13

—Conque ese es tu padre, ¿eh?

Cuando abrió los ojos, Nailer encontró a Nita arrodillada a su lado. Estaba tendido en tierra firme, arrullado por el murmullo lejano del océano, arropado con una manta áspera. Era de noche. Una pequeña fogata crepitaba junto a ellos. Intentó sentarse, pero sintió una punzada de dolor en el hombro y volvió a tumbarse. Notó que llevaba puestos unos vendajes nuevos, distintos de los que le aplicara Sadna hacía lo que parecía una eternidad.

—¿Dónde está Pima?

Nita encogió los hombros.

—Le han ordenado que vaya a conseguir comida.

—¿Quién?

La muchacha inclinó la cabeza hacia dos siluetas que, sentadas no muy lejos de ellos, se dedicaban a fumar cigarrillos y a pasarse una botella de alcohol de mano en mano. Sus pírsines de pandilleros brillaban en la oscuridad, y unos aros les perforaban de lado a lado las cejas y el puente de la nariz. Una de ellas pertenecía a Moby, un tipo pálido como un fantasma, nervudo y esquelético de tanto deslizarse por los toboganes de cristal; la otra, a aquella enorme mole de sombra y músculo que era Tool, el medio hombre. Ambos saludaron a Nailer con una sonrisa cuando se revolvió.

—Vaya, vaya, parece que el chico saldrá de esta. —Moby agitó la botella de licor en dirección a Nailer a modo de brindis—. Tu padre ya nos avisó de que eras un ratoncillo de lo más duro. Aunque no creía que fueras a conseguirlo, la verdad.

—¿Cuánto tiempo he pasado inconsciente?

Nita lo estudió con fijeza.

—No tengo claro que estés consciente del todo.

—Lo estoy.

—Entonces tres días, de momento.

Nailer hizo memoria en busca de algún recuerdo de los tres últimos días. Encontró sueños y pesadillas, pero nada consistente, tan solo períodos de calor y de frío e imágenes trémulas de su padre asomado a sus ojos…

Nita miró a los dos hombres de soslayo.

—Habían hecho una porra por si no sobrevivías.

—¿Sí? —Nailer hizo una mueca de dolor cuando intentó sentarse—. ¿Y cómo iban las apuestas?

—Cincuenta chinos rojos.

Nailer la miró, sorprendido. Eso eran palabras mayores. Más de lo que se ganaba en un mes en cualquier cuadrilla pesada. El saqueo del barco debía de haber sido todo un éxito.

—¿Quién apostaba por mí?

—El flaco. El medio hombre aseguraba que estabas muerto. —Le ayudó a sentarse. Nailer tenía la impresión de que se le había pasado la fiebre. Nita señaló un frasco de pastillas, medicamentos de ricachón a juzgar por las letras que tenían en los costados—. Hemos estado moliéndolas y disolviéndolas en agua. El otro tipo… —hizo una pausa, intentando recordar su nombre—, Lucky Strike, ordenó que trajeran a un médico.

—¿Sí?

—Se supone que debes seguir tomándolas, una cada seis horas, durante diez días más.

Nailer observó las pastillas sin entusiasmo. Tres días inconsciente.

—¿Aún no ha aparecido tu gente? —preguntó, aunque la respuesta saltaba a la vista.

Nita miró de reojo a los hombres, nerviosa de repente, y se encogió de hombros.

—No, todavía no. Aunque deben de estar al caer.

—Por la cuenta que nos trae.

Nita le dirigió una mirada furiosa. Cuando le dio la espalda, Nailer espió el grillete que conectaba su tobillo a uno de los grandes cipreses. La muchacha reparó en la dirección de su mirada.

—No quieren correr ningún riesgo.

Nailer asintió con la cabeza. Pima apareció instantes después, escoltada por un tercer adulto. Ojos Azules. La mujer lucía cicatrices en las piernas y en los brazos, trozos de acero incrustados en la cara, y collares de chatarra enroscados al cuello. La larga cremallera de tejido cicatricial que le recorría el costado indicaba el sacrificio piadoso que había realizado a los Cosechadores y el Culto a la Vida. Empujó a Pima hacia delante.

