Nailer despertó bañado por el sol, con el lujo de saber que aún disponía de otro par de horas antes de que la marea retrocediera lo suficiente como para permitirles regresar a la orilla. En esos momentos, si se tratara de una jornada normal, estaría con el resto de la cuadrilla ligera, inspeccionando algún conducto con una mancha de pintura luminiscente en la frente como una marca de la buena suerte, tragando polvo y heces de ratón, y sudando en la oscuridad.
El sol penetraba entre los helechos susurrantes y los cipreses inclinados de la isla, jaspeándolo todo de luces y sombras. Una voz interrumpió sus cavilaciones.
—No, no tires de toda la puñetera madera de golpe. Ve más despacio.
Era Pima. Lucky Girl dijo algo a su vez; aunque Nailer no consiguió distinguir las palabras, parecía que no tenía demasiado interés en seguir las instrucciones de Pima.
Gimió de dolor al sentarse. Era como si tuviera el hombro entero en llamas; un dolor descomunal había hundido las raíces en él, abrasador como el ácido. El día anterior se había esforzado demasiado, no cabía duda. Demasiado trabajo recuperando restos y rescatando a Lucky Girl, y ahora había vuelto a pifiarla. Movió el brazo con cuidado, intentando desentumecerlo. El dolor era insoportable.
—¿Estás despierto?
Nailer levantó la cabeza. Se trataba de Lucky Girl, asomada entre los helechos. A la luz del día, seguía siendo bonita. Su piel ligeramente tostada se veía limpia y tersa, recién lavada. Se había recogido la melena negra con un nudo en la nuca, para que no la entorpeciera, lo que dejaba al descubierto la delicada estructura de su rostro. Le dedicó una sonrisa.
—Pima quiere saber si estás levantado.
—Sí, estoy levantado.
—¡Arriba, bello durmiente! —llamó Pima a lo lejos—. El desayuno está listo.
—¿Sí? —Nailer se incorporó y se abrió paso entre los helechos hasta las chicas, acuclilladas en torno a una fogata recién encendida.
Abajo, el barco seguía estando en el agua. La marea lo había desplazado un poco, pero estaba tan rodeado de rocas que no había podido alejarse. La suerte aún les sonreía, pensó Nailer; iban a necesitarla si querían que la gente de Lucky Girl la encontrara cuanto antes.
Miró a su alrededor para ver qué estaban comiendo. No vio nada preparado.
—¿Qué hay para desayunar? —preguntó, intrigado.
—Lo que tú prepares —respondió Pima, y Lucky Girl se echó a reír con ella.
—Jajá. —Nailer hizo una mueca—. En serio, ¿qué tenéis?
—A mí no me mires. —Pima se recostó en el terreno arenoso—. Yo he encendido la fogata.
Nailer le lanzó otra mirada de pocos amigos.
—No estamos en la cuadrilla ligera. Aquí no eres la jefa.
Pima se rio de nuevo.
—En ese caso, me temo que vas a pasar un hambre de mil demonios.
Nailer sacudió la cabeza. Empezó a registrar los sacos de comida que habían sacado del barco la noche anterior.
—Que no te extrañe si encuentras algún escupitajo en tu plato.
Pima se sentó más erguida.
—Como me escupas en la comida, te escupo yo a ti en la boca.
—¿Ah, sí? —Nailer giró sobre los talones—. ¿Te gustaría intentarlo?
Pima se limitó a carcajearse.
—Sabes que te patearía el culo, Lucky Boy. Tú prepara el desayuno y confórmate con que te hayamos dejado dormir.
—Te ayudo —intercedió Lucky Girl.
Nailer sacudió la cabeza.
—No te molestes. Pima no cocina porque echaría a perder la comida. Tanto músculo, y ni una pizca de cerebro. —Comenzó a sacar fruta de uno de los sacos mientras rebuscaba entre el resto de alimentos—. Fijaos en esto. —Les enseñó una bolsa de cereales.
—¿Qué es? —Pima estiró el cuello con interés.
—Semillas de trigo.
—¿Están ricas?
—Mucho. Son más tiernas que el arroz. —Nailer hizo una pausa, pensativo—. ¿Los ricachones tomáis azúcar? —preguntó a Lucky Girl.
