano en la que se había practicado el corte antes de realizar su juramento de sangre—. Te guardo las espaldas.
—Me guardas las espaldas. —Nita esbozó apenas una sonrisa—. Y también estarías dispuesto a respaldar mi ingreso en una cuadrilla ligera. Eres una fuente inagotable de cumplidos, ¿eh? —Sus ojos oscuros se clavaron en él, intensos y solemnes—. Gracias, Nailer. Por todo. Sé que si no me hubieras salvado… —Dejó la frase en el aire—. A Pima le traía sin cuidado. Para ella solo era una ricachona más. —Estiró un brazo y le acarició la mejilla—. Gracias.
Había algo en su mirada que Nailer no había visto antes. Algo que le producía un hormigueo voraz. Comprendió que en ese preciso momento, si se atreviera a…
Se inclinó hacia delante. Sus labios se tocaron. Durante el más efímero de los instantes, Nita se entregó a él y presionó los labios con fuerza contra los suyos. Acto seguido se retiró, azorada, y giró la cabeza. El corazón de Nailer latía desbocado en su pecho. En sus oídos, la sangre martilleaba al compás de la emoción que lo embargaba. Se esforzó por hallar la manera de romper el silencio, de decir algo ingenioso, algo que consiguiera que Nita lo mirara de nuevo y renovara la conexión que los había unido hacía tan solo un momento. Pero no encontraba las palabras.
Nita apuntó con un dedo.
—Por ahí llega Tool —dijo con voz ronca—. A lo mejor ha averiguado algo acerca de la nave.
Nailer se dio la vuelta y distinguió a Tool entre la multitud, caminando en dirección a ellos. La interrupción le produjo una incongruente oleada de alivio y frustración, hasta que algo más acaparó toda su atención: entre el gentío, dos medio hombres apretaban el paso y se disponían a interceptar a Tool.
—Son ellos —murmuró—. Esos son los que estaban con mi padre.
Nita contuvo el aliento.
—Han visto a Tool.
—Tenemos que avisarle. —Nailer intentó levantarse, pero Nita lo agarró y tiró de él hacia abajo.
—No puedes hacer nada por él —susurró con ferocidad.
Nailer intentó gritar para advertir a Tool, pero Nita le tapó la boca con una mano.
—¡No! —exclamó entre dientes—. ¡No digas nada! ¡Nos capturarán a todos!
Nailer se concentró en sus ojos, febriles y graves, y asintió muy despacio con la cabeza. En cuanto Nita retiró la mano, sin embargo, se incorporó de un salto y le lanzó una mirada asesina.
—No tienes sangre en las venas, ¿verdad? Escóndete tú si quieres. Tool pertenece a nuestra cuadrilla.
Antes de que la muchacha tuviera ocasión de retenerlo otra vez, Nailer salió disparado, cruzó de un salto las enredaderas que los parapetaban y aterrizó en la pasarela. El medio hombre vio de inmediato al chico, corriendo y agitando los brazos.
—¡Cuidado! —exclamó Nailer.
Tool se giró a tiempo de ver cómo sus perseguidores convergían sobre él. Cuando los tres medio hombres colisionaron, la noche se inundó con los ecos de sus gruñidos. Eran tan rápidos que sus movimientos desafiaban la imaginación. Ningún ser humano natural podría igualar jamás esa velocidad. Sendos machetes se materializaron en las manos de los dos agresores, que se abalanzaron sobre su presa con un rugido. Uno de los hombres perro salió disparado hacia atrás, repelido con contundencia por Tool, pero el otro consiguió asestarle una cuchillada. La sangre salpicó el aire, el arco trazado por un líquido negro y viscoso resplandeció a la luz de los faroles. Nailer miró alrededor en busca de un arma, cualquier cosa que pudiera arrojar por los aires, una porra, lo que fuera…
Nita lo agarró por los hombros y tiró de él hacia atrás.
—¡Nailer! ¡No puedes ayudarle! —exclamó—. ¡Tenemos que irnos antes de que nos vean!
