14

Corriendo o no, tenían que alejarse de sus captores. Debatieron entre susurros, trazaron un plan y se dispusieron a esperar. A Nailer le costaba horrores permanecer despierto. Aunque se había pasado tres días fuera de combate, mantener los ojos abiertos seguía suponiéndole un gran esfuerzo. La brisa que circulaba entre los árboles y el calor de la noche lo adormecían. Reposó la cabeza, diciéndose que montaría guardia. En vez de eso se durmió, despertó, y volvió a quedarse dormido.

Ojos Azules, alerta y despejada por completo, cedió el relevo a Tool, que se limitó a sentarse y a observarlos fijamente. Cada vez que Nailer espiaba a través de los párpados entornados, allí estaba el medio hombre, devolviéndole la mirada con sus caninos ojos amarillos, paciente como una estatua. Por fin, Tool cedió el puesto a Moby. El tipo, calvo y flacucho, se instaló cómodamente contra un tocón y empezó a beber. Estaba medio reclinado y no pasó mucho tiempo antes de que el alcohol lo devolviera a su sueño profundo; era evidente que confiaba en los grilletes y en las siluetas dormidas de los jóvenes.

Nailer estaba despierto, a la espera. Se alegraba de que no lo hubieran esposado. Aunque no perteneciera a aquella cuadrilla de adultos, era el hijo de su padre y gozaba de ciertas ventajas. La relación con su padre y el inválido febril que había sido hasta hacía poco le conferían cierta libertad de movimientos. Para sus guardianes no suponía ningún riesgo, tan solo era un cuadrillero flacucho convaleciente de una grave enfermedad. Todo eso jugaba a su favor.

El problema era que Ojos Azules tenía las llaves de las esposas de las chicas, y esa mujer le ponía los pelos de punta. Nadie que estuviese relacionado con el Culto a la Vida era de fiar. Los novicios siempre andaban tras la pista de nuevos reclutas. Y su sed de sacrificios era insaciable.

En cuanto Moby empezó a roncar, Nailer se deslizó discretamente hacia donde había visto que se había acostado Ojos Azules. Avanzó despacio, como lo haría cualquier niño que hubiese aprendido a robar desde su más tierna infancia, consciente de que su supervivencia dependía del sigilo y de pasar inadvertido.

Sus dedos sudorosos, resbaladizos a causa del miedo, se cerraron en torno al cuchillo que empleaba en los conductos. Registrar a Ojos Azules y buscar las llaves sin despertarla era una tarea imposible. El cuchillo parecía pequeño e inútil en su palma, un simple juguete. Era necesario, pero no tenía por qué gustarle. Tampoco es que se sintiera culpable. No era eso. Ojos Azules había hecho cosas peores en su día y volvería a hacerlas en el futuro. La había visto torturar a personas acusadas de no cumplir con el cupo, o de haberse retrasado en el pago de algún préstamo. La había visto cortar la mano de un hombre que supuestamente había robado a Lucky Strike, y quedárselo mirando con sus ojos azules impasibles hasta que se desangró. ¿Y quién sabía cuántas ratas de playa habría drogado e instruido en los misterios de su secta? Era despiadada y letal, y a Nailer no le cabía duda de que si su padre se lo pedía, los mataría a él, a Pima y a Lucky Girl, sin perder el sueño por ello.

No se sentía culpable.

Sin embargo, conforme se aproximaba, el corazón martilleaba en su pecho y la sangre atronaba en sus oídos como tambores de playa. Era el tipo de asesinato que su padre realizaría con celeridad y eficiencia. Richard López comprendía a la perfección cuál era la diferencia entre matar o morir, los cálculos exactos según los cuales era mejor respirar que dejar de hacerlo, y no dudaría en aprovechar la ventaja que le presentaba un adversario dormido.

«Rápido y preciso. Un tajo en el cuello y listo», se dijo Nailer.

Años atrás, su padre le había obligado a degollar una cabra para enseñarle el funcionamiento del cuchillo, cómo la hoja perforaba la carne y cercenaba los tendones. Recordaba a su padre cerniéndose sobre él, envolviendo el puño de Nailer con el suyo. La cabra yacía de costado, con las patas atadas, subiendo y bajando sus flancos como un fuelle, silbando el aliento en las ventanas de su nariz mientras aspiraba su último aliento. Richard había guiado la mano de Nailer hasta apoyar el cuchillo en la yugular de la cabra.