Moby las observó de reojo.

—Oye, ten cuidado con la chiquilla. Mi cena depende de ella.

Ojos Azules, cuya atención estaba volcada en Nailer, hizo como si no lo hubiera escuchado.

—¿Está vivo?

—¿A ti qué te parece? —respondió Moby—. Pues claro que está vivo. A menos que sea un zombi, un muerto viviente. Uuuuuu. —Moby fue el único que se rio de su broma.

Pima repartió unas latas entre los adultos, arroz, judías rojas y salchicha picada con especias. Nailer se quedó contemplando la distribución de la comida como si estuviera en trance. Era un verdadero festín. No recordaba cuándo fue la última vez que había visto tal cantidad de carne pasando de mano en mano con tanta indiferencia. Mientras Moby y Tool recibían su ración, Nailer se descubrió salivando. Moby empezó a comer bajo la atenta mirada de Ojos Azules.

—¿Le habéis dicho a López que el chico está vivo? —preguntó la mujer.

Moby sacudió la cabeza entre bocados de arroz y judías, utilizando una mano a modo de cuchara.

—¿Para qué diablos os paga? —preguntó Ojos Azules.

—Pero si acaba de despertarse —protestó Moby—. Hace dos minutos que regresó al mundo de los vivos, a lo sumo. —Le propinó un codazo a Tool—. Respáldame. El ratoncillo acaba de despertar, ¿a que sí?

Tool se encogió de hombros; agarró otro puñado de arroz y trozos de carne.

—Moby no miente, por una vez. —Su voz retumbaba—. Como dice, el ratoncillo acaba de despertar. —Sonrió, desvelando sus afilados dientes caninos—. Ha despertado justo a tiempo para la cena. —Se metió la masa de comida en la boca.

Ojos Azules arrugó la nariz. Le arrebató el bote a Moby y se lo dio a Nailer.

—Pues ya os podéis buscar vuestro propio alimento. El crío del jefe come primero. Y decidle a López que se ha despertado.

Moby frunció el entrecejo, pero no protestó. Se levantó en silencio y se marchó sin decir nada. Tras acuclillarse junto a Nailer, Pima susurró:

—¿Cómo lo llevas?

Nailer se obligó a sonreír a pesar de la fatiga.

—Todavía no estoy muerto.

—Debe de ser un buen día, entonces.

—Pues sí. —Nailer atacó la comida.

Pima inclinó la cabeza en dirección a Nita.

—Tenemos que hablar. La gente de Lucky Girl sigue sin dar señales de vida. —Su voz se redujo a un murmullo apenas audible—. Tu padre empieza a ponerse nervioso.

Nailer miró de reojo a los guardias.

—¿Nervioso en qué sentido?

—No la pierde de vista, como si quisiera entregársela a Ojos Azules y al Culto a la Vida. No deja de hablar de cuánto cobre obtendría por esos ojos tan bonitos.

—¿Sabe ella lo que se propone?

—No es tonta. Hasta una ricachona como ella es capaz de darse cuenta de que algo anda mal.

Ojos Azules interrumpió su conversación acuclillándose junto a ellos.

—¿Os estáis divirtiendo?

Nailer sacudió la cabeza.

—Solo quería saber cómo estoy.

—Bien. —Ojos Azules esbozó una sonrisa fría y cruel—. Pues cierra el pico y acábate la comida.

Tool enseñó los dientes desde el tocón en el que estaba sentado.

—Buen consejo —gruñó.

Pima asintió con la cabeza y se marchó sin protestar.

Eso fue lo más revelador de todo. Estaba asustada. De reojo, Nailer le miró la mano y vio que alguien le había entablillado los dedos rotos con unos trozos de madera hallada a la deriva. Se preguntó si sería su lesión lo que volvía tan cauta a Pima, o si habría sucedido algo más en los tres últimos días.

Nita terminó de comer, y sin dirigirse a nadie en particular, dijo:

—Me estoy volviendo una experta en el arte de comer con los dedos.

Nailer la miró de refilón.

—¿Con qué ibas a comer si no?