Nailer, desesperado, intentó mirar hacia atrás mientras forcejeaba entre sus brazos.
—Pero…
La multitud huía en estampida del escenario del duelo entre los tres medio hombres, cuyos gruñidos resultaban ensordecedores. Aunque la masa de gente le impedía ver con claridad qué ocurría, Nailer oyó el crujido de unas vigas de madera. De pronto, la fachada decrépita de un edificio cedió y se desplomó entre nubes de polvo. La gente empezó a gritar mientras intentaba escapar de la avalancha de escombros. Nita tiró del brazo de Nailer.
—¡Vamos! ¡Si te inmiscuyes en su lucha no saldrás con vida! ¡Son demasiado fuertes y veloces! Nunca has visto una pelea entre medio hombres. ¡No puedes ayudarle!
Nailer contempló fijamente el lugar donde Tool se había perdido de vista, devorado por la polvareda y los cascotes. Una nueva serie de gruñidos precedió a un alarido estridente, bestial.
Odiándose por cobarde, Nailer giró sobre los talones y corrió, agazapado, esquivando a la multitud.
Contemplaban las luces que oscilaban en las profundidades acurrucados al borde del agua, atentos a la posible presencia de más esbirros de Pyce en los alrededores. La gente pasaba junto a ellos sin prestarles la menor atención. A sus ojos solo eran una pareja de raqueros sentados en la orilla, dos más de los muchos que iban y venían constantemente, como escoria a merced de las mareas.
—Lo siento —dijo Nita—. Yo tampoco quería abandonarlo.
Nailer le dirigió una mirada cargada de reproche.
—Estaba dispuesto a ayudarnos.
—Hay batallas que están perdidas de antemano. —Nita desvió la mirada—. Las peleas de los medio hombres no se parecen a las de la gente normal. Sería más exacto compararlas con huracanes. Habrían terminado matándonos o haciéndonos prisioneros. En el mejor de los casos, solo habríamos conseguido entorpecer a Tool.
—Y ahora está muerto.
Nita guardó silencio y apretó con fuerza los labios, con la mirada perdida en la oscuridad y las aguas donde se reflejaban las antorchas y las balizas luminiscentes. Los envolvía el tabaleo de los remos en sus toletes y el zumbido lejano de la lancha del práctico.
—Tenemos que intentar subir al Dauntless —dijo Nita, al rato—. No nos queda otro remedio.
Aunque Nailer se resistía a darle la razón, tampoco a él se le ocurría una alternativa mejor. Sin Tool para garantizarles protección en la ciudad, eran pececillos esperando a que los devoraran. Ni siquiera podrían seguir viviendo como okupas si él no estaba cerca para intimidar a quienes se propusieran usurpar su habitación. Sin embargo, la inesperada llegada del barco y de su padre con los medio hombres le inquietaba. La aparición de uno y otros estaba estrechamente relacionada, demasiado para su gusto. Richard había surgido de la nada casi al mismo tiempo que el barco, como un espectro que se hubiera materializado en las pasarelas, y únicamente el azar había querido que Nailer y él no se tropezaran.
El Dauntless, mientras tanto, continuaba plácidamente posado en las olas, tan tentador como un cebo suculento al extremo del sedal.
A lo largo y ancho de Orleans, los enemigos de Lucky Girl estarían buscándola con más empeño que nunca, reafirmados en sus sospechas sobre el paradero de la muchacha. El hallazgo de Tool atraería a más gente, oleadas de nuevos rastreadores. Eso inspiraría a su padre, sin la menor duda. Sobrevivir en las calles sumergidas de Orleans se convertiría en tarea imposible si no podían actuar a cara descubierta ni mostrarla sin llamar la atención.
—Subiremos a ese barco —sentenció Nita—, y la capitana Sung nos ayudará a reunirnos con mi padre.
Nailer encogió los hombros.
—Estás cavando tu propia tumba.