—Aprieta con fuerza —había dicho.

Y Nailer obedeció.

Apartó los helechos. Ojos Azules estaba tumbada ante él, respirando acompasadamente. Dormida, sus facciones eran suaves, ajenas al torbellino de violencia que las acechaba habitualmente. Tenía los labios entreabiertos. Yacía boca abajo, con los brazos replegados y recogidos bajo el cuerpo frente al relativo frescor de la noche. Nailer elevó una plegaria a las Parcas. La mujer no tenía el cuello tan expuesto como él esperaba. Tendría que golpear rápido. Ojos Azules debía morir de inmediato.

Se acercó sigilosamente y se preparó. Empuñó bien el cuchillo y se inclinó hacia delante, conteniendo el aliento.

La mujer abrió los ojos.

Aterrado, Nailer le hundió el cuchillo en la garganta, pero Ojos Azules se movió demasiado deprisa. Se apartó rodando y se puso en pie de un salto. Esgrimió su machete. No dijo nada. No gritó, ni imploró, ni rugió de rabia. Su sombra se tornó borrosa. Nailer dio un salto atrás y el machete pasó silbando junto a su cara. Ojos Azules cargó de nuevo. Nailer levantó el cuchillo, pero en vez de agredirlo otra vez con el arma, Ojos Azules se limitó a pasarle una pierna por debajo. Nailer se desplomó. Ojos Azules aterrizó encima de él, vaciándole los pulmones de aire. Le arrebató el cuchillo de un manotazo que le dejó los dedos entumecidos y doloridos.

Nailer se quedó jadeando, atrapado bajo el peso de la mujer. Ojos Azules presionó el machete contra su cuello.

—Estúpido desgraciado —masculló.

Nailer respiraba con dificultad. Temblaba de miedo. Ojos Azules sonrió y levantó el machete. Con delicadeza, acarició su ojo derecho con la hoja.

—Me crie rodeada de hombres que intentaban acercarse a mí sin hacer ruido todas las noches. —La hoja se movió y golpeó suavemente su ojo izquierdo—. Un raquero insignificante como tú no tiene la menor oportunidad.

Sonrió y volvió a posar el machete en su ojo derecho.

—Elige —dijo.

Nailer estaba tan asustado que no entendió a qué se refería.

—¿Cómo?

Ojos Azules tocó cada uno de sus párpados con la hoja del machete, en un gesto elocuente.

—Elije —repitió—. ¿El derecho o el izquierdo?

—Mi padre…

—López se cobraría los dos. —Ojos Azules sonrió—. Y yo también, como no elijas. —La hoja se deslizó de nuevo sobre sus párpados—. ¿El derecho o el izquierdo?

Nailer se preparó para el dolor.

—El izquierdo.

Ojos Azules sonrió.

—Que sea el derecho.

Enderezó el machete y apuntó al ojo de Nailer.

Un remolino de sombras impactó contra Ojos Azules. El machete pasó junto a la cabeza de Nailer, dejándole un rasguño en la mejilla, y el peso de Ojos Azules dejó de aprisionarlo. La mujer rodó, trabada en pugna con otra figura. Por todas partes surgieron gritos en la oscuridad. El acero entrechocó, acompañado por los gritos, los gemidos y los gruñidos de personas luchando. Había gente por todas partes.

Ojos Azules y su oponente rodaron, convertidos en una bola de extremidades enredadas, forcejeando con ferocidad. A la luz de la luna, Nailer distinguió a su salvadora: la madre de Pima, disputándole el machete a Ojos Azules. Sadna estrelló un puño en la cara de Ojos Azules. Crujido de huesos. Ojos Azules se resistió y se escabulló de Sadna. Rodó y se alzó con el machete. Las dos mujeres daban vueltas, la una alrededor de la otra.

—Déjalo, Ojos Azules —dijo Sadna—. Esta pelea no va contigo.

Ojos Azules negó con la cabeza.