—No sé, ¿con cuchillo, tenedor y cuchara? —Nita estuvo tentada de sonreír, pero se limitó a sacudir la cabeza—. Da igual.

—¿Qué? —insistió Nailer—. ¿Te burlas de nosotros, Lucky Girl?

A Nailer le alegró ver que la expresión de Nita se tornaba cauta, casi atemorizada. Frunció el ceño.

—No te creas superior a nosotros porque no practiquemos tus costumbres de ricachona. Si te cortáramos los dedos, ni tu condenado cuchillo ni el tenedor ni la cuchara te servirían de nada, ¿a que no?

—Perdona.

—Claro, «perdona», pero ya lo has dicho.

—Cierra el pico, Nailer —dijo Pima—. Ya te ha pedido disculpas.

Tool miró fijamente a Nita con sus ojos amarillos sin vida.

—A lo mejor no lo siente tanto como debería. ¿Verdad, muchacho? —Se inclinó hacia delante—. ¿Quieres que le enseñe modales a tu ricachona?

De pronto, Nita parecía completamente aterrada. Nailer negó con la cabeza.

—No. Da igual. Ya lo ha entendido.

Tool asintió.

—Todos lo hacen, tarde o temprano.

La frialdad de las palabras del medio hombre y el desinterés que destilaba su voz estremecieron a Nailer. Era la primera vez que veía a la criatura de cerca. Circulaban muchos rumores acerca de él, no obstante: sobre dónde había recibido la inmensa red de cicatrices que le decoraban la cara y el torso; sobre cómo le gustaba recorrer los pantanos tras la pista de caimanes y pitones. La gente decía que no conocía el miedo, que había sido diseñado para no sentir dolor ni temor. Era el único ser del que Nailer había oído hablar a su padre con calculada admiración en vez de con su acostumbrada prepotencia ofensiva. Al ver el modo en que Tool observaba a la muchacha, Nailer creyó entender por qué el medio hombre infundía tanto respeto.

—Da igual —repitió—. No pasa nada.

Tool encogió los hombros y volvió a concentrarse en su cena. Todos se quedaron sentados en silencio. Tras el anillo luminoso de la fogata no había nada salvo sonidos de círculo e insectos, la negra espesura de las selvas y los pantanos, y el bochorno del interior. A juzgar por el sonido distante de las olas, Nailer dedujo que estaban a unos dos kilómetros de la orilla. Volvió a tenderse en el suelo y contempló las llamas titilantes. La comida había estado bien, pero el agotamiento empezaba a vencerlo de nuevo. Dejó que su mente vagara y se quedó adormilado preguntándose qué tramaba su padre, por qué Pima parecía tan preocupada, y qué se ocultaba tras los ojos de ricachona de Lucky Girl.

—Me cago en la leche, chaval, me dijeron que estabas despierto.

Nailer abrió los ojos. Su padre se encontraba en cuclillas junto a él, sonriendo. Lo primero que vio fueron sus dragones tatuados y sus ojos encendidos, llameantes a causa del consumo de tobogán de cristal.

—Sabía que lo conseguirías —dijo—. Eres igual de duro que tu viejo. Duro como un clavo, ¿verdad? Por eso te puse ese nombre; de nail, clavo. Eres igualito que tu viejo. —Richard López se rio y le pegó un puñetazo en el hombro; no pareció darse cuenta de que Nailer respingaba de dolor—. Tienes mucho mejor aspecto que hace unos días. —Su piel, perlada de sudor, se veía macilenta a la luz de las llamas; sonreía de oreja a oreja, con ferocidad—. No sabía si tendríamos que echarte a los gusanos.

Nailer se obligó a sonreír mientras evaluaba el estado de ánimo de su padre, volátil a causa de la droga.

—Todavía no, supongo.

—Claro que no, eres todo un superviviente. —Richard miró de reojo a Nita—. No como esa niña rica. Habría muerto hace mucho si no le hubiera salvado su culo de ricachona. —Sonrió en dirección a la muchacha—. Casi lamentaría que tu padre hiciera acto de presencia, monada.

Nailer se sentó y recogió las piernas.

—¿Su cuadrilla sigue sin dar señales de vida?

—Por ahora, nada.