—A bordo del barco hay —fue la respuesta.
—¿En serio? —Nailer dirigió la mirada hacia el agua. No le hacía gracia tener que bajar todo el camino y volver a subir—. ¿Puedes traer un poco de azúcar y agua potable?
Lucky Girl asintió con la cabeza, sorprendentemente voluntariosa.
—Desde luego.
Nailer siguió revolviendo los sacos de comida mientras Lucky Girl se perdía de vista ladera abajo.
—Es asombroso, tienen un montón de comida.
—Se darán banquetes a diario —dijo Pima.
—¿Te acuerdas de la paloma que me trajo Moon Girl a modo de ofrenda de la suerte?
—Estaba sabrosa.
Nailer inclinó la cabeza en dirección a Lucky Girl, que estaba encaramándose a bordo del clíper.
—Seguro que ella no opinaría lo mismo.
—¿Por eso quieres irte con ella?
Nailer encogió los hombros.
—En realidad nunca me había parado a pensarlo hasta anoche… —Dejó la frase flotando en el aire mientras buscaba la mejor manera de expresar sus pensamientos—. Viste su camarote, ¿verdad? Y todos esos despojos. Para ella no significan nada. Y fíjate en todos sus anillos. El diamante que lleva en la nariz nos haría ricos a ti o a mí, pero ella ni siquiera le presta atención.
—Vale, está podrida de dinero. Pero no pertenece a la cuadrilla. Me da igual lo que digas. Y tampoco me fío de ella. Le he preguntado acerca de su familia, quiénes son… —Pima meneó la cabeza—. Respondió con más evasivas que Pearly cuando le preguntas por qué se cree Krishna reencarnado. Oculta algo. Que no te engañe su carita de niña mona.
—Ya. Es lista.
—Más que lista. Taimada. ¿Viste, todo ese oro que lleva en los dedos? Pues hoy faltaban algunos anillos. No sé dónde puede haberlos escondido, pero no están. Se pasa el rato diciendo que formamos una cuadrilla, pero en realidad la mueven sus propios intereses.
—¿Y a nosotros no?
—No te hagas el listo conmigo, Nailer. Sabes perfectamente a qué me refiero.
Nailer levantó la cabeza ante el tono que detectó en la voz de Pima.
—Entendido, jefa. La vigilaremos de cerca. Y ahora déjame cocinar. —Encontró un saco lleno de algún tipo de pequeños frutos secos de color rojo y probó uno. Sabía ácido y dulce a la vez. Estaba riquísimo. Le lanzó uno a Pima—. ¿Sabes qué es esto?
Pima se lo metió en la boca.
—No lo había probado nunca. —Extendió la mano—. Dame un puñado.
Nailer sonrió.
—De eso ni hablar. Voy a asarlos. Tendrás que esperar.
Dejó el saco al lado de las semillas de trigo y contempló fijamente toda aquella comida, almacenada en el barco con absoluta despreocupación.
—Lo cierto es que nunca me había parado a pensar en lo desastrosa que es nuestra situación aquí. Hasta ayer. Hasta que la encontramos a ella. —Hizo una pausa—. Pero cabe suponer que ella no es la única ricachona que hay en el mundo. Ahí fuera hay dinero a espuertas. Y aquí no. Incluso Lucky Strike resulta ridículo en comparación con todo lo que tiene esa chica.
—¿Te crees que vais a iros a vivir juntos o algo así? ¿Que seréis felices y comeréis perdices?
—No te burles de mí. Hasta la gente de su cuadrilla tiene más dinero que Lucky Strike.
—Si lo que dice es verdad.
—Sabes que lo es. Como también sabes que, si nos quedamos aquí, jamás tendremos nada.
Pima titubeó.
—¿Crees que mi madre podrá acompañarnos?
—¿Era eso lo que te preocupaba? —Nailer esbozó una sonrisa—. Le hemos salvado la vida a esa ricachona. Tiene una deuda de sangre con nosotros, y de las gordas. Por supuesto que podrá acompañarnos.
—¿Y qué pasa con Moon Girl? ¿Con Pearly? ¿Con el resto de la cuadrilla ligera?
Nailer reflexionó.
—Lucky Strike no compartió nada —observó, al cabo—. Veló exclusivamente por su propio interés.
