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Mensajero

Cuando aparecieron Jacque y Carol había mucha gente reunida bajo la cúpula que albergaba el cristal. Sólo uno los miraba a ellos, el encargado de control.

—¿Estáis heridos? —dijo Sampson—. ¿Estáis bien?

Jacque pasó a la frecuencia externa y al unísono con Carol respondió que estaban bien.

—¿Qué sucede?

—Jeeves volvió… catatónica. ¿Pero vosotros estáis bien?

—Sí, diablos. ¡Sacadnos de estos malditos tanques! —a Carol—: por eso no pudimos comunicarnos con ella… Debió de suceder al cabo de un par de horas…

—… después que vio la nave —dijo Carol—. ¿Qué habrá sido?

«Algo que me alegra no haber visto —pensó Jacque—. Tania es un pájaro viejo y fuerte».

Sampson les guió atrás y les ayudó a quitarse los trajes.

—El médico dice que traigáis el puente —le dijo a Jacque—. Quizá puedas comunicarte con ella.

Yacía en una camilla en un cuarto cerca del cristal, rodeada a cierta distancia por un amplio círculo de personas. Un paño de tela cubría parte de su desnudez. Estaba pálida y flácida y no parecía respirar; sólo los ojos mostraban vida. Se movían tras los párpados magullados.

Cuando Jacque y Carol pasaron a través del círculo, Tania procuró levantarse. El doctor la reclinó con los nudillos, tratando de no clavarle la hipodérmica vacía que sostenía entre los dedos.

—Quédese quieta un momento. Estoy tratando de encontrarle una vena, —le palpó el antebrazo con el pulgar—. Análisis de sangre —le dijo a Jacque. Pinchó la piel y hundió la aguja.

El cilindro transparente se llenó de un fluido amarillo.

El doctor dejó caer la aguja como mordido por una serpiente.

—¡L’vrai!

La criatura se incorporó y le empujó a un lado apoyándole el dorso de la mano en el pecho. Señaló a Jacque.

Todos retrocedieron.

—Traeré el láser —dijo alguien. Habían emplazado uno cerca del cristal, por si acaso.

—Imposible —dijo Sampson—. La instalación es fija.

Jacque se mantuvo firme, fijando la mirada en la criatura que se parecía a Tania.

—Buscadme una herramienta, cualquier cosa. La mataré.

El L’vrai meneo la cabeza, gruñó y avanzó hacia Jacque.

Un pesado martillo de cabeza redonda resbaló por el suelo hasta los pies de Jacque. Él dejó caer el puente y recogió el martillo.

La imagen de Tania tembló, cambió, creció. Se transformó en un hombre apuesto, alto y canoso: Robert Lefavre en su juventud.

—Buen truco —dijo Jacque, blandiendo el arma—. Pero no servirá de nada.

La criatura dio dos pasos imposiblemente largos, y quedó frente a él. Jacque trató de darle en la cabeza, pero el L’vrai le esquivó y el martillo se hundió en la clavícula; la carne recubrió el metal. Jacque tironeó pero estaba atascado.

La criatura agarró a Jacque del brazo y le obligó a tenderse en el suelo. Recogió el puente y se lo apoyó en el pecho.

La cara de Jacque se crispó de terror.

—Yo… Yo… Yo puedo… —de golpe se calmó—. Puedo hablaros a través de éste. Tenemos ciertas cosas en común.