Richard pegó un trago de whisky y le ofreció la botella a Nailer.

—El médico ha dicho que no debería beber —observó Pima, desde la otra punta del claro.

El padre de Nailer frunció el ceño.

—¿Intentas decirme qué debo hacer?

Pima titubeó.

—No es cosa mía. Es lo que dijo el médico de Nailer.

A Nailer le hubiera gustado decirle que cerrara el pico, pero ya era demasiado tarde; el ánimo de su padre había cambiado: donde antes solo había cielos despejados, ahora se fraguaba una tormenta.

—¿Crees que eres la única que escuchó lo que dijo ese condenado matasanos? —inquirió Richard—. Soy yo el que lo trajo hasta aquí. Yo le pagué y yo le pedí que curara a mi chico. —Se acercó a Pima con la botella de whisky colgando con indolencia entre los dedos—. ¿Y ahora me vas a decir tú a mí qué fue lo que dijo? —Se cernió sobre ella—. ¿No quieres repetírmelo? ¿Por si acaso no te he oído bien?

Pima tuvo la sensatez de cerrar el pico y agachar la cabeza. El padre de Nailer la examinó de arriba abajo con la mirada.

—Eso es. Chica lista. Pensaba que querías que cerrara la puñetera bocaza. Los jóvenes de hoy en día no tienen dos dedos de frente.

Sonrió a sus secuaces. Ojos Azules y Moby le devolvieron el gesto. Tool se limitó a estudiar a Pima con sus ojos de perro.

—¿Quieres que le dé una lección? —retumbó la voz del medio hombre—. ¿Un recordatorio?

—¿Tú qué opinas, mocosa? —preguntó Richard—. ¿Necesitas que Tool te dé una lección? ¿Quieres que comprobemos si es mejor maestro que yo?

Pima sacudió la cabeza.

—No, señor.

—Hay que ver. —Richard sonrió—. Qué educada es cuando quiere, ¿verdad?

Nailer intentó desviar la conversación.

—¿Cómo es que la ricachona todavía está aquí? ¿Dónde se ha metido su gente?

Richard concentró su atención en Nailer.

—Ojalá lo supiéramos, ¿verdad? La chica «dice» que la están buscando. «Dice» que a alguien le importa un comino lo que le pase. Pero nadie se ha interesado por ella. No ha venido ningún barco. Nadie se ha apeado del tren con la intención de rastrear la costa. No ha aparecido ni un solo ricachón haciendo preguntas. —Se relamió mientras estudiaba a Nita—. Empiezo a pensar que a nadie le importa un bledo lo que le pase a nuestra niña rica. A lo mejor vale menos que uno de sus riñones al peso. Sería una tragedia que al final tuviéramos que descuartizar a nuestra niña rica para conseguir piezas de recambio, ¿verdad?

—¿No deberíamos intentar buscar a su gente? —preguntó Nailer—. ¿Averiguar la manera de decirles dónde está?

—Ojalá supiéramos dónde se encuentran. En alguna parte de Houston, según ella. La Asociación Uppadaya. Una especie de clan de comerciantes. Lucky Strike ya ha puesto a alguien tras su pista.

Nailer se sobresaltó.

—¿Uppadaya? —Se mordió la lengua al ver que Pima lo fulminaba con la mirada. Nailer la miró de reojo, perplejo. ¿Por qué había mentido Nita acerca de su nombre? Si era cierto que pertenecía a Patel Global, debería haber sido muy fácil contactar con su gente, incluso allí mismo, en la playa—. ¿Cuál es tu plan? —preguntó, en un intento por cambiar de tema.

—No sabría decirte. He estado pensando que debe de valer un montón de dinero, a juzgar por su aspecto de ricachona, pero también creo que nos plantea un pequeño dilema. Puede que esos Uppadaya tengan mucha influencia, contactos en altas esferas, de los que atraen a los rompecrismas y causan problemas a los trabajadores honrados como nosotros. —El padre de Nailer adoptó una expresión pensativa—. A lo mejor, se me ocurre, es demasiado peligrosa y más nos convendría echársela a los cerdos. Ya tenemos su barco, y como existe el infierno que a estas alturas sabe demasiado sobre nosotros. —Bajó la voz para repetir—: Demasiado.