—El muchacho me debe una, Sadna. Se creía que podía derramar mi sangre. No puedo pasarlo por alto.

Y de repente embistió, fintando alto con el machete antes de descargar un tajo bajo. Sadna saltó hacia atrás por encima de un tronco cubierto de musgo y trastabilló buscando asidero. Ojos Azules cargó tras ella, buscando una abertura. La hoja giró. Gotas de sangre volaron de las manos de Sadna allí donde intentó repeler el ataque. Sadna gritó pero no se rindió, esquivó el corte ascendente de Ojos Azules.

Esta lanzó una nueva estocada, de prueba.

—Corre, Sadna —dijo—. Corre. —Sangraba por la nariz, aplastada por Sadna, pero no parecía que eso le importara. Cuando sonrió, sus dientes estaban teñidos de negro.

Nailer tanteó a su alrededor en busca del cuchillo. Por todas partes había cuerpos que gruñían y combatían, una maraña de formas que debían de pertenecer a la cuadrilla pesada de Sadna. Buscó a tientas el destello de su hoja entre la hierba.

Sadna se deslizó tras un árbol, usándolo a modo de escudo. Ojos Azules lo rodeó, persiguiéndola, antes de detenerse y sonreír.

—No pienso jugar al escondite —masculló—. ¿Quieres al muchacho con vida o no?

Dio media vuelta y se abalanzó sobre Nailer. El muchacho se alejó gateando, pero aquello bastó para que Sadna saliera de detrás del árbol. Ojos Azules interrumpió la finta, giró en redondo y embistió a Sadna con un destello de acero.

—¡No! —exclamó Nailer.

Fue como si el mundo se ralentizara. El machete de Ojos Azules hendió el aire en dirección a la garganta de Sadna. Nailer miró, horrorizado, esperando ver el cuello de la madre de Pima convertido en un surtidor de sangre. Pero Sadna no estaba allí. Se agachó y rodó por el suelo, chocando con las piernas de Ojos Azules y desequilibrándola.

Rodaron de nuevo, enredadas, un remolino de brazos y piernas en medio de los cuales la hoja del machete resplandecía ocasionalmente. Nailer tanteó a su alrededor en busca del cuchillo hasta que lo vio tirado entre las hojas. Lo empuñó mientras Ojos Azules se sentaba a horcajadas encima de Sadna, con el machete apoyado en la garganta de la madre de Pima. Los puños de Sadna asieron el machete a su vez, pugnando por impedir que el filo presionara hasta desgarrar la piel. Su aliento sonaba entrecortado bajo la hoja. Ojos Azules aumentó la presión.

Nailer se deslizó hacia Ojos Azules; el cuchillo amenazaba con escurrírsele de las manos. Sadna abrió los ojos de par en par cuando el muchacho apareció por detrás. Ojos Azules, advertida de la amenaza, empezó a girarse.

Nailer saltó sobre su espalda y le hundió el cuchillo en la garganta. La sangre caliente le bañó la mano. Ojos Azules gritó cuando la hoja desgarró los músculos nervudos de su cuello. «Exactamente igual que degollar una cabra», fue el pensamiento inane que se le ocurrió a Nailer.

Pero Ojos Azules no murió. En vez de eso se encabritó y pataleó, transportándolo aferrado a su espalda. Nailer trató de liberar el cuchillo y apuñalarla otra vez, pero la hoja estaba atascada. Ojos Azules manoteó en busca de él, intentando estirar los brazos y apresarlo; se agachó bruscamente hacia delante y lo volteó por encima de la cabeza. Nailer se agarró con todas las fuerzas que le prestaba la desesperación, pero Ojos Azules se lo sacudió de encima propinándole un golpe con la empuñadura del machete. Una luz explotó en la cabeza de Nailer, que se estrelló contra el suelo.

Ojos Azules se cernió sobre él, intentando contener los borbotones de sangre con una mano, con el cuchillo incrustado aún en el cuello. Descargó un machetazo contra Nailer, un tajo desmañado que aun así hendió el aire con un silbido. Su mirada lo seguía, brillante como las llamas del infierno, decidida a llevarlo con ella a cualquiera que fuese la otra vida que prometía su secta. Las maldiciones se atropellaban en sus labios, empapados de sangre espesa. Volvió a abalanzarse sobre Nailer.

