Casi toda la multitud quedó paralizada, la mirada fija. Sampson se dirigía hacia la puerta.
—Ninguno de vosotros intentará marcharse o dañarme. Normalmente no tendría mayor importancia, pero aquí y ahora dificultaría las cosas.
»Podría matar a cualquiera o a todos sin tocarlos siquiera. Os haría una demostración con uno pero según lo que entiendo de vuestra naturaleza, no actuaríais lógicamente. Ése es mi problema para entenderme con vosotros: habéis desarrollado una especie de inteligencia, pero demasiado rápida. Vuestra naturaleza animal se mantuvo aparte, no fue asimilada adecuadamente.
»¿Quién está al mando aquí?
Una mujer negra de pelo gris se adelantó.
—Soy Sara Bahadur, coordinadora de Investigación del Proyecto Sirio.
—Pero no puedes hablar por todos los humanos.
Ella sonrió.
—Nadie puede hacerlo.
—Pero hay quienes pueden hablar en nombre de grupos mayores.
—Sí.
—Traédmelos. Ahora.
—No es posible. Están todos en la Tierra.
—Entonces ésta no es la Tierra. Vuestro mundo natal.
—No. Está muy lejos.
—Pero podéis viajar de aquí a la Tierra instantáneamente. En cierto sentido.
—Así es.
—Repito: traédmelos.
—Y yo repito que no es posible. No en diez…
—¿Cuánto tiempo? —ella no respondió—. No os preocupéis por guardar vuestros secretos. Yo, el yo-de-entonces, conocía este proceso de traslación cuando… —hizo una pausa, hurgando evidentemente en la mente de Jacque—. Cuando vosotros los humanos aún estabais en los árboles. Lo abandoné porque me limitaba demasiado. ¿Cuánto tiempo?
—Diez días. Un día es…
—Ya lo sé.
—Podría llevarte ante ellos.
—No. No compareceré ante muchos humanos. Percibo directamente vuestra… vuestros subconscientes. Sería angustiante. No podría funcionar. Aquí ya es bastante difícil.
»Id a vuestro planeta y traed a cuantos líderes sea posible. Cuidad a éste para que pueda hablar por su intermedio. Me iré hasta que vengan.
—Espera —dijo Bahadur—. Quieres encontrarte con todos los líderes de la humanidad, pero aún no has declarado quién eres. ¿Un piloto espacial? ¿Qué te confiere autoridad para hablar por todos los L’vrai?
—La pregunta no tiene sentido. Me voy.
—¿Pero cómo te encontraremos? ¿Dónde…?
—No me encontraréis. Sabré cuándo regresar. A través de esta mente veo que estamos rodeados por desiertos y montañas. Estaré ahí.
—¿Necesitas comida y agua? —dijo alguien.
—Sólo soledad —soltó a Jacque y al puente y se incorporó. La figura del padre de Jacque se disolvió, luego volvió a erguirse como una serpiente del tamaño de una pitón, cubierta por escamas doradas y resplandecientes. Reptó hasta la puerta y salió.
Carol rompió el silencio.
—¡Jacque!
Yacía despatarrado, los ojos en blanco, las comisuras de los labios goteando saliva. Carol corrió a arrodillársele al lado y le acunó la cabeza entre los pechos. Se hamacó de atrás hacia adelante apretando los ojos, emitiendo un murmullo sofocado.
El doctor tardó un minuto en persuadirla de que se alejara.