—Pero tiene que valer algo.

Richard encogió los hombros.

—Quizá valga su puñetero peso en oro, y quizá eso sea peor que si no valiera nada. —Levantó la cabeza—. Eres un chico listo, Nailer, pero deberías prestar atención a tu padre. Este pellejo ya tiene sus años, y te aseguro que los ricachones como ella siempre traen problemas a las personas como nosotros. No darían ni un metro de cobre por nosotros, pero entre ellos se quieren a rabiar. Tal vez paguen el rescate y después regresen armados para aplastarnos como si fuéramos un nido de serpientes, en vez de darnos las gracias.

—Jamás haríamos… —protestó Nita.

—Cierra el pico, ricachona. —La voz de Richard careció de inflexión, sonaba indiferente. Volvió sus ojos fríos hacia ella—. Tal vez valgas algo. Tal vez no. Pero tu parloteo me saca de quicio, de eso puedes estar condenadamente segura. —Desenvainó el cuchillo—. Como siga escuchándote mucho más creo que tendré que cortarte esos labios tan bonitos. Así sonreirás hasta cuando estés triste, ricachona. —La contempló fijamente—. ¿Crees que tu cuadrilla querría que regresaras sin labios?

Nita enmudeció. Richard asintió, complacido. Se sentó junto a Nailer y agachó la cabeza hasta situarla muy cerca de la del muchacho, casi rozándola. Olía a whisky y a sudor, y Nailer vio que tenía los ojos inyectados en sangre.

—La idea fue tuya, muchacho. —Richard miró de soslayo a la muchacha—. Pero cuanto más lo pienso, peor pinta tiene. Hemos sacado muchas cosas de provecho de la nave. Todo será distinto a partir de ahora. Estamos forrados, ya lo hemos organizado todo con Lucky Strike. Del clíper solo queda el esqueleto. Hay cuadrillas enteras desguazándolo. Dentro de un par de días, será como si ese barco jamás hubiera existido. —Sonrió—. No es como desmantelar uno de esos viejos cargueros. Hacer pedazos estos barquitos es un juego de niños. —Miró a Lucky Girl de reojo—. Esa chiquilla, sin embargo, no nos conviene. Puede que los peces gordos se fijen en nosotros por su culpa. Puede que nos convierta en objetivos. Puede que provoque que la gente empiece a hacerse preguntas sobre la chatarra, de dónde viene, quién es su dueño, y quién se enriquece con ella.

—Nadie se chivaría a los ricachones.

—No te engañes —musitó Richard—. Venderían a su madre con tal de tener una oportunidad de imitar a Lucky Strike.

—Dale tiempo —susurró Nailer—. Dale un poco más de tiempo y seremos todavía más ricos.

Lo único en lo que podía pensar era cuán desesperadamente quería alejarse de su padre, de sus ojos desquiciados y de su sonrisa inestable y alucinada, señales inconfundibles de que estaba preso en las garras del tobogán.

La mirada de Richard volvió a posarse en la muchacha.

—Si no fuera tan bonita, la habría rajado ya. Llama demasiado la atención. —Sacudió la cabeza—. No me gusta.

—Podrías intentar que su gente pagara por ella sin saber quién es el vendedor. Todavía es un secreto, ¿no?

El padre de Nailer sonrió.

—Solo mi cuadrilla lo sabe. —Estudió a Ojos Azules, a Moby y a Tool—. Aunque puede que ya seamos demasiados. Los secretos se esfuman en cuanto se empieza a oler dinero. —Observó de reojo a la chica—. Vigílala durante un día más; a ver qué pasa. —Se levantó. Nailer intentó ponerse en pie a su vez, pero su padre se lo impidió—. Quédate aquí. Descansa. Sadna está preguntando dónde os habéis metido tú y Pima. Estoy haciéndome el tonto, ¿sabes? No quiero que nadie más sepa qué ocurre. Quiero asegurarme de que nadie causa problemas.

—¿Sadna nos está buscando? —Nailer intentó que su voz no delatara la punzada de esperanza que le producía la noticia.