El muchacho esquivó el asalto e intentó no acorralarse él solo contra un árbol, ni tropezar. ¿Por qué no moría? ¿Por qué no se moría de una puñetera vez? Un escalofrío surgido de la superstición recorrió todo su cuerpo. Quizá se tratara en realidad de un espíritu, de un zombi al que no se podía matar. Quizá el Culto a la Vida había hecho algo con ella y la había vuelto inmortal.

Ojos Azules atacó otra vez, pero al avanzar para seguir la trayectoria del machete, tropezó y se desplomó de bruces. Aun así estiró los brazos hacia Nailer, que se quedó paralizado ante ella. Su mano le tocó los pies; sus dedos se engarfiaron en su tobillo. Su sangre se veía negra a la luz de la luna, un charco profundo que no dejaba de extenderse. De golpe, Nailer apartó el pie de aquellos dedos crispados. Ojos Azules lo miraba fijamente. Sus labios se movieron, prometiendo muerte, pero no salió ninguna palabra de ellos.

Sadna lo apartó de la mujer moribunda.

—Vamos. Deja que se vaya.

La sangre de Ojos Azules lo empapaba de pies a cabeza. Los ojos de la moribunda lo seguían, hambrientos. Sus dedos temblaban.

Nailer se estremeció.

—¿Por qué no se muere?

Sadna miró de reojo a la mujer temblorosa.

—Ya está muerta. —Recorrió el cuerpo del chico con las manos—. ¿Estás bien?

Nailer asintió débilmente con la cabeza. No podía dejar de mirar a Ojos Azules.

—¿Por qué no se muere? —susurró otra vez.

Sadna frunció los labios.

—A veces las personas tienen más deseos de vivir. O no golpeas como es debido y no se desangran lo bastante rápido. A veces sencillamente no acaban como a ti te gustaría. —Miró de reojo a la mujer—. Fíjate, ya se ha ido. Déjala.

—No se ha ido.

Sadna le giró el rostro para que mirara en sus ojos oscuros.

—Sí, se ha ido ya. Y tú no. Y me alegra que estuvieras ahí cuando te necesitaba. Obraste bien.

Nailer asintió con la cabeza. Estaba temblando a causa de la descarga de adrenalina. Pima y Lucky Girl fueron liberadas y acudieron corriendo a donde estaban acuclillados Sadna y Nailer.

—Me cago en la leche —dijo Pima—. Eres igual de rápido que tu padre. Hasta con el brazo malo.

Nailer la miró de soslayo. Un estremecimiento de temor lo recorrió. Había matado antes. Gallinas. Aquella cabra. Pero esto era distinto. Vomitó. Pima y Lucky Girl retrocedieron, cruzando las miradas.

—¿Qué le pasa? —preguntó Pima.

Sadna sacudió la cabeza.

—La muerte siempre tiene un precio. Te arrebata algo cada vez que la llamas. Tú te cobras su vida; ellos se cobran un trozo de tu alma. Siempre hay un intercambio.

—No me extraña que su padre sea un demonio.

Sadna lanzó una mirada dura a su hija y Pima cerró la boca. Había integrantes de la cuadrilla pesada de Sadna por todas partes, reponiéndose del ataque. Al parecer, Richard había apostado más centinelas de los que Nailer pensaba. Guardias de perímetro que no había visto nunca. Se sintió doblemente afortunado porque hubieran llegado Sadna y su cuadrilla. Pima, Lucky Girl y él jamás podrían haber escapado solos.

El rostro canino de Tool surgió entre las sombras de repente.

—¡Cuidado! —exclamó Nailer.

Sadna giró sobre los talones, pero se relajó al ver al medio hombre. Se volvió hacia Nailer de nuevo y le dio unas palmaditas en el brazo.

—No pasa nada. Es él quien nos avisó de dónde buscaros. Nos conocemos desde hace tiempo, ¿a que sí, Tool?

Tool se acercó y contempló el cadáver de Ojos Azules, inexpresivo. Durante mucho tiempo, no dijo nada. Al cabo, posó su mirada canina sobre Nailer.