—Ya… —Pima no parecía convencida, pero Lucky Girl interrumpió sus palabras al reaparecer entre la fronda y las enredaderas.
—¡Lo tengo! —jadeó, sonriendo.
—Estupendo. —Nailer sonrió a Pima—. Sería una buena adquisición para la cuadrilla ligera cuando se reanude el trabajo, ¿verdad?
Pima no sonreía.
—También sería una buena adquisición para los prostíbulos. —Se dio la vuelta.
Lucky Girl frunció el ceño.
—¿Qué mosca le ha picado?
—No es nada —dijo Nailer—. El hambre le agría el carácter, eso es todo.
Se le escapó un gemido cuando cogió la jarra de agua que Lucky Girl había transportado hasta el campamento. Un dolor abrasador le atenazaba el hombro. Estuvo a punto de derramar el agua.
Pima levantó la cabeza.
—¿Qué te pasa?
—La espalda —respondió Nailer, con los dientes apretados—. Me duele como si me hubiera picado una serpiente.
—Eso significa que la herida se ha infectado —señaló Pima. Se acercó a él corriendo.
—No. —Nailer sacudió la cabeza—. La limpiamos.
—Déjame ver. —Pima levantó el vendaje y contuvo el aliento. Lucky Girl echó un vistazo y no pudo reprimir un gemido.
—¿Qué diablos te has hecho?
Nailer giró el cuello todo lo que pudo, pero no conseguía ver nada.
—¿Es grave?
—Está muy infectada —contestó Lucky Girl—. Hay un montón de pus. —Se acercó con expresión profesional—. Deja que le eche un vistazo. En la escuela nos enseñaron primeros auxilios.
—Ricachones —masculló Nailer.
Lucky Girl no respondió. Tanteó y presionó la herida con los dedos. La llamarada de dolor hizo estremecer a Nailer.
—Necesitas antibióticos. Esto huele fatal.
Pima sacudió la cabeza.
—Aquí no tenemos de eso.
—¿Y qué hacéis si enfermáis?
Nailer esbozó una débil sonrisa.
—Nos encomendamos a las Parcas.
—Estáis locos. —Lucky Girl volvió a fijar la mirada en la herida—. Tendría que haber algo en el Wind Witch —dijo—. El botiquín es enorme. Seguro que hay algún tipo de penicilina.
Nailer se la sacudió de encima.
—Comamos algo primero.
—¿Estás chiflado? —Lucky Girl apeló a Pima con la mirada—. Nadie se queda esperando en casos así. Debemos actuar de inmediato.
Nailer encogió los hombros.
—Ahora o más tarde, ¿qué diferencia hay?
—La diferencia es que empeorará cada vez más. —La expresión de la muchacha se endureció—. Y al final te matará. Tiene pinta de tratarse de una superbacteria. Es preciso que hagamos algo enseguida, o no sobrevivirás.
Sin previo aviso, Lucky Girl le clavó el pulgar en la espalda, en el centro de la herida. Nailer profirió un alarido y se apartó, tambaleándose. Con la respiración entrecortada, se apretó el hombro con una mano. El dolor era tan intenso que temió desmayarse.
Cuando se hubo sobrepuesto, chilló:
—¡¿Y eso a qué viene?!
—Pórtate como un cuadrillero, Nailer. —Lucky Girl hizo una mueca—. No podrás cobrar la recompensa por haberme rescatado si estás muerto. Mueve el culo hasta el barco y deja que te remendemos.
—«Pórtate como un cuadrillero» —se rio Pima; le dio un toquecito en el hombro a Lucky Girl—. La ricachona empieza a hablar como nosotros. —Sonrió de nuevo, antes de mirar a Nailer con gesto serio—. Tiene razón. Tu madre se hubiera alegrado de disponer de dinero para una puñetera dosis de penicilina. ¿Quieres terminar como ella?
Empapada de sudor y sollozando sin cesar. Con la piel ardiendo. El cuello hinchado a causa de la infección. Rojos y llenos de pus los ojos.
Nailer se estremeció.
—Está bien, si queréis jugar a los médicos, adelante. —Agarró una naranja antes de iniciar el descenso—. Pero no pienso acabar como ella. De ninguna manera.