—Lo mismo digo.
Nailer contempló los muelles lejanos y el bullicio de la noche de Orleans. La ciudad estaba muerta pero no exenta de vida, como un cadáver reanimado; la gente necesitaba el comercio más que nunca, y la desembocadura del Mississippi aún extendía sus ramificaciones por el centro del continente, con sus grandes barcazas repletas de alimentos y de toda clase de productos manufacturados en los territorios septentrionales. Tierra adentro debía de haber un montón de sitios en los que refugiarse. Un montón. Nita y él no eran más que un par de trocitos de madera a la deriva. Flotando sin rumbo…
—Podríamos remontar la corriente —sugirió Nailer.
—No hasta que haya averiguado qué ocurre a bordo del Dauntless. —Nita apuntó con el dedo hacia la distante silueta del barco—. Ese es mi objetivo. Contigo o sin ti.
Nailer examinó el gentío y suspiró.
—De acuerdo. Pero iré yo solo. —Levantó una mano para acallar las protestas de la muchacha—. Si tu capitana está allí, hablaré con ella. Cuando la encuentre, te sacaremos de aquí.
—Pero no te conocen de nada.
—Eres tú a la que busca todo el mundo. Si me persiguen, es para llegar hasta ti. Al menos yo tengo alguna posibilidad de tantear el terreno sin llamar la atención. Pero a ti te reconocerían en un abrir y cerrar de ojos. Esta no es mi gente, sino la tuya.
—¿Y qué pasa con tu padre?
Nailer emitió un ruidito de exasperación.
—Si tanto te preocupa que pueda estar a bordo de ese barco, ¿qué sentido tiene intentar llegar hasta él? Ya que te empeñas en no hacerme caso cuando te digo que pongamos tierra por medio, me acercaré a echar un vistazo. Se me ha ocurrido una idea para conseguirlo sin que me descubran, y será mucho más fácil si actúo en solitario. —Torció el gesto—. Tú escóndete. Me reuniré contigo en la casa okupa y te pondré al corriente de lo que haya averiguado.
Sin esperar respuesta, cruzó la tarima y se adentró en las aguas negras. Con los muelles flotantes como objetivo, empezó a nadar muy despacio, lejos de las boyas que delimitaban la ruta principal. Al menos así pasaría inadvertido.
Ni el agua helada que chapaleaba a su alrededor ni la oscuridad casi absoluta lo disuadieron de continuar braceando en dirección a la bella embarcación. Había soñado mil veces con navegar a bordo de una preciosidad como esa, con pisar siquiera su cubierta, y por fin estaba a punto de colarse a bordo de una de ellas.
Si se paraba a pensar en ello, lo cierto era que nada le había parecido nunca más hermoso que aquellas naves con sus cascos de fibra de carbono, sus velas hinchadas por el viento y sus hidroalas, con las que cortaban el agua como cuchillas mientras surcaban los vastos océanos o cruzaban el polo. Se preguntó cuánto frío haría en el norte. Había visto fotos de barcos recubiertos de hielo bajo las estrellas del firmamento polar, camino de la otra punta del globo. Las distancias eran inmensas, y sin embargo navegaban sin amilanarse, rápidos y elegantes.
Llevaba quince minutos nadando y le dolían los brazos cuando llegó por fin a la altura del Dauntless. Se deslizó debajo del embarcadero, se dejó mecer por el agua salada y aguzó el oído. El murmullo de una conversación: hombres y mujeres que bromeaban e intercambiaban anécdotas cosechadas durante sus estancias de permiso en la costa. Alguien se lamentaba de lo abusivo de las tasas de avituallamiento y de los estafadores que infestaban la zona. Nailer lo escuchaba todo con atención, acunado por la corriente.