—Buena muerte —dijo—. Tan rápido como tu padre.

—No me parezco en nada a mi padre.

—No tan hábil. —Tool encogió los hombros—. Pero el potencial está ahí. —Inclinó la cabeza hacia el charco negro que se había formado alrededor de Ojos Azules y sonrió, enseñando sus dientes como agujas—. La sangre no miente. Tienes potencial.

Nailer se estremeció ante la idea de ser un reflejo de su padre.

—No soy como él —insistió.

La sonrisa de Tool se evaporó.

—No te lamentes demasiado por la muerte de Ojos Azules —atronó la voz del medio hombre—. Está en la naturaleza de los seres humanos hacerse pedazos mutuamente. Alégrate de descender de una estirpe de asesinos tan eficiente.

—Déjalo en paz —terció Pima.

—¿Dónde está Lucky Girl? —preguntó Nailer.

—¿La niña rica? —Sadna señaló con el dedo—. Ha bajado a la playa. Su gente ha venido, la buscaban. Hace una hora apareció un clíper entero cargado de ellos. —Volvió la mirada hacia Tool—. Richard intentaba reunirse con ellos, con la esperanza de llegar a un acuerdo lucrativo.

—¿Su gente ha venido? —Nailer miró de reojo a Pima, desconcertado—. Pero si nos contó que nadie sabía dónde estaba… —Dejó la frase en el aire, preguntándose si habría vuelto a engañarlo.

De pronto Nita surgió de la espesura.

—¡Son ellos!

—¿Los tuyos? —preguntó con escepticismo Nailer.

La muchacha negó con la cabeza, jadeando.

—Los que me perseguían. La gente de Pyce. Y tiene medio hombres.

Sadna la estudió.

—La gente de la playa… ¿son tus enemigos?

Nita apenas si conseguía respirar.

—Quieren capturarme para chantajear a mi padre.

—Bueno, saben dónde estás —dijo Sadna—. Richard prácticamente lo anunció a los cuatro vientos en cuanto desembarcaron.

La expresión de Lucky Girl se tiñó de pánico.

—No puedo dejar que me apresen. Debo ocultarme.

Sadna y Tool cruzaron las miradas.

—Si te adentras en la selva…

Tool sacudió la cabeza.

—López sabrá encontrar su rastro. ¿Cómo pensáis abastecerla de comida? ¿Quién dará la cara por ella si la atrapan? Lo mejor es que huya.

Nailer tomó la palabra:

—Planeábamos coger el tren de recuperación a Orleans. Dice que allí tiene una cuadrilla que la protegería.

Sadna frunció el ceño.

—No puedes entrar en la zona de carga. Nadie entra allí sin que Lucky Strike lo sepa. Y Richard y Lucky Strike son uña y carne ahora.

—Podemos coger el tren en las afueras, cuando se haya puesto en marcha.

—Peligroso.

—Menos que quedarse esperando a ver qué clase de trato hace mi padre con los ricachones.

Tool parecía pensativo.

—Es factible. Si son rápidos.

—Ella asegura que lo es —dijo Nailer.

—Si no lo es, podría morir.

—No acabará peor de lo contrario.

—¿Qué hay de ti, Nailer? ¿Estás dispuesto a correr ese riesgo?

Nailer empezó a responder, pero se interrumpió. ¿Lo era? ¿Realmente quería atarse a aquella chica? Sacudió la cabeza, exasperado. La cuestión era que ya se había ganado la enemistad de su padre. Todas sus esperanzas de solucionar sus diferencias de forma pacífica se habían evaporado, para bien o para mal. Richard López jamás dejaría sin responder un insulto del calibre del asesinato de un miembro de su cuadrilla.

—Aquí no estoy a salvo —dijo Nailer—. Ahora ya no. Vendrá a por mí con todo lo que tenga. No puede permitirse el lujo de quedar en ridículo de esta manera. Todo el mundo se reiría de él.

Sadna meneó la cabeza.

—No puedo hacer algo así. No puedo abandonar a mi cuadrilla. Nadie irá contigo.

—Entre Pima y yo…

Pima sacudió la cabeza.

