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Segundo contacto

Carol aterrizó en un promontorio alto en el valle de un río. Bajó el flotador y echó un vistazo en torno.

—Debajo de mí, donde se encuentran los dos ríos, hay una ciudad pequeña —dijo. Le habían ordenado que suministrara un informe verbal. No habían dicho por qué pero era obvio: si volvía partida en dos, como O’Brien, tal vez no obtuvieran la mitad con los registros fílmicos—. Diecinueve minutos. No puedo percibir demasiados detalles de la ciudad, aun con la mayor amplificación. Manchas móviles que son vehículos. Oh… Es de día. Achernar parece mucho menor que el sol, pero pese a los filtros brilla tanto que duele mirarlo de frente.

»Subiré al flotador, bajaré y veré si puedo capturar… esperen —un flotador redondo como el que se había acercado a O’Brien se recortó en el cielo—. Empezamos de nuevo.

Parecía una repetición del primer contacto, salvo que esta vez todas las criaturas a bordo del flotador eran mujeres. Inmediatamente después que aterrizaron, apareció la larga nave negra, surgiendo de golpe y bajando lentamente en la llanura herbosa, haciendo temblar el suelo bajo los pies de Carol. El reflejo de Achernar era una línea dura y brillante bajo el casco de la nave.

De nuevo se abrió la portezuela, la rampa descendió y las criaturas la invitaron a subir. Pero se han hecho algunos cambios, pensó Carol.

Entre las vagas instrucciones que había recibido constaba la de no encender el campo magnético hasta estar realmente en peligro. Las siguió rampa arriba, volviéndose a derecha e izquierda para que las cámaras lo registraran todo.

—Hasta ahora, ninguna agresión —dijo. No se detuvieron en la entrada, escenario de la matanza anterior, sino que la condujeron por el pasillo. Caminaron un centenar de metros—. Una puerta se abrió a la derecha; me llevan adentro… En esta habitación las paredes son grises. El cielorraso y el suelo despiden una luz amarilla. Dieciséis minutos —la condujeron hasta la pared del fondo—. Aquí hay una verdadera puerta, una puerta que se abre. No una mera abertura. Quieren que yo pase primero. Les hago señas de que pasen ellas. Después de ti, Alphonse. No entienden, no se mueven. Deben de pensar que soy bastante estúpida. Allá voy.

Avanzó hacia la puerta pero en el último momento aferró a una de las criaturas por los hombros y la arrojó por el aire. La criatura se desplomó con un estampido seco, pero no se fragmentó ni estalló ni se convirtió en rana.

Carol atravesó la puerta y la mujer se alejó arrastrándose, mirándola inexpresivamente. La puerta se cerró y el cuarto quedó a oscuras. Carol encendió las luces del traje.

—Las paredes y el cielorraso de este cuarto son todos de metal salvo por una ventana pequeña. El suelo también. Quizá suponen que así me impedirán desaparecer. O comunicarme. Creo que les arruinaré la puerta.

De este lado de la puerta no había cerrojo, pero el borde de la derecha era una franja larga y ribeteada como el gozne de un piano. Carol fundió el gozne con cuatro disparos de láser y luego empujó la puerta.

Cuando la puerta cayó, la mujer a espaldas de Carol se le arrojó encima. Ella sacudió los hombros y la hizo volar por el aire.

La puerta se derrumbó con un estruendo agradable; volutas de humo brotaron del borde recalentado, que fundió una parte del suelo. Tres de las criaturas retrocedieron cautelosamente cuando Carol atravesó la abertura.

Luego se abrió la pared opuesta y la cuarta criatura irrumpió con varias armas-micrófono en los brazos. Carol se arrancó una granada del pecho y se la arrojó a los pies.

La fuerza de la explosión tumbó a la mujer, derrumbándola de espaldas. Las armas se desparramaron.

La criatura se levantó de nuevo. Tenía un millar de tajos de la cabeza a los pies; la parte delantera del cuerpo era una mancha roja y uniforme. El pie derecho le colgaba de una delgada lonja de carne. Cuando se apoyó sobre él, el pie inútil se soltó y ella caminó sobre la punta astillada de la tibia expuesta. Le sonrió a Carol con dientes rojos y puntiagudos y recogió un arma. Cuando se la conectó al cinturón, Carol apretó el botón que encendía el campo magnético.

Y de pronto se deslizó de espaldas hacia el cuarto metálico, chocó contra la pared y quedó pegada allí como un insecto.

—Eh… Obviamente el metal de este cuarto es magnético. Trece minutos. Aquí vienen.

Desprendió el bulbo amarillo y lo arrojó frente a las criaturas. La jefa del grupo lo pateó a un lado. Carol arrojó el verde a sus propios pies.

Tres criaturas, incluyendo la mutilada, retrocedieron. La jefa se acercó y dijo dos sílabas, luego cerró los ojos, plegó las piernas y cayó sobre las manos y las rodillas.

—Evidentemente el gas verde funciona… No —la criatura sacudió la cabeza y se reincorporó—. Esperaré un poco antes de arrojarles el rojo —la mujer le esbozó una sonrisa tímida y bonita: los dientes eran cuadrados blancos—. Habría jurado que todas tenían dientes punt… —Carol se hizo a un lado cuando la criatura le apuntó con su arma. A un par de metros se abrió un orificio en el casco de la nave, dejando entrar un rayo de luz blanca—. Funciona. La criatura sacudió el arma y el orificio se ensanchó en un largo desgarrón. Cabeceó y retrocedió hacia las otras. Ensayó el arma en la criatura ensangrentada y la partió en dos.

Carol cerró los ojos y tragó saliva. No son humanas, se repetía. Ni siquiera son animales, no sienten dolor.

Desviando los ojos deliberadamente, vio a la criatura que había estado en el cuarto con ella. Yacía de bruces en el suelo, la cabeza contra la pared.

—Parece que algunas fueran más vulnerables que otras. Una que arrojé contra la pared está inconsciente o muerta —se volvió hacia las demás—. Ahora están hablando, o gruñendo. La… cortada en dos también está hablando, de espaldas en el suelo. Es extraña, no se parece en nada a las películas que vimos durante el entrenamiento. Las de accidentes por efecto catapulta. Es… La cavidad del cuerpo no presenta órganos identificables. Sólo mucha sangre y una pulpa amarilla. Ahí vienen.

Tres avanzaron lentamente hacia ella mientras la cuarta, la partida en dos, se ponía sobre los codos para observar. Carol centró la frente de ella, o de eso, en las pestañas y gatilló el láser con la lengua. Una mancha negra le quemó la piel y la criatura se derrumbó.

—Se las puede matar. Hay que darles en la cabeza —las otras tres ni siquiera miraron hacia atrás—. Diez minutos.

La atacaron con todas las armas simultáneamente. Apretó los brazos contra los costados; los rayos se desviaban y mordían el grueso casco, destrozándolo. Le aferraron los brazos y los hombros y trataron de arrancarla de la pared.

—Tal vez pueda llevarme a las tres —las armas colgaban de los cinturones; Carol recogió los cables con una mano y tiró. Los micrófonos volaron por el cuarto trazando un arco brillante.

Carol abrazó a las tres criaturas, apretándoles los dedos. Ellas forcejearon, gruñendo. Les crujieron los huesos, pero no pudieron liberarse.

—Nueve minutos. Podré contenerlas. A menos que vengan refuerzos, con mejores armas.