Había dos medio hombres apostados en la pasarela, montando guardia, y otra pareja en la proa y en la popa de la nave. Sufrió un escalofrío. Se rumoreaba que podían ver en la oscuridad, y lo cierto era que Tool siempre se había manejado con soltura en la penumbra. De improviso, la posibilidad de que el amparo de las sombras no fuera suficiente lo dejó paralizado de terror. Iban a verlo. Lo dejarían a merced de su padre y moriría. Richard le sacaría las tripas.
Nailer se adentró más aún bajo las tablas del embarcadero, sacudidas por el golpeteo ocasional de unos pasos. La palabra «capitán» se utilizaba en algunas frases sueltas, aunque nunca acompañada de un nombre concreto; «el capitán» quería zarpar cuanto antes, «el capitán» tenía un horario que cumplir… eso era todo.
Nailer aguardó, esperando oír alguna mención de la dichosa capitana Sung. Las olas lo zarandeaban. Empezaba a quedarse helado por la falta de actividad. Incluso aquellas cálidas aguas tropicales comenzaban a absorber el calor de sus huesos. El embarcadero flotante y su ancla se movían y balanceaban. Sonaron pasos sobre su cabeza. El chirrido de un fueraborda, alguien quemando biodiésel para llegar a la nave. Rostros reluciendo en la oscuridad. Hombres y mujeres con cicatrices y expresiones adustas. Alguien acudió corriendo a recibir la embarcación.
—Capitán.
El hombre no respondió, se limitó a desmontar. Miró atrás.
—Necesitamos ponernos en marcha.
—Sí, señor.
Nailer esperó, con el corazón martilleando. No era la capitana Sung. El capitán era un hombre, no una mujer. Y no tenía nada de chino. Lucky Girl se había equivocado. Las cosas habían cambiado. Nailer contuvo la desilusión. Tendrían que encontrar otra alternativa.
El capitán estaba prácticamente encima de Nailer. Escupió al agua a no más de un palmo de distancia.
—La gente de Pyce está por todos los muelles —dijo.
—No he visto ningún barco.
El capitán escupió otra vez.
—Habrá anclado mar adentro y habrá venido en transbordador.
—¿Qué hacen aquí?
—Nada bueno, supongo.
Nailer cerró los ojos. «El enemigo de mi enemigo es mi amigo», pensó. El capitán y su primer oficial estaban subiendo por la pasarela.
—Zarparemos con esta marea —ordenó el capitán—. Quiero estar lejos antes de tener que hablar con ellos.
—¿Qué pasa con el resto de la tripulación?
—Manda a buscarlos. Pero date prisa. Quiero irme antes de que amanezca.
El primer oficial saludó con porte marcial y se volvió hacia la lancha. Nailer respiró hondo. Era un riesgo, pero no tenía otra elección. Salió nadando de debajo del muelle y llamó:
—¡Capitán!
El capitán y el primer oficial se sobresaltaron. Desenfundaron las pistolas.
—¿Quién anda ahí?
—¡No disparen! —pidió Nailer—. Estoy aquí abajo.
—¿Qué diablos haces ahí metido en el agua?
Nailer se acercó nadando a la pasarela y sonrió.
—Esconderme.
—Sube aquí arriba. —El capitán aún no se fiaba—. A ver esa cara.
Nailer salió con dificultad de las aguas, rezando para no haber cometido un error. Se acuclilló, jadeando en la cubierta.
—Rata portuaria —dijo con repugnancia el primer oficial.
—Ricachón. —Nailer le hizo una mueca, antes de volver su atención hacia el capitán—. Tengo un mensaje para usted.
El capitán no se acercó, ni bajó la pistola.
—Pues habla.
Nailer miró de reojo al primer oficial.
—Es solo para usted.
El capitán frunció el ceño.
—Si tienes algo que decir, dilo. —Llamó a su espalda—. ¡Knot! ¡Vine! Devolved esta rata al agua.
Los dos medio hombres se abalanzaron sobre Nailer, que se sorprendió de su velocidad. Los tuvo encima, agarrándole los brazos, antes de tener siquiera tiempo de considerar la posibilidad de huir.