—No. Yo no voy.

—¿No?

—No quiero abandonar a mi madre.

—Pero ya habíamos hablado de marcharnos juntos. De alejarnos de aquí. —Nailer intentó disimular la desesperación que amenazaba con truncarle la voz. Por alguna razón había asumido que pertenecían a la misma cuadrilla, que estaban juntos en aquello.

—Tú has hablado de ello. Yo no.

Nailer se la quedó mirando fijamente. Las piezas encajaron en su sitio. Pima tenía familia. Algo a lo que aferrarse. Algo sólido. Por supuesto que no correría ese riesgo. Debería haberlo previsto. Se obligó a asentir con la cabeza.

—Aun así, podemos coger el tren y llegar a Orleans en cuestión de dos días. No puede ser tan complicado.

Pima levantó los dedos entablillados.

—¿Tú crees? Reni tenía las dos manos cuando dio el salto, y aun así acabó hecho picadillo.

Sadna bajó la mirada hacia la playa.

—Podemos pactar una tregua con tu padre, Nailer. Puedo protegerte.

—Si crees eso es que no conoces a mi padre. —Nailer negó con la cabeza—. De todas formas, no es eso lo que quiero, sino irme. Lucky Girl dice que me sacará de aquí si la ayudo.

Sadna miró de reojo a la muchacha.

—¿Y la crees?

—Digo la verdad… —saltó acaloradamente Nita.

Sadna la acalló con un ademán.

—¿En serio? —Miró a Nailer—. ¿Estás seguro de que esta ricachona se merece el sacrificio?

—Nadie se merece algo así —protestó Tool.

—Mi padre puede pagar —dijo Nita—. Puede recompensar…

—¡Que cierres el pico! —exclamó Pima. Se giró hacia Nailer—. Que lo decida Nailer. Es él quien te sacará de aquí. Es él quien correrá todos los riesgos. —Agarró a Nailer y se lo llevó a un lado. Bajó la voz—. ¿Estás seguro de esto? —Miró de reojo a Nita, situada tras ellos—. Esa chica es muy lista. Cada vez que nos cuenta algo, resulta que solo era una verdad a medias.

—Confío en ella.

—Pues no lo hagas. Los ricachones no piensan como nosotros. No me extrañaría que tuviera intenciones ocultas. ¿Seguro que es lo que más te conviene?

—No hay ningún peligro. Aquí no tengo nada. Si me quedo, jamás me libraré de mi padre. —Nailer encogió los hombros, soltó la mano de Pima—. Mi padre jamás olvidará esto. Da igual lo que diga todo el mundo, jamás lo olvidará. —Miró a Nita y habló en voz alta para todo el grupo—: Nos iremos. La acompañaré.

Un frenesí de actividad abajo en la playa los sobresaltó a todos. Pima se encaramó a un peñasco y espió entre el follaje.

—Sube aquí, Lucky Girl —dijo.

Nita se encaramó junto a Pima, y Nailer se reunió con ellas. En las aguas oscuras había un barco anclado, iluminado como si fuera de día; los brillantes círculos fosforescentes que barrían el agua silueteaban los botes de remos que se dirigían a la orilla. Nita meneó la cabeza.

—Vienen a por mí.

—También ellos pagarán una recompensa —le dijo la madre de Pima a Nailer.

—Mamá. —Pima sacudió la cabeza.

—Pertenecemos a la misma cuadrilla —dijo obstinadamente Nailer—. No pienso venderla.

La madre de Pima estudió a Nailer.

—Huye y Richard López te perseguirá eternamente. No podrás regresar nunca. —Miró abajo—. Todavía puedes hacer las paces. Llega a un acuerdo, vende la chica a esas personas de ahí abajo, y Richard se olvidará de todo. Aunque no lo creas, el dinero hará que lo olvide todo. Moby, Ojos Azules y los demás no son nada en comparación con la cantidad de dinero de la que estamos hablando.

Nita los observaba atemorizada. Si Nailer la vendía, serían ricos, eso seguro. Podría comprar el perdón de su padre.

«Luces y suerte. Tengo que tener luces y suerte».