—Ha oído el rumor de que podríamos haber encontrado a Pima. —Richard encogió los hombros—. Pero no tiene dinero. Y nadie soltará prenda sin un buen fajo de chinos rojos en la mano. —Se volvió e inclinó la cabeza en dirección a Tool, Ojos Azules y Moby—. Que no se muevan de aquí.

Los tres asintieron. Ojos Azules, con una sonrisa; Moby, bebiendo a morro de su botella; Tool, impasible. Richard se perdió de vista entre las enredaderas y el bullicio nocturno de la selva, un esqueleto pálido devorado por la oscuridad.

Cuando Richard se fue, Moby sonrió y pegó otro trago a la botella.

—Se te acaba el tiempo, niñata —dijo—. Como tu gente no aparezca pronto, a lo mejor me quedo contigo. Creo que serías una mascota estupenda.

—Cierra el pico —retumbó la voz de Tool.

Moby lo fulminó con la mirada, pero cerró la boca. Tool miró de soslayo a Ojos Azules.

—¿Harás tú la primera guardia?

Ojos Azules asintió con la cabeza. Tool empujó ligeramente a Moby para apartarlo, y ambos se acostaron en los arbustos cercanos. Poco después, un ronquido indicaba el lugar donde yacía Tool, y la voz de Moby, quejumbrosa aún, era apenas audible entre los helechos. Un enjambre de mosquitos los rodeaba. Nita no dejaba de despachurrarlos, atormentada. Nadie más les hacía el menor caso.

Ojos Azules se acercó a Pima y le ciñó un grillete en torno a la muñeca, luego se volvió hacia Nailer.

—¿Vas a darme problemas?

—¿Qué? —Nailer puso cara de incredulidad—. ¿Insinúas que mi padre te ha pedido que me esposes? Soy yo el que encontró este Lucky Strike.

Ojos Azules titubeó. Parecía tentada de encadenarlo también a él, pero al mismo tiempo se mostraba insegura, sin saber exactamente si era un cautivo o un aliado. Nailer le sostuvo la mirada sin pestañear, desafiante. Sabía lo que veía la mujer, un chiquillo esquelético que acababa de escapar del abrazo de la fiebre, respaldado por el chiflado de Richard López. No valía la pena.

Como cabía esperar, Ojos Azules desistió de su empeño. Se sentó en una roca y cogió un machete, que empezó a afilar. Pima y Lucky Girl observaban atentamente a Nailer, en silencio; sus rostros hablaban por sí solos. El fuego ardía apenas. A Nailer no le gustaban las insinuaciones de su padre. El tipo estaba al borde de la indecisión y cualquier cosa podría hacerle perder el equilibrio.

Nailer se tendió en el suelo junto a Pima.

—¿Cómo tienes los dedos?

La muchacha sonrió y le enseñó la mano.

—Bastante bien. Me alegro de que no decidiera darme cinco lecciones.

—¿Te duele mucho ahora?

—No tanto como el dinero que hemos perdido. —Había valentía en su voz, aunque Nailer sabía que debía de estar padeciendo un dolor espantoso. La tablilla parecía torcida. Pima siguió la dirección de su mirada—. A lo mejor conseguimos que se enderecen si los partimos otra vez antes.

—Ya. —Nailer miró a Lucky Girl—. ¿Cómo te encuentras? ¿Te han roto algo?

—¡A ver si cerráis el pico! —exclamó Moby desde los arbustos—. Que estoy intentando dormir.

Nailer bajó la voz.

—¿Vendrá pronto tu gente?

Lucky Girl vaciló. Atemorizada, su mirada saltó de él a Pima, primero, y después a Ojos Azules, que se encontraba algo alejada.

—Sí. No pueden estar lejos.

Pima la miró.

—¿Sí? ¿Es eso cierto? ¿«Patel»? —preguntó con retintín—. ¿Vendrán de verdad o no es más que una sarta de mentiras? Alguien de tu cuadrilla podría estar en la playa ahora mismo, algún comprador de sangre de tu clan, si es que realmente eres una Patel, pero no dices nada. ¿Por qué?