—¡Esperad! —gritó Nailer. Forcejeó para librarse de las garras de hierro de los medio hombres—. Tengo un mensaje para usted. ¡De Nita Chaudhury!
Una exhalación repentina. El capitán y el primer oficial cruzaron la mirada.
—¿Cómo dices? —preguntó el primer oficial—. ¿Qué has dicho? —Avanzó raudo a donde tenían inmovilizado a Nailer—. ¿Qué tienes que decir?
Nailer titubeó. ¿Podía confiar en él? ¿En cualquiera de ellos? Había demasiadas cosas que desconocía. Debía apostar. O tenía suerte o se metería en una trampa.
—Nita Chaudhury. Está aquí.
El capitán se acercó, duras las facciones.
—No me mientas, muchacho. —Cogió la cara de Nailer con una mano—. ¿Quién te envía? ¿Quién está detrás de ti con mentiras como esta?
—¡Nadie!
—Bobadas. —Inclinó la cabeza hacia uno de los medio hombres—. Despelléjalo a latigazos, Knot. Consígueme respuestas. Quiero saber quién lo envía.
—¡Me envía Nita! —gritó Nailer—. ¡Es verdad, podrido hijo de perra! ¡Le dije que huyera, pero dijo que usted era de fiar!
El capitán se detuvo.
—La señorita Nita murió hace más de un mes. Ahogada y muerta. El clan llora su pérdida.
—No. —Nailer sacudió la cabeza—. Está aquí. Escondida. En Orleans. Intenta llegar a casa. Pero Pyce la persigue. Creía que podía confiar en usted.
El primer oficial hizo una mueca.
—Cristo todopoderoso. Mira lo que nos han traído las Parcas.
El capitán observó fijamente a Nailer.
—¿Es un señuelo? —preguntó—. ¿Se trata de eso? ¿Intentas engañarme como hicieron con Kim?
—No sé nada de ningún Kim.
El capitán lo agarró, tiró de él hasta tenerlo muy cerca.
—Te estrangularé con tus propias tripas antes de caer como ella. —Se volvió—. Azotadlo. Descubrid quién lo envía. Si la muchacha está ahí fuera, saldremos de caza.
El primer oficial asintió con la cabeza y se dio la vuelta. Al hacerlo, el capitán levantó la pistola y le disparó en la espalda. El disparo retumbó en la oscuridad, propagándose sordo por el agua. El primer oficial cayó hecho un guiñapo en las tablas. Salía humo del cañón de la pistola del capitán; poco a poco se dispersó.
Nailer miró fijamente el cadáver. El capitán se volvió hacia los medio hombres.
—Soltad al muchacho.
Nailer recuperó la voz.
—¿Por qué ha hecho eso?
—Era mi escolta —contestó simplemente el capitán. Y dijo a los medio hombres—: Sumergidlo con lastres y venid con el muchacho. Zarpamos con la marea.
—¿Y el resto de la tripulación?
El capitán hizo una mueca.
—Buscad a Wu, a Trimble, a Cat y a la segunda oficial Reynolds. —Contempló las aguas—. Y hacedlo condenadamente en sigilo. Nadie más, ¿entendido? —Miró a Nailer—. Será mejor que no me estés mintiendo, muchacho. No me atrae la vida de pirata, así que espero que tengas condenadamente razón.
—No miento.
Knot y Vine, los medio hombres, lo condujeron a la lancha. Eran enormes y atemorizadores. La barca se alejó despacio del muelle, apuntando a las calles profundas de Orleans.
—¿Adónde nos dirigimos? —preguntó Nailer—. Nita está cerca de la orilla. No hace falta que nos internemos tanto en la ciudad sumergida.
—Primero nuestros hombres, después ella —dijo Knot.
Vine asintió con la cabeza.
—Necesitará protección. Es mejor no sacarla al descubierto antes de estar listos para huir.
—¿Huir de qué?
Vine sonrió de oreja a oreja, enseñando sus dientes afilados.
—Del resto de nuestra leal tripulación.