Lo más inteligente sería entregar a Nita, comprar con dinero el perdón por el que jamás podría suplicar. Pero la idea de entregársela a sus enemigos sin más le revolvía el estómago. Lo más inteligente sería mirar para otro lado, dejar que la chica se fuera y de paso forrarse los bolsillos. Era la lucha de ella, no la de él. Miró a Pima. Esta se limitó a encogerse de hombros.

—Ya te dije lo que pensaba.

—Sangre y óxido —musitó Nailer—. No podemos dársela sin más. Sería como entregar a Pima a mi padre.

—Pero mucho más seguro para ti —sugirió Tool.

Nailer sacudió la cabeza con obstinación.

—No. La llevaré a Orleans. Sé cómo subir a los trenes en marcha.

—Esta vez no se trata de que una cuadrilla ligera no haya cumplido con su cupo —dijo Tool—. No tendrás una segunda oportunidad. Comete un error ahora y morirás.

—¿Alguna vez has subido a un tren en marcha? —preguntó Sadna.

—Reni me explicó cómo se hace.

—Antes de acabar bajo las ruedas de uno —dijo Sadna.

—Todos morimos tarde o temprano —gruñó Tool—. Se trata de elegir cómo.

—Me voy —dijo Nailer. Miró a Nita—. Nos vamos.

Por la forma en que lo dijo, esta vez sonó definitivo. Nadie intentó protestar. Sencillamente lo aceptaron y asintieron con la cabeza, y de repente Nailer tuvo la impresión de haber tomado la decisión equivocada. Comprendió que una parte de él quería que lo disuadieran de su empeño. Que encontraran la manera de convencerlo para que no huyera.

—Será mejor que te des prisa —retumbó Tool—. Richard llegará enseguida para vender a la chica.

—Buena suerte —dijo la madre de Pima. Buscó en un bolsillo y ofreció a Nailer un puñado de relucientes chinos rojos de tela—. Corred sin descanso. No miréis atrás.

Nailer aceptó el dinero y le sorprendió la cantidad; de repente se sintió solo.

—Gracias.

Pima fue corriendo al campamento, del que regresó con una pequeña mochila que había pertenecido a Ojos Azules. Se la entregó a Nailer.

—Tu botín.

Nailer cogió la mochila y notó que contenía botellas de agua. Miró a Nita.

—¿Lista?

Nita asintió con fuerza.

—Salgamos de aquí.

—Sí. —Nailer señaló hacia la espesura—. Las vías están en esa dirección.

Se disponían a salir del claro, pero Tool los llamó desde atrás:

—Esperad. —Nailer y Nita se dieron la vuelta. Tool los estudió con sus ojos amarillos de asesino—. Creo que yo también debería ir.

Nailer sintió un escalofrío.

—No nos pasará nada —dijo a la vez que la madre de Pima sonreía radiantemente y decía:

—Gracias.

Tool sonrió ligeramente ante la vacilación de Nailer.

—No te apresures tanto a rechazar la ayuda que te ofrezcan, muchacho.

A Nailer se le ocurrió una docena de respuestas distintas, pero todas ellas se basaban en la desconfianza que le inspiraban los motivos del medio hombre. La criatura le daba miedo. Aunque la madre de Pima confiara en él, Nailer no. Le preocupaba que alguien tan próximo a su padre y a Lucky Strike los acompañara.

—¿Por qué ahora? —preguntó Nita con suspicacia—. ¿Qué quieres?

Tool miró a Sadna de reojo, antes de inclinar la cabeza en dirección a la playa.

—Los patrones de los barcos también están rodeados de medio hombres. Harán preguntas sobre mi presencia. Eso sería inconveniente para todos.

—Podemos conseguirlo solos —dijo Nailer.

—Estoy seguro de ello —respondió Tool—. Pero tal vez os beneficiéis de mi sabiduría. —Enseñó sus dientes afilados.

—Alegraos de que esté dispuesto a ayudar —dijo Sadna. Se dirigió a Tool y le envolvió una enorme manaza con las suyas—. Ahora estoy en deuda contigo.

—No tiene importancia. —Tool sonrió; sus dientes afilados relucieron de nuevo—. Matar en un sitio o matar en otro, no existe ninguna diferencia.