Pese a sus palabras, llegar hasta el agua no era tarea sencilla, y el dolor resultaba preocupante. Se sentía como si tuviera en llamas el brazo, el hombro y la espalda. Lucky Girl y Pima lo condujeron abajo, despacio, ayudándole cuando lo necesitaba, pendientes de él como si fuera una ancianita de huesos quebradizos.
Mientras descendían por la ladera, las palabras de Lucky Girl afloraron a su recuerdo, mal que le pesara. Ninguna recompensa le serviría de nada si estaba muerto. Se obligó a combatir el temor que amenazaba con abrumarlo, pero solo consiguió reducirlo a un hormigueo obstinado en el fondo de sus pensamientos.
Había conocido a personas cuyas heridas evolucionaron desfavorablemente, infestadas de podredumbre y gangrena; había visto muñones cubiertos de gusanos tras amputaciones mal realizadas. Pese a su bravuconería, una sensación de pavor lo recorría por dentro. Su madre había rezado a Kali-María Misericordiosa y había muerto envuelta en una nube de moscas y dolores febriles. La parte supersticiosa de Nailer se preguntó si el Dios de la Chatarra estaría equilibrando la balanza de su Lucky Strike con una enfermedad que lo fulminaría antes de que tuviera ocasión de disfrutar de la recompensa. Sadna tenía razón. Debería haber hecho más ofrendas al Dios de la Chatarra y a las Parcas tras escapar del compartimiento lleno de petróleo. En vez de eso, había despreciado su suerte.
Llegaron al océano. La nave había rodado durante la noche, girando hasta ponerse prácticamente de pie; eso dificultó que subieran a bordo. Pima aupó finalmente a Nailer, gimiendo, flexionando los músculos mientras tiraba de él como si fuese un cochino muerto, dejándolo a continuación tendido en la cubierta de fibra de carbono mientras Lucky Girl y ella iban abajo.
Cuando al fin regresaron, ambas iban sacudiendo la cabeza.
—Está todo abierto —informó Lucky Girl—. Se lo habrá llevado el mar. —Paseó la mirada por los restos del barco—. No veo nada en el agua. —Meneó la cabeza de nuevo—. Se ha perdido todo.
Nailer encogió los hombros e intentó aparentar indiferencia.
—Cuando llegue tu gente, podrán darme todos los medicamentos que quieran. —Pero mientras lo decía, se preguntó de cuánto tiempo disponía. Había empezado a temblar, y aunque estaba sentado a pleno sol, se sentía aterido—. Con vuestros satélites no tardarán mucho, ¿verdad?
—No. Claro. —Lucky Girl no parecía tenerlas todas consigo.
Pima inclinó la cabeza en dirección a las joyas de la muchacha.
—Con ese oro podríamos comprar la medicina a Lucky Strike sin el menor problema.
Lucky Girl dejó de observar a Nailer y dirigió la mirada hacia ella.
—¿Ese tal Lucky Strike tiene medicamentos?
—Claro —respondió Pima—. Hace tratos con los jefes. Los ha convencido para que le traigan cosas en el tren.
—No. —Nailer negó con la cabeza—. No podemos permitir que nadie se entere de la existencia de estos restos. Los reclamarían para sí. —Sufrió un escalofrió—. Debemos actuar con discreción hasta que aparezca la gente de Lucky Girl. Entonces podremos hacer lo que nos plazca. Si dejamos que se enteren ahora, se abalanzarán sobre nuestros restos con todo el equipo.
—No son vuestros restos —dijo con ferocidad Lucky Girl—. Es el Wind Witch, y es mi barco.
Pima sacudió la cabeza.
—Ahora solo es un montón de restos. Y tú sigues con vida porque Nailer es mejor persona que la mayoría. Creo que ha pasado por algún tipo de experiencia religiosa. Tiene la mirada febril, de eso no cabe duda.
Nailer meneó la cabeza.
—No tengo la mirada febril.
Pima lo observó de reojo.
—¿A qué os referís con eso? —quiso saber Lucky Girl.
Pima se la quedó mirando fijamente.
—¿No sabes qué es la mirada febril?
La muchacha negó con la cabeza.
—No lo había oído nunca.