De nuevo la mirada huidiza. Lucky Girl se apartó el pelo negro de la cara y observó fijamente a Pima, desafiante.

—¿Y qué si no viene nadie? —susurró con ferocidad—. ¿Qué harás entonces?

Su voz había adoptado parte de la dureza de las inflexiones de Pima y de Nailer, que se hubiera reído si no hubiera visto a Nita tan asustada. La niña rica estaba mintiendo. A lo largo de su vida, Nailer había visto embusteros de sobra como para reconocer a uno cuando lo tenía delante. Todo el mundo mentía sin cesar. Las personas mentían sobre cuánto habían trabajado, sobre con cuánto cupo habían cumplido, sobre si estaban asustadas, sobre si tenían comida de sobra o se estaban muriendo de hambre. Lucky Girl también estaba mintiendo.

—No van a venir —declaró Nailer, como si se tratara de un hecho consumado—. Nadie está buscándote. Ni siquiera creo que seas una Patel.

Lucky Girl le miró aterrada, antes de concentrar de nuevo la vista en Ojos Azules, que continuaba afilando obsesivamente su machete. Pensativa, Pima se tiró de los pendientes y ladeó la cabeza.

—¿Es eso cierto, niña? ¿No vales nada?

A Nailer le sorprendió ver que Lucky Girl estaba al borde de las lágrimas. Sloth no había derramado ninguna, ni siquiera cuando la obligaron a recorrer la playa a patadas, con los tatuajes de cuadrilla cubiertos de cuchilladas, pero esa niñata blandengue estaba a punto de echarse a llorar porque la habían descubierto contando mentiras.

—¿Dónde está tu gente? —preguntó.

Nita titubeó:

—Al norte. Sobre las Ciudades Sumergidas. Y sí que soy una Patel. Pero no sabrán dónde buscarme. —Hizo una pausa—. Se supone que no debería estar aquí. Nos deshicimos de las balizas GPS hace semanas, cuando intentábamos escapar.

—¿De quién?

La muchacha vaciló.

—De mi gente —dijo al fin.

Nailer y Pima intercambiaron miradas de perplejidad.

—Mi padre tiene enemigos dentro de la empresa —explicó Nita, en voz baja—. Huíamos de ellos cuando nos pilló la tormenta. Adondequiera que fuéramos, anticipaban nuestros movimientos. Si me capturan, me usarán como rehén.

—¿De modo que nadie va a venir a buscarte?

—Nadie a quien te gustaría conocer. —Nita sacudió la cabeza—. Cuando naufragamos, nos perseguían otros dos barcos, pero la tormenta les hizo retroceder.

—¿De modo que por eso os adentrasteis en una devastadora de ciudades? ¿Estabais huyendo?

—Era eso o rendirse. —Nita sacudió la cabeza—. No teníamos elección.

—Así que nadie va a venir a buscarte. —Nailer no podía dejar de repetirlo, intentando hacerse a la idea—. Llevas todo este tiempo tomándonos el pelo.

—No quería que me cortarais los dedos.

Pima siseó muy despacio al expulsar el aliento contenido.

—Deberías haberte entregado a quienquiera que te estuviese persiguiendo. El padre de Nailer es peor que cualquier cosa que puedan hacerte otros.

Lucky Girl sacudió la cabeza.

—No. Vuestra gente… tiene una excusa. Los que me perseguían… —Volvió a menear la cabeza—. Son peores.

—Entonces, ¿destrozaste un barco entero e intentaste ahogarte para que no pudieran cazarte? —preguntó Nailer—. ¿Mataste a toda tu tripulación para poder seguir en libertad?

Nita lo miró de reojo.

—Eran… —Sacudió la cabeza—. La gente de Pyce los hubiera asesinado de todas formas. Para no dejar testigos.

Pima sonrió.

—Me cago en la leche, al final resulta que los ricachones y las ratas de óxido son iguales. Todo el mundo se empeña en mancharse las manos de sangre.

—Sí. —Nita asintió con expresión seria—. Exactamente iguales.