—¿Cuando los moribundos ven el futuro? ¿Un último vistazo antes de irse con las Parcas?
—No tengo la mirada febril. —Nailer se sentía extenuado. Se sentó de golpe en la cubierta inclinada, bañada por el sol—. Tal vez mejore si la lavamos.
—No digas estupideces —espetó Pima—. Solo mejorará con medicamentos.
Nailer apoyó la cabeza en los brazos.
—¿Cuánto tiempo? ¿Hasta que llegue tu gente?
Lucky Girl se encogió de hombros.
—El rastreador GPS les indicará el camino. No creo que tarden.
—¿Tan importante eres?
—Bastante —respondió la muchacha, azorada.
—¿Quién es tu gente? —insistió Nailer—. Te muestras muy reservada al respecto.
La muchacha titubeó.
—Pertenecemos a la misma cuadrilla —le recordó Pima.
—Me llamo Chaudhury. Nita Chaudhury.
Los dos desguazadores se encogieron de hombros.
—Nunca había oído ese nombre.
—Llevo el apellido de mi madre, hasta que herede. —Tras un instante de vacilación, añadió—: Mi padre se llama Patel. —Aguardó con expectación.
El silencio se prolongó, hasta que Pima preguntó:
—¿Patel? ¿Como en Patel Global Transit? —Pima y Nailer cruzaron las miradas, atónitos.
—¿Eres una de las jefas? —preguntó Nailer.
La expresión de Pima dio paso a la rabia. Se abalanzó sobre Nita y la zarandeó.
—¿Eres una puñetera compradora de sangre?
—¡No!
—Patel Global compra toda clase de material recuperado aquí abajo —dijo Pima—. Vemos su logo todo el rato. Ellos, General Electric, FluidDesign y Kuok LG. Todo el mundo se esfuerza por cumplir con el cupo para que los compradores de sangre no se vayan a Bangladesh o a Irlanda, en busca de otra fuente de suministros. Lawson & Carlson ni siquiera nos proporcionan máscaras con filtro porque dicen que hay que mantener los gastos al mínimo.
—Yo no sé nada. —Nita parecía avergonzada—. Es una prioridad empresarial… comprar los suministros a proveedores de materiales reciclados. —Titubeó—. El desguace de buques debe de ser una vía de adquisición de materia prima. —Apartó la mirada—. Lo cierto es que nunca he prestado atención a esa faceta de la empresa.
—Ricachona asquerosa. —Las facciones de Pima se habían vuelto crueles—. Tienes suerte de que no supiéramos quién eras cuando estabas tirada bajo los muebles de tu dormitorio.
—Déjala en paz, Pima. —Nailer se sentía cada vez peor, cansado y mareado—. Tenemos problemas más graves. —Señaló al horizonte—. Fíjate en eso.
Pima y Nita se giraron al unísono. Los tres fijaron la mirada al fondo de la llanura de arena, donde los últimos vestigios de la marea continuaban alejándose. Procedente de los astilleros del desguace, un grupo de personas se dirigía hacia ellos; ocho o diez, en apretada formación.
—¿Ha llegado tu cuadrilla? —preguntó Pima—. ¿Tus compradores de sangre?
Nita hizo oídos sordos a la pulla y estiró el cuello mientras escudriñaba por encima de las aguas.
—No los distingo. —Se adentró corriendo en el barco y regresó con un catalejo. Lo apuntó a las figuras que caminaban en la distancia—. Veo un montón de cicatrices y tatuajes. ¿Vuestra gente?
Pima cogió el instrumento y miró por él.
—¿Y bien? —insistió Nita—. ¿Se trata de alguna de vuestras cuadrillas de recuperación?
Pima sacudió la cabeza.
—Mucho peor. —Le pasó el catalejo a Nailer.
—¿Cómo que «mucho peor»? —preguntó Nita.
Nailer sostuvo el catalejo con la mano sana y contempló la playa lejana. Su vista se deslizó sobre la arena brillante y los charcos de agua salobre hasta detenerse en las figuras que se aproximaban a buen ritmo. Se concentró en los rostros, encontró al líder.
—Sangre y óxido —maldijo entre dientes.
—¿Qué ocurre? —preguntó Nita—. ¿Quién es?
Pima exhaló un suspiro.
—Su padre.