Nailer consideró la situación. Sin alguien que pagara el rescate, Nita no valía nada. Sin amigos influyentes ni aliados en la playa, era un simple pedazo de carne. Nadie pestañearía siquiera si sucumbía bajo los cuchillos de los Cosechadores. Ojos Azules podría entregarla a su secta, y a nadie se le ocurriría levantar siquiera un dedo para intentar protegerla.

Pima miró a Nita de arriba abajo.

—La vida aquí es dura para una ricachona como tú. No sobrevivirás a menos que encuentres un protector, y dar refugio a alguien como tú reporta escasos beneficios.

—Puedo trabajar. Puedo…

—No harás nada a menos que nosotros te lo digamos —la interrumpió Pima sin miramientos—. De todas formas, a nadie le importa un bledo una ricachona como tú. No tienes cuadrilla. Ni familia. Tampoco tienes esbirros ni dinero para obligarles a respetarte. Tu situación es peor que la de Sloth. Al menos ella conocía las reglas. Sabía de qué va este juego.

—¿En serio que no tienes a nadie? —preguntó Nailer—. ¿Nadie que pueda ayudarte?

—Hay barcos… —Nita titubeó—. Nuestro clan dispone de una flota, y algunos de los capitanes todavía son leales a mi padre. Vienen a Orleans atraídos por el tráfico del Mississippi. Si lograra llegar hasta allí, podría recompensaros…

—Deja de insistir con el tema de las recompensas, Lucky Girl. —Pima sacudió la cabeza—. Ha quedado claro que son palabras vacías.

—Eso. —Nailer miró de soslayo a Ojos Azules, que estaba afilando otro machete—. ¿Qué tal si nos dejamos de mentiras? —Inclinó la cabeza en dirección a la cicatriz de la palma de Nita—. Hemos compartido sangre y aun así sigues engañándonos.

Nita lo fulminó con la mirada.

—Me habrías degollado si hubieras creído que no valía nada.

Nailer sonrió de oreja a oreja.

—Supongo que nunca lo sabremos. El caso es que ahora estás con nosotros y no vales ni un metro de cobre. —Se quedó callado.

Pima lo observó.

—El camino hasta Orleans es condenadamente largo —repuso—. Caimanes, panteras y pitones. Mil maneras distintas de morir, a cual peor.

Nailer reflexionó.

—A pie no es la única forma de viajar.

—No podemos ir navegando. Tu viejo echaría en falta el esquife y te perseguiría sin pensárselo dos veces.

—¿Quién ha dicho nada de ningún esquife?

Pima se lo quedó mirando fijamente.

—Sangre y óxido. —Meneó la cabeza—. Ni hablar. ¿Te acuerdas de Reni? ¿Recuerdas el aspecto que tenía al final? No quedaba nada de él. Solo trozos de carne.

—Estaba borracho. Nosotros no.

Pima sacudió la cabeza.

—Es una locura. Tu hombro acaba de volver a su sitio, ¿y quieres destrozártelo otra vez?

—¿De qué estáis hablando? —quiso saber Nita.

Nailer no respondió directamente. Era posible. Difícil, pero posible.

—¿Sabes correr, Lucky Girl? —La miró de la cabeza a los pies—. Aunque tengas la piel de un bebé, ¿hay músculos debajo? ¿Eres rápida?

—Es demasiado blandengue —dijo Pima.

Nita miró a Nailer con ferocidad.

—Puedo correr. Quedé primera en los cien metros de Saint Andrew.

Nailer sonrió a Pima.

—Bueno, en ese caso, si Saint Andrew dice que puede correr, debe de ser rapidísima.

Pima sacudió la cabeza y entonó una breve plegaria a las Parcas.

—Los ricachones compiten contra otros ricachones en pistas ridículas. No corren por sus vidas. No saben cómo se hace.

—Ella dice que puede. —Nailer encogió los hombros—. Yo digo que dejemos que las Parcas decidan.

Pima miró de reojo a la muchacha.

—Más te vale ser tan rápida como dices, porque no te quedará otra opción.

Nita no pestañeó.

—Hace mucho que se agotaron mis opciones. Ahora todo depende de las Parcas.

—Ya, en fin, bienvenida al club, Lucky Girl. —Pima sonrió y sacudió la cabeza—. Bienvenida al puñetero club.